Cualquier
ser racional convendrá en que un concepto no es responsable del buen o
mal uso que se haga del mismo. Consecuentemente, el concepto de
comunismo no es responsable del uso que se haya hecho de su nombre: usar
un nombre no implica conocer su concepto, como queda demostrado por el
uso y abuso que se hace del nombre “democracia” sin tener la menor idea
de en qué consiste su concepto (que es mucho más profundo de lo que
parece y de cómo aparece).
Cuando Marx, en las primeras líneas del Manifiesto, escribía la famosa frase “Un fantasma recorre Europa…” nunca imaginó que este fantasma iba a asustar a los progresistas, a los socialistas y a perseguir, incluso, a los propios comunistas.
¿Cómo se llegó a tamaña paradoja? ¿Cómo fue posible que el símbolo y la meta de la liberación del proletariado (y con éste, de toda la sociedad) se convirtiera en un anatema y en algo vergonzante?
Cualquier ser racional convendrá en que un concepto no es responsable del buen o mal uso que se haga del mismo. Consecuentemente, el concepto de comunismo no es responsable del uso que se haya hecho de su nombre: usar un nombre no implica conocer su concepto, como queda demostrado por el uso y abuso que se hace del nombre “democracia” sin tener la menor idea de en qué consiste su concepto (que es mucho más profundo de lo que parece y de cómo aparece).
A pesar de que en nombre de la “democracia” se han perpetrado barbaridades (basta, para hacerse una idea, con repasar la lista de agresiones que terceros países han sufrido por parte de los USA usando la “democracia” como argumento), la palabra “democracia” sigue siendo usada por aves de todo tipo de pelaje en todos los foros. Por el contrario, la palabra “comunismo” es objeto de autocensura por parte de quien (dicho sea de paso, raramente) la utiliza. Personas cultas y supuestamente progresistas necesitan justificar de algún modo el uso de la palabra “comunismo” cuando lo hacen en un sentido que no sea el habitual: peyorativo o negativo; algunos gentilhombres la mejoran con aditivos como “libertario”, escindiendo, así, el propio concepto (que, por definición, es libertario).
Comunismo y libertad (como se tratará de mostrar en este texto) son lógicamente vinculantes: un sistema social es libre si este sistema social es comunista, y viceversa: un sistema social es comunista si es libre. Libertad y comunismo no pueden existir separadamente, puesto que se implican mutuamente.
A pesar de lo incompleta y degradada que está la democracia, y de lo ignoto de su concepto, no decimos memeces tales como «democracia demócrata». La expresión “comunismo libertario” es una redundancia no solo gratuita, sino mentecata, análoga a expresiones tales como “agua mojada”, “sol solar”, “aire aéreo”, “lluvia lluviosa” …
En el párrafo anterior se ha usado la expresión “democracia demócrata” como ejemplo de redundancia, sin embargo, la democracia existente no es verdaderamente demócrata: la democracia solamente puede ser verdaderamente demócrata en la forma totalmente desarrollada de la república democrática; es decir, cuando la sociedad, en la figura del proletariado asume, literalmente, el poder del estado; cuando el pueblo consciente se erige en el único lobby y en el único protagonista de la política; este tipo de socialismo es, en realidad, la última fase del capitalismo, que debe conducir a su autosuperación (en términos hegelianos, a su negación dialéctica). En este momento del proceso de transformación, la estructura del estado depende de que la organización de la producción esté basada en el trabajo abstracto, heredado del capitalismo (así como en la forma de valor); por un breve período aún será necesario el cálculo de los procesos productivos y la planificación económica, aunque ahora se llevaran a cabo en beneficio de toda la sociedad.
Literalmente, “república democrática” significa que la “res” (la “cosa”, es decir, todo lo concerniente a la sociedad) es público y democrático. En este sentido, la forma cumplida de este modo de organización social es lo mismo que el socialismo, que supone la socialización de todo y, por supuesto, supone la democracia (no “formal”, sino verdadera).
El comunismo sería la consecuencia natural de la democracia llevada a sus últimas consecuencias: al desaparecer el sistema cuya estructura mantiene encadenados a los seres humanos física y mentalmente, desaparecerá la ideología y, con ella, la alienación. Al desaparecer la forma de valor, y con ella el dinero y la esclavitud asalariada, los seres humanos serán libres para desarrollar sus capacidades en el sentido en que a cada cual le parezca mejor (es a eso a lo que Marx se refería con “de cada cual según sus capacidades”; nadie puede ser obligado a hacer algo contra su voluntad). La vida humana dejará de ser un medio de vida, para constituirse en un fin en sí misma.
La aducida frase de Marx empieza con “a cada cual según sus necesidades”. En este contexto hay que saber interpretar el sentido que tiene el concepto de “necesidad”. Existen dos tipos de “necesidades humanas”, las que son precisas para la subsistencia y reproducción de la mercancía “fuerza de trabajo” (que no se diferenciarían mucho de las necesidades de cualquier otro animal) y las necesidades humanas que son más humanas que necesidades: es decir, aquellas necesidades que solamente pueden tener los seres humanos en tanto que humanos, como son la cultura, el pensamiento, la ciencia, la técnica, la socialización… sin que con ello se quiera fijar un patrón común (ni una esencia) de “ser humano”, ya que cada cual tendrá su personal relación con el tipo de necesidades que hemos definido como, propiamente dichas, humanas.
En realidad, tal como lo plantea Marx, “a cada quien según sus necesidades” supera el concepto mismo de “necesidad”, puesto que el concepto usual de “necesidad” implica una mediación entre la necesidad y su satisfacción (por ejemplo, el dinero), pero la fórmula de Marx implica la eliminación de esa mediación, ya que significa que cada quien obtiene todo lo que necesita, en el lugar y momento en que lo precise. Consecuentemente, “necesidad”, “satisfacción de una necesidad”, “poseer”, “recibir”, “trabajo” … dejan de tener significado, puesto que se entra en un nuevo marco conceptual, en el que no caben los conceptos (o al menos su contenido) que emanan de la ideología del sistema anterior. Cuando Marx escribe que “…el trabajo habrá llegado a ser (…) la primera necesidad de la vida”, está llevando ambos conceptos (“trabajo” y “necesidad”) al límite de ruptura, en el cual pierden el significado que tenían en su contexto natural: la “sociedad moderna” (o sea, la sociedad organizada con fines capitalistas).
Aristóteles llevó, en su época, las categorías que utilizó hasta el límite (como cuando investigaba los diferentes tipos de valor y su forma monetaria, el concepto de trabajo, etc.) Lo que el atisbó fue, unos miles de años más adelante en la historia, materializado por el capitalismo y analizado por Marx; del mismo modo, el proceso en el cual Marx llevó al límite las categorías que él mismo tuvo que “descubrir” para dicho análisis, proceso que le permitió otear en el horizonte de una nueva sociedad, se verá materializado en el futuro de un modo completamente nuevo.
Como no podía ser de otro modo, la izquierda no supo ir más allá de la versión ideológica del sistema, según la cual la “caída” de los países “comunistas” significaba un doble fracaso: por un lado, el fracaso teórico de Marx y, por el otro, el fracaso del comunismo; de este modo, quedaban “superadas”, de un plumazo, las dos grandes bestias negras del sistema: Marx y el comunismo, y, en passant, el sistema capitalista era proclamado como “el mejor de los mundos posibles”. Ninguna de las dos cosas es cierta: por un lado, Marx no fracasó en nada de eso, puesto que no diseñó ningún modelo de sociedad que pudiera triunfar o fracasar, simplemente, analizó los síntomas del paciente y diagnosticó la enfermedad del sistema capitalista; por el otro lado, tampoco se pudo constatar el fracaso del comunismo, en primer lugar porque aún no existe un modelo definido de en qué consiste (o en qué podría consistir) y, por otro lado, lo poco que existe en el imaginario revolucionario del modelo comunista nunca llegó a implantarse en ningún país, ya que dicho modelo de sociedad supone, por ejemplo, la superación del estado y, lamentablemente, la izquierda, que cuando llega al poder se vuelve reaccionaria, ha renunciado siempre, a la hora de la verdad, a esta idea (que era la esperanza de Marx de llevar a cabo la revolución pacíficamente a través de la transformación de la estructura del estado). La única certeza que hay sobre este penoso capítulo de la historia, es que ha triunfado la peor versión del capitalismo “estable”.
Quien haya leído bien a Marx sabe que éste confiaba en que el proletariado podría consumar la revolución (es decir, completar la república democrática, empresa imposible en la sociedad capitalista) a través de los votos y asumiendo, por lo tanto, el control de la estructura del estado para democratizarla, socializando la riqueza (socialismo) y, posteriormente, liberando de ella a la población al disolver dicha estructura (comunismo). El capitalismo no solamente no puede completar su pretendido paradigma, que supuestamente sería la república democrática, sino que la realización de ésta es el mayor peligro que existe para su supervivencia (porque significa su negación, aunque sea dialéctica); por eso, cualquier intento para materializarla ha sufrido el ataque destructivo de las fuerzas del capital. Algunos ejemplos: el primer intento serio de completar la república democrática, a saber, la Comuna de París, fue aplastada por el ejército francés, nutrido por los prisioneros liberados por Prusia al efecto (“capitalistas sin fronteras”); otro intento lo tenemos en la Revolución Rusa, la cual, si bien consiguió el control de la estructura del Estado, sucumbió a su rigidez, en parte a causa de que las exigencias que iban surgiendo, orquestadas por un capitalismo que se sentía amenazado (contrarrevolución, invasión multinacional, invasión nazi, guerra fría…) impedían la calma necesaria para completar el proceso con éxito. En España, las potencias occidentales bendijeron al dictador nazi Francisco Franco, ya que temían que si era derrocado se intentaría materializar la república democrática. En Cuba, el objetivo que se habían propuesto alcanzar los revolucionarios era completar la república democrática; todo el mundo sabe por qué no pudieron llevarlo a cabo con éxito. En Chile, el equipo de Allende quería llevar a cabo la culminación de la república democrática a la manera de Marx: ganando las elecciones y democratizando y socializando el estado: ya sabemos lo que sucedió. En cualquier lugar del planeta en el que la democracia pretende ejercer como tal, llega la mano negra del capital para impedir el desarrollo de la evolución histórica.
Consecuentemente, el temor al comunismo es el temor a la libertad y a la democracia verdaderas, lo que supone el padecimiento de un nivel de alienación tan profundo como el del capitalista más convencido.
Cuando Marx, en las primeras líneas del Manifiesto, escribía la famosa frase “Un fantasma recorre Europa…” nunca imaginó que este fantasma iba a asustar a los progresistas, a los socialistas y a perseguir, incluso, a los propios comunistas.
¿Cómo se llegó a tamaña paradoja? ¿Cómo fue posible que el símbolo y la meta de la liberación del proletariado (y con éste, de toda la sociedad) se convirtiera en un anatema y en algo vergonzante?
Cualquier ser racional convendrá en que un concepto no es responsable del buen o mal uso que se haga del mismo. Consecuentemente, el concepto de comunismo no es responsable del uso que se haya hecho de su nombre: usar un nombre no implica conocer su concepto, como queda demostrado por el uso y abuso que se hace del nombre “democracia” sin tener la menor idea de en qué consiste su concepto (que es mucho más profundo de lo que parece y de cómo aparece).
A pesar de que en nombre de la “democracia” se han perpetrado barbaridades (basta, para hacerse una idea, con repasar la lista de agresiones que terceros países han sufrido por parte de los USA usando la “democracia” como argumento), la palabra “democracia” sigue siendo usada por aves de todo tipo de pelaje en todos los foros. Por el contrario, la palabra “comunismo” es objeto de autocensura por parte de quien (dicho sea de paso, raramente) la utiliza. Personas cultas y supuestamente progresistas necesitan justificar de algún modo el uso de la palabra “comunismo” cuando lo hacen en un sentido que no sea el habitual: peyorativo o negativo; algunos gentilhombres la mejoran con aditivos como “libertario”, escindiendo, así, el propio concepto (que, por definición, es libertario).
Comunismo y libertad (como se tratará de mostrar en este texto) son lógicamente vinculantes: un sistema social es libre si este sistema social es comunista, y viceversa: un sistema social es comunista si es libre. Libertad y comunismo no pueden existir separadamente, puesto que se implican mutuamente.
A pesar de lo incompleta y degradada que está la democracia, y de lo ignoto de su concepto, no decimos memeces tales como «democracia demócrata». La expresión “comunismo libertario” es una redundancia no solo gratuita, sino mentecata, análoga a expresiones tales como “agua mojada”, “sol solar”, “aire aéreo”, “lluvia lluviosa” …
En el párrafo anterior se ha usado la expresión “democracia demócrata” como ejemplo de redundancia, sin embargo, la democracia existente no es verdaderamente demócrata: la democracia solamente puede ser verdaderamente demócrata en la forma totalmente desarrollada de la república democrática; es decir, cuando la sociedad, en la figura del proletariado asume, literalmente, el poder del estado; cuando el pueblo consciente se erige en el único lobby y en el único protagonista de la política; este tipo de socialismo es, en realidad, la última fase del capitalismo, que debe conducir a su autosuperación (en términos hegelianos, a su negación dialéctica). En este momento del proceso de transformación, la estructura del estado depende de que la organización de la producción esté basada en el trabajo abstracto, heredado del capitalismo (así como en la forma de valor); por un breve período aún será necesario el cálculo de los procesos productivos y la planificación económica, aunque ahora se llevaran a cabo en beneficio de toda la sociedad.
Literalmente, “república democrática” significa que la “res” (la “cosa”, es decir, todo lo concerniente a la sociedad) es público y democrático. En este sentido, la forma cumplida de este modo de organización social es lo mismo que el socialismo, que supone la socialización de todo y, por supuesto, supone la democracia (no “formal”, sino verdadera).
El comunismo sería la consecuencia natural de la democracia llevada a sus últimas consecuencias: al desaparecer el sistema cuya estructura mantiene encadenados a los seres humanos física y mentalmente, desaparecerá la ideología y, con ella, la alienación. Al desaparecer la forma de valor, y con ella el dinero y la esclavitud asalariada, los seres humanos serán libres para desarrollar sus capacidades en el sentido en que a cada cual le parezca mejor (es a eso a lo que Marx se refería con “de cada cual según sus capacidades”; nadie puede ser obligado a hacer algo contra su voluntad). La vida humana dejará de ser un medio de vida, para constituirse en un fin en sí misma.
La aducida frase de Marx empieza con “a cada cual según sus necesidades”. En este contexto hay que saber interpretar el sentido que tiene el concepto de “necesidad”. Existen dos tipos de “necesidades humanas”, las que son precisas para la subsistencia y reproducción de la mercancía “fuerza de trabajo” (que no se diferenciarían mucho de las necesidades de cualquier otro animal) y las necesidades humanas que son más humanas que necesidades: es decir, aquellas necesidades que solamente pueden tener los seres humanos en tanto que humanos, como son la cultura, el pensamiento, la ciencia, la técnica, la socialización… sin que con ello se quiera fijar un patrón común (ni una esencia) de “ser humano”, ya que cada cual tendrá su personal relación con el tipo de necesidades que hemos definido como, propiamente dichas, humanas.
En realidad, tal como lo plantea Marx, “a cada quien según sus necesidades” supera el concepto mismo de “necesidad”, puesto que el concepto usual de “necesidad” implica una mediación entre la necesidad y su satisfacción (por ejemplo, el dinero), pero la fórmula de Marx implica la eliminación de esa mediación, ya que significa que cada quien obtiene todo lo que necesita, en el lugar y momento en que lo precise. Consecuentemente, “necesidad”, “satisfacción de una necesidad”, “poseer”, “recibir”, “trabajo” … dejan de tener significado, puesto que se entra en un nuevo marco conceptual, en el que no caben los conceptos (o al menos su contenido) que emanan de la ideología del sistema anterior. Cuando Marx escribe que “…el trabajo habrá llegado a ser (…) la primera necesidad de la vida”, está llevando ambos conceptos (“trabajo” y “necesidad”) al límite de ruptura, en el cual pierden el significado que tenían en su contexto natural: la “sociedad moderna” (o sea, la sociedad organizada con fines capitalistas).
Aristóteles llevó, en su época, las categorías que utilizó hasta el límite (como cuando investigaba los diferentes tipos de valor y su forma monetaria, el concepto de trabajo, etc.) Lo que el atisbó fue, unos miles de años más adelante en la historia, materializado por el capitalismo y analizado por Marx; del mismo modo, el proceso en el cual Marx llevó al límite las categorías que él mismo tuvo que “descubrir” para dicho análisis, proceso que le permitió otear en el horizonte de una nueva sociedad, se verá materializado en el futuro de un modo completamente nuevo.
Como no podía ser de otro modo, la izquierda no supo ir más allá de la versión ideológica del sistema, según la cual la “caída” de los países “comunistas” significaba un doble fracaso: por un lado, el fracaso teórico de Marx y, por el otro, el fracaso del comunismo; de este modo, quedaban “superadas”, de un plumazo, las dos grandes bestias negras del sistema: Marx y el comunismo, y, en passant, el sistema capitalista era proclamado como “el mejor de los mundos posibles”. Ninguna de las dos cosas es cierta: por un lado, Marx no fracasó en nada de eso, puesto que no diseñó ningún modelo de sociedad que pudiera triunfar o fracasar, simplemente, analizó los síntomas del paciente y diagnosticó la enfermedad del sistema capitalista; por el otro lado, tampoco se pudo constatar el fracaso del comunismo, en primer lugar porque aún no existe un modelo definido de en qué consiste (o en qué podría consistir) y, por otro lado, lo poco que existe en el imaginario revolucionario del modelo comunista nunca llegó a implantarse en ningún país, ya que dicho modelo de sociedad supone, por ejemplo, la superación del estado y, lamentablemente, la izquierda, que cuando llega al poder se vuelve reaccionaria, ha renunciado siempre, a la hora de la verdad, a esta idea (que era la esperanza de Marx de llevar a cabo la revolución pacíficamente a través de la transformación de la estructura del estado). La única certeza que hay sobre este penoso capítulo de la historia, es que ha triunfado la peor versión del capitalismo “estable”.
Quien haya leído bien a Marx sabe que éste confiaba en que el proletariado podría consumar la revolución (es decir, completar la república democrática, empresa imposible en la sociedad capitalista) a través de los votos y asumiendo, por lo tanto, el control de la estructura del estado para democratizarla, socializando la riqueza (socialismo) y, posteriormente, liberando de ella a la población al disolver dicha estructura (comunismo). El capitalismo no solamente no puede completar su pretendido paradigma, que supuestamente sería la república democrática, sino que la realización de ésta es el mayor peligro que existe para su supervivencia (porque significa su negación, aunque sea dialéctica); por eso, cualquier intento para materializarla ha sufrido el ataque destructivo de las fuerzas del capital. Algunos ejemplos: el primer intento serio de completar la república democrática, a saber, la Comuna de París, fue aplastada por el ejército francés, nutrido por los prisioneros liberados por Prusia al efecto (“capitalistas sin fronteras”); otro intento lo tenemos en la Revolución Rusa, la cual, si bien consiguió el control de la estructura del Estado, sucumbió a su rigidez, en parte a causa de que las exigencias que iban surgiendo, orquestadas por un capitalismo que se sentía amenazado (contrarrevolución, invasión multinacional, invasión nazi, guerra fría…) impedían la calma necesaria para completar el proceso con éxito. En España, las potencias occidentales bendijeron al dictador nazi Francisco Franco, ya que temían que si era derrocado se intentaría materializar la república democrática. En Cuba, el objetivo que se habían propuesto alcanzar los revolucionarios era completar la república democrática; todo el mundo sabe por qué no pudieron llevarlo a cabo con éxito. En Chile, el equipo de Allende quería llevar a cabo la culminación de la república democrática a la manera de Marx: ganando las elecciones y democratizando y socializando el estado: ya sabemos lo que sucedió. En cualquier lugar del planeta en el que la democracia pretende ejercer como tal, llega la mano negra del capital para impedir el desarrollo de la evolución histórica.
Consecuentemente, el temor al comunismo es el temor a la libertad y a la democracia verdaderas, lo que supone el padecimiento de un nivel de alienación tan profundo como el del capitalista más convencido.
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