El miedo de los judíos franceses
Jugarse la vida por cumplir con la tradición cultural y religiosa, ese es el dilema que muchos franceses se plantean en estos últimos tiempos.
El
simple hecho de portar la kipá, la pequeña gorra que cubre la cabeza de
los practicantes del judaísmo, le valió a un profesor de escuela de
Marsella el intento de asesinato con machete al grito de ¡Alá Uakbar!
(Alá es grande).
El agresor, un kurdo de Turquía de solo 16 años, no pertenece a ninguna célula islamista, según la policía, que afirma que su radicalización se operó a través de internet y las redes sociales. El debate que produjo este último acto antisemita se centró en el dilema de sentirse libre para portar un signo de identidad religiosa o cultural, o en la necesidad de ocultarlo para no arriesgar la vida: hasta ese punto llega hoy el drama que vive un país incapaz de garantizar a una parte de sus ciudadanos la seguridad para sus familias.
Tras los atentados de enero de 2015 contra la revista Charlie Hebdo, un supermercado judío y varios policías, las autoridades políticas y las diversas asociaciones promusulmanas subrayaron, sin embrago, el aumento de los actos antimusulmanes en Francia: estadística en la que entra desde una simple pintada hasta el lanzamiento de un pequeño explosivo inofensivo o la publicación de un tag en redes sociales.
Pero ese esfuerzo para intentar frenar la desconfianza hacia el islam, especialmente después de los atentados salvajes del pasado 13 de noviembre en París, está destinado también a ocultar el aumento del número de agresiones antisemitas.
Con una diferencia sustancial: en Francia varias personas fueron asesinadas en los últimos años solo por el hecho de pertenecer a la comunidad judía nacional, realidad no comparable con la absurda guerra de estadísticas que algunos pretenden enfrentar.
La comunidad judía francesa tiene miedo, miedo a que sus hijos sean objeto de ataques en el camino del colegio o en el propio colegio, miedo a utilizar sus signos religiosos cuando acuden a la sinagoga, miedo a utilizar los transportes públicos si utilizan algún signo distintivo de su cultura; seis de cada diez franceses judíos confiesan sentir miedo en su país y la reciente agresión de Marsella no va a ayudar a frenar las cifras.
Lo que más choca a un observador extranjero es la indiferencia con la que los franceses reaccionan ante las agresiones contra sus compatriotas judíos.
Si la manifestación del 11 de enero fue masiva fue, sin duda, por el impacto del asesinato de los conocidos ilustradores de Charlie Hebdo y por lo que un atentado a la libertad de expresión significaba en un país habituado a la crítica, a la mofa y a la libertad para blasfemar.
Que el asesino del supermercado judío masacrara a cuatro clientes produjo una enorme impresión, pero mucha menos solidaridad.
Existen muchos más ejemplos antes de que el autodenominado Estado Islámico declarara la guerra a Francia. Que los espectáculos de un supuesto humorista antijudío llenen los teatros, que en la capital francesa miles de personas griten en manifestación proclamas y amenazas contra los judíos, que la figura del judío siga siendo asociada al cliché de la riqueza, que el judío, en suma, vuelva a erigirse de nuevo en cabeza de turco de la crisis económica, son síntomas que a la ciudadanía francesa, en su mayoría, no le preocupan.
Los asesinatos de niños judíos por Mohamed Merah en Toulouse, en marzo de 2012, fueron jaleados por ciertos sectores que siguen justificando el terrorismo en Francia en nombre de la yihad o de la lucha por los derechos de los palestinos.
Tampoco levantó mucha solidaridad pública el secuestro, tortura y asesinato del joven judío Ilam Halimi, en 2006, víctima de una banda de 'banlieue' (gueto), dirigida por un hijo de emigrantes africanos que le eligió como víctima, con el inteligente razonamiento de que Halimi debía de ser rico, pues era judío.
La judeofobia en Francia está nutrida, según otras opiniones, también por la asociación que se hace entre la comunidad judía y el gobierno de Israel.
Que las intifadas televisadas han creado un ambiente hostil hacia Israel es un hecho, que la prensa francesa, en general, puede considerarse propalestina es evidente para cualquiera que haya vivido en este país sin taparse los ojos y los oídos en los últimos años.
Exponer una opinión pública favorable a Israel, aun siendo crítico con su gobierno, es hacer prueba de una valor considerable. El filósofo Alain Finkielkraut lo puede atestiguar. Candidato exitoso a la Academia Francesa, Finkielkraut tuvo que sufrir la oposición de algún académico o académica propalestina, como la escritora Danièle Sallenave, que no podía aceptar que un defensor del Estado de Israel entrara en la institución fundada por Richelieu en 1635.
Finkielkraut, francés, hijo de judíos polacos, hace tiempo que denuncia a su manera esta actitud en Francia: "Se está creando contra Israel y contra quienes están ligados a este país un antisemitismo temible, pues utiliza el lenguaje del antirracismo".
Desde el punto de vista político, la comunidad judía reprocha a la izquierda haber minimizado el problema desde hace tres lustros. La consecuencia es el deslizamiento del voto judío hacia las formaciones de derecha e, incluso, de extrema derecha. La desdemonización del Frente Nacional emprendida por Marine Le Pen ha conseguido borrar, casi definitivamente, el componente antisemita del partido fundado por su padre, Jean Marie. Así, el presidente de Crif (Consejo Representativo de las Comunidades israelitas de Francia), Roger Cukierman, dijo hace solo un año que Marine Le Pen era "irreprochable personalmente", afirmación que le valió una tormenta de críticas, pero que es una prueba del sentimiento de muchos judíos franceses, decepcionados con una izquierda indiferente a sus preocupaciones.
Algunas familias de franceses judíos han optado por una decisión más drástica para huir del clima de intolerancia: casi 8000 ciudadanos hicieron la Alyah (la "subida" a Israel) y se instalaron en 2015 en ese país de Oriente Medio, donde ya son la segunda comunidad de inmigrantes tras la norteamericana.
De esos miles de franceses judíos, una parte ha emprendido el viaje también por motivos económicos y huyendo de la crisis económica que vive Francia, pero el aumento del número total de franceses judíos que hacen la Alyah crece desde hace años, a medida que la comunidad se ve amenazada en su propio país y sin la solidaridad de sus conciudadanos.
El agresor, un kurdo de Turquía de solo 16 años, no pertenece a ninguna célula islamista, según la policía, que afirma que su radicalización se operó a través de internet y las redes sociales. El debate que produjo este último acto antisemita se centró en el dilema de sentirse libre para portar un signo de identidad religiosa o cultural, o en la necesidad de ocultarlo para no arriesgar la vida: hasta ese punto llega hoy el drama que vive un país incapaz de garantizar a una parte de sus ciudadanos la seguridad para sus familias.
Tras los atentados de enero de 2015 contra la revista Charlie Hebdo, un supermercado judío y varios policías, las autoridades políticas y las diversas asociaciones promusulmanas subrayaron, sin embrago, el aumento de los actos antimusulmanes en Francia: estadística en la que entra desde una simple pintada hasta el lanzamiento de un pequeño explosivo inofensivo o la publicación de un tag en redes sociales.
Pero ese esfuerzo para intentar frenar la desconfianza hacia el islam, especialmente después de los atentados salvajes del pasado 13 de noviembre en París, está destinado también a ocultar el aumento del número de agresiones antisemitas.
Con una diferencia sustancial: en Francia varias personas fueron asesinadas en los últimos años solo por el hecho de pertenecer a la comunidad judía nacional, realidad no comparable con la absurda guerra de estadísticas que algunos pretenden enfrentar.
La comunidad judía francesa tiene miedo, miedo a que sus hijos sean objeto de ataques en el camino del colegio o en el propio colegio, miedo a utilizar sus signos religiosos cuando acuden a la sinagoga, miedo a utilizar los transportes públicos si utilizan algún signo distintivo de su cultura; seis de cada diez franceses judíos confiesan sentir miedo en su país y la reciente agresión de Marsella no va a ayudar a frenar las cifras.
Lo que más choca a un observador extranjero es la indiferencia con la que los franceses reaccionan ante las agresiones contra sus compatriotas judíos.
Si la manifestación del 11 de enero fue masiva fue, sin duda, por el impacto del asesinato de los conocidos ilustradores de Charlie Hebdo y por lo que un atentado a la libertad de expresión significaba en un país habituado a la crítica, a la mofa y a la libertad para blasfemar.
Que el asesino del supermercado judío masacrara a cuatro clientes produjo una enorme impresión, pero mucha menos solidaridad.
Existen muchos más ejemplos antes de que el autodenominado Estado Islámico declarara la guerra a Francia. Que los espectáculos de un supuesto humorista antijudío llenen los teatros, que en la capital francesa miles de personas griten en manifestación proclamas y amenazas contra los judíos, que la figura del judío siga siendo asociada al cliché de la riqueza, que el judío, en suma, vuelva a erigirse de nuevo en cabeza de turco de la crisis económica, son síntomas que a la ciudadanía francesa, en su mayoría, no le preocupan.
Los asesinatos de niños judíos por Mohamed Merah en Toulouse, en marzo de 2012, fueron jaleados por ciertos sectores que siguen justificando el terrorismo en Francia en nombre de la yihad o de la lucha por los derechos de los palestinos.
Tampoco levantó mucha solidaridad pública el secuestro, tortura y asesinato del joven judío Ilam Halimi, en 2006, víctima de una banda de 'banlieue' (gueto), dirigida por un hijo de emigrantes africanos que le eligió como víctima, con el inteligente razonamiento de que Halimi debía de ser rico, pues era judío.
La judeofobia en Francia está nutrida, según otras opiniones, también por la asociación que se hace entre la comunidad judía y el gobierno de Israel.
Que las intifadas televisadas han creado un ambiente hostil hacia Israel es un hecho, que la prensa francesa, en general, puede considerarse propalestina es evidente para cualquiera que haya vivido en este país sin taparse los ojos y los oídos en los últimos años.
Exponer una opinión pública favorable a Israel, aun siendo crítico con su gobierno, es hacer prueba de una valor considerable. El filósofo Alain Finkielkraut lo puede atestiguar. Candidato exitoso a la Academia Francesa, Finkielkraut tuvo que sufrir la oposición de algún académico o académica propalestina, como la escritora Danièle Sallenave, que no podía aceptar que un defensor del Estado de Israel entrara en la institución fundada por Richelieu en 1635.
Finkielkraut, francés, hijo de judíos polacos, hace tiempo que denuncia a su manera esta actitud en Francia: "Se está creando contra Israel y contra quienes están ligados a este país un antisemitismo temible, pues utiliza el lenguaje del antirracismo".
Desde el punto de vista político, la comunidad judía reprocha a la izquierda haber minimizado el problema desde hace tres lustros. La consecuencia es el deslizamiento del voto judío hacia las formaciones de derecha e, incluso, de extrema derecha. La desdemonización del Frente Nacional emprendida por Marine Le Pen ha conseguido borrar, casi definitivamente, el componente antisemita del partido fundado por su padre, Jean Marie. Así, el presidente de Crif (Consejo Representativo de las Comunidades israelitas de Francia), Roger Cukierman, dijo hace solo un año que Marine Le Pen era "irreprochable personalmente", afirmación que le valió una tormenta de críticas, pero que es una prueba del sentimiento de muchos judíos franceses, decepcionados con una izquierda indiferente a sus preocupaciones.
Algunas familias de franceses judíos han optado por una decisión más drástica para huir del clima de intolerancia: casi 8000 ciudadanos hicieron la Alyah (la "subida" a Israel) y se instalaron en 2015 en ese país de Oriente Medio, donde ya son la segunda comunidad de inmigrantes tras la norteamericana.
De esos miles de franceses judíos, una parte ha emprendido el viaje también por motivos económicos y huyendo de la crisis económica que vive Francia, pero el aumento del número total de franceses judíos que hacen la Alyah crece desde hace años, a medida que la comunidad se ve amenazada en su propio país y sin la solidaridad de sus conciudadanos.
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