Randy Alonso Falcón. – Fue una patética
puesta en escena en el Teatro Manuel Artime de la llamada Pequeña
Habana. Como escenografía, una caterva de viejos resentidos, la rémora
de la derrotada brigada mercenaria y par de asalariados de los que
tienen por estos lares, salpicada de algún joven que ni siquiera sabe
que Cuba es un archipiélago. Como teloneros, Diaz-Balart, Marcos Rubio,
el gobernador Rick Scott y el vicepresidente Mike Pence.
Tras varios anuncios y desanuncios, Donald Trump llegó a Miami para
hacer el lanzamiento de su “nueva” política hacia Cuba, envuelta en el
celofán de la ultraderecha más retrógrada y con un terrible olor a
pasado-derrota.
En su autoloa en inglés, el Senador Rubio contaba sus encuentros con
el inquilino de la Casa Blanca para impulsarle a tomar el rumbo de las
acciones anticubanas. En cada una de esas ocasiones, dijo el
congresista, Trump nunca dejó de mencionar a la Brigada 2506, la
desmoralizada brigada invasora de Bahía de Cochinos, en cuya sede de
Miami hizo su promesa electoral de cambiar la política hacia Cuba si
ganaba la Casa Blanca. Todo un símbolo de lo que se proponen y de cuál
debe ser su destino.
¡USA!¡USA!¡USA! clamaban los asistentes y agitaban banderitas del
imperio, como para dejar claro cuales eran los signos vitales de los
allí reunidos. Para que después, en medio del discurso presidencial, un
violinista devenido en “héroe de ficción” tocara un desafinado himno de
la nación del norte y reafirmara que las esperanzas de todos esos
“combatientes por la libertad”, durante estas seis décadas, ha sido que
Washington les haga el trabajo.
Trump llegó a la escena con sonrisa de jurado del Miss Universo y
ciertas poses de “dueño del mundo”. No tuvo más remedio que hablar de
las víctimas del más reciente tiroteo en la violenta sociedad que
preside, para después intentar dar lecciones de “derechos humanos” a uno
de los países más seguros del mundo.
Habló de amor a Miami y a sus amigos de Little Havana; nunca de amor a
Cuba. Hechó mano a una Historia mal contada de nuestra Nación, para
remarcar su aprecio por los “amazing” muchachos de la tropa mercenaria
-que terminó cambiada por compotas-, y hacer alusión a los niños de la
Operación Peter Pan, uno de los peores episodios de manipulación y
guerra sicológica contra la familia cubana.
Su lenguaje fue altanero, amenazador, condicionante; nada lejos de
otros que ya escuchamos en el pasado, para después pasar al olvido.
Salpicado, eso sí, del histrionismo propio de un exproductor de shows de
televisión que despedía a cajas destempladas a los concursantes o
elegía personalmente a las chicas finalistas del Miss Universo.
Bloqueo, bravuconería, imposiciones, son su “creativa” fórmula de
política hacia Cuba. Aunque poco esclareció en su discurso de las
medidas que después habría de firmar en estudiado ceremonial, y rodeado
de la jauría que hubiera querido mucho más que las lascas que sacaron
del atribulado presidente (escándalos e investigaciones le persiguen).
Y es que aunque habló de cancelar todo el acuerdo bilateral del
último gobierno, no tuvo mas remedio que dejar en pie buena parte de la
herencia que le legó Obama en este tema. Se dice que había
contradicciones en la propia administración sobre hasta dónde llegar con
las medidas; y es que no poca fue la presión en contra de los más
diversos sectores políticos, económicos y sociales de aquel país,
renuentes a dar marcha atrás en lo avanzado entre las dos naciones.
Arreció no obstante las múltiples restricciones que de por sí ya
tenían los viajes a Cuba y los negocios de empresas norteamericanas en
nuestro país, poniéndole de paso un pequeño traspiés a sus competidores
en el mundo de la hotelería en Estados Unidos, además de a las
aerolíneas, agencias de viajes y otros negocios.
Trump apostó por un “menguante grupo político” (como llamó hoy el
exasesor de Obama, Ben Rodhes, a Rubio, Balart y compañía), antes que
por la inmensa mayoría de norteamericanos, cubano-americanos y cubanos,
que desean una relación normal entre ambas naciones. Miró mas a la
necesidad de sumar aliados en el Congreso, donde está bajo fuego, que a
los agricultores de Arkansas, Idaho y Texas o los portuarios de
Lousiana, Alabama o Virgina. Fue a cumplir, dijo, con la “comunidad que
lo apoyó por tremendo margen” en las elecciones; olvidando que ese
condado lo ganó ampliamente la Clinton con un 64% de los votos. Amén de
que el 63% de los cubanos de Miami se opone al bloqueo.
Su juego al pasado terminará inexorablemente como terminaron otras
agresivas administraciones y sus amigos de la Brigada 2506: con la más
humillante derrota. Todavía está a tiempo de escuchar y pensar. Cuba,
paciente, apuesta al diálogo con respeto y buena fe. Pero nunca aceptará
imposiciones. Trump junto a sus compadres de la Brigada Mercenaria durante la campaña electoral. Foto: ArchivoLos
especímenes de Vigilia Mambisa, los que le pasan aplanadora a los
discos de quienes canten en Cuba, festejan los anuncios de Trump. Foto:
AgenciasLa inmensa mayoría de los cubanos en Miami se oponen al bloqueo y apoyan relaciones normales entre los dos países.
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