viernes, 25 de agosto de 2017

RACISMO BLANCO Y RACISMO NEGRO. Apuntes para una historia no autorizada del imperialismo EEUU

RACISMO BLANCO Y RACISMO NEGRO. Apuntes para una historia no autorizada del imperialismo EEUU 

 

 

         Los enfrentamientos acaecidos este estío entre racistas blancos y racistas negros en EEUU (éstos últimos respaldados por multiculturalistas y progresistas blancos, además de por todo el poder mediático norteamericano), con motivo de la opuesta valoración de unos y otros sobre la Guerra de Secesión de EEUU (1861-1865), invita a realizar un análisis objetivo de la historia de ese país, hoy la potencia imperial todavía dominante a escala planetaria. A la vez, favorece la condena argumentada de todas las expresiones de racismo, se manifieste como racismo de los blancos o racismo de los negros. El racismo es siempre desigualdad, explotación, capitalismo, por eso el proyecto y programa revolucionario ha de sublevarse contra él en todas sus manifestaciones, y no sólo en algunas.

Tan intolerable es el racismo blanco representado por neonazis, supremacistas blancos y lo que sobrevive de esa horridez criminal conocida como KKK (Ku Klux Klan), como el racismo negro, heredero del Partido Panteras Negras (uno de los grupos más substancialmente supremacistas del siglo XX a escala planetaria), Malcolm X y sus manifestaciones actuales, todas ellas favorecedoras del capitalismo, el militarismo USA y el imperialismo yanki, por tanto anti-revolucionarias. El racismo negro es hoy más útil y valioso para la máquina de guerra del Pentágono que el blanco, de ahí que ésa, y con ella todo el gran capitalismo globalizador de USA, lo protejan, premien y promuevan. Esto explica la toma de partido de todo el aparato mediático en contra del racismo de los blancos y a favor del racismo de los negros.
         Revelar por qué y cómo se ha creado esta situación, así como su significación política actual y su evolución más probable, es aportar una herramienta analítica de importancia para promover el avance de la revolución popular, comunal e integral planetaria. Porque una cosa es la versión progresista, burguesa, de la historia de EEUU, que es la que se impone desde la escuela y los medios de comunicación, y otra la verdad de lo que sucedió.
El fundamento del progresismo es la mentira y la manipulación de las mentes, en EEUU tanto como en el Estado español. Aquí su ejecutoria a partir de la Constitución de Cádiz, 1812, fue un genocidio secular, que arrasó con el comunal, eliminó las formas asamblearias de autogobierno municipal, infringió daños gravísimos al medio ambiente (que dos siglos después están convirtiendo la península ibérica en un cuasi-desierto), estableció una forma jurídicamente obligatoria de patriarcado, destruyó los sistemas de autogobierno parcial de Euskal Herria, Galiza, etc. (los de Cataluña ya las había extinguido el antecedente inmediato del liberalismo español, la monarquía centralista, en 1714), sometió a un adoctrinamiento permanente a la infancia con la escuela estatal obligatoria, concentró todo el poder y toda la riqueza en Madrid, estatuyó un régimen centralista español que saqueaba al campo para abastecer las ciudades a través de un sistema tributario confiscatorio que condenaba a la rural gente a la pobreza e incluso al hambre, estableció el servicio militar obligatoria para hacer operativo el colonialismo español, fomentó la acumulación y concentración de la propiedad (en particular, con las diversas leyes de desamortización civil, que arrebataron a punta de bayoneta a los pueblos sus tierras y otros muchos bienes comunales) dando con ello un impulso decisivo al desenvolvimiento del capitalismo, elevó al clero católico al privilegiado estatuto de cuerpo de funcionarios del Estado que se apropiaba de una parte conspicua del presupuesto estatal y convirtió al individuo en un rehén y una propiedad del Estado, reduciéndole a la condición de ser nada. La represión continuada y violentísima de quienes se resistían al liberalismo, en particular las gentes del agro de la mitad norte de Iberia, convirtió a nuestro siglo XIX en un baño de sangre continuado.

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