sábado, 13 de diciembre de 2014

Imposibilitado para seguir gobernando

Imposibilitado para seguir gobernando
Enrique Calderón Alzati
L
a tragedia, la descomposición social y la impunidad asuelan nuestro país; no es de ahora, llevamos años así, décadas de vivir en una nación que no existe, que nos fue arrebatada por gobiernos perversos que en su tiempo preferimos ignorar, pensando siempre en cuentas regresivas, a cuyo final vendrían nuevos vientos que nos conducirían a un futuro mejor; confiamos en promesas que no se cumplían viendo que eran otros los que disfrutaban de lo que creíamos nuestro, aceptamos el engaño, vivimos con él, ignoramos voces de alerta, señales que presagiaban tormenta, igual con el incremento de la inseguridad que con la aplicación de políticas que nos hacían pagar errores cometidos en nombre de la modernidad y del desarrollo, sin ver beneficios por ningún lado. ¿Cuánto tiempo tenemos viviendo esta historia de engaño?
Pero esto no puede, ni podría ser eterno. A dos años transcurridos de que un nuevo grupo de bribones de por el rumbo de Toluca se hizo del poder, desplegando campañas millonarias, mancillando la voluntad de la sociedad mexicana de elegir a sus gobernantes, prostituyendo la esencia misma de la democracia, al comprar por igual votos que autoridades con el apoyo masivo de los medios de comunicación para conformar un nuevo gobierno, dispuestos a superar a sus antecesores en el saqueo del país –ellos idearon mecanismos que les permitiesen modificar las leyes para facilitarles la comisión de los delitos pactados a espaldas de la nación–, los tiempos de cambio comienzan a florecer a lo largo de amplias regiones del país.
Fue entonces, en medio del mismo acontecer cotidiano, de impunidad y corrupción desbordada y seguramente vinculado a él, que un 27 de septiembre un suceso lo cambio todo, fue el eco de los golpes, de las maldiciones, de los gritos y de los balazos que se escucharon afuera, en los confines de una pequeña ciudad del sur del país difícil de ignorar, porque fue allí donde 194 años antes dos ejércitos se encontraron para consumar la independencia de México. En materia de días, la noticia de que un grupo de jóvenes estudiantes, de una escuela rural para maestros, habían sido baleados, vejados y secuestrados por la policía del lugar, corrió por todo el país como reguero de pólvora; es cierto que no era el primer suceso de este tipo, de otros hechos similares y recientes ocurridos en varios estados había memoria, la diferencia era que ahora el salvajismo cobarde y demencial había corrido por parte de los policías del gobierno, siguiendo órdenes de más arriba.
Sin medir las consecuencias, gobierno y partidos trataron de minimizar el problema dándole largas, e incluso buscando vincular las actividades de los jóvenes desaparecidos con grupos delictivos, mientras el descontento se generaliza por buena parte del territorio y de manera especial entre los jóvenes de todo el país, que haciendo uso de las redes sociales conformaron una corriente de opinión que ha rebasado ya las posibilidades de contención del sistema. Las llamas de la indignación han cundido a otros terrenos, a partir de la fatuidad misma de la familia presidencial, dedicada a pensar en sueños de realeza palaciega, a hablar de aeropuertos propios de Dubai y de trenes meteóricos de estilo oriental, cancelados en vano intento de ocultar su modus operandi por encima de la ley, luego de negar los recursos necesarios para brindar educación a sus jóvenes de las zonas rurales, con la excusa de la falta de recursos para esos fines.
Fue entonces que ante la insensibilidad del Presidente y la ineptitud y falta de oficio de sus colaboradores, las voces y las mantas, en demanda de la renuncia del Presidente, comenzaron a ser lugar común en los actos públicos, en las manifestaciones y en las redes sociales. El desdén del Presidente y sus colaboradores hacia los padres de las víctimas y hacia la población en general han polarizado las cosas, dando lugar a un escenario en el que gobernantes, que desdeñan y amenazan al pueblo que pretenden gobernar, se aferran a sus puestos, rodeándose de tambores para amedrentar y al mismo tiempo incitar a la violencia, mientras el pueblo que ha dejado de creer en ellos, se rebela pacífico pero inmutable, convirtiendo en motivo inmediato de chacoteo cualquier proyecto anunciado desde el poder, configurando en un todo la crisis imposible del México donde no pasaba nada.
La conducta del Presidente, manifiesta en los actos de corrupción que hoy son del dominio público, lo imposibilitan de facto para seguir gobernando. Su mal ejemplo es hoy moneda de legitimación para sus colaboradores y para buena parte de los gobernadores que replican esas conductas en sus estados, haciendo de la corrupción y la violación a las leyes la forma normal y cotidiana de operación en las dependencias públicas a lo largo del territorio nacional.
Es por todo esto que la renuncia del Presidente es necesaria, mas no suficiente para resolver la crisis que vivimos. Su salida no resolvería nada si todo el andamiaje de corrupción e impunidad se mantuviese intacto. Otras acciones son igualmente necesarias luego de más de 30 años de padecer gobiernos corruptos y de propagación de sus prácticas a todo el aparato formado por las instituciones públicas. Por eso la conformación de un nuevo congreso constituyente, que retome el espíritu de la Constitución de 1917 y que garantice nuestra soberanía y nuestro desarrollo futuro en el concierto de naciones, restituyendo los derechos y obligaciones de los ciudadanos, defina un nuevo esquema de gobierno que garantice la honestidad y el compromiso de los gobernantes, se vuelve absolutamente necesario.
Debemos pasar de las manifestaciones y protestas a una nueva fase de articulación social. He expresado la necesidad de que sea la nación toda la que en una consulta nacional decida el futuro que desea, una consulta realizada por los ciudadanos sin la intervención infecta del gobierno, en la que la nación entera le diga al Presidente que no le queremos más, ni a él ni a su corte.
Un ejercicio cívico en el que los mexicanos decidamos además sobre los aspectos fundamentales que es necesario cambiar o restituir, para lo cual es necesaria la participación de organizaciones sociales que elijan los tópicos y temas en los que la sociedad deba ser consultada.
Agradezco a todos aquellos lectores que me han escrito para ofrecer su esfuerzo para la cristalización de este esfuerzo, un proyecto así tomará tiempo, por ello estaré preparando un planteamiento que presentaré en enero, adelantado sólo la propuesta para su realización el 27 de septiembre próximo.
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