miércoles, 15 de octubre de 2014

Falsa Paz

Falsa Paz

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                                             Sincretismo interreligioso: ¿hacia dónde? 
Las Sagradas Escrituras no solo predijeron la destrucción del Templo de Salomón, la cual ocurrió en el año 70 d.C., sino también la "diáspora", expulsión del pueblo judío de la tierra prometida, que se concluyó en el año 135 d.C.
Dice claramente el Deuteronomio: "Y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Yahvé te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo" (Dt 28, 63-64).
También Jesucristo predijo ambas cosas: "Por cuanto a esto que veis (la majestuosidad del Templo), días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra (Lc 21, 6) ...Caeréis a filo de espada, y seréis llevados cautivos a todas las naciones" (Lc 21, 24).
Las dos cosas fueron permitidas por Dios contra su pueblo como un castigo por haber rechazado a su propio Hijo, por haber dado muerte al Mesías que les fue enviado. A partir de esos acontecimientos, por cerca de dos mil años Dios ha guardado silencio respecto a su pueblo permitiendo todo tipo de persecuciones.
En nuestros días, Dios ha vuelto a intervenir parcialmente a favor de los judíos. El profeta Ezequiel, entre otros, predijo que, después de la diáspora, los israelitas volverían a ser traídos por Dios a la tierra prometida: "He aquí que tomaré a los hijos de Israel de entre las naciones a donde los dispersé, y los reuniré y los volveré a traer a su tierra" (Ez 37, 21). Esa profecía se cumplió el 14 de mayo de 1948, cuando se creó el Estado de Israel. A partir de entonces comenzaron los así llamados "Últimos Tiempos", la parte final de lo que Jesucristo y San Pablo llamaron los "tiempos de los gentiles" (Rm 11, 25-26), mismos que estamos a poco de concluir para dar paso a los "tiempos del Reino", el gobierno soberano de Cristo en el mundo, que los judíos se verán obligados a aceptar debido a la traición dal falso mesías, llamado por Juan el "anticristo".
Jesús anunció claramente a sus discípulos el final de esta etapa de la historia de la salvación que estamos viviendo en la que, después de haber sido rechazado por los judíos, Dios se volvió a los gentiles para invitarnos a formar parte de su Iglesia: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan" (Lc 21, 24).
Lo que sigue ahora, después del retorno de los Judíos a Palestina, es la guerra de Gog y Magog, descrita por el profeta Ezequiel, en la que Rusia y países árabes atacarán a Israel: "He aquí que estoy contra ti, Gog, príncipe soberano de Mésec y Tubal (actual Rusia) (...) te sacaré con todo tu ejército (...) Con ellos están Persia (hoy Irán), Cus (Etiopía) y Fut (Libia), todos ellos armados con escudo y yelmo. Gómer, con todas sus tropas, y la casa de Togarma (Turquía), desde el lejano norte con todas sus tropas y muchos pueblos contigo (...) Después de muchos años invadirás un país salvado de la espada, reunido de muchos pueblos a los montes de Israel (...) En los últimos días atacarás a mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra" (Ez 38, 3-8, 16).
Pero esa guerra mundial, en la que varios países se unirán para atacar a Israel (y a Europa, según las revelaciones privadas) se frustrará y concluirá, como dice Ezequiel, con una portentosa intervención divina que extinguirá la invasión. Lamentablemente, el conflicto terminará con la firma de un falso acuerdo de paz, firmado por el personaje a quien el profeta Daniel llamó la "cuarta bestia" (denominado por San Juan el "anticristo"), el cual dominará el mundo, a partir de ese momento, durante siete años: "y por otra semana sellará un pacto con muchos" (Dn 9, 27).
Para los judíos, la shabua, "semana", no son siete días, sino siete años.
Ese gobierno mundial se construirá sobre la plataforma necesaria de una religiosidad universal falsa y unificada. Falsa por cuanto pretenderá suplantar el Reino de Cristo el cual sí será unviersal, pero de santidad, justicia y paz auténticas, fruto de reconocer la redención operada por la crucifixión de Cristo, no un reino intramundano que prescinde del Dios verdadero.
Jesucristo llamó al periodo de siete años del gobierno mundial del anticristo la "Gran Tribulación" y es la etapa en que la humanidad será purificada y preparada para su Retorno glorioso (denominado en griego Parusía), acontecimiento que cierra los tiempos de la Iglesia y de los gentiles, y da inicio a los tiempos mesiánicos del Reino de Dios en la Tierra, los verdaderos "Nuevos Tiempos".
La guerra contra Israel descrita por Ezequiel, conocida como "Guerra de Gog y Magog", y que es previa a los siete años de la Gran Tribulación, será abortada por una acción directa de Dios: "Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y los pueblos que fueron contigo (...) Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Yahvé, el Santo en Israel" (Ez 39, 4, 7).
La intervención divina para proteger a Israel revivirá en los judíos la conciencia de la elección, pero los confundirá al creer que el líder ruso aniquilado era la cuarta bestia de Daniel, y que el promotor de la paz es el mesías que ellos esperan.
Ese impostor engañará a la humanidad con un falso acuerdo de paz que se sustentará sobre la unión apóstata de las religiones. Pero, a "mitad de la semana", es decir, a los tres años y medio, el anticristo (verdadera cuarta bestia) romperá el acuerdo, proscribirá el sacrificio divino, y desatará la persecución contra todos los que no se sometieron a su gobierno: "a mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y en el ala del Templo habrá abominaciones desoladoras hasta el final, cuando la ruina decretada se derrame sobre el desolador" (Dn 9, 27).
Erróneamente, el mundo entero proclamará que la guerra ocurrida fue la batalla de Armagedón, que el milenio de bienestar ha comenzado, y que el nuevo líder surgido de las cenizas del conflicto mundial es el mesías esperado.
Pero en realidad, lo que habrá empezado es el engaño supremo, la falsa paz y, con ella, la batalla final entre el bien y el mal, entre el ungido de Satanás y el verdadero Mesías, el cual volverá realmente siete años después (al final de ese periodo de engaño y tribulación) para derrotar al anticristo e instaurar su reino de justicia, de santidad y de paz verdadera.
La falsa paz instaurada por el anticristo y su falso profeta, que estará al frente de las religiones unificadas, es un remedo de la verdadera paz que Jesucristo ofrecerá realmente a su regreso. La falsa paz es el último intento de Satanás por engañar a los hombres y perderlos bajo su seducción y dominio.
La apertura del primer sello del apocalipsis nos describe la falsa paz impuesta engañosamente por el anticristo. El sistema de la falsa paz está representado por un jinete que cabalga sobre un caballo blanco (Ap 6, 1-2). Para que la falsa paz mundial sea posible, previamente tuvo que haber una crisis global, una gran guerra de bandera falsa que unifique a todos los poderes religiosos y políticos bajo un nuevo consenso universal, y que entronice al líder que proponga esa paz mundial. Eso es precisamente el resultado que provocará la Guerra de Gog y Magog. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Miré y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer" (Ap 6, 1-2).
Después de que en el capítulo anterior del Apocalipsis el Cordero (nuestro Señor Jesucristo) recibe de su Padre el título de propiedad de toda la Tierra (Ap 5, 7), el Cordero abre el primero de los siete sellos (los primeros cuatro sellos corresponden a los llamados "cuatro jinetes del Apocalipsis").
Algunos confunden a quien monta el caballo blanco con Cristo, pero evidentemente no lo es, dado que Jesucristo es quien abre el libro sellado y no puede ser al mismo tiempo el jinete. Por otro lado, la palabra griega para describir la "corona" que este jinete conquista es stephanos, una corona que es ganada como premio. En cambio, Cristo lleva la corona que en griego se dice diadema, que es una corona real, y le es dada por ser un monarca. Además, Cristo volverá portando una espada (Ap 19, 15), mientras que el jinete del capítulo 6 porta un arco.
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El jinete montado en el caballo blanco es el anticristo perno no como individuo, al igual que los otros tres jinetes tampoco son personas concretas. Es, más bien, un sistema, una fuerza (de la falsa paz), misma que el segundo jinete (caballo bermejo) hará desaparecer con el segundo sello (Ap 6, 4), provocando las situaciones de hambre (tercer sello-jinete negro, Ap 6, 5-6) y de muerte (cuarto sello, caballo amarillo, Ap 6, 7-8) que normalmente son las dos consecuencias de la guerra. Con todo, el anticristo, y sobre todo su falso profeta, tendrán que ver con la promoción de esa paz engañosa que consiste en una concordia universal neopagana, meramente humana y ausente de la salvación operada por Jesucristo.
El jinete del caballo blanco lleva un arco, pero no flechas, lo cual revela que su conquista es por engaño, no por victorias sangrientas. Tiene una corona pero no la de un rey, sino la de alguien que detenta el poder por la astucia y el engaño. Se la adjudica.
Por otro lado, el caballo blanco que Jesucristo montará en su Parusía es un caballo de fuerza real y propia, no un sistema o una metáfora. San Juan nos dice que así descenderá Jesús para derrotar al anticristo en el Valle de Armaguedón, al norte de Israel: "Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba era llamado Fiel, el Verdadero, el que con justicia juzga y hace la guerra" (Ap 19, 11). Y los Hechos de los Apóstoles confirman que el retorno de Cristo será físico: "Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los Cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender" (Hch 1, 11). También los evangelios: "Después de la tribulación de aquellos días veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria" (Mt 24, 29 y Sin.)
Posteriormente a la Guerra de Gog y Magog, en la que intervendrán muchas naciones, el anhelo de paz servirá al anticristo de trampa satánica para posicionarse sobre el mundo. Esa "Bestia del Mar" (poder político) profetizada por Daniel, convencerá a todos de que él puede proporcionar al mundo la paz. Especialmente engañará a Israel, que desde su retorno a la tierra prometida lleva décadas deseando la paz y esperando que llegue un mesías para dársela: "y por otra semana (siete años) confirmará (el anticristo) un pacto (de Israel) con muchos" (Dn 9, 27).
Pero la falsa paz y el pacto firmado por el falso mesías en favor de Israel durarán tan solo tres años y medio ("media semana"). La falsa paz traída por el anticristo y la religión unificada del falso profeta se interrumpirá cuando el falso mesías viole el acuerdo, traicionando al pueblo judío, profanando el templo y haciéndose adorar como Dios. A partir de allí comenzará a perseguir no solo a los cristianos, sino a todos aquellos que no se sometieron a la falsa paz de su gobierno mundial, incluidos los propios judíos.
Para lograr establecer su gobierno mundial, el anticristo requiere de la unificación de las religiones. Solamente estableciendo una religiosidad universal, en la que todos los credos puedan convivir pacíficamente como hermanos, es posible establecer ese Nuevo Orden mundial. Dicha convivencia requiere que cada religión renuncie a cualquier pretensión de superioridad, y a todo aquello que pueda incomodar a las otras religiones.
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Nicolas Roerich ideó la bandera de la paz y el ojo masónico que todo lo ve en el billete de dólar
Es aquí donde entra el papel de la falsa paz y del "falso profeta" descrito por San Juan en el Apocalipsis. El anticristo es un civil, mientras que el falso profeta es un "iluminado", un taumaturgo aparentemente santo con la potestad de hacer prodigios y milagros, y cuya tarea será engañar y unificar a todas las religiones del mundo para ponerlas al servicio del anticristo.
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El falso profeta no será el anticristo, pero sí validará públicamente a éste diciendo que es el mesías esperado. Dice el Apóstol San Juan, refiriéndose a la suerte final de ambos personajes una vez que retorne Jesucristo para enfrentarlos: "Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos al centro de un lago de fuego que arde con azufre" (Ap 19, 20).
Con el falso profeta colaborará un antipapa que será incluido en el juego apóstata de unificar las religiones diciendo que todas son igualmente válidas. La misma guerra de Gog y Magog ofrecerá la excusa para prescindir de las religiones tradicionales, ya que el conflicto bélico mundial será presentado como un choque de civilizaciones entre el fundamentalismo musulmán y el occidente judeo-cristiano. Si las religiones provocan guerras, se dirá, entonces suprimamos las religiones y unámonos en una hermandad universal basada en la convivencia pacífica, la tolerancia y el amor. La nueva religiosidad no debe incomodar a nadie, por lo cual deberá excluir el Crucifijo y la Eucaristía, así como símbolos de otras religiones. Solo podrá quedar la Bandera de la Paz como símbolo de unión y concordia.
El antipapa apoyará ese movimiento de unificación de las religiones y va a liderar la "nueva iglesia", poniéndola al servicio de la falsa paz y promoviendo una serie de infidelidades contrarias a la Fe. Los mismos elegidos, subrayan las Escrituras, podrán ser engañados (Mt 24, 4).
Dice el P. Leonardo Castellani: "Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu, y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y su Falso Profeta, quien será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso pontífice".
La pseudo-Iglesia ó contra-Iglesia, predicará la democracia, la solidaridad, la tolerancia, la hermandad universal, la paz, convirtiéndose casi en una nueva religión.
Castellani opina que la advertencia a la Iglesia de Laodicea, por su indiferencia e infidelidad en la postrera época de la Iglesia, corresponde a la "gran apostasía" anunciada por San Pablo y por Jesús mismo. Por suerte, cuando habla del castigo dice "comenzaré a vomitarte" (Ap 3, 16), lo cual implica que el vómito o rechazo por parte de Dios no se consumará. Los que resistan y hagan penitencia se salvarán. Será la época de la parábola de la cizaña: cuando llega el tiempo de la siega, es cuando la cizaña se parece más al trigo.
Precisamente ese es el papel encomendado al falso profeta. El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido. La religión se mantendrá, pero adulterada; los dogmas serán vaciados de su contenido y sustituidos por idolátricas doctrinas. El Templo perdurará porque no hay que destruirlo, servirá para que allí se siente el anticristo "haciéndose adorar como Dios" (2 Tes 2, 4). Es la abominable desolación anunciada por Daniel (Dn 9, 27) y también por Jesucristo (Mt 24, 15). Pero la corrupción de la Iglesia no será total. El pseudo profeta logrará conculcar el atrio y las naves, pero el Tabernáculo o Sancta Sanctorum será preservado. La iglesia falsificada se sumará al propósito de buscar el reino en este mundo, con los medios más eficaces, por ende los más satánicos. Es la tentación del reino milenario pero sin Cristo, un cristianismo expurgado de la Cruz y que prescinde de la Parusía.
La unificación del mundo se realizará por el terror y por la mentira: el terror político y la mentira de la falsa religión, un cristianismo enteramente deformado.
Como dice Mark Christensen, "aún sin comprender los tortuosos compromisos de fe que se requieren, la idea de crear una espiritualidad única y superior resulta tan absurda como la noción de querer hacer un automóvil perfecto combinando las mejores piezas de un Cadillac, un Mercedes, un Ferrari y un Rolls-Royce".

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Según las profecías y revelaciones privadas, la unificación de las religiones se dará en una situación en que habrá "dos Papas en Roma", en un contexto idéntico al de Benedicto XVI y Francisco. Cuando haya dos Papas, habrá una repentina invasión de Rusia sobre Europa, en coincidencia con la Guerra de Ezequiel. Entonces, el Papa legítimo tendrá que huir de Roma y refugiarse, mientras que el antipapa se quedará gobernando la Iglesia.
Según San Pablo, el anticristo se manifestará una vez que el Papa legítimo sea echado fuera: "Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío" (2 Tes 2, 6-8).
En ese momento, el antipapa terminará de traicionar la fe aceptando la unificación de las religiones y renunciando a la propia identidad católica:
➢ Dice el P. Paul Kramer, "El antipapa y sus colaboradores apóstatas serán, como dijo la Hermana Lucía, partidarios del demonio, los que trabajarán para el mal sin tener miedo de nada".
➢ También están las palabras de la Virgen reveladas en La Salette a Melania: "Roma perderá la fe, y se convertirá en la sede del Anticristo".
➢ La beata Ana Catalina Emmerick, religiosa Agustina, en 1820: "Vi una fuerte oposición entre dos Papas, y vi cuan funestas serán las consecuencias de la falsa iglesia, vi que la Iglesia de Pedro será socavada por el plan de una secta. Cuando esté cerca el reino del Anticristo, aparecerá una religión falsa que estará contra la unidad de Dios y de su Iglesia. Esto causará el cisma más grande que se haya visto en el mundo".

La nueva iglesia apoyará la unificación de las religiones y la falsa paz, cumpliéndose lo dicho por Jesucristo en el sentido de que incluso los elegidos podrán ser engañados.
Solo Jesucristo es el dador de la verdadera Paz, y la suya es totalmente distinta a la que ofrecerán el falso profeta y el anticristo: "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy Yo" (Jn 14, 27).
La suya es verdadera pues proviene de la conversión del corazón y de la reconciliación con el Padre, la cual es posible porque Jesucristo nos redimió con los méritos de su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos liberó de la esclavitud del pecado y de la consiguiente falta de paz interior: "Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual fuisteis llamado en un solo cuerpo..." (Col 3, 15).
La de Jesús no es una paz de mera convivencia externa, fruto de haber renunciado a la supremacía revelada y de haber aceptado la convivencia con otros credos. La suya es interna y transformadora de la mente y del espíritu: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús" (Fil 4, 7).
La paz de Jesús no depende de un frágil equilibrio de fuerzas religiosas, sino de la gracia que Él mismo nos otorga. Fue lo primero que concedió a sus atribulados discípulos después de su Resurrección: "Paz a vosotros".
La paz de Jesús no es para todos: "No hay paz para los malos" (Is 48, 22). Está reservada para el creyente, justificado por la fe en el Señor Jesucristo: "Él es nuestra paz" (Ef 2,14).
La de Cristo es una paz que unificará verdadera e íntimamente a todos los pueblos, como en el pasado realizó ya el milagro de unificar al pueblo judío y a los pueblos gentiles en la Iglesia. Pero esa unificación se realiza en su propia Sangre y sólamente en ella: "Ahora, por la sangre de Cristo, están cerca los que antes estaban lejos. Él es nuestra paz, Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear en él un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte al odio" (Ef 2, 13-16).
Por ello, es absolutamente imposible confundir la Paz del Reino de Jesucristo, con la falsa paz del anticristo: solo la sangre de Cristo puede dar muerte al odio para posibilitar la paz y unificación humana verdaderas.
El falso profeta, cuando se manifieste, no reconocerá que Jesucristo es Dios, al contrario, se querrá situar por encima de Él pretendiendo haberlo inspirado. Mucho menos reconocerá que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, fuente de vida y de paz espiritual.
El falso profeta no predicará la santidad por la Cruz, sino una filantropía y una espiritualidad inmanentes, basadas en la idea de humanizar las estructuras del mundo mediante la solidaridad, la tolerancia y la promoción de una sola religiosidad universal neutra.
Propondrá un bienestar planetario, una armonía global fraterna en que la historia de la salvación será diluida, el Dios de la redención ignorado y la Resurrección de Cristo desconocida.
Prometerá una beatitud paradisíaca en la que bien y mal se funden en un equilibrio psicológico que se transforma en supuesta luz, mientras naturaleza, humanidad y divinidad se confunden para superar panteísticamente la frontera que las divide.
Pretenderá haber inspirado en el pasado a los distintos profetas, hombres espiritualizados y fundadores de religiones que han existido, añadiendo que ahora comenzará a ser reconocido por el mundo como el esperado por todas las religiones.
El promotor de la falsa paz, el falso profeta, será un remedo de Jesucristo y pretenderá falsificar su Retorno siete años antes de que éste acontezca.
Su amo, el anticristo, será un judío de la tribu de Dan que engañará a los propios judíos con ser el mesías prometido, por lo cual conviene recordar el reproche que Jesucristo les hizo: "Vine en nombre de mi Padre y no me habéis recibido, pero vendrá otro en su propio nombre, y a ese sí lo recibiréis" (Jn 5, 43).

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En su viaje a Tierra Santa, Francisco reverencia a judíos sionistas
El falso profeta tratará de engañar a los cristianos suplantando al mismo Cristo, remedando la Parusía: "Mirad que nadie os engañe; porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y engañarán a muchos. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aún a los escogidos." (Mc 13,5; 22).
Y también intentará engañar a las demás religiones, presentándose como el Maitreya que esperan los budistas, el Imán Mahdi que aguardan los musulmanes, la reencarnación de Krishna para los indús, el mesías anhelado por los judíos.
Sin embargo, con todo y sus "milagros" y su simulación de amor, se irá poniendo de manifiesto su falsedad y su fraude, hasta que no le quede otra cosa que secundar la persecución cruel y perversa de su señor, el anticristo.
Es preciso aclarar que Francisco no es el falso profeta al que se refiere San Juan en el Apocalipsis, pues el falso profeta se situará por encima de todas las religiones y realizará prodigios embaucadores con el poder de satanás. Pero desde luego Francisco le está preparando el camino, sobre todo al profesar una de las más graves herejías en la historia de la Iglesia, al afirmar que la alianza mosaica no fue revocada por Dios a los judíos (evidentemente en el afán de querer quedar bien con ellos).
Dice así en el número 247 de su Exhortación Evangelii Gaudium: "Una mirada especial se dirige al pueblo judío cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada". Ese texto se opone directamente a la definición dogmática solemne establecida por el Concilio Ecuménico de Florencia, y ratificada por el Papa Eugenio III, enseñada por el magisterio supremo del Papa Benedicto XIV y sostenida por el Magisterio de la Iglesia hasta nuestros días.
El mismo Jesucristo sentenció a los judíos, por rechazar al Mesías que les fue enviado: "Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos" (Mt 21, 33-46). Y cuando celebró la Pascua con sus discípulos, antes de ser asesinado en la Cruz por los judíos, dijo a sus discípulos: "Este es el caliz de mi sangre, sangre de la Nueva Alianza que será derramada por muchos". Es decir, la alianza que el Padre sella con la sangre de su propio Hijo es eterna, es definitiva y suple totalmente a la antigua alianza,; ella fue superada, y dejó de ser vigente y necesaria, gracias a la muerte y resurrección de Cristo.
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Otra herejía de Francisco, que explica totalmente la anterior, es el Irenismo, una de las tendencias modernistas que más daño ha hecho a la Iglesia. El Irenismo (del griego "Irene" = paz), es la excesiva voluntad de conciliación y diálogo en detrimento de la fe, para lo cual se diluye la propia identidad.
El término viene de la propuesta de Erasmo de querer conciliar el catolicismo y el protestantismo, pero más recientemente ha servido para impulsar la idea de lograr una unificación religiosa universal, presuntamente en pro de la paz y superadora de las diferencias que provocan entre sí las distintas religiones. El anticristo y su falso profeta serán irenistas, es decir, pacifistas, conciliadores, ecologistas y ecumenistas.
El Irenismo se desarrolla en la simulación y el no querer manifestar que existe una verdad absoluta y una religión verdadera. 

El Concilio Vaticano II condenó el Irenismo en el número 11 del Decreto Unitatis Redintegratio diciendo que "no hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso Irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto".
La verdad doctrinal y la exposición clara de toda la doctrina es esencial para la auténtica causa ecuménica e interreligiosa, la cual debe tener como meta, como decía el Papa San Juan Pablo II, "el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los cristianos" (Ut unum sint, 77).

 Un catolicismo que esconde la verdad del Dios hecho hombre en Cristo no sirve a la unidad, solo genera confusión y desconcierto.
Un irenista o contemporizador, como lo es Francisco, proclama el diálogo a cualquier precio, sin condiciones, narcotizando a sus oyentes con un lenguaje políticamente correcto pero vacío de cualquier compromiso evangelizador. Construye los más rebuscados circunloquios para evitar una postura comprometedora: "¿Quién soy yo para condenar a los gays?" (o a los masones, o a los sionistas, o a los divorciados vueltos a casar que quieren comulgar, etc...).
La herejía irenista en la Iglesia está llevando al relajamiento ideológico y ético, al deseo de no querer ser alterado por ningún problema o cuestionamiento moral. Y es lo que más contribuye a una sociedad relajada hasta el extremo del sopor relativista.
Así dijo Francisco en su discurso en El Vaticano, en junio de 2014, ante las autoridades máximas de Israel (Peres) y de Palestina (Abbas) en su acto de oración conjunta por la paz:
« Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
 Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas...
Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino.
Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. 
Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén».
Cualquiera diría que esa oración dirigida "al Señor", que Francisco pronunció flanqueado por un judío y un musulmán, es una invocación de la paz de Cristo. Pero no es así. Si analizamos a fondo, su pronunciamiento no se diferencia en nada de un discurso que nos puedan pronunciar desde una logia masónica, o desde la ONU o desde cualquier organismo mundialista u ONG de derechos humanos.
Veamos qué diferente es la doctrina del Papa Pio XII, a quien le tocó vivir el horror de la Segunda Guerra Mundial y quien escribió una encíclica dedicada a la paz (y a combatir la herejía del Irenismo):
"Tengan todos presente que el acerbo de males que en los últimos años hemos tenido que soportar se ha descargado sobre la humanidad principalmente porque la Religión divina de Jesucristo, que promueve la mutua caridad entre los hombres, los pueblos y las naciones, no era, como habría debido serlo, la regla de la vida privada familiar y públicaSi, pues, se ha perdido el recto camino por haberse alejado de Jesucristo, es menester volver a Él tanto en la vida privada como en la pública. Si el error ha entenebrecido las inteligencias, hay que volver a aquélla verdad divinamente revelada que muestra la senda que lleva al Cielo. Si, por fin, el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que encender de nuevo aquel amor cristiano, que es el único que puede curar tantas heridas mortales, superar tan tremendos peligros y endulzar tantas angustias y sufrimientos" (Carta Encíclica Optatissima pax, de 1947).
Como se puede ver, el Magisterio de la Iglesia tiene una altísima estima por la paz. El nombre mismo de este documento, Optatissima pax, es muy elocuente: "La paz tan deseada" deseo ferviente del Vicario de Cristo, ante una guerra mundial que tuvo por objetivo militar incluso a El Vaticano.
Pero tan ardiente deseo no le hizo renunciar a su identidad católica, ni le llevó a espurios compromisos. Por eso afirmó que si se llegó a los extremos tan crueles de la Segunda Guerra Mundial fue porque los hombres se apartaron de la religión divina de Jesucristo. No era, como debió haber sido, la regla de vida privada y pública. A esa religión, dijo Pio XII, es necesario volver para que se encienda nuevamente la caridad divina y se pueda sembrar la paz que proviene de lo alto.
En cambio, no es posible encontrar en la oración de Francisco nada que recuerde la supremacía impar de la religión divina de Jesucristo como fuente única de paz, esa paz que viene de Dios, Padre de nuestro Señor, y que el mundo no es capaz de dar: "Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo os la doy yo" (Jn 14, 27). El contraste es expreso y clarísimo: la de Jesucristo NO ES la paz que pretenden construir los líderes del mundo.
Lamentablemente, la propuesta de Francisco corresponde a la paz del mundo: el diálogo, la convivencia, la negociación, la tolerancia, el entendimiento superador y la hermandad interreligiosa, que no son más que una ilusión humanista, un instrumento de astucia política que se quiere sumar a la de quienes deciden en el mundo, una propuesta carente del sustento virtuoso de la religión de Jesucristo, cuya caridad divina es la única que puede mover los corazones a practicar la justicia, a perdonar, a lograr lo que ningún líder político ha propuesto y que supera incluso el deber estricto de la justicia: amar al enemigo en nombre del único Redentor.
Francisco quiere hacer ver que el Dios verdadero es el mismo que adoran o dicen adorar judíos y musulmanes. Pero nadie puede adorar al Padre eterno si no adora al Hijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Es decir, quien no proclama que Dios es el Padre del único y eterno mediador, Jesucristo, Mesías de la humanidad, simplemente no puede llegar a Dios, y mucho menos a la paz. La paz que se quiera construir sobre otro fundamento fuera de Cristo es simplemente utopía endeble, transitoria, relativa e irrisoria.
Lo que nos ha enseñado el Magisterio de la Iglesia (no las prácticas irenistas de Francisco) ha sido siempre esto: no hay paz posible si no se acepta a Jesucristo como Señor de las Naciones, y su doctrina como inspiración de las leyes de la sociedad civil. No hay paz, ni shalom ni salam que puedan valer fuera de la caridad de Cristo: será una paz de ejércitos, de acuerdos, de cementerios y campos de concentración. Será una falsa paz que llegará incluso al exterminio de los que resulten ser un obstáculo para ese entendimiento sincretista interreligioso que es fruto de la simulación irenista.
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Francisco esconde su crucifijo para no incomodar a otras religiones
El Irenismo ira llevando a cometer cada vez más actos de profanación, como hacía Bergolio al celebrar ceremonias judías y musulmanas dentro de la Catedral de Buenos Aires (a pesar de estar totalmente prohibido por la liturgia), e irá provocando más agresiones como las que sufrieron personas que querían rezar el Santo Rosario en ese templo solamente porque se celebraba una ceremonia judía. Increible.
La herejía Irenista también llevará a nuevos actos de traición a la identidad católica, como el de Francisco al visitar la tumba de Theodor Herzl, fundador del sionismo, para venerar sus restos mortales y pedir perdón por las palabras que el Papa San Pio X le dirigió en su visita a El Vaticano en 1904. El sionismo es el movimiento fundamentalista judío que inspira el terrorismo financiero mundial, y que se trazó por objetivo la apropiación de Jerusalén y Palestina para refundar allí el Estado Judío.
San Pío X le dijo claramente que la Iglesia no podía respaldar esa pretención: "La tierra de Jerusalén si no ha sido sagrada, ha sido santificada por la vida de Jesucristo. Como jefe de la Iglesia no puedo daros otra contestación. Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor. Nosotros no podemos reconocer al pueblo judío".
Luego, Herzl le insistió a Pio X sobre la extraterritorialidad, a lo que el Papa respondió: "Jerusalén no debe, a ningún precio, caer en manos de los judíos".
— Y sobre el estatuto actual, ¿qué pensáis vos, Santidad? Cuestionó Herzl.
— Lo sé, dijo el Papa, es lamentable ver a los turcos en posesión de nuestros lugares Santos. Pero debemos resignarnos. En cuanto a favorecer el deseo de los judíos a establecerse allí, nos es imposible.
Replicó Herzl que su movimiento está fundado en el sufrimiento de los judíos, y que no pretendía ninguna incidencia religiosa.
— "Bien, le contestó el Papa pero Nos, en cuanto Jefe de la Iglesia Católica, no podemos adoptar la misma actitud. Se produciría una de las dos cosas siguientes: o bien los judíos conservarán su antigua fe y continuarán esperando al mesías, que nosotros los cristianos creemos que ya ha venido sobre la Tierra, y en este caso ellos niegan la divinidad de Cristo y no los podemos ayudar, o bien irán a Palestina sin profesar ninguna religión, en cuyo caso nada tenemos que hacer con ellos. La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo y no podemos admitir que hoy día tenga alguna validez. Los judíos que debían haber sido los primeros en reconocer a Jesucristo, no lo han hecho hasta hoy".
Herzl contestó a San Pio X: "El terror y la persecución no eran ciertamente los mejores medios para convertir a los judíos".
A lo que el Papa contestó con magnánima sencillez, coherencia y grandeza:
— "Nuestro Señor vino al mundo sin poder. Era pobre. Vino en paz. No persiguió a nadie. Fue abandonado aún por sus apóstoles. No fue hasta más tarde que alcanzó su verdadera estatura. La Iglesia empleó tres siglos en evolucionar. Los judíos tuvieron, por consiguiente, todo el tiempo necesario para aceptar la divinidad de Cristo sin presión y sin violencias. Pero eligieron no hacerlo y no lo han hecho hasta hoy".
Replicó Herzl: — Pero los judíos pasan pruebas terribles. No sé si Vuestra Santidad conoce todo el horror de su tragedia. Tenemos necesidad de una tierra para esos errantes.
— A lo que Pío X le contestó: ¿Y debe ser Jerusalén?
Herzl: — Nosotros no pedimos Jerusalem sino Palestina, la tierra secular.
Y San Pío X concluyó categórico: — "Nos no podemos declararnos a favor de ese proyecto".
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Francisco venera la tumba de Theodor Herzl y pide perdón por las palabras del Papa San Pio X
Sabemos, por la Biblia y las revelaciones de Fátima, que al final trinfará el inmaculado Corazón de María, y que el Reino de Jesucristo será aceptado por todo el mundo. Pero antes vendrá el engaño de la falsa paz.
Cuando caiga toda la ficción irenista retornará el único, auténtico y eterno "Príncipe de la Paz", Jesucristo nuestro Señor. En ese momento Jesús nos devolverá, a quienes hayamos sido fieles al Magisterio, aquello que nos fue quitado temporalmente: la paz. Y nos dirá, como cuando se apareció en medio de sus discípulos que se encontraban temerosos y a puertas cerradas después de su aparente derrota en la Cruz: "La paz con vosotros" (Jn 20, 26).

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