A
principios de este mes, el ministro de Seguridad Pública de Israel,
Gilad Erdan, anunció nuevos planes para “empeorar” las ya terribles
condiciones de los presos y presas palestinas en las cárceles israelíes.
Según Adamir, organización de apoyo a los presos, hay casi
5.500 prisioneros palestinos en las cárceles israelíes, entre ellos 230
menores y 54 mujeres. De ellos, 481 están detenidos sin juicio ni cargo
en aplicación de una práctica ilegal conocida como “detención
administrativa”.
El 2 de enero Erdan reveló ante los
periodistas algunos aspectos de su plan pero obvió el ya siniestro
contexto penitenciario israelí. El ministro anunció que a los
prisioneros se les negará el “derecho a cocinar” sin mencionar que a
muchos prisioneros, especialmente durante la primera etapa de su
detención, se les niega totalmente la comida como una forma de tortura.
“El plan también incluye impedir que los miembros del Knesset visiten a
los detenidos palestinos”, añadió Erdan, sin referirse a que son
centenares los presos palestinos a los que se les niega el acceso a
abogados y las visitas familiares de manera regular.
No hay
razón para dudar de las palabras del ministro israelí cuando promete
empeorar las condiciones de los prisioneros palestinos. Sin embargo, las
horribles condiciones en las que miles de palestinos están detenidos en
las cárceles israelíes –que constituyen por sí mismas una violación de
la Cuarta Convención de Ginebra– están ya en una fase que sólo puede
calificarse de inhumana porque incumplen las normas mínimas establecidas
por el derecho internacional y el derecho humanitario.
Nadie
está tan autorizado para describir las condiciones de las cárceles
israelíes como los propios presos y presas que vienen sufriendo todo
tipo de torturas físicas y psicológicas, y que han pasado años, a veces
décadas, defendiendo a diario su humanidad.
Hablamos con seis
presos liberados, entre ellos dos mujeres y un menor, que han compartido
sus historias con nosotros con la esperanza de que sus testimonios
ayuden a comprender el verdadero contexto del último plan de Erdan.
Wafa Samir Ibrahim al Bis: “Mataron a mi gato”
Wafa' Samir Ibrahim al Bis nació en el campo de refugiados de Yablaiya,
en Gaza. Tenía 16 años cuando fue detenida el 20 de mayo de 2005. Fue
sentenciada a 12 años de prisión tras haber sido condenada por intentar
llevar a cabo una misión suicida contra soldados israelíes. Fue
excarcelada en 2011 en un intercambio de prisioneros entre la
Resistencia Palestina e Israel.
“Tenía sólo 16 años cuando
decidí colocarme un cinturón explosivo para volarme entre los soldados
de ocupación israelíes. Era lo único que podía hacer para vengar a
Muhamad al Durrah, el niño palestino de 12 años que fue brutalmente
asesinado por soldados israelíes ante las cámaras de televisión en
septiembre de 2000. Cuando vi las imágenes de Muhamad acurrucado al lado
de su padre mientras los soldados los bañaban a ambos a tiros, me sentí
impotente. Pobre niño. Pero me detuvieron y los que me ayudaron a
entrenarme para mi misión fueron asesinados tres meses después de mi
detención.
Me torturaron durante años dentro de la infame Celda
9 de la prisión de Ramleh, una cámara de tortura en la que metían a
gente como yo. Me colgaban del techo y me golpeaban. Me ponían una bolsa
negra en la cabeza mientras me golpeaban y me interrogaban horas y
horas durante días. Soltaban perros y ratas en mi celda. Pasaba días
enteros sin dormir. Me desnudaban y me dejaban así durante días. No me
permitían reunirme con un abogado ni recibir visitas de la Media Luna
Roja.
Me hacían dormir en un colchón viejo y sucio que era tan
duro como un clavo. Estuve en aislamiento en la Celda 9 durante dos
años. Sentía que me habían enterrado viva. Una vez me colgaron durante
tres días seguidos. Gritaba tan fuerte como podía pero nadie me desató.
Cuando estaba en prisión me sentía muy sola. Un día vi un gatito
caminando entre las habitaciones y le empecé a tirar comida para que se
hiciera mi amigo. De repente empezó a entrar en mi celda y se quedaba
conmigo durante horas. Cuando los guardias descubrieron que me hacía
compañía le cortaron el cuello delante de mí. Lloré más por él que por
mi.
Unos días después, le pedí a la guardia una taza de té.
Volvió y me dijo: “extiende la mano para coger la taza”. Lo hice, pero
en vez de eso me echó agua hirviendo en la mano causándome quemaduras de
tercer grado. Sigo teniendo las cicatrices por este incidente y sigo
necesitando cuidados médicos para curarme la mano.
Lloro por
Israa' Ya'abis, cuyo cuerpo quemaron por completo y sin embargo aún
sigue en una cárcel israelí. Pienso a menudo en todas las mujeres
prisioneras que dejé atrás.
Sara Mohamed Husein al Hafi: “No hay palabras”
Sana'a Mohamed Husein al Hafi nació en Cisjordania. Se mudó a la Franja
de Gaza después de conocer a su futuro marido. Pasó 10 meses en prisión
y otros cinco meses bajo arresto domiciliario por transferir dinero a
una “entidad hostil (Hamas)”.
En mayo de 2015 quise visitar
a mi familia que vive en Cisjordania. Les echaba en falta muchísimo
porque hacía años que no los veía. Pero tan pronto como llegué al cruce
de Beit Hanun (Eretz) los soldados israelíes me detuvieron.
Mi
sufrimiento ese día empezó alrededor de las 7:30 de la mañana. Los
soldados me registraron de manera humillante. Examinaron cada parte de
mi cuerpo. Me obligaron a desnudarme por completo. Estuve así hasta la
medianoche.
Al final me encadenaron de pies y mano y me
vendaron los ojos. Le rogué al oficial al mando que me dejara llamar a
mi familia porque seguían esperando al otro lado del cruce. Los soldados
me permitieron hacerlo a condición de que solo dijera esta frase: “No
iré a casa esta noche”, y nada más.
Luego llegaron más
soldados. Me metieron en la parte de atrás de un gran camión militar.
Sentí la presencia de muchos perros y hombres rodeándome. Los perros
ladraban y los hombres se reían. Estaba muy asustada.
Me
llevaron al complejo militar de Ashkelon donde me registraron de nuevo
de la misma manera degradante y me instalaron en una celda muy pequeña
con una luz tenue. Olía fatal. Hacía mucho frío aunque era principios de
verano. La cama era pequeña y estaba sucia. Las sábanas también. Los
soldados se llevaron todas mis pertenencias incluyendo mi reloj.
No pude dormir porque me interrogaban cada pocas horas. Me sentaba en
una silla de madera durante largos períodos de tiempo para ser sometida a
la misma rutina llena de gritos, insultos y lenguaje soez. Me
mantuvieron en el complejo de Ashkelon durante siete días. Me
permitieron ducharme una vez con agua muy fría.
Por la noche
oía voces de hombres y mujeres torturadas; gritos de rabia en hebreo y
en árabe; puertas que se cerraban de un modo muy inquietante.
Al final de esa semana fui trasladada a la prisión de Ha Sharon; allí
sentí el alivio de estar con otras prisioneras palestinas, algunas
menores, algunas madres como yo y algunas ancianas.
Cada dos o
tres días me sacaban de mi celda para más interrogatorios. Salía al
amanecer y volvía alrededor de la medianoche. Algunas veces me metían en
un camión militar grande con otras mujeres y me llevaban al tribunal
militar. Nos encadenaban individualmente o entre nosotras. Esperábamos
durante horas sólo para que al final nos dijeran que la sesión del
tribunal había sido retrasada para una fecha posterior.
En
nuestras celdas luchamos por sobrevivir en unas condiciones duras y de
negligencia médica. Una vez una presa anciana se desmayó. Tenía diabetes
y no recibía atención médica. Todas empezamos a gritar y a llorar. No
sé cómo sobrevivió.
Estuve en prisión diez meses. Cuando
finalmente me excarcelaron me pusieron bajo arresto domiciliario en
Jerusalén durante otros 5 meses. Echaba de menos a mi familia. Pensaba
en ellos todo el tiempo. No hay palabras para describir lo desgarradora
que fue esa experiencia, que te quiten la libertad, vivir sin dignidad y
sin derechos... No hay palabras.
Fuad Qasim al Razam: “El día que vi a mi madre”
Fuad Qasim al Razam nació en la ciudad palestina de Jerusalén. Pasó 31
años en prisión por matar a un soldado israelí y a un colono armado,
entre otros cargos.
He sufrido torturas psicológicas y
físicas en las cárceles israelíes, lo que me obligó a confesar cosas que
hice y otras que no hice.
La primera fase de la detención
suele ser la más difícil porque la tortura es más intensa y los métodos
más brutales. No me daban comida ni me permitían dormir, me dejaban
colgado del techo durante horas. A veces me dejaban de pie bajo la
lluvia, desnudo, atado a un poste, con una bolsa en la cabeza. Me
dejaban así todo el día mientras los soldados me golpeaban de tanto en
tanto, me daban patadas y me golpeaban con palos.
Me
prohibieron ver a mi familia durante años, y cuando finalmente se me
permitió ver a mi madre, se estaba muriendo. Una ambulancia la llevó a
la prisión de Beir Al Saba y me llevaron encadenado a verla. Estaba muy
mal de salud y ya no podía hablar. Recuerdo los tubos que salían de sus
manos y su nariz. Sus brazos estaban magullados y azules por las agujas
que pinchaban su frágil piel.
Sabía que sería la última vez que
la veía, así que le leí algo del Corán antes de que me llevaran de
vuelta a mi celda. Murió 20 días después. Sé que estaba orgullosa de mí.
Cuando me excarcelaron después del intercambio de prisioneros en 2011
no se me permitió ir a visitar su tumba a leer versículos del Corán
porque me deportaron a Gaza inmediatamente. Un día visitaré su tumba.
Muhamed Abul Aziz Abu Shawish: “Me quemaron los genitales”
Mohammed Abul Aziz Abu Shawish nació en el campo de refugiados de
Nuseirat en Gaza, en 1964. Su familia es originaria de Barqa, una aldea
del sur de Palestina que fue limpiada étnicamente en 1948. Pasó 9 años
en prisión después de haber sido acusado de poseer un arma y ser miembro
del movimiento de Al Fatah.
Los israelíes me han
detenido 7 veces; la primera cuando tenía seis años. Eso fue en 1970.
Luego me acusaron de lanzar piedras a los soldados israelíes. Me
detuvieron de nuevo cuando era adolescente. Esa vez me golpearon y un
oficial israelí encendió una cerilla bajo mis genitales. Me quitaron la
ropa y me pusieron la ropa interior en la boca para amortiguar mis
gritos. Después de aquello padecí dolores cada vez que iba al baño
durante muchos días.
Mi último encarcelamiento fue el más
largo. Me detuvieron el 23 de abril de 1985, estuve en la cárcel durante
9 años y me excarcelaron tras de la firma de los Acuerdos de Oslo.
Incluso en prisión nuestra lucha por nuestros derechos nunca cesó.
Luchamos con huelgas de hambre a las que ellos respondían con
aislamiento y tortura. Tan pronto como la administración penitenciaria
cedía a nuestras reivindicaciones para que pusiéramos fin a la huelga,
nos privaban poco apoco de todo lo que habíamos conseguido. Retenían la
comida, impedían las visitas familiares y hasta reunirnos con nuestros
propios compañeros de prisión. A menudo confiscaban nuestros libros y
otros materiales educativos sin motivo alguno.
Incluso en
prisión nuestra lucha por nuestros derechos nunca cesó. Luchamos en
huelgas de hambre y ellos nos defendieron con aislamiento y tortura. Tan
pronto como la administración penitenciaria cediera a nuestras
demandas, para poner fin a nuestra huelga, nos privarían lentamente de
todo lo que habíamos logrado. Retendrían la comida, evitarían las
visitas familiares e incluso nos impedirían reunirnos con nuestros
propios compañeros de prisión. A menudo confiscaban nuestros libros y
otros materiales educativos sin motivo alguno.
Cuando me
excarcelaron el 8 de enero de 1994 me incorporé a la unidad de
rehabilitación de prisioneros del Ministerio de Trabajo. Hice todo lo
que pude para ayudar a mis compañeros prisioneros liberados. Desde que
me jubilé, escribí un libro titulado
Antes de que mi torturador muera
en el que narro los años de mi encarcelamiento. No es que sea escritor;
tan sólo quiero que el mundo sepa de nuestra difícil situación.
Shadi Farah: “Detuvieron a mi familia”
Shadi Farah fue detenido en su casa de Jerusalén a la edad de 12 años,
acusado de intentar matar a soldados israelíes con un cuchillo que
encontraron en su casa.
Me detuvieron el 30 de diciembre
de 2015, cuando sólo tenía 12 años. Me excarcelaron el 29 de noviembre
de 2018. En aquel momento era el prisionero palestino más joven de las
cárceles israelíes.
Mi interrogatorio tuvo lugar en la prisión
de Maskubiah, en Jerusalén, específicamente en la Celda 4. Después de
días de tortura física, de privación de sueño y de fuertes golpes,
encarcelaron a toda mi familia, a mi madre, a mi padre y a mis hermanas y
hermanos.
Me dijeron que mi familia estaba presa por mi culpa y
que sólo los pondrían en libertad si confesaba mis delitos. Juraban con
blasfemias que no puedo repetir. Me amenazaron con hacerles cosas
indescriptibles a mi madre y a mis hermanas.
Después de cada
sesión de tortura volvía a mi celda desesperado por dormir. Pero
entonces los soldados me despertaban abofeteándome, dándome patadas con
sus botas y golpeándome en el estómago.
Amo a mi familia. Cuando impidieron que me visitaran se me rompió el corazón.
Yihad Yamil Abu Ghabn: “Los presos y presas son héroes”
Yihad Yamil Abu Ghabn pasó casi 24 años en cárceles israelíes por
participar en la primera Intifada y en el asesinato de un colono
israelí. Lo excarcelaron en 2011
En la cárcel mis carceleros
intentaban quebrar mi espíritu y quitarme mi dignidad no sólo con
violencia sino también con técnicas concretas para humillarme y
desmoralizarme.
A menudo me colocaban una
bolsa con un olor muy fétido en la cabeza que me hacía vomitar una y
otra vez dentro de la bolsa. Cuando me la quitaban, tenía la cara
hinchada y un fuerte dolor de cabeza a causa de la intermitente
privación de oxígeno.
Durante todas las sesiones de
interrogatorio (que duró meses), me sentaban en una silla con patas
desiguales durante horas y horas. No se podía encontrar una posición
cómoda, lo que me dejó con dolor permanente en la espalda y en el
cuello.
A veces metían “presos” en mi celda que afirmaban ser
miembros de la Resistencia Palestina. Más tarde descubriría que eran en
realidad colaboradores que intentaban engañarme para que confesara. A
esos colaboradores los llamamos
assafir (pájaros).
Los presos y las presas palestinas son héroes. No hay palabras para describir su legendaria firmeza y sus inmensos sacrificios.
Fuente:
https://www.aljazeera.com/indepth/opinion/tales-torture-israel-prisons-190121113101325.html