lunes, 15 de mayo de 2017

GARY WEBB Y LAS DROGAS DE LA CIA


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GARY WEBB Y LAS DROGAS DE LA CIA


Cada subcultura posee sus propios símbolos. La conspiración no es diferente: tiene sus mesías, sus falsos profetas y, sobre todo, sus mártires, aquellos que en el algún momento se enfrentaron al poder establecido para oponerse a la barbarie y a la injusticia.
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Este periodista estadounidense nacido en 1955 dedicó buena parte de su carrera a revelar las pruebas que demostraban la implicación de la CIA en el tráfico internacional de drogas. Con el capital obtenido por esta actividad –tan ilegal como amoral–, el servicio de inteligencia estadounidense financiaba toda clase de operaciones clandestinas, incluida la creación de grupos armados en diferentes lugares del planeta.
Webb empezó a trabajar en la redacción del diario californiano San Jose Mercury News en 1988, pero hasta 1996 no comenzó a publicar las primeras informaciones sobre la vinculación de la CIA con el narcotráfico. El periodista entrevistó a numerosos traficantes y a agentes del Departamento Estadounidense Antidrogas (DEA) para sus exclusivos reportajes, que causaron una honda conmoción en la sociedad estadounidense. Casi al mismo tiempo, comenzó a sufrir una violenta campaña de desprestigio con el objetivo de destruir su reputación. Importantes medios de comunicación, muy vinculados al poder, llegaron a publicar informaciones sobre su vida privada. A causa de las enormes presiones que tuvo que soportar, acabó abandonando el periódico en 1997. Desde entonces no volvió a encontrar empleo en un diario. En 1999 reunió todo el material que había ido recopilando y publicó un libro titulado La alianza oscura, en el que denuncia cómo los barrios más pobres de EE UU fueron inundados de crack con el propósito de surtir de dinero fácil a la CIA. Webb ganó en dos ocasiones el Premio Pulitzer, el más prestigioso galardón que puede recibir un profesional del periodismo. Pero eso no impidió que el 10 de diciembre de 2004 fuese encontrado muerto en su domicilio con dos impactos de bala en la cabeza.
Tenía 49 años y dejaba tres hijos y esposa. Según el informe policial, Gary se había suicidado, aunque no aclaraba cómo alguien puede dispararse una segunda vez en la nuca cuando el primer tiro le había destrozado la cara y dañado el cerebro.

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