La Misantropía como virtud social.
El odio
generalizado al ser humano y todo aquello que lo representa, es lo que
significa ser un misántropo. Cientos de filósofos y eruditos de todo tipo se
declararon de algún modo abiertamente misántropos a lo largo de la historia. La
misantropía a día de hoy es una tendencia en alza, una “moda” que hemos asumido
indefinidamente, odiar al ser humano por lo que es y por lo que representa,
culparlo de todos los males del mundo, de las guerras, la contaminación, la
enfermedad y el hambre, los cuatro jinetes del Apocalipsis representado en un
ser de carne y hueso, que conspira contra si mismo, como un lupus invencible.
Desde las modas se ha insertado la misantropía de forma velada década tras
década, insertándola en la población rebelde y adolescente en forma de tribu
urbana. Desde la decadencia Beat, pasando por el nihilismo de posguerra, mas
tarde el punk mas autodestructivo y posteriormente la melancolía gótica, el
grunge pasado de rosca y el azúcar envenenado del pop. Todas las tendencias han
traído algún componente de odio hacia la raza humana, poniendo en la diana de
la programación suicida toda su artillería. Drogas, decadencia, enfrentamiento
tribal, rebeldía artificial y degeneración del pensamiento libre.
Hoy nos
venden al misántropo como alguien inteligentemente culto, fino con el lenguaje
y con el encanto antisocial de un antihéroe que le hace irresistible. Un
profesional del insulto que debe ser respetado, porque el resto no esta a la
altura de su prodigiosa mente. Compramos al misántropo como un incomprendido,
que destila odio y desprecio, pero al que debemos guardar estima por sus
cuidados modos a la hora de lanzar dagas con su lengua. Nos hemos acostumbrado
tanto a odiar y despreciar al ser humano, que nos olvidamos que lo somos. Borramos
de nuestra mente lo que somos y señalamos con el dedo al resto como algo que no
nos identifica. El autodesprecio sabiamente introducido en la cultura mediática,
ha sabido evolucionar y adaptarse con el paso de las décadas, mimetizándose de
distintas formas para no ser detectado, encalleciendo nuestro corazón para no
sentir el dolor ajeno. Al final es raro no ver un informativo sin acabar
odiando a alguien, es difícil leer una noticia que no despierte nuestros más
viles instintos. Constantemente estamos odiando en nuestro día a día, salimos a
la calle cargados de odio y lo vamos derramando allí por donde quiera que
vayamos.
Malhumorados,
indignados y llenos de rencor, tomamos la calle, con el entrecejo
permanentemente arrugado, miramos con perpetua desconfianza al resto, el
rechinar de dientes se ha convertido en nuestra banda sonora, el ruido de
fondo, que acompaña nuestra misantropía. Nadie escapa al odio, es otra
herramienta de control mas, odiando centras tu atención en un enemigo concreto,
mientras existe un enemigo, es mas fácil reconducirte hacia la meta que el
sistema persigue, da igual a quien odies, finalmente ese alguien será otro
igual que tú, que fue manipulado igual que tú y que fue instruido para odiar
igual que tú. Al final, nuestra vida es un carrusel en un todos contra todos,
una forma de hombre come hombres, preparados y predispuestos a derramar toda su
hiel sobre el otro en cuanto su amo le ordene.
Estamos
tranquilos, vivimos en entornos controlados, en una falsa sensación de paz y
tranquilidad, pero con el odio latente. Es muy sencillo ver como de fácil es
pulsarnos la tecla y saltar tan alto como nos diga nuestro amo. Algunos nos
creemos al margen, exentos de influencias aborregadas, pero en cuando nos
pulsan la tecla, saltamos todo lo alto que se espera de nosotros. En nuestro
sistema operativo, la cordura, la inteligencia y la empatía, están en “off”.
Socialmente esta bien visto permitir que otros sufran, que otros iguales que
nosotros mueran por causas inútiles, por odio. Consumimos la muerte como un
entrante en nuestros menús, zapeamos entre la vileza, el desamparo y la
exclusión, vemos con una normalidad amoral la aniquilación de nuestros
hermanos, y acompañamos el café de sobremesa con la sangre de inocentes. Nos
han enseñado a odiar, somos misántropos sin léxico aparente, pero con recursos
demagógicos que justifican la inmovilidad, el consentimiento y la lógica
inhumana.
Los medios
justifican el odio y la guerra, el cine la muestra con un toque romántico e idílico,
siempre desde la visión del héroe y el patriota, que con un leguaje sin maquillaje
y artificio seria un simple genocida y asesino. Como siempre la psicopatía, la misantropía
y el nihilismo son maquillados para que disfrutemos del espectáculo, los
efectos especiales hacen que no te percates del odio que ingieres junto con tus
palomitas, y como tu conciencia va siendo poco a poco aislada, plastificada e
impermeable al sufrimiento. Todo convenientemente orquestado, para que te
identifiques con el mal, para que el villano sea el bueno de la peli, para que
todo lo inhumano sea visto con benevolencia y admiración. Ya sean vampiros,
extraterrestres, psicópatas o delincuentes, finalmente conseguirán que nos
identifiquemos con ellos y miremos con desprecio e inferioridad al ser humano,
ese humano honrado que es siempre el paria, el tonto, que aparece nada mas que
para hacer bulto, morir pronto y a ser posible rápido. Disfrutamos de la obra
de un asesino en serie y disfrutamos de los detalles perversos de su obra, nos
doctoramos con honoris causa en la autopsia seriada del crimen, nos enojamos
cuando el malo es atrapado y deseamos que el mal triunfe al final de la peli.
Es bastante sencillo comprobar como es iluminado el mal, con un halo de luz,
que tomamos como el brillo del éxito y el perfil a imitar.
Ese es el
papel que quieren de nosotros, en la historia el ser humano pasa de puntillas y
las grandes gestas que se escribieron, pusieron como héroes a cientos de
genocidas psicópatas, que odiaban a su prójimo e invadió por puro placer, la
paz de otros pueblos. Los humanos somos los extras de esta historia, el romano
con lanza que hace bulto y muere pronto, mientras que aquellos que nos explotan
toman las mieles del éxito y escriben la historia, nosotros nos conformamos con
un bocata y un refresco al final de la jornada. Ninguno seremos recordado,
ninguno aparecerá en ningún libro, jamás nos darán un premio, jamás nos
admirara nadie, somos humanos y no salimos en los títulos de crédito, en esa
mofa llamada historia de la civilización. Nos escupen su odio a la cara y
nosotros nos identificamos con ello, hablamos del humano en tercera persona y
aun así, estamos esperando que alguien nos respete y nos libere.
Estamos tan
inmersos en el autodesprecio, tenemos tanto complejo de inferioridad, nos han imbuido
tanto la misantropía en nuestra especie, que vemos la virtud en lo inhumano.
Alimentan nuestra incapacidad hasta el punto de sabernos inferiores, tener la
certeza de que no abrigamos ninguna cualidad especial y que solo somos monos un
poco más listos, nada más. Creo que ya esta bien de vivir acomplejados,
indignados y llenos de odio, de seguir encorvados mirando con respeto a quien
nos azota con el látigo, refugiándose tras etiquetas que no llevan a la
práctica, como democracia, tolerancia e igualdad. Debemos apagar esos resortes
que provocan que nos enfrentemos entre nosotros y levantar la mirada para
localizar a aquellos que golpean nuestro rostro con una mano y nos dan
palmaditas de conformidad con la otra. Trabajamos, sangramos y nos dejamos la vida,
sin recibir recompensa alguna por nuestro esfuerzo y encima no vemos ningún
gesto heroico en ello. Nos pusieron héroes foráneos o mutados, con mallas o
capa, y nos dijeron que esa era nuestra salvación, una salvación que solo llega
cuando es trabajada con las manos desnudas, una salvación que transpira el
esfuerzo netamente humano sin dioses, sin héroes, sin campeones. Hombro con
hombro, mano sobre mano, trabajando juntos por la humanidad.
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