sábado, 1 de junio de 2013

“No sé a cuántos hombres he matado”

“No sé a cuántos hombres he matado”

Un combatiente de Hezbolá explica la lucha de miles de libaneses chiíes en Siria a favor del régimen de El Asad

Funeral en Sidón de un miliciano de Hezbolá muerto en Siria. / mahmoud zayyat  (AFP)

Hace apenas 48 horas que Jafad Hermelí cruzó a pie los 15 kilómetros que separan Qusair, en Siria, de Hermel, su ciudad natal en Líbano. Viste botas militares y pantalones caqui bajo una corta barba. Su atuendo es el de un militar que regresa del combate. A pesar de su juventud, 23 años, Jafad cuenta con amplia experiencia entre entrenamientos y luchas. Se alistó en las filas de la milicia chií Hezbolá a los 16, decidido a formar parte de la resistencia libanesa. Cambió en 2006 las aulas por el campo de batalla en la guerra que la milicia libró entonces contra el Ejército israelí. Hoy lucha en Siria junto al Ejército de Bachar el Asad y contra los rebeldes sirios suníes.
Jafad no teme a la muerte porque dice que la muerte de un mártir es el camino directo al paraíso, y cada vez que abandona su hogar lo hace con la bendición de su madre, orgullosa del primogénito de sus cinco hijos. “La familia nos apoya, saben que estamos defendiendo a nuestra comunidad en Siria. Incluso las novias de mis amigos son quienes les preparan la mochila, se la cuelgan en la espalda y les empujan a ir a luchar”. Es el orgullo de muchos chiíes, defender al vecino que les ha apoyado en tiempos complicados.
Jafad tiene seis años más de los que tenía otro primogénito de cinco hermanos, Mohamed Hadi Nasralá, cuando murió en combate luchando contra soldados israelíes en 1997. Cuando Hasan Nasralá, líder de Hezbolá y padre de Mohamed Hadi, enterró a su hijo, sentó ejemplo ante su comunidad del sacrifico realizado en nombre de la resistencia.
La carretera que lleva a Hermel atraviesa el valle de la Bekaa, paralelo a la frontera con Siria. Son tierras chiíes en las que miles de banderas amarillas estampadas con un puño alzando un Kaláshnikov, emblema de Hezbolá, ondean a ambos lados de la autopista. Conforme se divisa Hermel se pueden oír los estruendos de los cohetes lanzados desde territorio sirio. La presencia del Ejército libanés es mínima en este feudo de la milicia chií donde sus propios combatientes son quienes custodian la frontera con Siria.
No todos los chiíes libaneses se identifican con la ideología de Hezbolá, pero a diferencia de la atomización que divide a los suníes libaneses, faltos de un líder, la comunidad chií está unida en la admiración a Nasralá, quien mantiene un férreo control sobre sus hombres. Decenas de miles de chiíes libaneses no olvidan que Siria les dio refugio en 2006 durante los 33 días de bombardeos israelíes, en los que huyeron de sus hogares en el sur del país.
Un grupo de hombres con atuendo militar conversa a la sombra de un árbol. Forman uno de los 24 comités populares compuestos por civiles que patrullan los barrios de Hermel para proteger a sus 40.000 habitantes. Abu Alí, en la cincuentena, describe sus responsabilidades: “Registramos los coches en busca de armas, entregamos a los sospechosos al ejército y acudimos a los lugares donde impactan cohetes. Puesto que el Gobierno no nos protege, nos hemos organizado”.
Defienden a Hezbolá en la lucha que ellos aseguran mantiene contra los salafistas radicales en las milicias rebeldes de Siria: “Europa y EE UU están alimentando a los terroristas que mañana les atacarán en su propio territorio” sentencia Abu Alí. Al pasar un coche del Ejército libanés, todos hacen una mueca burlona alzando la mano en señal de saludo.
En Siria, la batalla de Qusair se ha intensificado. El Ejército sirio y los rebeldes pugnan por avanzar solo centenares de metros. Las declaraciones de Hezbolá confirmando su participación en apoyo a El Asad han hecho de Qusair la chispa que ha hecho explotar la ya crítica situación entre suníes y chiíes libaneses, divididos por la suerte del régimen sirio. Los libaneses que han evitado la confrontación en territorio libanés se enfrentan ya abiertamente en Siria y arrastran cada día un poco más el conflicto al Líbano con el lanzamiento de cohetes y los ataques al Ejército libanés.
“La batalla de Qusair está siendo dura porque el enemigo está muy bien armado. Pero hemos llegado al corazón de la ciudad. Los rebeldes usan a civiles como escudos humanos. No les dejan salir porque la aviación siria les lapidaría. Pero gracias a Dios avanzamos y nos haremos con la ciudad”, relata el miliciano Jafad. “Comenzamos a patrullar y proteger los ocho poblados chiíes y los vecinos cristianos del otro lado de la frontera en Siria para luego luchar en Qusair”, dice. La frontera sirio-libanesa, violada por bombardeos de ambos lados, poco significa para las familias divididas por una línea en el mapa y con décadas de historia común. “Hay más de 30.000 chiíes de origen libanés que viven allí y están expuestos a las masacres de los terroristas”, justifica Jafad, quien, como el régimen sirio, se refiere a los rebeldes como terroristas.
Cientos de jóvenes de Hezbolá han abandonado sus hogares en Líbano para unirse al bando de El Asad en Siria. Jafad cree que más de 500 luchan en Qusair. En Hermel, decenas lo han hecho también, y la suerte parece sonreírles ya que, según dice, solo dos han regresado en un ataúd. Uno es su amigo Abu Alí: “Es el segundo mártir de Hermel. Venía de otra zona de Qusair y su unidad fue atacada con [armas] químicas. En el hospital dictaminaron que murió envenenado. Otros han sido intoxicados con cloro”.
Jafaz rehúsa cifrar cuántas vidas ha tomado en la lucha en Siria: “No sé a cuántos hombres he matado. Uno no lo ve y no lo piensa cuando dispara. Pero entre los cadáveres se ve de todo. Hace dos días acabamos con un grupo rebelde y nos encontramos con franceses e incluso un británico blanco de ojos azules. Otras unidades han recogido cadáveres de mujeres vestidas como hombres”.
Si la guerra desborda al Líbano, Jafad asegura regresará para seguir luchando en casa con su líder “hasta el final del camino”.

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