Constitución contra participación. Artículo de Josemari Lorenzo Espinosa
Constitución contra participación
El
próximo día 6, los españoles conmemoran (algunos incluso celebran) el
día de su Constitución. Lo hacen por el referéndum del 6 de diciembre de
1978. Cuando los herederos del franquismo, puestos de acuerdo,
sometieron al pueblo con un texto constitucional. Que pronto va cumplir
cuarenta años. Hace casi cuarenta años, siete hombres redactaron este
texto, que luego fue aceptado por el Parlamento. Con alguna honrosa
excepción. Entre las cuales nosotros nos acordamos, sobre todo, de
Ortzi. Luego, el mismo texto, fue votado por los ciudadanos, a pesar de
sus evidentes contradicciones y precariedades.
Los
siete magníficos ponentes, eran casi unos desconocidos, para la
mayoría. No sobresalían especialmente, por su carisma, o sus cualidades
políticas o profesionales. Pero tenían una “virtud”. Eran obedientes al
partido que les había puesto en sus listas y a los líderes del partido,
que les habían designado la alta encomienda, de dar cuerpo legal al
Estado postfranquista. Había tres representantes del tardo-franquismo de
UCD, (Herrero de Miñón, Cisneros, Pérez Llorca), uno del felipismo
socialdemócrata antimarxista (Peces-Barba), otro del PCE carrillista, a
punto de pasarse al PSOE (Solè Turà), un regionalista catalán (Miquel
Roca). Que, con los años, defendería a la hija del rey. Y un franquista
(Fraga), que apenas necesita presentación. Pero del que se debe decir,
al menos, que había salido indemne de su cohabitación con Franco. Y,
después, de la responsabilidad por la masacre del tres de marzo en
Gasteiz.
A
pesar de que estos siete firmaron el anteproyecto, la Constitución se
cocinó, en realidad, entre los caldos y manteles de algunos célebres
figones madrileños. Y las directrices y componendas constitucionales, se
consumaron principalmente entre los dos partidos mayoritarios, la UCD y
el PSOE. Y mas concretamente en negociaciones secretas, de Abril
Martorell con Alfonso Guerra. Siempre en contacto directo con sus jefes
Suárez y González. Los siete magníficos se limitaron a dar cuerpo
jurídico, a los acuerdos de salida controlada del franquismo, amañados
entre los grandes, desde los llamados Pactos de la Moncloa (1977).
Firmados, entre otros inolvidables, por el PNV de Ajuriaguerra.
Mas de la mitad
Pero
la lista de encomendados tenía mas defectos de fábrica. El primero, y
mas escandaloso, que entre los 7 ponentes, no hubiera ninguna mujer. Lo
que resulta bastante impresentable cuando, en justa proporción, deberían
de haber estado cuatro, al menos. Si tenemos en cuenta que en aquel
momento había censadas unos 19 millones de éllas. Sobre un total de 37
millones. O sea, algo mas de la mitad. ¿Curioso…?
Sobre
todo lamentable. En aquellas mentalidades, pertenecientes al
patriarcalismo franquista, que hicieron la transición, y que votaron a
su favor, la mujer seguía siendo poco mas que el descanso del guerrero.
Y, desde luego, menor de edad política.
Tampoco
había ningún negro, ningún obrero o campesino, ningún homosexual,
ningún nacionalista vasco, catalán o gallego, ningún anarquista, ningún
objetor de conciencia, ningún ex-preso político, ningún desahuciado por
hipotecas, ningún pensionista, ningún parado, ningún interino, ningún
estafado por los Bancos…etc. etc.
Es
decir, un amplio espectro social. Mas de la mitad del censo, con
problemas muy graves, no tenía ningún representante directo entre los
redactores de la Constitución. Lo cual, a lo mejor explica bastante por
qué, tantos años después, persistirían corrergidos y aumentados los
mismos grandes problemas sociales y económicos.
La democracia de los partidos
¿A
quién representaban entonces, los siete?. Obviamente, no a la
complejidad social y real, del momento. No a las demandas de verdadera
democracia, exigida por los ciudadanos. Ni a las reivindicaciones
nacionalistas de los territorios ocupados, desde el s. XVIII o XIX.
Tampoco a un interés por abordar y corregir las graves injusticias
económicas y sociales, del capitalismo. Representaban, sobre todo, a los
partidos que les habían encomendado el trabajo. Representaban a quienes
esperaban salir de la dictadura, con una reforma aparente del Estado.
Olvidándose de la ruptura democrática necesaria, para cambiar las cosas.
Como
es evidente, el cuadro que componían los padres de la gran ley dejaba
bastante que desear, en cuanto a una verdadera representatividad. La
ponencia constitucional fue de todo, menos democrática. Sus miembros,
habían sido elegidos por los partidos, para formar en las listas
cerradas. Es decir, el procedimiento habitual, y defectuoso del
partidismo electoral. Que no es otra cosa que una perversión de la
democracia representativa. No por nada, en el primer Congreso
“democrático”, el que aprobó la Constitución, había todavía 76
parlamentarios que habían sido antes procuradores en Cortes con la
dictadura franquista.
La
democracia de los partidos consiste en elegir, por razones de
fidelidad, a los candidatos. Encerrarlos en un papel en fila india,
detrás de un líder. Y luego, obligar al elector a votarlos a todos. De
modo que, lo que votan (los que votan) es a una lista. Amañada y
cerrada. De la que apenas saben, o les suena, algo de dos o tres
nombres. Y a eso lo llaman democracia representativa. Cuando solo es una
perversión de la verdadera representatividad.
Con
esa “representatividad” se engendró la Ley, que se conmemora el seis de
diciembre. Y todo lo que luego vino. Nadie se sorprenderá, por tanto,
al saber que la ponencia constitucional actuó en el mas absoluto
secreto. Sin público, sin periodistas, sin debates que transcendieran,
sin informar de nada a los interesados. Ni siquiera al Congreso, que
tenía su propia Comisión Constitucional. Mas bien de adorno. Esto es,
manteniendo a los demás en la minoría de edad política, que habían
tenido en el régimen anterior. Y solo comunicándose con sus superiores
de partido.
La sociedad muda
¿Qué
pasa con todo esto? Pues que la democracia constitucional, derivada de
la Constitución, con el tiempo, con el demasiado tiempo transcurrido, se
ha convertido en democracia constituida. Lo cual se opone directamente a
democracia participativa. Y si añadimos las intervenciones de los
gobiernos y las sentencias antidemocráticas del Tribunal constitucional,
tenemos un buen ejemplo de como además, una Constitución puede
transformarse en dictadura.
La
democracia constitucional del 78, es una democracia capitalista. Y no
puede ser verdadera democracia. No lo es, en la medida en que ha sido
constituida por una minoría no representativa. Y, lo poco de
participativo que pudo tener, desapareció con rapidez a medida que el
tiempo y la pirámide demográfica se actualizaban. Y hoy, en 2016,
arrastra el escándalo, que a nadie parece importar mucho, de no haber
sido votada por mas del 64% del censo electoral. Ellos constituyen la
mayor parte de lo que Vázquez Montalbán llamaba “la sociedad muda de los votantes“.
Los
nacidos después de 1960 no han podido votar la Constitución. Ni
entonces, ni nunca. Y entre estos, están gentes tan célebres como el
Jefe del Estado, la vicepresidenta del gobierno o muchas de las actuales
señorías parlamentarias. O sea, algunos de esos que hablan siempre de “la democracia que nos hemos dado“. Aunque, en realidad, es la que les han dado sus padres.
La
democracia constitucional (de la que, por cierto, se ha derivado el
casposo patriotismo constitucional, de los franco-conversos) se opone
frontalmente a la democracia participativa. Por el hecho de que depende
de un texto férreo e inamovible. Intocable y consensuado, hace cuarenta
años, en secreto y por una minoría. Y redactado y aprobado por lo que
hoy es una gerontocracia. E impuesto, sin mas, a las siguientes
generaciones. Ya que nunca ha sido consultado a mas del 64% del censo.
Un alto porcentaje, sin derecho a voto constitucional, que ha ido
subiendo cada vez mas, hasta llegar a ser la mayor parte de la sociedad
muda.
Rechazos constitucionales
Además
de lo citado, que de por si es escandaloso, hay otro asunto sobre la
aceptación real del documento del 78. La aprobación de la Constitución, a
la salida de un régimen dictatorial y después de 40 años sin poder
votar, no fue entusiasta precisamente. Lo que tenía que haber sido una
fiesta de la democracia participativa, con un abrumador SI al texto, se
quedó en un renqueante aprobado. Los datos de aceptación del referéndum,
no fueron demasiado memorables. Ni deberían ser tan celebrados ahora.
Los
votos Sies, fueron solo el 59 % del censo electoral. De unos 26,6
millones de electores, solo 15,7 aprobaron la Constitución. Se
abstuvieron casi 8 millones. Y mas de 2 dijeron NO directamente, votaron
en blanco o nulo. Todo esto, después de una campaña brutal de auténtica
presión en la television, la prensa, los carteles etc. Donde el
discurso político del poder recordaba, multiplicado por cien, las
coacciones ideológicas del franquismo.
El
modelo electoral se había convertido desde la Transición y el 15-J en
un show circense, copia del modelo americano de majoretts con banda de
música. Al que se atraía al elector, como a una fiesta, sin niguna
información crítica ni debate político alguno. Solo para vaciarle la
conciencia política, que le quedaba. Y para aplaudir el discurso cerrado
y jaleado de los candidatos. Saliendo en la foto de los dientes.
El
caso vasco fue aún mas significativo. El rechazo, en la CAV, fue algo
mas que una cifra. La abstención (propugnada entre otros por el PNV, a
pesar de los piropos constitucionales de algunos, como Manuel Irujo)
junto a los noes, nulos y blancos, sumaba casi 1,1 millones. Cuando el
censo, en el tercio vascongado, era de algo mas de 1,552 millones. Y en
Nafarroa, mas de 361 mil. En el conjunto vasco (CAV mas Nafarroa) el
rechazo fue importante: la abstención total fue del 55% y los Noes,
nulos y blancos el 14%. Lo que deja solo un 31% de votos a favor. Y
entre las provincias que mas rechazaron el muro constitucional, en el
Estado, estaban las gallegas y las vascas.
Claro
que la caverna mediática sigue diciendo que como los navarros no son
vascos y que los votos nulos o en blanco, así como las abstenciones, no
cuentan….Pues, “ajo y agua”. Otra cosa es que, algunos como el PNV,
después de no querer la Constitución cambiaran de idea y se abrazaran al
“provechoso” Estatuto. Con todas sus fuerzas.
En
todo caso digan lo que digan, los que leen las cosas desde España, de
lo que no pueden presumir, ni entonces ni ahora, es de un apoyo
incondicional, ni vasco, ni español, a su llave maestra.
Elegida una sola vez
En
todo este proceso, el paralelismo con Franco es sorprendente y
tentador. El generalísimo fue también elegido. Aunque casi nadie lo
sepa. Lo fue una sola vez. En 1936, en un barracón militar en Salamanca,
por sus compañeros de armas. Y con eso le bastó. Le eligieron. una sola
vez, para dirigir una guerra y se quedó para siempre, en su eterna
postguerra.
Con
la Constitución pasa algo parecido. Fue votada una sola vez. Y fue
elegida por menos del 60% de los llamados a filas. Sin embargo, se ha
quedado a vivir entre nosotros. Contra nosotros. Y, sobre todo, contra
las generaciones presentes. Que entonces eran las futuras.
Se
ha quedado, tal vez para siempre, como quería, y seguro que quiere
todavía, Felipe Gónzalez. Lo dijo Alfonso Guerra, exultante, “la izquierda ha conseguido la Constitución mas progresista de Europa”. Y Simón Sánchez Montero, mito del PC antifranquista: “La Constitución culmina mi lucha por las libertades”.
Mientras Santiago Carrillo pedía el SI, bajo pena de ex-comunión a los
comunistas. Y González, uno de los principales beneficiarios, de aquel 6
de diciembre, declaraba entusiasmado, después del referéndum: “Ojalá dure cien años“.
Nadie
hablaba de la cruel crisis de identidad, por la que estaban atravesando
entonces los militantes del PSOE o del PCE. Después de tantos años de
cárcel y proscripción. Que tuvieron que aceptar el pacto de sus líderes,
con la derecha reformista. Que se vieron obligados a reconocer al
sistema capitalista, y aceptar la monarquía, instaurada por Franco, como
“motor del cambio” y ponerla al frente del Estado y de las fuerzas
armadas. Que tras oponerse a la integración española en el Mercado Común
capitalista, apoyaron los deseos de la oligarquía de la globalizacion. O
que recibieron órdenes para enfrentarse, sin contemplaciones, a las
reclamaciones de independencia de los pueblos sometidos. Cuando hasta
entonces desfilaban, o se fotografiaban, detrás de pancartas por la
Autodeterminación.
Qué es España?
La
Constitución salvó el sistema capitalista español y la monarquía,
legados del franquismo. Garantizó la continuidad de los negocios, la
explotación de los trabajadores y la desigualdad social. Entregó la
Jefatura del Estado a la casa de Borbón, para siempre. Y también aseguró
la inquebrantable unidad de España. Al controlar el mapa autonómico
desde la centralidad politica y la encomienda al Ejército.
La
preocupación enfermiza por salvar a España, se reflejó en los debates
parlamentarios. La palabra España se repitió 1.286 veces, según el
Diario de Sesiones, en el debate constitucional del Congreso. Seguida a
mucha distancia, por la de Euskadi-País Vasco con 387 o Catalunya con
366. Y solo es una prueba de la escasa seguridad que el concepto España,
ofrecía a sus señorías. Y de la necesidad de reafirmarlo en cada
intervención.
La
Constitución no define qué es España. Se limita a reconocer su
“existencia”, pero no define su “ser”. El art. 1 afirma que España “se constituye en un Estado social y democrático de derecho..” Pero esto es una función. No una definición. No define qué es España, en cuanto nación.
Parece
que evita, a propósito, por su dificultad evidente, la definición
nacional de España. Aunque constata que existe como Estado. Y de este
reconocimiento de estatalidad, que no nacionalidad, pasa sin
justificación al concepto de “soberanía nacional“,
adjudicándolo sin mas al pueblo español. Y, una vez que ha colado el
concepto de soberanía nacional, además de un Estado, España se convierte
en una patria: “la patria común e indivisible de todos los españoles“.
Pero todas las definiciones de España, que aparecen en la Constitución,
son funcionales. Ninguna es esencial. Luego, según la Ley, España
existe, pero no es.
La consecuencia de esta inseguridad es el apoteósico art. 2. Donde se reafirma “la unidad de la nación española“,
aunque también se admite la existencia de otras nacionalidades (sin
citarlas por su nombre), pero sin derechos nacionales. Lo que
representa, de un lado, el reconocimiento tácito de la ocupación y
anulación de los derechos nacionales, de otros pueblos del Estado. Y de
otro, un caso improbable de doble nacionalidad.
Si
los integrantes de las nacionalidades reconocidas, en este art. 2,
tienen una calificación nacional (que se oculta en la ley) por este
reconocimiento. También tienen otra por su obligación de ser españoles.
No es extraño que Solé Tura, uno de los ponentes, dijera de este
artículo 2, que simbolizaba el conjunto de contradicciones con que
estaba hecha la Constitución.
En
todo caso, la Constitucion refleja el miedo a la disolución natural de
España, o de lo que sea, para dar paso a los territorios nacionales
históricos y naturales. Impedidos desde el s. XVIII (Catalunya) y el XIX
(Euskadi). Porqué si no existiera este problema de indefinición y
contradicciones constitucionales, se habría de encomendar a las FFAA (
en el artículo 8) la defensa de la integridad territorial, en un momento
en que se quería mantener al Ejército franquista, lo mas alejado
posible de la intervención política.
Tiene futuro la Constitución?
Si
fuese verdad, como dice la Constitución, que el pueblo es soberano la
respuesta sería fácil. La Constitución no tiene ningún futuro. Porque el
“pueblo soberano” acabará con ella, mas pronto que tarde. Pero esto, en
las circunstancia actuales, es pura demagogia. Como la que se encuentra
en el discurso electoral de cualquier partido.
Lo
cierto es que la Constitución es una fuerza colosal legalizada, que se
ha escapado durante cuarenta años de la voluntad y decisión ciudadana,
para quedar en manos de los principales partidos. Que son los únicos
constitucionalistas interesados, como es lógico dada su condición de
principales beneficiados.
En
las múltiples elecciones, que hemos tenido que soportar durante 2016,
los programas de los partidos políticos estatales no permiten esperar
nada bueno. Desde el PP que ha sido el mas votado y no contempla ninguna
reforma de la Ley. Hasta Ciudadanos, que apenas mencionaba algunas
variaciones tácticas. Sobre todo, para reforzar el centralismo español y
sujetar a las autonomías. Ninguno de lo dos consentirá, de ninguna
manera, reformas de calado que afecten a los intereses de la derecha.
Bien defendidos en la Constitución.
El
progrma del PSOE apuntaba, como mucho, a un tímido progreso en la
reforma territorial. Pretendiendo llamar Estado Federal, a lo que ahora
es Estado autonómico. Sin que eso signifique el reconocimiento factual
de las naciones ocupadas. Tampoco las mejoras asistenciales, que
proyectaba, hubieran significado algún cambio importante en la
estructura social o económica del Estado.
Podemos,
por su parte, señalaba la necesidad de algún cambio. Pero siempre en la
línea de mantener el texto como la base de convivencia. Y reconociendo,
agradecido, la labor de los constituyentes del 78. Aspectos previstos,
en la formación de Pablo Iglesias, como la reforma de la Justicia, una
nueva ley electoral, la lucha contra la corrupción o el reconocimiento
del derecho a decidir, eran otros tantos intentos de continuidad del
capitalismo asistencial y la descentralización territorial, acordados en
la Transición.
Tan
solo Izquierda Unida planteaba la necesidad de cambiar las leyes
antiguas y de proponer una nueva Constitución. Esta vez con mayor
participación popular y un debate a fondo de todas las cuestiones que
nos afectan. Pero sin tener la fuerza necesarial, para poder influir en
el resto de formaciones.
El
panorama, por lo tanto, es pesimista respecto a la posibilidad de
acabar con un texto constitucional, que no representa nada de lo que
dicen sus defensores. Por ahora, es impensable que las cosas cambien
mucho, salvo que las fuerzas de izquierda y los independentistas (si
queda alguno) estén dispuestos a algo mas que a viajar en el AVE, hasta
Madrid y cobrando dietas.
Josemari Lorenzo Espinosa
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