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Europa contenía la respiración el pasado marzo. El
foco mediático estaba puesto en Holanda, un país con 17 millones de
habitantes que podía aupar al ultraderechista Geert Wilders al Gobierno.
Las encuestas llevaban meses apuntando a que su partido sería el más
votado y en algunos corrillos políticos de La Haya se comentaba que, si
eso sucedía, los otros partidos debían negociar con él.
El primer ministro de Holanda, el liberal conservador
Mark Rutte, escuchó a unos y otros. A dos meses de las elecciones puso
cara de póker, miró sus cartas y, sin inmutarse, las jugó. “Las
posibilidades de que gobierne con el PVV (de Wilders) son cero”, dijo en
un programa de televisión. Bomba mediática, pues su partido había
mantenido la máxima de negociar con cualquiera para llegar a acuerdos de
Gobierno. Esa tajante afirmación cerraba el paso al ultraderechista,
pero era también un riesgo para el futuro político del propio Rutte. De
obtener un mal resultado, sus propios compañeros le habrían pedido que
se apartara.
Wilders fue perdiendo fuelle según se acercaba la
fecha de los comicios. Sólo participó en un debate, del que salió mal, y
su campaña electoral fue pésima. Cuando las urnas se abrieron, se
confirmó que la jugada de póker del primer ministro había sido maestra.
El ultraderechista quedó segundo, pasando de 15 a 20 escaños (13% del
voto), pero a mucha distancia del VVD, que se impuso con 33 diputados
(21,3%). Rutte se hacía con la iniciativa para formar el nuevo Ejecutivo
y repetiría en el cargo. “Holanda le ha dicho ‘¡hoo!’ al equivocado
populismo”, afirmó exultante la misma noche de las elecciones. La
llegada de Macron al Elíseo y la victoria de Merkel en Alemania confirmó
lo que las cabezas pensantes de Bruselas anhelaban: la tormenta del
populismo de derechas en Europa terminó siendo una marejada soportable.
La prensa internacional dejó de poner el foco en
Holanda y sus políticos se pusieron manos a la obra para negociar un
nuevo Gobierno. La fuerte fragmentación del Parlamento obligó al VVD a
contar como mínimo con otros tres socios. Se dio por sentado que dos de
ellos serían los democristianos de la CDA y los liberales progresistas
de D66. El tercero, en cambio, no estaba tan claro.
Rutte lo intentó hasta en dos ocasiones con la
Izquierda Verde, que le habría dado una mayoría estable en la Cámara
Baja, pero los ecologistas se negaron a pasar por el aro de aceptar unas
políticas de inmigración más duras para los refugiados. Los
socialdemócratas también le dijeron que no, así que al VVD sólo le quedó
una posibilidad. Era la más sensata por cercanía ideológica, pero la
más inestable a nivel político: llamar a la calvinista Unión Cristiana,
que con sus 5 diputados le daba a Rutte los 76 escaños necesarios para
conseguir el apoyo del Parlamento. Las conversaciones duraron otros tres
meses y medio, pero al final hubo “fumata blanca”.
El (otra vez) primer ministro se presentó ante la
prensa pletórico. "Es un acuerdo con el que nosotros, los ciudadanos de a
pie, los holandeses normales, vamos a seguir hacia delante", dijo
animado. Alexander Pechtold, del liberal progresista D66, se felicitó
por “conectar a la Holanda conservadora y progresista”. Ambos dieron a
entender que había triunfado el centro político, ese elemento difuso y
etéreo al que aspira la mayoría de partidos.
Regalos fiscales para los que más tienen
El pacto se bautizó como “Confianza en el futuro” y
podría tener la firma del mismo Fondo Monetario Internacional. La lista
de regalos a las empresas es larga. A saber: se reduce el impuesto de
sociedades del 25% al 21% y desaparece la tasa del 15% que los
accionistas pagaban por sus dividendos. Respecto al mercado de trabajo,
el Gobierno aumentará de dos a tres años el periodo por el que un
empresario puede ofrecer contratos temporales a un trabajador sin
hacerlo fijo. Las compañías con más de 25 empleados estarán obligadas a
pagar sólo un año de baja por enfermedad, frente a los dos de la
actualidad.
Hay más. El IVA reducido, ese que se aplica a los
productos básicos, pasará de un 6% a un 9%. Así, el precio del agua, la
comida, los libros y las entradas de cine subirá un 3% de la noche a la
mañana. El IRPF se simplificará y habrá sólo dos tramos: uno por debajo
de los 68.00 euros brutos, que tributará a un 36’93%, y otro por encima
de esa cantidad, que pagará un 49’5%.
La televisión pública NOS ha comparado ese sistema con
el anterior y asegura que las rentas por debajo de los 20.000 euros
pagarán un poco más (0’38%), pero quienes ingresen por encima de esa
cantidad experimentarán una reducción fiscal de entre un 2’5% y un 3’8%.
Una rebaja de impuestos de 5.000 millones para los trabajadores,
defendió el Ejecutivo. “Un Gobierno para los ricos”, contestó el líder
de la Izquierda Verde, Jesse Klaver. Habrá también importantes
inversiones en Seguridad, especialmente en el presupuesto militar y en
los servicios secretos encargados de la lucha antiterrorista.
En clave europea, más de lo mismo. Rutte sigue
apoyando la ortodoxia financiera alemana y mantiene que “las deudas de
un país de la Unión no pueden ser asumidas por otros estados” porque es
una idea “indeseable”. Se rechaza explícitamente la propuesta impulsada
por Macron de introducir eurobonos, unos títulos de deuda pública que
serían respaldados por todos los países de la zona euro.
Los refugiados también se llevan su parte. Quienes
consigan permisos de residencia legales no podrán, durante sus dos
primeros años en Holanda, solicitar prestaciones para el alquiler o para
el pago del seguro médico. Peor será para los que no puedan regularizar
su situación, ya que se le otorgarán “capacidades adicionales” al
Servicio de Repatriación, unidad encargada de expulsarlos.
El apartado sobre “fronteras externas europeas”
mantiene lo siguiente sobre los inmigrantes que se juegan la vida en el
Mediterráneo: “La gente rescatada en el mar debería ser llevada hasta el
lugar más cercano y seguro, incluso si éste es la costa desde la que
salieron”. Teniendo en cuenta que Holanda considera Libia, que vive
actualmente una guerra civil, un país seguro, los refugiados que huyen
de allí tendrían que ser devueltos por donde vinieron.
¿Y dónde está la izquierda?
Dividida, escarmentada y con dificultades para armar
un relato propio. El partido socialdemócrata PvdA pactó en la anterior
legislatura entrar en el Gobierno de gran coalición con el VVD, pero fue
incapaz de parar los recortes propuestos por los liberales
conservadores. Los electores les pasaron la factura en las urnas y se
hundieron, pasando de 38 escaños a nueve (5’7% del voto).
El partido socialdemócrata PvdA pactó en la anterior legislatura entrar en el Gobierno de gran coalición con el VVD, pero fue incapaz de parar los recortes propuestos por los liberales conservadores
Llamativo es el papel que ha ejercido su líder,
Lodewijk Asscher, que ostentó la cartera de Trabajo y Asuntos Sociales.
Tras el varapalo de las elecciones, dijo que su partido necesitaba
“lamerse las heridas” en la oposición, pero la inercia burocrática le
obligó a seguir ejerciendo como ministro en funciones mientras el VVD
negociaba un acuerdo con sus nuevos socios.
Se trataba del mismo político que no levantó la voz
cuando su Ejecutivo subió la edad de jubilación de los 65 años a los 67,
ni cuando se sustituyó el generoso sistema de becas holandés por otro
que prioriza las becas-préstamo. Incluso apostó por “la flexibilización”
del mercado laboral, epíteto utilizado para promover los contratos
temporales a costa de los fijos.
Sin embargo, de camino a la oposición, Asscher pareció
recuperar las ideas socialdemócratas. En agosto presionó públicamente a
Rutte para que se comprometiera a mejorar las condiciones laborales de
los maestros de Primaria, que lograron sacar a la calle a más de 50.000
personas en La Haya hace dos semanas. Amenazó incluso con no dar el
visto bueno a los presupuestos de 2018, los cuales debía aprobar el
Gobierno en funciones. Los partidos que negociaban el nuevo Ejecutivo
tomaron nota y anunciaron un “importante mejora” en los contratos de los
profesores. Al final se les dedicará una partida extra de 270 millones
para subir sus salarios y una inversión de varios cientos de millones
para mejorar la Educación, tanto a nivel de Infantil como en Primaria.
Los otros dos partidos de izquierda que estarán en la
oposición serán el SP (Partido Socialista) y la Izquierda Verde. Junto
al PvdA han lanzado una campaña para evitar la subida del IVA reducido
que propone el Gobierno. No obstante, entre los tres suman 37 escaños.
Difícil lo tienen en un Parlamento de 150 escaños.
Diferente es la batalla del liberal progresista D66,
uno de los nuevos socios de Rutte que, al igual que los ecologistas, se
benefició electoralmente del hundimiento socialdemócrata. Sus líderes
sacan pecho porque, entre las inversiones públicas anunciadas, hay
partidas nuevas para el cuidado de las personas mayores o una reducción
del 50% en la matrícula de primer año de estudios superiores. Ahora
bien, ni se plantean recuperar las becas universales que todos los
estudiantes universitarios disfrutaban hasta el curso 2015/16, unos 280
euros al mes.
Otra medida consensuada con los partidos conservadores
será un ligero aumento de las bajas por paternidad, aspecto en el que
Holanda está a la cola en Europa. Se propondrá que los padres reciban el
100% de su salario los primeros cinco días de baja, tres más que en la
actualidad, y que se aumente ese periodo hasta cinco semanas más
manteniéndose el 70% del sueldo.
La extrema derecha, a la espera
El ultraderechista Geert Wilders será el líder de la
oposición. Es su derecho como segundo partido más votado y aprovechará
cada error del Gobierno para erigirse como el único capaz de acabar con
los males del país. No obstante, el Parlamento contará con otro partido
populista cercano a la extrema derecha: Forum voor Democratie (FvD), una
formación nacida hace un año, que en las elecciones se hizo con dos
escaños, pero cuyos apoyos se multiplican por cinco en los últimos
sondeos.
El PVV de Wilders y FvD “son dos partidos que están de
acuerdo en la mayoría de temas, aunque hay grandes diferencias de
énfasis”, explicó a CTXT el politólogo Tom Louwerse, cuya media de
encuestas es utilizada como referencia por los medios holandeses.
FvD defiende que “los partidos de la élite no nos
representan bien. Dicen: ‘hay un cartel de partidos que no escuchan a la
gente’. Lo combinan con una clara perspectiva nacionalista, defienden
los valores holandeses y reclaman que el estado-nación vuelva a ser más
fuerte otra vez. Es muy crítico con la inmigración, pero para ellos no
es lo más importante. No señalan tanto al islam como fuente de todos los
problemas, cosa que sí hace el PVV”, añade Louwerse.
Las costuras del Gobierno se pondrán a prueba en el
Parlamento cada semana. Los cuatro partidos que lo apoyan suman 76
escaños, frente a los 74 de la oposición. Los planes anunciados por
Rutte se basan en unas perspectivas económicas más que optimistas, así
que cualquier corrección a la baja traería tensiones entre sus socios.
La disciplina de voto en Holanda no es tan rígida como
en España. Si un solo diputado de esas cuatro formaciones decidiera
escindirse por estar en desacuerdo con su partido, el Ejecutivo perdería
la mayoría y tendría problemas para aprobar leyes. Le sucedió al PvdA
en la legislatura pasada, cuando dos de sus parlamentarios decidieron
irse y formas su propio grupo, pero no fue suficiente para hacer caer el
Gobierno, que se mantuvo con 77 escaños.
Si esto le ocurriera ahora a Rutte, tendría dos salidas. La primera,
buscar apoyos en la oposición. Podría intentarlo con los
socialdemócratas o incluso con el calvinista radical SGP, a cambio
siempre de concesiones. La segunda, disolver el Ejecutivo y convocar
nuevos comicios. Los dados de las elecciones volverían a rodar, y la
extrema derecha intentaría corregir los errores que cometió en la
anterior campaña electoral. Con una opinión pública cada vez más
derechizada, la pregunta sería: ¿susto o muerte?
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