Durante los últimos años, el peligro de que el Estado belga se caiga a pedazos se ha hecho presente en varias ocasiones. Un ejemplo de ello son los conflictos entre la región de habla flamenca, en Flandes, y la de habla francesa, Valonia, que han llevado al país al límite de sus fuerzas. Y aparentemente la lucha antiterrorista solo empeora la situación.
La periodista belga Béatrice Delvaux dijo días atrás lo siguiente: “Algo va mal en nuestro país”. El Gobierno tampoco está en su mejor momento, pues los ministros de Justicia y del Interior ofrecieron su dimisión tras los atentados. Pese a ello, el presidente Charles Michel no las aceptó. Con esta acción, el Gobierno busca proyectar que ante la adversidad, se encuentra más unido.
Asimismo, la presidencia reconoce que con motivo de las investigaciones tras los atentados terroristas en París y Bruselas, las autoridades belgas han trabajo con una pobre coordinación. Los críticos culpan al federalismo que, debido a una serie de reformas, ha propiciado un estado disfuncional.
La realidad es que el federalismo debería solucionar los problemas entre ambas regiones, que desde hace décadas lleva arrastrando el clima político del país. En 1993, Bélgica se transformó oficialmente en un Estado Federal, derivándose así muchas competencias de Bruselas hacia las regiones. Pero la rivalidad y desconfianza prevalecieron entre las diferentes zonas del país. Como ejemplo están los 541 días sin gobierno después de las elecciones de 2010, pues los partidos flamencos y valones no lograron un acuerdo para concretar una coalición.
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