El gobierno israelí financió la creación de la sección local de Amnistía Internacional
El gobierno israelí financió la creación de la sección autóctona de
Amnistía Internacional en los años sesenta y setenta para convertirla en
un instrumento dócil al servicio de su imagen internacional, según
documentos oficiales revelados por el diario Haaretz. El presidente de
la ONG cobraba y recibia instrucciones del Ministerio israelí de Asuntos
Exteriores.
Los documentos, añade el diario, fueron obtenidos por el Instituto Akevot para la Investigación del Conflicto Palestino-Israelí y no dejan lugar a dudas de que, al menos durante esos años, Amnistía Internacional fue un instrumento al servicio del sionismo.
El periodista que firma el reportaje expone que en cualquier situación de guerra, Amnistía Internacional siempre se pone del lado de los opresores. Israel pagó a los miembros de Amnistía Internacional centenares de libras en billetes de avión en vuelos al extranjero, les indemnizaron las dietas y gastos de desplazamiento, los derechos de inscripción así como el mantenimiento de las oficinas centrales.
Por si no fuera suficiente, el Mossad infiltró a uno de sus agentes dentro de la dirección de la ONG, a pesar de lo cual los sionistas acusan a la organización de “antisemitismo”.
Entre 1974 y 1976 Yoram Dinstein, que presidía la sección israelí de Amnistía Internacional, mantuvo una vínculo muy estrecho con el gobierno. Dinstein, que era profesor de Derecho Internacional y llegó a dirigir la Universidad de Tel Aviv, procedía del Ministerio de Asuntos Exteriores, habiendo ejercido como cónsul de Israel en Nueva York.
Una de sus tareas al frente de Amnistía Internacional consistía en informar al Ministerio puntualmente de cada una de las actividades que la organización llevaba a cabo, así como de sus contactos.
Aunque la sección isaraelí se creó en 1964, su actividad creció tras un informe de 1969 sobre la situación de los presos palestinos en las cárceles israelíes, que al año siguiente dio lugar a la comparecencia del ministro de la Policía, Shlomo Hillel, en el Parlamento, en la que manifestó que el gobierno de Israel “no confiaba en la buena voluntad de Amnistía Internacional ni en su corrección”.
Un informe interno del Ministerio sostenía que la sección israelí de la ONG era una mujer, Bella Ravdin, que vivía en Haifa y con la que se mantenían en contacto. Radvin cobraba del gobierno, que le pagaba también sus viajes y le daba instrucciones sobre lo que debía hacer y decir en los congresos ionternacionales. Incluso el Ministerio recomandaba ampliar y reforzar la sección local de Amnistía Internacional porque el trabajo que realizaban era importante para lavar la cara al Estado de Israel en el exterior.
Por sí misma, la tarea del Ministerio no era suficiente; necesitaban una ONG, es decir, un montaje “no gibernamental”. Para ello Dinstein trató de crear un instituto de derechos humanos dentro de la Universidad de Tel Aviv financiado por el Ministerio. Sin embargo, no aceptaron el dinero que pedía, 100.000 libras, por lo que el plan no prosperó.
Entonces el Ministerio reorganizó Amnistía Internacional, adscribiendo cuatro juristas para dirigirla, pero no fue suficiente y en 1974 Dinstein tuvo que hacerse cargo personalmente de llevar las riendas. En la reunión en la que fue elegido estaba presente el funcionario del Ministerio encargado de las tareas enlace con la ONG. Se trataba del director adjunto Sinai Rome.
Dinstein redactó los estatutos, legalizó Amnistía Internacional y empezó a pedir dinero sin descanso para pagar los gastos de funcionamiento de la organización, que acabó siendo un portavoz encubierto de los sionistas. Cada uno de los pasos, incluso el contenido de la correspondencia, era consultado previamente con el Ministerio.
Cuando el periodista de Haaretz se pone en contacto con Dinstein para preguntarle por los contactos con el Ministerio, tan impropios de una organización “no gubernamental”, miente inicialmente, hasta que le presenta las pruebas. Entonces dice que no se acuerda...
Los documentos, añade el diario, fueron obtenidos por el Instituto Akevot para la Investigación del Conflicto Palestino-Israelí y no dejan lugar a dudas de que, al menos durante esos años, Amnistía Internacional fue un instrumento al servicio del sionismo.
El periodista que firma el reportaje expone que en cualquier situación de guerra, Amnistía Internacional siempre se pone del lado de los opresores. Israel pagó a los miembros de Amnistía Internacional centenares de libras en billetes de avión en vuelos al extranjero, les indemnizaron las dietas y gastos de desplazamiento, los derechos de inscripción así como el mantenimiento de las oficinas centrales.
Por si no fuera suficiente, el Mossad infiltró a uno de sus agentes dentro de la dirección de la ONG, a pesar de lo cual los sionistas acusan a la organización de “antisemitismo”.
Entre 1974 y 1976 Yoram Dinstein, que presidía la sección israelí de Amnistía Internacional, mantuvo una vínculo muy estrecho con el gobierno. Dinstein, que era profesor de Derecho Internacional y llegó a dirigir la Universidad de Tel Aviv, procedía del Ministerio de Asuntos Exteriores, habiendo ejercido como cónsul de Israel en Nueva York.
Una de sus tareas al frente de Amnistía Internacional consistía en informar al Ministerio puntualmente de cada una de las actividades que la organización llevaba a cabo, así como de sus contactos.
Aunque la sección isaraelí se creó en 1964, su actividad creció tras un informe de 1969 sobre la situación de los presos palestinos en las cárceles israelíes, que al año siguiente dio lugar a la comparecencia del ministro de la Policía, Shlomo Hillel, en el Parlamento, en la que manifestó que el gobierno de Israel “no confiaba en la buena voluntad de Amnistía Internacional ni en su corrección”.
Un informe interno del Ministerio sostenía que la sección israelí de la ONG era una mujer, Bella Ravdin, que vivía en Haifa y con la que se mantenían en contacto. Radvin cobraba del gobierno, que le pagaba también sus viajes y le daba instrucciones sobre lo que debía hacer y decir en los congresos ionternacionales. Incluso el Ministerio recomandaba ampliar y reforzar la sección local de Amnistía Internacional porque el trabajo que realizaban era importante para lavar la cara al Estado de Israel en el exterior.
Por sí misma, la tarea del Ministerio no era suficiente; necesitaban una ONG, es decir, un montaje “no gibernamental”. Para ello Dinstein trató de crear un instituto de derechos humanos dentro de la Universidad de Tel Aviv financiado por el Ministerio. Sin embargo, no aceptaron el dinero que pedía, 100.000 libras, por lo que el plan no prosperó.
Entonces el Ministerio reorganizó Amnistía Internacional, adscribiendo cuatro juristas para dirigirla, pero no fue suficiente y en 1974 Dinstein tuvo que hacerse cargo personalmente de llevar las riendas. En la reunión en la que fue elegido estaba presente el funcionario del Ministerio encargado de las tareas enlace con la ONG. Se trataba del director adjunto Sinai Rome.
Dinstein redactó los estatutos, legalizó Amnistía Internacional y empezó a pedir dinero sin descanso para pagar los gastos de funcionamiento de la organización, que acabó siendo un portavoz encubierto de los sionistas. Cada uno de los pasos, incluso el contenido de la correspondencia, era consultado previamente con el Ministerio.
Cuando el periodista de Haaretz se pone en contacto con Dinstein para preguntarle por los contactos con el Ministerio, tan impropios de una organización “no gubernamental”, miente inicialmente, hasta que le presenta las pruebas. Entonces dice que no se acuerda...
http://www.haaretz.com/israel-news/.premium-1.777770
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