por Javier Oliva Posada
Foto: Notimex
Las escenas relacionadas con la forma en que
sociedad, estructuras de gobierno y fuerzas del orden hacen frente a la
creciente actividad criminal demuestran sin equívoco que el país se
aproxima a escenarios muy peligrosos: mientras en la opinión pública se
discuten clasificaciones y se establecen criterios de análisis producto
de la improvisación en el estudio a fondo de la problemática, no hay
duda de que nuevamente vivimos bajo la grave expresión y tendencia del
“nunca había pasado”.
La violencia tiene distintas expresiones y características. Por lo tanto, también tiene diversos orígenes y trayectorias.
Sus consecuencias impactan asimismo de distinta
forma. Por ejemplo, la violencia contra el medio ambiente, es decir,
aquellas actitudes de grupos e individuos que ven en su entorno natural
una forma de sobrevivencia sin consecuencias en el mediano y largo
plazo. Pero vamos a la violencia intrafamiliar, a la violencia escolar o
a la violencia ejercida en las redes de comunicación digital (que
incluso son motivo de frecuentes suicidios y homicidios): la proximidad
de estas manifestaciones termina por afectar desde luego la calidad de
la seguridad en general y de la seguridad pública en particular.
Cuando las diversas formas de violencia son
toleradas e incluso fomentadas mediante una gran variedad de
herramientas, significa que la legitimidad de los sistemas sociales y
políticos se encuentra en una ruta de verdadero desgaste.
La emotividad que producen escenas transmitidas
por los medios de comunicación convencionales y digitales no abona a la
creación de un ambiente que invite al trabajo colectivo o fomente la
identidad constructiva. Observar a cientos de personas lamentado la
muerte de un sanguinario delincuente, como sucedió recientemente en la
Delegación Tláhuac, es una prueba que corrobora los desniveles que hemos
bajado como sociedad. Puede leerse como algo exagerado, pero lo mismo
hemos visto en sepelios en Culiacán, en Ciudad Juárez y en otras
ciudades agobiadas por la disfunción en las condiciones de la seguridad
pública.
Tarea
Es impostergable que, como gobiernos y sociedad,
nos demos a la tarea de contener la manera en que hasta ahora hemos
tolerado prácticas de ilegalidad, por pequeñas que sean, por una parte.
Y, por la otra, que los medios de comunicación ejerzan un profundo
análisis respecto de su responsabilidad en la transmisión de información
que con frecuencia se identifica como apología del crimen y difusión de
antivalores.
México no es la primera sociedad que se enfrenta a
estos dilemas. Ya en Europa varios países han establecido protocolos
para la difusión de imágenes y contenidos que pueden afectar la
percepción del consumidor de esa información.
Desde algunos tipos de música, por así llamarla,
pasando por series de televisión y hasta las actitudes que asumen los
criminales en el ámbito público, hay evidencia de que hemos desarrollado
una negativa capacidad de tolerancia a las expresiones de la violencia.
Baste revisar, por ejemplo, el estatus de la discusión publicada sobre
si es o no un grupo criminal el que asolaba a la población en Tláhuac.
De continuar por esa pendiente, en general, vamos a
llegar a niveles de incertidumbre y desconfianza que harán de nuestra
vida en comunidad algo insoportable, donde cada quien tomará medidas
para salvarse, creyendo que en verdad lo podrá hacer.
Aún tenemos tiempo y oportunidades de rectificar.
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#fuerzas del orden
#actividad criminal
#opinion publica
#violencia
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