Roma, Italia. El año 2017 marcó un retroceso en la noble meta de hambre cero señalada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para 2030, al registrarse 38 millones de personas más en el ejército de los hambrientos del planeta comparado con 2016.
A 815 millones asciende el número de personas con inseguridad alimentaria en el mundo, cifra que representa la avanzada más vergonzosa en una batalla donde se juegan la vida más de 2 mil 100 millones de pobres.
La suma de estómagos vacíos representa, comparativamente, dos veces y media la población de Estados Unidos, un poco más de la mitad de la de China, casi 80 veces la de Haití e incluso supera la totalidad de los habitantes de América Latina y el Caribe.
De esos 815 millones, equivalente al 11 por ciento de la población mundial, 520 millones son de Asia, el 11.7 por ciento de sus habitantes; 243 millones pertenecen a África, el 20 por ciento en el continente, pero el 33.9 por ciento del África occidental; así como 42 millones a América Latina y el Caribe, el 6.6 por ciento de la región.
En septiembre del año pasado los organismos para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo para la Infancia (Unicef) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) coincidieron en que las principales causas del retroceso en la marcha hacia la reducción del hambre son los conflictos y los desastres naturales.
El informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo en 2017, impulsado por esas cinco agencias de la ONU señaló a las sequías localizadas, inundaciones y conflictos prolongados como las causas que intensificaron y perpetuaron el flagelo, por ello unos 37 países –29 de ellos en África– requieren ayuda alimentaria externa.
También el documento Perspectivas de cosechas y situación alimentaria, publicado en diciembre de 2017, de la FAO, indica que 489 millones de los 815 millones de personas que padecen subalimentación en el mundo viven en países de conflictos y violencia.
Las confrontaciones constituyen un factor clave de inseguridad alimentaria severa y generan condiciones de hambruna en el Norte de Nigeria, Sudán del Sur y Yemen, así como hambre generalizada en Afganistán, República Centroafricana, República Democrática del Congo y Siria.
Más de un tercio de los conflictos más violentos del mundo tuvieron lugar en África subsahariana, y de 19 países afectados por contiendas y crisis prolongadas, 13 se encuentran en esa región, considerada la barrera más difícil de franquear para la erradicación de la pobreza.
A fines de 2016, la guerra, la violencia y la persecución en todo el mundo llevaron a 65.6 millones de personas a dejar sus hogares, lo cual representa un aumento de unas 300 mil personas desde 2015, el nivel más alto registrado en décadas, según el informe Desarrollo sostenible 2017, de la ONU.
De ellos, 22.5 millones eran refugiados, 40.3 millones desplazados internos y 2.8 millones buscaban asilo.
Por otra parte, el Panorama de la seguridad alimentaria y la nutrición 2017 en Asia y Pacífico definió que en esa región, aunque se aprecian avances de manera general, sufren hambre y malnutrición cerca de 500 millones de personas, la mayor parte de las subalimentadas del planeta.
Igual América Latina, tras varios años de mejoras progresivas, en 2016 unos 42.5 millones carecieron de alimentos suficientes para cubrir sus necesidades, lo que representó un aumento de 2.4 millones respecto al año precedente.
En comparación con otras regiones, la situación en esta parte del mundo es menos crítica, pero registra signos de deterioro de cuánto se avanzó, sobre todo en Sudamérica, donde el hambre creció un 0.6 por ciento de 2015 a 2016.
Semejante flagelo afecta a 6.5 por ciento de la población de Centroamérica; en tanto que, en el Caribe, el hambre se redujo del 18.4 por ciento a 17.7 en igual lapso.
En América Latina y el Caribe, donde de cada 10 eventos naturales siete son tormentas e inundaciones, la presencia de lluvias y sequías extremas constituye una amenaza constante. Ello sin contar que en los países andinos y centroamericanos ocurre cerca del 90 por ciento de los terremotos del mundo, incluso los de mayor magnitud.
Resiliencia como vía de solución
Para el director general de la FAO, José Graziano da Silva, con el fortalecimiento de la resiliencia de las comunidades rurales mediante acciones humanitarias y de desarrollo se evitan situaciones de conflicto, aspecto que constituye el punto fundamental de cooperación entre su organismo el PMA y el FIDA.A tono con el lema de la jornada conmemorativa este año por el Día Mundial de la Alimentación, “Cambiar el futuro de la migración. Invertir en seguridad alimentaria y desarrollo rural”, Da Silva recordó que en 2015 la cifra de refugiados y desplazados en el mundo ascendió a unos 64 millones de personas, el doble de la década precedente.
Ellos –aseveró– forman una diáspora de hambre, violencia, desequilibrios climáticos, de miedo y desamparo.
Gran parte de los emigrantes salen de áreas afectadas por conflictos, de otras vapuleadas por el cambio climático y de las múltiples bolsas de miseria existentes hoy en todo el mundo, en condiciones en las cuales la emigración emerge como la única esperanza de una existencia mejor, aún a riesgo de la propia vida.
El papa Francisco, al referirse al tema, catalogó también a los conflictos y los cambios climáticos como los dos obstáculos principales para afrontar la relación entre el hambre y las migraciones.
Sobre los primeros, dijo que “el derecho internacional nos indica los medios para prevenirlos o resolverlos rápidamente” y así evitar “que se prolonguen y produzcan carestías y la destrucción del tejido social”, para lo cual reclamó compromiso total a favor de un desarme gradual y sistemático.
Respecto a las modificaciones del clima, manifestó que “vemos sus consecuencias todos los días” y elogió los pasos dados por la comunidad internacional con instrumentos como el Acuerdo de París “del que, por desgracia, algunos se están alejando”.
En la búsqueda de una solución duradera a ese problema, insistió en la necesidad de proponer “un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo, que en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio”.
¿Más hambre y más comida?
Es esa precisamente la alarmante paradoja que corrobora la nueva edición del informe de la FAO Perspectivas de cosechas…, en el cual señala que las producciones de cereales incrementaron el suministro mundial de alimentos. Hay más producción y sin embargo más hambre.
Un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde o se desperdicia en todo el mundo, que según cifras del ente de la ONU, equivale a cerca de 1 mil 300 millones de toneladas al año y al 30 por ciento de la tierra cultivable, además del derroche de empleos, agua y de otros muchos recursos para hacer producir la tierra.
Casi el 65 por ciento de esas pérdidas ocurren en la etapa de producción, el periodo posterior a la cosecha y durante el proceso de elaboración. En las naciones industrializadas, el desperdicio principal ocurre al nivel del comercio minorista y del consumidor, debido a una mentalidad de “tirar” lo que no sirve.
Asuntos sobre el que la FAO y la iniciativa Save Food con el apoyo de medio centenar de empresas, realizan esfuerzos para reducir las pérdidas de alimentos que permitan garantizar sistemas alimentarios y contribuir a cambiar la mentalidad del “desecho”.
Pero enfilar de nuevo el camino hacia la erradicación del hambre para 2030, además del enfrentamiento de las causas profundas de la migración, como la miseria, la inseguridad alimentaria, el desempleo y la falta de protección social, se precisa incluso reforzar el entorno donde habitan las personas.
Ello pasa por lograr una mayor resiliencia, garantizarles los medios de subsistencia y brindarles condiciones para tener una vida más digna.
La contradicción más aberrante en ese loable empeño es que mientras unos buscan la paz, la convivencia y se esfuerzan porque niños, mujeres y ancianos tengan la debida alimentación y no mueran de frío y hambre, como a diario ocurre, otros por su parte juegan y hacen la guerra, siembran conflictos y se erigen como defensores de la democracia.
Así ni en 2050 se hará realidad la meta de hambre cero, eso es si antes las ansias de poder de algunos no multiplican por cero al planeta.
Silvia Martínez/Prensa Latina
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