Ayotzinapa. Ayer, hoy y siempre
Por: Redacción Revolución /
21 octubre, 2014
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Ernesto Cruz Flores
(21 de octubre, 2014).- Hoy, la Escuela
Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, mejor conocida como Ayotzinapa está
en boca de todos. La solidaridad (sobre todo la moral) está cayendo a
raudales. Lo cual es bueno. Inmensamente positivo.
Pero, ¿qué tanto sabemos de esta escuela
rural? ¿Qué tanto sabemos del normalismo? ¿Alguno de nosotros se ha
interesado en conocer, en convivir con estos jóvenes por lo que son y no
sólo porque son trending topic?
Mi primer acercamiento a esta escuela
fue el 12 de diciembre de 2011, cuando nos enteros del ataque que habían
recibido por parte de policías ministeriales y federales en la
autopista del sol, en el llamado Parador del Marqués.
Esa vez, salimos de noche del Distrito
Federal, una brigada de compañeros del Frente de los Pueblos en Defensa
de la Tierra (FPDT), llegamos la madrugada del 14 de diciembre a un
local de los compañeros de la Asamblea Popular de los Pueblos de
Guerrero, en Chilpancingo. Esa noche, medio
inquietos, medio cansados, logramos dormirnos acurrucados en el piso junto un tropical árbol de navidad.
inquietos, medio cansados, logramos dormirnos acurrucados en el piso junto un tropical árbol de navidad.
Al salir el sol, comenzaron a llegar
compañeros campesinos, que un par de horas antes venían bajando la
sierra. Al filo del mediodía nos trasladamos hacia la normal, por la
carretera Chilpancingo-Tixtla. Justo al entrar a Tixtla, recordé que en
ese lugar fue donde nació el general Vicente Guerrero, líder insurgente,
guerrillero consumado y primer presidente negro de México.
A un lado de la carretera se encuentra
un arco rojo, el cual da la bienvenida a todo aquel que busca la Normal.
A un costado se encuentra el busto de Raúl Isidro Burgos Alanís,
fundador de la Normal. A mi regreso al Distrito Federal investigué un
poco, y si bien es cierto que la Normal de Tixtla se fundó bajo la
dirección de Rodolfo A. Bonilla, fue bajo el liderazgo de Burgos Alanís
que se consiguieron los terrenos de la ex-hacienda de Ayotzinapa, y que
entre estudiantes, padres y madres de familia, pueblo en general y con
el profesor Raúl Isidro Burgos a la cabeza, fue que se prepararon los
terrenos y se construyeron las actuales instalaciones de la Normal de
Ayotzinapa. Por eso, y pese que a muchos y muy destacados egresados, la
escuela mantiene con orgullo y cariño, el nombre de su fundador y primer
director.
El camino de acceso se convierte
rápidamente en una pendiente algo pronunciada, la cual va a dar a un
pequeño valle donde se yerguen, como si brotaran de la tierra, los
múltiples edificios que componen la Normal y su internado.
Junto con nuestra brigada, llegaron
muchos compañeros más, la mayoría familiares de estudiantes o egresados
de la Normal. Porque esto es importante: la escuela está en un completo
abandono y si sigue de pie, es gracias a la manutención que los
habitantes de Tixtla realizan año con año. La Normal es de Ayotzinapa y
Ayotzinapa es de Tixtla, eso lo tiene bien claro cualquier tixtleco.
***
La Normal de Ayotzinapa se compone de una veintena de edificios de dos plantas, muy parecidos a las escuelas primarias donde los egresados de esta normal no enseñarán porque si bien aquí se imparten tres carreras: Educación primaria, Educación primaria bilingüe y Educación física; los egresados de esta carrera darán clases (si es que el gobierno otorga las plazas), en comunidades altamente marginadas (muy parecidas a aquellas donde son originarios), donde la “escuela” consiste en un jacal (la mayoría de las veces de palos, cartón, y cuando hay lujos, de adobe), sin pizarrón, donde no hay baños, ni electricidad, ni piso de cemento; donde cada alumno debe llevar un cajón, una piedra, algo que le sirva de asiento; donde los seis grados de primaria son atendidos por un mismo profesor.
La Normal de Ayotzinapa se compone de una veintena de edificios de dos plantas, muy parecidos a las escuelas primarias donde los egresados de esta normal no enseñarán porque si bien aquí se imparten tres carreras: Educación primaria, Educación primaria bilingüe y Educación física; los egresados de esta carrera darán clases (si es que el gobierno otorga las plazas), en comunidades altamente marginadas (muy parecidas a aquellas donde son originarios), donde la “escuela” consiste en un jacal (la mayoría de las veces de palos, cartón, y cuando hay lujos, de adobe), sin pizarrón, donde no hay baños, ni electricidad, ni piso de cemento; donde cada alumno debe llevar un cajón, una piedra, algo que le sirva de asiento; donde los seis grados de primaria son atendidos por un mismo profesor.
A ese futuro aspiran estos muchachos.
El primer edificio, que se alza
imponente sobre los demás, es el edificio de gobierno, donde se alojan
las oficinas administrativas, la biblioteca y el auditorio. Su
construcción hace recordar su pasado hacendado.
Bajando las escaleras llega uno a la
cancha principal de basquetbol y voleibol, los deportes más populares en
estas tierras. Cancha techada, que lo mismo alberga partidos que
reuniones estudiantiles. Enfrente se encuentra la nueva cancha de tenis;
todo un lujo, pero que costó años de sacrificios.
Del lado derecho se encuentra el
comedor, un amplio galerón donde cada mañana y tarde los estudiantes se
organizan para mal desayunar y peor comer. En Ayotzinapa no existe la
cena. Atrás del comedor se extienden, como muchos testigos y compañeros
eternos, los campos de cultivo, donde, bajo duro y aplastante sol de
Guerrero, los normalistas intentan arrancarle con horas de sudor y de
cayos, con machetes oxidados y arados de madera, algunas semillas a la
madre tierra. Esa madre que los pone a prueba. Ahí también deambulan,
algunas vacas raquíticas y unos cuantos burros y mulas flacas, que
ayudan en las labores del campo.
A un lado de las tierras de labranza,
están las canchas deportivas, la alberca, la cancha de fútbol y la pista
de atletismo, la cual consiste en un simple óvalo de pura tierra
suelta. A pesar del duro trabajo, tanto en las aulas, como en los
campos, los jóvenes normalistas buscan el tiempo y la energía para
practicar su deporte favorito y representar al equipo de la escuela: los
tortugos.
Ayotzinapa en náhuatl quiere decir
“lugar del río de las pequeñas tortugas”, (“Ayótl”, tortuga; el sufijo
“-tzin”, diminutivo; “atl”, agua; el sufijo “pan”, lugar de). Por eso,
la mascota, el símbolo de la Normal, es una tortuga, incluso en el
escudo de la escuela bajo el nombre Ayotzinapa, se ve una tortuga.
Por eso, en cada dormitorio hay una
tortuga pintada, herencia de generaciones pasadas. Pero no son las
únicas pintas. Por toda la escuela (a excepción del edificio de
gobierno), se alzan todo tipo de murales: algunos monumentales, de más
de cinco metros de altura, otros más pequeños.
Hechos en distintas épocas, todos los
murales cuentan la historia de la Normal: aquí y allá se ven los rostros
de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas; por allá se alza en toda la
fachada de un edificio la silueta de una miliciana del EZLN. Hay murales
contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y
contra el capitalismo. No falta el rostro de Emiliano Zapata, y cómo no,
una referencia a Atenco y al FPDT.
El resto de la Normal, son nueve
edificios que sirven como dormitorios. Los menos deteriorados, que se
consideran de lujo, son para los grados más avanzados. El dormitorio en
peores condiciones es para los novatos, a los que les tocan las tareas
más duras y difíciles, porque dicen los más experimentados: “A
Ayotzinapa no se viene a jugar, si no aguantan trabajar de sol a sol,
comiendo tres tortillas al día, no sirven para ser maestros. No
aguantarían un movimiento político”.
Y tal parece que la historia les da la razón.
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