domingo, 28 de febrero de 2016

El asesinato selectivo como origen del terrorismo islamita


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El asesinato selectivo como origen del terrorismo islamita

teTras la muerte de Mahoma en el año 632, fue designado para sucederlo su discípulo Abú Bakr, convirtiéndose en el primer califa del Islam. Desgraciadamente, Mahoma no dejó claro los detalles relativos a su sucesión y fueron muchos los musulmanes que no estuvieron de acuerdo con esta decisión, considerando que Alí, el primo del Profeta, tenía muchos más méritos para ser su sucesor.
Así comenzó la pugna entre los sunitas, que es la ortodoxia musulmana y los chiitas, que son los defensores de la legitimidad de Alí, y que fueron cruelmente perseguidos por los primeros, que los consideraban herejes. Esta persecución culminó con la vil muerte de Hussein, hijo de Alí y de Fátima la hija del Profeta, el 10 de octubre del año 680, en la desproporcionada batalla de Kerbala en Irak, cuando fue atacada su caravana de 128 personas (72 hombres, 54 niños y 2 mujeres) por un ejército de más de 4,000 hombres enviado por Yazid I, segundo califa de los Omeyas, lo que marcó el rompimiento irreconciliable entre los chiitas y los sunitas.
A partir de entonces, los chiitas tuvieron su propio califa, quien recibió el apelativo de imán y se separaron por completo de los sunitas. Es precisamente en el seno de la tradición chiita donde nacen las creencias ismailíes como un cisma surgido por motivos sucesorios a la muerte del sexto imán Ya`far as-Sadiq en 765. Dicho imán había nombrado sucesor a su primogénito Ismael ibn Ya’far pero este murió unos años antes que su padre.
La parte de la comunidad chiita que más adelante formaría la rama de los imaníes decidió que le sucediera su otro hijo, Musa al-Kazim, como séptimo imán. El grupo que pasó a llamarse después ismailí, no admitió la muerte de Ismael, asumiendo que se había ocultado, quedando a la espera de su regreso como el Mahdi, un Mesías destinado a conducirlos a la victoria sobre sus enemigos. Esta rama fue cobrando fuerza poco a poco, teniendo como centro de su poder el califato fatimí, cuya sede estaba en El Cairo.
Aproximadamente 300 años más tarde, tras la muerte de otro califa fatimí, Al Mustansir en 1094, se desata otra guerra de sucesión entre sus hijos Al Musta’li y Nizar. Los ismailíes de Irán tomaron partido por Nizar quien resultó derrotado. Esto provocó una ruptura entre los seguidores de Hassan bin Sabbah, que en lo sucesivo se llamarían nizaríes y la mayoría de los ismailíes. Es en el contexto de estas luchas que cobra vigencia, la necesidad de una plaza fuerte, con un emplazamiento geográfico privilegiado, que permitiera hacer proselitismo a los nizaríes por toda Persia, lo cual se materializó con el castillo de Alamut.
Pero ¿Quién es Hassan bin Sabbah?
De acuerdo con Camacho, S. (2003) Hassan bin Sabbah fue un hombre de negocios, erudito, hereje, místico, asesino, asceta y revolucionario que podría ser considerado como inventor oficial del terrorismo. Nació en Persia, la actual República Islámica de Irán, alrededor del año 1034 en el seno de una familia acomodada de origen yemení. De niño, el hombre que años más tarde sería considerado como la encarnación de Dios en la Tierra, fue un diligente estudiante de teología, un celoso talibán, que en su juventud viajó a Egipto, donde abrazó la doctrina chiita y aprendió a cuestionar el dogma islámico. Concluyendo en que el mundo se transforma mediante acciones y que las creencias son distracciones inútiles, usadas para esclavizar a las masas.
El castillo Alamut reunía todas las condiciones, era la plaza fuerte ideal para la secta que fundó, los ismailíes nizaríes, más tarde conocidos como los hashishins, de donde deriva la actual palabra asesinos. Existen muchas historias sobre los ritos iniciáticos de los hashishins, y del llamado “jardín legendario de los placeres terrenales”, lugar que desempeñó un papel estelar en éstos ritos. Cuyo fin era crear el marco adecuado para un impactante rito iniciático que asegurase de por vida la lealtad absoluta de los nuevos acólitos. Se habla de pociones conteniendo hachís e ingredientes psicotrópicos diversos, así como orgías que incluían la práctica de sofisticadas técnicas sexuales.
Los hashishins combinaban las doctrinas exotéricas y esotéricas del islam. Hassan era practicante de la alquimia y estudioso del sufismo, una de las denominaciones del aspecto místico del islam. De modo que parte del plan de estudios iniciáticos implicaba el dominio de métodos ocultos para alcanzar planos más altos de conciencia, algo que ya se practicaba en otra mítica sociedad de asesinos profesionales, los ninja japoneses. Concomitante a la preparación mental, se aprendía cómo matar eficazmente mediante el veneno o la daga. Los iniciados eran entrenados concienzudamente, recibían clases de todo tipo de materias que pudieran serles útiles para su cometido, aprendían varios idiomas, así como el modo de vestir y las maneras propias de comerciantes, monjes y soldados. Un seguidor de Hassan podía adoptar con éxito la identidad de cualquier persona.
Ante de Hassan el asesinato político era una práctica extendida en el Islam. El propio Profeta en su día señaló a determinados individuos manifestando que “no merecían vivir”, en espera de que sus seguidores entendieran la indirecta. El mundo musulmán de la Edad Media era un entorno confuso en el que la autoridad siempre pasaba a manos de aquellos que tenían la voluntad y la osadía necesarias para tomarla y retenerla mediante la violencia o la astucia. La práctica sistemática del asesinato fue la novedad introducida por Hassan, como elemento primordial de su estrategia, para alcanzar determinadas metas mediante extirpación quirúrgica de ciertos elementos clave de la escena militar y política.
Tras la muerte del sah de Persia, el sultán Mailk, la secta sofisticó sus métodos, convirtiendo el asesinato en una especie de arte, desarrollando técnicas audaces e imaginativas, en las que el veneno y la daga eran sustituidos por sofisticadas trampas y técnicas que permitían al asesino alcanzar su objetivo por muy protegido que éste estuviera. Los ideólogos y estrategas de los hashishins eran intelectuales que preferían utilizar la persuasión, en lugar de mujeres y niños. Cautivaron algunas de las mentes más distinguidas de Oriente Medio para emplearlas como profesores en sus escuelas o como consejeros en asuntos mundanos. Esta sabia combinación de mano de hierro en guante de terciopelo sirvió para que, la mayor parte de la población de Persia profesora las creencias ismailíes.
Sin embargo, a medida que sus hazañas eran conocidas en todo el mundo árabe, Hassan fue convirtiéndose en un personaje muy misterioso y reservado, que vivió el resto de su vida por voluntad propia confinado entre los muros de la fortaleza Alamut. Llevaba una vida propia de un asceta, consagrado a la mística y la redacción de tratados teológicos. La ambición expansionista que caracterizaba a la secta, así como los medios que empleaba, no se debía a una ambición personal de Hassan, sino a su condición de creyente profundamente devoto de la fe ismailí, que quería convertir en la única corriente imperante en el Islam.
Hassan bin Sabbah falleció en 1124, a la edad de 90 años. La dinastía selyúcida tomó de nuevo el control en Persia, lo que acarreó una nueva oleada de asesinatos. El nuevo sultán, decidió marchar contra Alamut, despertando una mañana con una daga clavada en la almohada. Ante este hecho hizo un pacto con los “asesinos” otorgándoles autonomía a cambio de reducir sus fuerzas militares y la no injerencia en los asuntos de Estado.
Fue para esta época que Marco Polo llegó a las proximidades de Alamut y se enteró de la existencia de la orden, por lo que la incluyó en el relato de sus viajes, logrando que su fama se extendiera por toda Europa. Los hashisins sobrevivieron más de cien años tras la muerte de Hassan, hasta que Alamut fue finalmente sitiada y conquistada en 1256 por los mongoles al mando de Halaku Kan, hijo de Gengis Kan. Tras la caída, la mayoría de los supervivientes del grupo se vieron forzados a la clandestinidad, manteniendo sus creencias y tradiciones en estado latente. En la actualidad, los ismailíes nizaríes todavía existen, y están liderados por el Aga Kan, una de las figuras progresistas del Islam.
Como vemos, Hassan bin Sabbah es una de esas figuras que perdura a través del tiempo, manteniendo su vigencia con el enriquecimiento de las sucesivas generaciones, que son un fiel reflejo de la situación de cada época. Es también un precedente de primera mano para comprender esa devoción fanática y suicida que hoy causa preocupación, temor, desorientación y a veces hasta frustración en el mundo no musulmán.
Por Alfredo De La Cruz

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