Aborto: ¿regulación o despenalización?
La reciente regulación legal del
aborto en Argentina reafirma el papel central de médicos y hospitales
en la aplicación concreta de dicho derecho. Lo que da pie a las autoras a
resaltar la importancia de las redes de apoyo mutuo para abortar y el
peligro de la regulación de dicho derecho por el Estado sea utilizada no
solo ajenos a la lucha feminista sino perjudiciales a la misma.
16/11/16 · 7:47
Desde hace ya varios años en Argentina, el gospel del movimiento de mujeres,
entre otros, canta a voz en cuello un eslogan, que si bien justo, no
deja de ser por lo menos inquietante. “Aborto legal en el hospital” ha
sido el buque insignia durante décadas de lucha por la legalización de
la interrupción voluntaria del embarazo en esta región. Y ello sin
demasiada reflexión crítica sobre la sustancial diferencia entre
despenalizar y regular legalmente, y su posible utilización para fines
no solo ajenos a la lucha feminista sino perjudiciales a la misma.
Para quienes crean en las brujas, recuerden que es menester tener precisión en el deseo antes de formular el hechizo. Quienes no, alcanza con leer el cuento La Pata de Mono de Jacobs. O simplemente baste recordar que el hospital es uno de los espacios de encierro de la ya clásica sociedad disciplinar cuando no uno de los dispositivos predilectos –aunque no privativos– de emergencia del poder patriarcal.
En Argentina desde el fallo judicial a favor de Natividad Frías de 1966 –contra el médico que viola el secreto profesional al denunciarla a los poderes represivos por un aborto en curso–, la corporación médica parecía no arriesgarse a ejercer su rol policíaco más explícito contra las mujeres. Sin embargo, en la actualidad y desde 2006, se vienen produciendo casos aislados de violación del secreto profesional.
Si pensamos en el caso Eichmann, en la tesis de Hanna Arendt acerca de la banalidad del mal, no es ocioso suponer que el hospital –como uno de los dispositivos de subjetivación del cuerpo como paciente– y del médico –como agente de control, normalización y corrección–, tengan como unas de sus funciones privilegiadas, junto con la universidad, formar profesionales para ejercer esta labor de denuncia de la autonomía de los cuerpos no hetero-cis-biovarón. Todo ello de la manera más eficiente posible por el bien de todos para llevar adelante la tarea de la mejor manera posible. No olvidemos que Argentina cuenta con la particularidad de ser uno de los países con mayor índice de violencia obstétrica, es decir, hay un porcentaje exagerado de cesáreas innecesarias en comparación con el promedio mundial.
María del Carmen Brion, una feminista ama de casa –como le gusta decir públicamente para provocar– a finales de los años 80, en su libro El parto de la hembra humana denuncia a la corporación médica –especialmente a los 'obstetras'– como proxenetas que se lucran con el cuerpo de las parturientas al programar cesáreas por conveniencia temporal y por motivos pecuniarios, que ponen en riesgo el cuerpo de las mujeres. Por caso, “obstetricia” tiene la misma raíz de “obstruir”, ob+sto, “estar de pie delante de alguien”, “impedir”. Pero no solo la carga semántica de la etimología de dicha profesión cubre de sombras todo el panorama revulsivo de “aborto legal en el hospital” tal como le gusta predicar a buena parte de la inaudible izquierda sudamericana –que al mismo tiempo se opone a que el Estado tutele otras cuestiones, como el trabajo sexual, sin terminar de entenderse bien por que interrumpir un embarazo en el hospital es correcto pero contar con una ley que regule la venta de servicios sexuales favorece el proxenitismo–. Sino también la genealogía de una disciplina que nace a partir de experimentar especialmente con los cuerpos en vida y sin anestesia de mujeres afrodescendientes esclavizadas.
Es la truculenta historia de Anarcha, Lucy y Betsy, tres mujeres torturadas por el Dr. Sims, médico-investigador, precursor gineco-obstetra, que practicó en ellas hasta 30 operaciones sin anestesia, para el bien de la humanidad –blanca– y para obtener supuestos avances médicos civilizatorios. Bajo tortura y violación nació el antepasado del actual espéculo contemporáneo y algunas posiciones, entre ellas la que es usual en el parto medicalizado y en la revisación ginecológica, que se atribuyen a este psicópata del siglo XIX, todavía hoy honrado como promotor de la salud.
Denuncia a la corporación médica como proxenetas que se lucran con el cuerpo de las parturientas al programar cesáreas por conveniencia y por motivos pecuniarios
La predica por la legalidad de ciertos fenómenos forma parte de la infantilización de las cotidianidades individuales –especialmente la de la 'mujer', este artefacto político que somos– por los mismos comités de bioética que en la actualidad dictaminan por sobre la ley misma cuando no debe realizarse un aborto no punible ya que la sobreviviente del abuso estaba ebria en el momento de ser violada. Por ejemplo, la ley argentina actual contempla como legal un aborto si se tratase del resultado de la violación de “mujer demente o idiota”.
Entonces cabe preguntarse ¿cuáles son los motivos por los que todos los procesos biológicos están medicalizados?, ¿por qué es deseable nacer, morir y abortar en hospitales de maneras controladas que en nada obturen el producir constante de la maquinaria?, ¿por qué se supone, entonces, que lo mejor que se nos puede otorgar es la posibilidad de que uno de estos descendientes acríticos de una pesada herencia de carniceros nos practique un aborto en una de estas instituciones?, ¿si cuando parimos nos vejan, como ha sido extensamente denunciado por el feminismo, cuando abortemos qué nos harán?
Quizás el aborto, junto con los partos y ciertas defunciones, no deberían ser procesos medicalizados mecánicamente. Al menos, no bajo la mirada biologicista y patologizadora de la medicina tal como hasta la fecha se enseña y es ejercida por la mayor parte de las personas que ostentan un título habilitante. No por nada Foucault afirma que en una época determinada y en una sociedad concreta, la enfermedad es todo aquello que se encuentra práctica o teóricamente medicalizado.
Así, la medicina enferma lo que toca y otorga
poderes mutiladores a quienes la ejercen, como se demuestra en los casos
de reasignación de sexo. O como ocurre en la operación de diagnóstico
de personas trans o de personas con variaciones sobre el standard de
normalidad genital, neurológico o del paradigma capacitista a quienes la
medicina produce –para su empoderamiento o lo contrario– como
intersexuales, neurodivergentes o discapacitadxs. Antes de pedir que
cualquier proceso deba realizarse en el hospital de manera obligatoria
como panacea y solución de las muertes por abortos en pauperrimas
condiciones, necesitamos hablar de la violencia institucional,
de la crudeza de la violencia obstétrica y de la corporación médica,
brazo armado del régimen farmacopornográfico. Necesitamos hablar de esos
irracionales agentes que desconocen cómo acompañar procesos biológicos
diversos, y que carecen de información válida y de cualquier capacidad
empática que les permita compartir y construir –de manera interconectada
con los cuerpos en cuestión– una plena autonomía de decisión.
A la vera de la tan temida clandestinidad surge en toda Latinoamérica un movimiento feminista de alcances sociales sin precedentes: acompañantes voluntarias y 'ad honorem' de cuerpos abortantes que intervienen en la situación minimizando las violencias inherentes al dispositivo médico hospitalario y a la genealogía de la disciplina gineco-obstétrica. Esta red, que no es ni la primera ni la única experiencia de alcances feministas, detiene el juicio moral. Ya había existido en EE.UU. No obstante la diferencia entre ambas es que la viralidad molecular del “socorrismo” actual, tal es su nombre, está hecha de una ética de la singularidad –que requiere un cuerpo dado en el aquí y ahora– y una trama tejida que suponen incluso prácticas de cuidado y apoyo mutuo entre quien aborta y quien acompaña. Uno de sus más grandes logros excede por mucho el para nada simple acompañamiento de un proceso penalizado por esta civilización: el socorrismo nos ha enseñado a todas a estar más unidas, a ser mejores feministas, a no delatarnos, a ejercer el poder sin dominación de maneras descentralizadas, anónimas, confrontativas sin perder la 'ternuridad'. Una suerte de movimiento luddita actual contra las tecnologías adoctrinantes de biogestión del poder imperial que cree en la medicina y en la ciencia como los fieles mesiánicos creen en el Dios cristiano: sin reservas y sin cuestionamientos.
A la vera de la tan temida clandestinidad surge en toda Latinoamérica un movimiento feminista de alcances sociales sin precedentes: acompañantes voluntarias
En este panorama, no es del orden de la ciencia ficción si no del cálculo del juego de las estrategias que anticipan movidas, hay que pensar qué va a ser de esas redes si se legaliza el aborto en las condiciones que tenemos hoy. ¿Qué sería de las migrantes, las sin papeles, de quienes abortan en el segundo trimestre, las reincidentes, las menores de edad –tanto las que quieren abortar como las que no, contra la voluntad familiar–, las locas, las borrachas, las discapacitadas, las que aún saben cómo usar procedimientos ancestrales pero ingresan al hospital para cerciorarse que están fuera de riesgo? ¿Qué sería de todos los abortos que se hagan desafíando el estrecho marco de esa ley –que incluye desde causalidades hasta límites temporales– y de quienes los acompañen, promocionen, promuevan o faciliten, todos lexemas favoritos de las sociedades de control para imputarle un crimen a un acto de cariño revolucionario?
La leyenda cuenta que las mujeres en Brasil, como brujas contemporáneas, mediante prueba y error, experimentaron con drogas de la industria farmacológica hasta dar con el Misoprostol cuyo nombre comercial por parte del laboratorio Beta es Oxaprost. Este descubrimiento es el fruto de la reapropiación de un protector gástrico como método abortivo autogestivo.
Sin embargo, no todo el Misoprostol que se utiliza es Oxaprost comprado bajo receta médica, sino que una buena cantidad se consigue mediante todo tipo de apoyos a nivel mundial para que a nadie le falte cuando sea necesario el insumo. ¿Qué será de quienes tengan tal material en sus casas? ¿Qué delito se les imputaría? ¿Narcotráfico? ¿Ejercicio ilegal de la medicina? ¿Intento de homicidio? ¿Asociación ilícita? La imaginación judicial es mucho más nutrida cuando se trata de encarcelar mujeres que se solidarizan con mujeres o cuerpos con úteros gestantes que intentan ser soberanas sobre sus cuerpos. Por caso, Silvia Federici nos alerta a lo largo de toda su obra que la disputa se encuentra sobre los territorios singulares liberados de los controles estatales que producen, desde tiempos de la Inquisición, la subjetividad-denuncia que tenemos hoy.
Lo fantástico de este escenario es que operaría a través del pánico agitado por la vía del Bien. So pretexto de no hacer peligrar la vida de las 'buenas' mujeres que quieran abortar ahora que es legal, tanto esta red socorrista como las malas abortantes serían el chivo expiatorio perfecto, puesto que buena parte de la población suscribe el mito de la modernidad de que 'con las legalidades se terminan las violencias' y que todo tiempo futuro es mejor. Más aun, el ámbito universitario solo habla de aborto en medicina legal, dado que contar con un conocimiento feminista o acompañante sobre el aborto no parece ser necesario para graduarse en la Argentina, y en ninguna parte del mundo, no ya como profesional médico, sino de cualquier tipo de profesión.
Además,es menester recordar que las legalidades también abren negocios, la relación ley-mercado aguarda su momento para emerger con cada supuesta conquista de derechos. Por ejemplo, tal como denuncian las activistas agremiadas en torno al libre ejercicio del trabajo sexual, hay toda una industria del rescate montada a su alrededor con la idea de 'rescatar víctimas', incluso cuando se trata de personas ejerciendo su derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Asimismo, en esta tensión entre legal e ilegal, se producen nuevas exclusiones e industrias que después permiten que personas graduadas cobren abultados sueldos para salvar a las 'víctimas'. ¿Por qué se cree que el ejercicio de la medicina legal es mejor que estas prácticas comunitarias, ancestrales, colectivas, feministas y extramorales pero afianzadamente éticas?
Las legalidades también abren negocios, la relación ley-mercado aguarda su momento para emerger con cada supuesta conquista de derechos
Si el sistema médico se encuentra ahí para aleccionar a las brujas que el catolicismo no pudo quemar, abortar es, y tal vez siga siempre siendo, una desobediencia muy grande a la subjetividad creada de lo significa SER MUJER dentro del régimen heterosexual.
Se ha probado 'in extenso' que las restricciones judiciales y la injerencia estatal en las vidas cotidianas de las personas mediante penalidades jamás han detenido/impedido a nadie el realizar aquello que se propone. Así como el trabajo sexual, sea penado o perseguido, se realiza, nadie ha dejado nunca de abortar –o de acompañar a alguien que desea abortar– aunque la ley lo contemple, o no, dentro de ciertos marcos. Este tipo de legalidades, tal como están vehiculizadas, lo único que logran es arrojarnos a mayores riesgos y destruir los lazos de solidaridad. También logran subjetivarnos, como la Inquisición nos enseñó, en la desconfianza y el temor paranoico de las unas contra las otras, donde todas somos posibles denunciates y potenciales denunciadas, arrastradas por los flujos de resentimiento propios de las formaciones narcistas yoicas del individuo de la modernidad. Por otra parte el aborto no es un accidente, no es algo que ocurre una sola vez en la vida, no se 'erradica' con mayor educación e información, sino que forma parte de una práctica donde hay líquidos seminales –estas prácticas a veces son heterosexuales y a veces no–. Tampoco debería ser vivido como una catástrofe. Para decirlo claramente, el aborto es el último método anticonceptivo de emergencia desde que el tiempo es tiempo.
Tal vez el rol de la medicina sea acompañar al socorrismo que ya existe, y no al revés, aportar saberes cuando algo se complica, asistir una urgencia cuando la hubiera, detener un peligro, aportar silenciosamente, sin prédicas ni moralinas sin opiniones excepto las técnicas, los recursos que hagan falta –ecografía, receta, medicación, DIU–, acompañar las decisiones de las personas sin ser jueces acerca de qué es lo sano y qué es lo enfermo, aprender en los márgenes de los márgenes. La transformación no surgirá nunca del sistema médico, sino de las poblaciones que recuperan el control sobre sus cuerpos. Control que la hegemonía médica les arrebató para crear esta miseria afectiva en la cual somos sumidas sin restricciones y donde el socorrismo es una fuga cuando no la posibilidad del derecho inapelable a hacer con nuestros cuerpos lo que se nos dé la gana. Es decir abortar alegremente en cualquier lugar sin temor institucional.
Para quienes crean en las brujas, recuerden que es menester tener precisión en el deseo antes de formular el hechizo. Quienes no, alcanza con leer el cuento La Pata de Mono de Jacobs. O simplemente baste recordar que el hospital es uno de los espacios de encierro de la ya clásica sociedad disciplinar cuando no uno de los dispositivos predilectos –aunque no privativos– de emergencia del poder patriarcal.
En Argentina desde el fallo judicial a favor de Natividad Frías de 1966 –contra el médico que viola el secreto profesional al denunciarla a los poderes represivos por un aborto en curso–, la corporación médica parecía no arriesgarse a ejercer su rol policíaco más explícito contra las mujeres. Sin embargo, en la actualidad y desde 2006, se vienen produciendo casos aislados de violación del secreto profesional.
Si pensamos en el caso Eichmann, en la tesis de Hanna Arendt acerca de la banalidad del mal, no es ocioso suponer que el hospital –como uno de los dispositivos de subjetivación del cuerpo como paciente– y del médico –como agente de control, normalización y corrección–, tengan como unas de sus funciones privilegiadas, junto con la universidad, formar profesionales para ejercer esta labor de denuncia de la autonomía de los cuerpos no hetero-cis-biovarón. Todo ello de la manera más eficiente posible por el bien de todos para llevar adelante la tarea de la mejor manera posible. No olvidemos que Argentina cuenta con la particularidad de ser uno de los países con mayor índice de violencia obstétrica, es decir, hay un porcentaje exagerado de cesáreas innecesarias en comparación con el promedio mundial.
María del Carmen Brion, una feminista ama de casa –como le gusta decir públicamente para provocar– a finales de los años 80, en su libro El parto de la hembra humana denuncia a la corporación médica –especialmente a los 'obstetras'– como proxenetas que se lucran con el cuerpo de las parturientas al programar cesáreas por conveniencia temporal y por motivos pecuniarios, que ponen en riesgo el cuerpo de las mujeres. Por caso, “obstetricia” tiene la misma raíz de “obstruir”, ob+sto, “estar de pie delante de alguien”, “impedir”. Pero no solo la carga semántica de la etimología de dicha profesión cubre de sombras todo el panorama revulsivo de “aborto legal en el hospital” tal como le gusta predicar a buena parte de la inaudible izquierda sudamericana –que al mismo tiempo se opone a que el Estado tutele otras cuestiones, como el trabajo sexual, sin terminar de entenderse bien por que interrumpir un embarazo en el hospital es correcto pero contar con una ley que regule la venta de servicios sexuales favorece el proxenitismo–. Sino también la genealogía de una disciplina que nace a partir de experimentar especialmente con los cuerpos en vida y sin anestesia de mujeres afrodescendientes esclavizadas.
Es la truculenta historia de Anarcha, Lucy y Betsy, tres mujeres torturadas por el Dr. Sims, médico-investigador, precursor gineco-obstetra, que practicó en ellas hasta 30 operaciones sin anestesia, para el bien de la humanidad –blanca– y para obtener supuestos avances médicos civilizatorios. Bajo tortura y violación nació el antepasado del actual espéculo contemporáneo y algunas posiciones, entre ellas la que es usual en el parto medicalizado y en la revisación ginecológica, que se atribuyen a este psicópata del siglo XIX, todavía hoy honrado como promotor de la salud.
Denuncia a la corporación médica como proxenetas que se lucran con el cuerpo de las parturientas al programar cesáreas por conveniencia y por motivos pecuniarios
La predica por la legalidad de ciertos fenómenos forma parte de la infantilización de las cotidianidades individuales –especialmente la de la 'mujer', este artefacto político que somos– por los mismos comités de bioética que en la actualidad dictaminan por sobre la ley misma cuando no debe realizarse un aborto no punible ya que la sobreviviente del abuso estaba ebria en el momento de ser violada. Por ejemplo, la ley argentina actual contempla como legal un aborto si se tratase del resultado de la violación de “mujer demente o idiota”.
Entonces cabe preguntarse ¿cuáles son los motivos por los que todos los procesos biológicos están medicalizados?, ¿por qué es deseable nacer, morir y abortar en hospitales de maneras controladas que en nada obturen el producir constante de la maquinaria?, ¿por qué se supone, entonces, que lo mejor que se nos puede otorgar es la posibilidad de que uno de estos descendientes acríticos de una pesada herencia de carniceros nos practique un aborto en una de estas instituciones?, ¿si cuando parimos nos vejan, como ha sido extensamente denunciado por el feminismo, cuando abortemos qué nos harán?
Quizás el aborto, junto con los partos y ciertas defunciones, no deberían ser procesos medicalizados mecánicamente. Al menos, no bajo la mirada biologicista y patologizadora de la medicina tal como hasta la fecha se enseña y es ejercida por la mayor parte de las personas que ostentan un título habilitante. No por nada Foucault afirma que en una época determinada y en una sociedad concreta, la enfermedad es todo aquello que se encuentra práctica o teóricamente medicalizado.
A la vera de la tan temida clandestinidad surge en toda Latinoamérica un movimiento feminista de alcances sociales sin precedentes: acompañantes voluntarias y 'ad honorem' de cuerpos abortantes que intervienen en la situación minimizando las violencias inherentes al dispositivo médico hospitalario y a la genealogía de la disciplina gineco-obstétrica. Esta red, que no es ni la primera ni la única experiencia de alcances feministas, detiene el juicio moral. Ya había existido en EE.UU. No obstante la diferencia entre ambas es que la viralidad molecular del “socorrismo” actual, tal es su nombre, está hecha de una ética de la singularidad –que requiere un cuerpo dado en el aquí y ahora– y una trama tejida que suponen incluso prácticas de cuidado y apoyo mutuo entre quien aborta y quien acompaña. Uno de sus más grandes logros excede por mucho el para nada simple acompañamiento de un proceso penalizado por esta civilización: el socorrismo nos ha enseñado a todas a estar más unidas, a ser mejores feministas, a no delatarnos, a ejercer el poder sin dominación de maneras descentralizadas, anónimas, confrontativas sin perder la 'ternuridad'. Una suerte de movimiento luddita actual contra las tecnologías adoctrinantes de biogestión del poder imperial que cree en la medicina y en la ciencia como los fieles mesiánicos creen en el Dios cristiano: sin reservas y sin cuestionamientos.
A la vera de la tan temida clandestinidad surge en toda Latinoamérica un movimiento feminista de alcances sociales sin precedentes: acompañantes voluntarias
En este panorama, no es del orden de la ciencia ficción si no del cálculo del juego de las estrategias que anticipan movidas, hay que pensar qué va a ser de esas redes si se legaliza el aborto en las condiciones que tenemos hoy. ¿Qué sería de las migrantes, las sin papeles, de quienes abortan en el segundo trimestre, las reincidentes, las menores de edad –tanto las que quieren abortar como las que no, contra la voluntad familiar–, las locas, las borrachas, las discapacitadas, las que aún saben cómo usar procedimientos ancestrales pero ingresan al hospital para cerciorarse que están fuera de riesgo? ¿Qué sería de todos los abortos que se hagan desafíando el estrecho marco de esa ley –que incluye desde causalidades hasta límites temporales– y de quienes los acompañen, promocionen, promuevan o faciliten, todos lexemas favoritos de las sociedades de control para imputarle un crimen a un acto de cariño revolucionario?
La leyenda cuenta que las mujeres en Brasil, como brujas contemporáneas, mediante prueba y error, experimentaron con drogas de la industria farmacológica hasta dar con el Misoprostol cuyo nombre comercial por parte del laboratorio Beta es Oxaprost. Este descubrimiento es el fruto de la reapropiación de un protector gástrico como método abortivo autogestivo.
Sin embargo, no todo el Misoprostol que se utiliza es Oxaprost comprado bajo receta médica, sino que una buena cantidad se consigue mediante todo tipo de apoyos a nivel mundial para que a nadie le falte cuando sea necesario el insumo. ¿Qué será de quienes tengan tal material en sus casas? ¿Qué delito se les imputaría? ¿Narcotráfico? ¿Ejercicio ilegal de la medicina? ¿Intento de homicidio? ¿Asociación ilícita? La imaginación judicial es mucho más nutrida cuando se trata de encarcelar mujeres que se solidarizan con mujeres o cuerpos con úteros gestantes que intentan ser soberanas sobre sus cuerpos. Por caso, Silvia Federici nos alerta a lo largo de toda su obra que la disputa se encuentra sobre los territorios singulares liberados de los controles estatales que producen, desde tiempos de la Inquisición, la subjetividad-denuncia que tenemos hoy.
Lo fantástico de este escenario es que operaría a través del pánico agitado por la vía del Bien. So pretexto de no hacer peligrar la vida de las 'buenas' mujeres que quieran abortar ahora que es legal, tanto esta red socorrista como las malas abortantes serían el chivo expiatorio perfecto, puesto que buena parte de la población suscribe el mito de la modernidad de que 'con las legalidades se terminan las violencias' y que todo tiempo futuro es mejor. Más aun, el ámbito universitario solo habla de aborto en medicina legal, dado que contar con un conocimiento feminista o acompañante sobre el aborto no parece ser necesario para graduarse en la Argentina, y en ninguna parte del mundo, no ya como profesional médico, sino de cualquier tipo de profesión.
Además,es menester recordar que las legalidades también abren negocios, la relación ley-mercado aguarda su momento para emerger con cada supuesta conquista de derechos. Por ejemplo, tal como denuncian las activistas agremiadas en torno al libre ejercicio del trabajo sexual, hay toda una industria del rescate montada a su alrededor con la idea de 'rescatar víctimas', incluso cuando se trata de personas ejerciendo su derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Asimismo, en esta tensión entre legal e ilegal, se producen nuevas exclusiones e industrias que después permiten que personas graduadas cobren abultados sueldos para salvar a las 'víctimas'. ¿Por qué se cree que el ejercicio de la medicina legal es mejor que estas prácticas comunitarias, ancestrales, colectivas, feministas y extramorales pero afianzadamente éticas?
Las legalidades también abren negocios, la relación ley-mercado aguarda su momento para emerger con cada supuesta conquista de derechos
Si el sistema médico se encuentra ahí para aleccionar a las brujas que el catolicismo no pudo quemar, abortar es, y tal vez siga siempre siendo, una desobediencia muy grande a la subjetividad creada de lo significa SER MUJER dentro del régimen heterosexual.
Se ha probado 'in extenso' que las restricciones judiciales y la injerencia estatal en las vidas cotidianas de las personas mediante penalidades jamás han detenido/impedido a nadie el realizar aquello que se propone. Así como el trabajo sexual, sea penado o perseguido, se realiza, nadie ha dejado nunca de abortar –o de acompañar a alguien que desea abortar– aunque la ley lo contemple, o no, dentro de ciertos marcos. Este tipo de legalidades, tal como están vehiculizadas, lo único que logran es arrojarnos a mayores riesgos y destruir los lazos de solidaridad. También logran subjetivarnos, como la Inquisición nos enseñó, en la desconfianza y el temor paranoico de las unas contra las otras, donde todas somos posibles denunciates y potenciales denunciadas, arrastradas por los flujos de resentimiento propios de las formaciones narcistas yoicas del individuo de la modernidad. Por otra parte el aborto no es un accidente, no es algo que ocurre una sola vez en la vida, no se 'erradica' con mayor educación e información, sino que forma parte de una práctica donde hay líquidos seminales –estas prácticas a veces son heterosexuales y a veces no–. Tampoco debería ser vivido como una catástrofe. Para decirlo claramente, el aborto es el último método anticonceptivo de emergencia desde que el tiempo es tiempo.
Tal vez el rol de la medicina sea acompañar al socorrismo que ya existe, y no al revés, aportar saberes cuando algo se complica, asistir una urgencia cuando la hubiera, detener un peligro, aportar silenciosamente, sin prédicas ni moralinas sin opiniones excepto las técnicas, los recursos que hagan falta –ecografía, receta, medicación, DIU–, acompañar las decisiones de las personas sin ser jueces acerca de qué es lo sano y qué es lo enfermo, aprender en los márgenes de los márgenes. La transformación no surgirá nunca del sistema médico, sino de las poblaciones que recuperan el control sobre sus cuerpos. Control que la hegemonía médica les arrebató para crear esta miseria afectiva en la cual somos sumidas sin restricciones y donde el socorrismo es una fuga cuando no la posibilidad del derecho inapelable a hacer con nuestros cuerpos lo que se nos dé la gana. Es decir abortar alegremente en cualquier lugar sin temor institucional.
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