“Buscar los Filippo Tommasso Marinetti, Ernst
Jünger y Carl Schmitt —estetas de la violencia y teóricos del Estado
total— en la Europa de hoy sería tan anacrónico y vano como deplorar la
ausencia de un filósofo de la acción comunicativa como Jürgen Habermas, o
de un pensador de la justicia como John Rawls en la Italia de 1922 o en
la Alemania de 1933”, afirma el historiador Enzo Traverso. Cada época
tiene un tipo de filósofo característico. Los diálogos y las
correspondencias de la Antigüedad no se parecen a los tratados y las
sumas de la Edad Media, y éstas no se parecen a los discursos y los
ensayos de la Modernidad; nuestra época actual parece favorecer a su vez
a los filósofos que se expresan en formatos afines a las redes
sociales: Slavoj Zizek es más conocido por sus vídeos en Youtube que por
sus libros. Del mismo modo, cuando hablamos de los fundamentos
filosóficos de Marine Le Pen no nos estamos refiriendo a un sistema
articulado sino a una ideología ambiente que transpira a través de sus
discursos de campaña electoral.
En septiembre de 2010 el gaullista Paul-Marie Coûteaux le recomendó una lista de lecturas a Le Pen en la que se encontraban “enemigos de la sociedad abierta” como Platón o Chateaubriand, pero también “intelectuales comprometidos de izquierdas” como Zola, de quien le recomienda leer El paraíso de las damas, para comprender a la pequeña burguesía, y Germinal, para comprender a la clase obrera, su principal caladero de votos: un 56% de los votos del Frente Nacional en la segunda ronda de las elecciones presidenciales de 2017 provenían de la clase trabajadora. Entre los intelectuales contemporáneos, Coûteaux le recomendó a Le Pen la lectura Les Particules élémentaires de Michel Houellebecq —que según él retrata “la parte más glauca de la modernidad, lo insípido del placer fácil, la muerte del deseo, el relativismo, la grisura, la beaufitude general”— y los diarios de Renaud Camus, el autor del “gran reemplazo”, una teoría de la conspiración que afirma que la élite mundial ha montado un complot para sustituir la población autóctona europea por inmigrantes de otros continentes. No sabemos a cuántos de estos autores ha terminado leyendo Le Pen, pero lo que sí sabemos es que, en un discurso pronunciado el 12 de febrero de 2012 en Châteroux, la líder del Frente Nacional dibujó una imagen del futuro de Francia que se parece a las más distópicas de las novelas de Houellebecq:
“No quiero que Francia se convierta un parque turístico para unas cuantas semanas en verano. No quiero que se convierta en un vasto Disneyland para entretener a niños evadidos delante de una naturaleza que se dice preservada. No quiero que se convierta en una reserva de indios donde los últimos campesinos se vuelvan jardineros de paisajes. El suelo fecundo por el trabajo de nuestros ancestros, los pueblos construidos por siglos de esfuerzos merecen algo mejor que el destino de los museos helados, congelados, petrificados”.
Ahora bien, la “filosofía” de Marine Le Pen no es la misma que la de su padre. Jean-Marie Le Pen ha resumido de este modo su visión del mundo: “Mi filosofía es el supervivencialismo, pues la vida es un combate, un partido contra la adversidad, con más o menos suerte. Es más agradable quedarse en una butaca que marchar bajo el sol, pero la única garantía de preservar nuestra independencia es no quedarnos en una butaca. En el fondo puedo expresar mi filosofía de acción con la divisa de un régimen paracaidista: ‘Ser y durar’”. Esta última cita es una referencia a los orígenes del Frente Nacional, después de la derrota de la extrema derecha en la guerra de independencia de Argelia, en la que intervinieron decisivamente las fuerzas aerotransportadas francesas. Hay que recordar que en mayo de 1958, en plena guerra de independencia, hubo dos pronunciamientos militares que amenazaron con instaurar una dictadura comisarial en Francia a golpe de desplegar paracaidistas sobre París. Marine Le Pen se ha alejado de esta tradición golpista y ha utilizado la retórica republicana, sin abandonar la estima por el Estado centralizado, compartida tanto por los jacobinos como por los monárquicos en Francia. En palabras de la líder del Frente Nacional: “Es el Estado fuerte quien ha sabido a través de los siglos unificar la Nación, contener los feudos y los comunitarismos, aniquilar la tribalización, desarrollar nuestro territorio y ofrecer progresivamente a todos una educación, una salud, una seguridad y unos servicios públicos de calidad”.
Pero la principal divergencia entre Jean-Marie y Marine es sobre la “cuestión judía”. Jean-Marie tiene un largo historial de boutades antisemitas: en octubre de 1985 hizo una lista de periodistas “mentirosos y persecutorios”, todos ellos de ascendencia judía (Jean-François Kahn, Jean Daniel, Ivan Levaï, Jean-Pierre Elkabbach); en septiembre de 1987, durante el juicio a Henri Roques por negacionista del Holocausto, y en plena Historikerstreit, en Alemania, afirmó que las cámaras de gas fueron “una cuestión de detalle”; en enero de 2005, en el 60 aniversario del final de la II Guerra Mundial, declaró que “la ocupación alemana no había sido particularmente inhumana”. Marine, por el contrario, nada más ser nombrada presidenta del Frente Nacional concedió una entrevista al diario israelí Haaretz en la que se calificó de “prosionista” y, ante la última provocación de su padre, emitió un comunicado asegurando que su partido “condena de la manera más firme toda forma de antisemitismo provenga de donde provenga”.
Otra gran divergencia es en materia de género. Jean-Marie ha afirmado “que el hombre y la mujer son profundamente diferentes, que la naturaleza ha programado a la mujer para asegurar la reproducción de la especie como su tarea esencial, [y que] la feminización de la sociedad ha entrañado la promoción de la independencia social de la mujer y su alejamiento de su función vital de reproducción”. ¿No es paradójico que un machista dejase el partido que él había fundado y encabezado durante treinta años en manos de una mujer (su hija) y con otra mujer (su nieta Marion Maréchal-Le Pen) como líder de la oposición interna? La relación de Marine con los sectores más integristas de la Iglesia católica es tensa: en una entrevista concedida al semanario cristiano La Vie se calificó como una “catholique de parvis” que tan sólo va a misa “para las grandes ocasiones, matrimonios, bautizos, Navidad y Pascua”; cuando se convocó la “manifestación para todos” contra el matrimonio homosexual, Marine no asistió. Le Pen se adscribe al “feminismo realista” de Juana de Arco, Genoveva de París, santa Clotilde, Olympique de Gouges, Camille Claudel y Marie Curie. ¿Qué tienen en común una soldada, una santa, una reina de los godos, una feminista de la primera ola, una escultora psiquiatrizada y una Nobel en Física y Química? Según Le Pen, las feministas realistas “estamos haciendo malabares permanentemente con el curro, los cursos, los niños y ese jodido sentimiento de culpabilidad plantado en el corazón de toda madre que cada mañana debe resolver la ecuación: ‘Para criarlos, tengo que ganarme la vida; para ganarme la vida, tengo que trabajar; si trabajo, otra persona va a tener que criarlos’”. La estrategia de vincular el programa político islamófobo de Le Pen con la defensa de las minorías sexuales y de las mujeres ha generado sus réditos electorales: en las elecciones regionales de 2015, el 32% de los matrimonios homosexuales votaron al Frente Nacional, dos puntos porcentuales más que los matrimonios heterosexuales.
Otra divergencia: lejos de la retórica de la confrontación que gastaba Jean-Marie, Marine ha intentado apropiarse de sus referentes intelectuales de sus adversarios. En los discursos de Marine hay referencias permanentes a intelectuales judíos antitotalitarios como Albert Einstein o Hannah Arendt, artistas abiertamente gays como Jean Cocteau o Luchino Visconti, pensadores inconformistas como Albert Camus o Marc Bloch y políticos de izquierdas como Jules Ferry, George Clemenceau o Jean Jaurès —de quien Le Pen cita a menudo la frase “Un poco de internacionalismo te aleja de la patria, un mucho de internacionalismo te devuelve a ella”. En su panfleto programático Pour que vive la France, Marine cita a Karl Marx y a George Orwell en nombre de los derrotados, olvidados y arrojados al basurero de la historia (“David contra Goliat”: el sentido común de los pequeños contra los grandes) y afirma que la izquierda ha muerto programáticamente después de mayo del 68, después del rechazo de todos los valores (Nación, Iglesia, Ejército, Escuela, Familia, Tradiciones). Detrás de este apropiacionismo hay una concepción de la historia de Francia como una serie de individuos y colectivos que, en el fondo, aunque estuvieran equivocados en sus planteamientos, estaban luchando por el bien de la nación. Las citas prêt à penser de Le Pen ilustran de este modo una “Francia eterna” que vendría desde Juana de Arco, pasado por La Liberté guidant le peuple de Eugène Delacroix, hasta el “No” en el referendo por la Constitución Europea de 2005.
Una de las referencias intelectuales de las que ha conseguido apropiarse Le Pen es el posestructuralismo —lo que en el mundo anglosajón, siempre tan retrasado en materia de traducciones, sigue pasando por ser el último grito del pensamiento francés contemporáneo, a pesar de que la mayor parte de sus autores ya están muertos: la French theory. En un discurso pronunciado el 12 de diciembre de 2011 en Metz afirmó Le Pen: “¡Yo seré la presidenta del retorno a lo real! Encerrada en su burbuja, que como las burbujas especulativas tendrá que terminar por explotar, la Casta ha perdido todo contacto con lo real. El mundo que nos impone, que es el suyo, no tiene nada que ver con el nuestro, con lo real”. Este discurso podrían haberlo pronunciado perfectamente Jean Baudrillard, Jacques Lacan o Íñigo Errejón.
A diferencia del Frente Nacional de la década de 1980, que pretendía fundar su visión del mundo sobre un “consejo científico”, el Frente Nacional de la década de 2010 suscribe la ideología de la posverdad, basada en identidades, convicciones y sentimientos. Sin miedo a la contradicción, Le Pen ha reivindicado el “derecho a la diferencia”, teorizado por la nueva derecha de Alain de Benoist, y el “derecho a la identidad”, reivindicado recientemente por Alain Finkielkraut en su libro L’Identité malhereuse, en el que afirma que la baja natalidad del primer mundo comparada con la alta natalidad del tercer mundo ha convertido a los europeos en “intercambiables” por inmigrantes (una versión de la teoría del reemplazo de Camus). Por supuesto que esta teoría de la conspiración no se basa en los hechos: Francia tiene desde comienzos del siglo XX una tasa de inmigración fija del 0.3% de la población, compuesta principalmente por argelinos y españoles.
Le Pen hace compatible un programa electoral rupturista (salida del euro, Frexit, cierre de fronteras) con una campaña mediática de “desdemonización” del Frente Nacional mediante algo tan francés como son los ismos. Si Jean-Marie se refería a su “filosofía” como “supervivencialismo”, Marine no dirá oponerse a los musulmanes y a la mundialización, un grupo religioso y un sistema económico concretos, sino a sus exageraciones totalitarias: el mundialismo (“todo comercio”) y el islamismo (“todo religión”). Aquí Marine Le Pen deforma la tesis de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt: la fuente del nazismo no sería tanto el romanticismo nacionalista, del que bebe el Frente Nacional, sino la crisis económica, la anomia social y la tolerancia cultural de la República de Weimar; el “desencantamiento del mundo” contra el que reaccionó Hitler. Vosotros, neoliberales y multiculturales, sois los totalitarios.
Detrás de esta visión del mundo subyacen toneladas de mala sociología y peor filosofía. Le Pen caracteriza deleuzianamente el mundialismo como el propósito de “uniformar las culturas, incitar al nomadismo, a la circulación permanente de hombres desarraigados de un continente a otro, a hacerlos intercambiables, en suma, a transformarlos en anónimos”. Apropiándose de la terminología republicana, Marine Le Pen tacha al mundialismo de “nuevo antiguo régimen” y a los paraísos fiscales de “feudos financieros”; ataca a los comunitarismos porque interponen “estratos intermedios” entre los ciudadanos y la nación. Y, apoyándose sobre la Breve historia del futuro de Jacques Attali, Marine Le Pen afirma que “el monstruo europeísta que se está construyendo en Bruselas y que por impostura semántica se presenta como “Europa” no es nada más que un conglomerado bajo protectorado americano, la antecámara de un Estado total, global, mundial”. De nuevo, detrás de una pizca de verdad acerca del paraguas nuclear estadounidense —ningún Estado ha entrado en la Unión Europea sin haberlo hecho previamente en la OTAN, a veces con apenas una semana de antelación—, Marine Le Pen esconde una visión del mundo posmodernamente falsa.
En resumidas cuentas, la “filosofía” de Le Pen es puramente eufemística. Así, Le Pen ha sustituido el eufemismo “preferencia nacional”, acuñado por Bruno Mégret y Jean-Yves Le Gallou en la década de 1980 para referirse a la deportación de inmigrantes, por el todavía más eufemístico “prioridad nacional”. Le Pen se ha pronunciado incluso a favor de una “ecología patriota”, encarnada en la figura del cazador (“¿quién conoce mejor la fauna y la flora que el cazador”?). Como diría René Descartes: larvatus prodeo.
En septiembre de 2010 el gaullista Paul-Marie Coûteaux le recomendó una lista de lecturas a Le Pen en la que se encontraban “enemigos de la sociedad abierta” como Platón o Chateaubriand, pero también “intelectuales comprometidos de izquierdas” como Zola, de quien le recomienda leer El paraíso de las damas, para comprender a la pequeña burguesía, y Germinal, para comprender a la clase obrera, su principal caladero de votos: un 56% de los votos del Frente Nacional en la segunda ronda de las elecciones presidenciales de 2017 provenían de la clase trabajadora. Entre los intelectuales contemporáneos, Coûteaux le recomendó a Le Pen la lectura Les Particules élémentaires de Michel Houellebecq —que según él retrata “la parte más glauca de la modernidad, lo insípido del placer fácil, la muerte del deseo, el relativismo, la grisura, la beaufitude general”— y los diarios de Renaud Camus, el autor del “gran reemplazo”, una teoría de la conspiración que afirma que la élite mundial ha montado un complot para sustituir la población autóctona europea por inmigrantes de otros continentes. No sabemos a cuántos de estos autores ha terminado leyendo Le Pen, pero lo que sí sabemos es que, en un discurso pronunciado el 12 de febrero de 2012 en Châteroux, la líder del Frente Nacional dibujó una imagen del futuro de Francia que se parece a las más distópicas de las novelas de Houellebecq:
“No quiero que Francia se convierta un parque turístico para unas cuantas semanas en verano. No quiero que se convierta en un vasto Disneyland para entretener a niños evadidos delante de una naturaleza que se dice preservada. No quiero que se convierta en una reserva de indios donde los últimos campesinos se vuelvan jardineros de paisajes. El suelo fecundo por el trabajo de nuestros ancestros, los pueblos construidos por siglos de esfuerzos merecen algo mejor que el destino de los museos helados, congelados, petrificados”.
Ahora bien, la “filosofía” de Marine Le Pen no es la misma que la de su padre. Jean-Marie Le Pen ha resumido de este modo su visión del mundo: “Mi filosofía es el supervivencialismo, pues la vida es un combate, un partido contra la adversidad, con más o menos suerte. Es más agradable quedarse en una butaca que marchar bajo el sol, pero la única garantía de preservar nuestra independencia es no quedarnos en una butaca. En el fondo puedo expresar mi filosofía de acción con la divisa de un régimen paracaidista: ‘Ser y durar’”. Esta última cita es una referencia a los orígenes del Frente Nacional, después de la derrota de la extrema derecha en la guerra de independencia de Argelia, en la que intervinieron decisivamente las fuerzas aerotransportadas francesas. Hay que recordar que en mayo de 1958, en plena guerra de independencia, hubo dos pronunciamientos militares que amenazaron con instaurar una dictadura comisarial en Francia a golpe de desplegar paracaidistas sobre París. Marine Le Pen se ha alejado de esta tradición golpista y ha utilizado la retórica republicana, sin abandonar la estima por el Estado centralizado, compartida tanto por los jacobinos como por los monárquicos en Francia. En palabras de la líder del Frente Nacional: “Es el Estado fuerte quien ha sabido a través de los siglos unificar la Nación, contener los feudos y los comunitarismos, aniquilar la tribalización, desarrollar nuestro territorio y ofrecer progresivamente a todos una educación, una salud, una seguridad y unos servicios públicos de calidad”.
Pero la principal divergencia entre Jean-Marie y Marine es sobre la “cuestión judía”. Jean-Marie tiene un largo historial de boutades antisemitas: en octubre de 1985 hizo una lista de periodistas “mentirosos y persecutorios”, todos ellos de ascendencia judía (Jean-François Kahn, Jean Daniel, Ivan Levaï, Jean-Pierre Elkabbach); en septiembre de 1987, durante el juicio a Henri Roques por negacionista del Holocausto, y en plena Historikerstreit, en Alemania, afirmó que las cámaras de gas fueron “una cuestión de detalle”; en enero de 2005, en el 60 aniversario del final de la II Guerra Mundial, declaró que “la ocupación alemana no había sido particularmente inhumana”. Marine, por el contrario, nada más ser nombrada presidenta del Frente Nacional concedió una entrevista al diario israelí Haaretz en la que se calificó de “prosionista” y, ante la última provocación de su padre, emitió un comunicado asegurando que su partido “condena de la manera más firme toda forma de antisemitismo provenga de donde provenga”.
Otra gran divergencia es en materia de género. Jean-Marie ha afirmado “que el hombre y la mujer son profundamente diferentes, que la naturaleza ha programado a la mujer para asegurar la reproducción de la especie como su tarea esencial, [y que] la feminización de la sociedad ha entrañado la promoción de la independencia social de la mujer y su alejamiento de su función vital de reproducción”. ¿No es paradójico que un machista dejase el partido que él había fundado y encabezado durante treinta años en manos de una mujer (su hija) y con otra mujer (su nieta Marion Maréchal-Le Pen) como líder de la oposición interna? La relación de Marine con los sectores más integristas de la Iglesia católica es tensa: en una entrevista concedida al semanario cristiano La Vie se calificó como una “catholique de parvis” que tan sólo va a misa “para las grandes ocasiones, matrimonios, bautizos, Navidad y Pascua”; cuando se convocó la “manifestación para todos” contra el matrimonio homosexual, Marine no asistió. Le Pen se adscribe al “feminismo realista” de Juana de Arco, Genoveva de París, santa Clotilde, Olympique de Gouges, Camille Claudel y Marie Curie. ¿Qué tienen en común una soldada, una santa, una reina de los godos, una feminista de la primera ola, una escultora psiquiatrizada y una Nobel en Física y Química? Según Le Pen, las feministas realistas “estamos haciendo malabares permanentemente con el curro, los cursos, los niños y ese jodido sentimiento de culpabilidad plantado en el corazón de toda madre que cada mañana debe resolver la ecuación: ‘Para criarlos, tengo que ganarme la vida; para ganarme la vida, tengo que trabajar; si trabajo, otra persona va a tener que criarlos’”. La estrategia de vincular el programa político islamófobo de Le Pen con la defensa de las minorías sexuales y de las mujeres ha generado sus réditos electorales: en las elecciones regionales de 2015, el 32% de los matrimonios homosexuales votaron al Frente Nacional, dos puntos porcentuales más que los matrimonios heterosexuales.
Otra divergencia: lejos de la retórica de la confrontación que gastaba Jean-Marie, Marine ha intentado apropiarse de sus referentes intelectuales de sus adversarios. En los discursos de Marine hay referencias permanentes a intelectuales judíos antitotalitarios como Albert Einstein o Hannah Arendt, artistas abiertamente gays como Jean Cocteau o Luchino Visconti, pensadores inconformistas como Albert Camus o Marc Bloch y políticos de izquierdas como Jules Ferry, George Clemenceau o Jean Jaurès —de quien Le Pen cita a menudo la frase “Un poco de internacionalismo te aleja de la patria, un mucho de internacionalismo te devuelve a ella”. En su panfleto programático Pour que vive la France, Marine cita a Karl Marx y a George Orwell en nombre de los derrotados, olvidados y arrojados al basurero de la historia (“David contra Goliat”: el sentido común de los pequeños contra los grandes) y afirma que la izquierda ha muerto programáticamente después de mayo del 68, después del rechazo de todos los valores (Nación, Iglesia, Ejército, Escuela, Familia, Tradiciones). Detrás de este apropiacionismo hay una concepción de la historia de Francia como una serie de individuos y colectivos que, en el fondo, aunque estuvieran equivocados en sus planteamientos, estaban luchando por el bien de la nación. Las citas prêt à penser de Le Pen ilustran de este modo una “Francia eterna” que vendría desde Juana de Arco, pasado por La Liberté guidant le peuple de Eugène Delacroix, hasta el “No” en el referendo por la Constitución Europea de 2005.
Una de las referencias intelectuales de las que ha conseguido apropiarse Le Pen es el posestructuralismo —lo que en el mundo anglosajón, siempre tan retrasado en materia de traducciones, sigue pasando por ser el último grito del pensamiento francés contemporáneo, a pesar de que la mayor parte de sus autores ya están muertos: la French theory. En un discurso pronunciado el 12 de diciembre de 2011 en Metz afirmó Le Pen: “¡Yo seré la presidenta del retorno a lo real! Encerrada en su burbuja, que como las burbujas especulativas tendrá que terminar por explotar, la Casta ha perdido todo contacto con lo real. El mundo que nos impone, que es el suyo, no tiene nada que ver con el nuestro, con lo real”. Este discurso podrían haberlo pronunciado perfectamente Jean Baudrillard, Jacques Lacan o Íñigo Errejón.
A diferencia del Frente Nacional de la década de 1980, que pretendía fundar su visión del mundo sobre un “consejo científico”, el Frente Nacional de la década de 2010 suscribe la ideología de la posverdad, basada en identidades, convicciones y sentimientos. Sin miedo a la contradicción, Le Pen ha reivindicado el “derecho a la diferencia”, teorizado por la nueva derecha de Alain de Benoist, y el “derecho a la identidad”, reivindicado recientemente por Alain Finkielkraut en su libro L’Identité malhereuse, en el que afirma que la baja natalidad del primer mundo comparada con la alta natalidad del tercer mundo ha convertido a los europeos en “intercambiables” por inmigrantes (una versión de la teoría del reemplazo de Camus). Por supuesto que esta teoría de la conspiración no se basa en los hechos: Francia tiene desde comienzos del siglo XX una tasa de inmigración fija del 0.3% de la población, compuesta principalmente por argelinos y españoles.
Le Pen hace compatible un programa electoral rupturista (salida del euro, Frexit, cierre de fronteras) con una campaña mediática de “desdemonización” del Frente Nacional mediante algo tan francés como son los ismos. Si Jean-Marie se refería a su “filosofía” como “supervivencialismo”, Marine no dirá oponerse a los musulmanes y a la mundialización, un grupo religioso y un sistema económico concretos, sino a sus exageraciones totalitarias: el mundialismo (“todo comercio”) y el islamismo (“todo religión”). Aquí Marine Le Pen deforma la tesis de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt: la fuente del nazismo no sería tanto el romanticismo nacionalista, del que bebe el Frente Nacional, sino la crisis económica, la anomia social y la tolerancia cultural de la República de Weimar; el “desencantamiento del mundo” contra el que reaccionó Hitler. Vosotros, neoliberales y multiculturales, sois los totalitarios.
Detrás de esta visión del mundo subyacen toneladas de mala sociología y peor filosofía. Le Pen caracteriza deleuzianamente el mundialismo como el propósito de “uniformar las culturas, incitar al nomadismo, a la circulación permanente de hombres desarraigados de un continente a otro, a hacerlos intercambiables, en suma, a transformarlos en anónimos”. Apropiándose de la terminología republicana, Marine Le Pen tacha al mundialismo de “nuevo antiguo régimen” y a los paraísos fiscales de “feudos financieros”; ataca a los comunitarismos porque interponen “estratos intermedios” entre los ciudadanos y la nación. Y, apoyándose sobre la Breve historia del futuro de Jacques Attali, Marine Le Pen afirma que “el monstruo europeísta que se está construyendo en Bruselas y que por impostura semántica se presenta como “Europa” no es nada más que un conglomerado bajo protectorado americano, la antecámara de un Estado total, global, mundial”. De nuevo, detrás de una pizca de verdad acerca del paraguas nuclear estadounidense —ningún Estado ha entrado en la Unión Europea sin haberlo hecho previamente en la OTAN, a veces con apenas una semana de antelación—, Marine Le Pen esconde una visión del mundo posmodernamente falsa.
En resumidas cuentas, la “filosofía” de Le Pen es puramente eufemística. Así, Le Pen ha sustituido el eufemismo “preferencia nacional”, acuñado por Bruno Mégret y Jean-Yves Le Gallou en la década de 1980 para referirse a la deportación de inmigrantes, por el todavía más eufemístico “prioridad nacional”. Le Pen se ha pronunciado incluso a favor de una “ecología patriota”, encarnada en la figura del cazador (“¿quién conoce mejor la fauna y la flora que el cazador”?). Como diría René Descartes: larvatus prodeo.
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