Desnutrición, anemia y
obesidad se disparan en México por desigualdad económica: Conapred-CIDE
Por: Redacción / Sinembargo - octubre 24 de 2012 - 7:23
Destacadas, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin comentarios
Foto: Cuartooscuro
Ciudad de México, 24 de oct (sinembargo.mx) – Las recientes políticas
públicas que han permitido una mayor concentración del ingreso han
fracasado frente al aumento de la pobreza y la desigualdad económica en
México, lo que ha impactado negativamente la alimentación de los
mexicanos, detonando anemia, desnutrición y obesidad.
De acuerdo con el “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud
y Alimentación”, un estudio coordinado por Ricardo Raphael de la
Madrid, bajo los auspicios del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(Conapred), el nivel de ingreso de las personas es percibido como un
factor de desigualdad, división y discriminación entre la población, por
dos razones: la primera ess que la brecha entre ricos y pobres es
inusualmente profunda, y la segunda es que las personas más pobres
realmente no tienen acceso a los medios básicos de subsistencia.
El reporte, que será presentado a los medios este miércoles 24 de
octubre, destaca que la concentración económica en México es elevada y
de grandes contrastes.
Al citar información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los
Hogares (Inegi, 2010) sobre el ingreso corriente trimestral total de
los hogares en 2010, da cuenta que, medido en deciles, en un extremo las
y los mexicanos perciben ingresos promedio de 6 mil 163 pesos (cifra
que representa 17.6% del promedio nacional), mientras que en el otro
extremo obtienen un ingreso promedio de 118 428 pesos, esto es, 339
veces el ingreso promedio nacional.
Esta condición estructural de la concentración del ingreso no ha
cambiado sustancialmente: “Las políticas públicas que han incluido en
los tiempos recientes acciones de transferencias para mejorar el ingreso
corriente de las familias y personas, muestran variaciones en el
tiempo, pero al momento actual los resultados relativos a la disminución
de la desigualdad económica, y también a propósito de la reducción de
los niveles de pobreza, son magros. La crisis económica mundial de 2009
amplió tales brechas y devolvió a un segmento importante de la población
a vivir en la pobreza extrema”, destaca el documento coordinado por
Ricardo Raphael.
En sus conclusiones informa que de una población total de 112 millones
336 mil 538 personas, más de 14 millones se encontraban en circunstancia
de pobreza alimentaria en e2010. De esa población, casi cinco millones
vive en zonas urbanas y 9 millones 800 mil en el campo. “Si se asume que
la población rural mexicana representa sólo 22% del total de la
población (casi 25 millones de personas), la cifra de pobreza
alimentaria fuera de las ciudades resulta alarmante”, expone.
Foto: Cuartooscuro
En la Cumbre del Milenio, celebrada en 2000, México refrendó su
compromiso para reducir el hambre y la desnutrición, y si bien el
porcentaje de personas con ingresos per cápita menores a un dólar en el
país disminuyó entre 1989 y 2005, al pasar de 10.9 a 3.5% de la
población, el Coneval señala que hubo un deterioro del poder de compra
de los hogares entre 2006 y 2008: mientras que en 2006 el 13.8% de la
población se encontraba en situación de pobreza alimentaria, en 2008 el
porcentaje fue de 18.2% (Coneval, 2010, p. 60). Esta brecha se amplió
después de la crisis financiera mundial de 2009.
De esta forma y según datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos
de los Hogares, realizada en 2010 por el Inegi, la población más pobre
destina más del doble de lo que otorga la población con mayores recursos
para la adquisición de alimentos, bebidas y tabaco.
“El hecho de que la población con menores ingresos distribuya un mayor
porcentaje del gasto total a su alimentación la hace más vulnerable ante
fenómenos como el aumento de precios en alimentos a nivel mundial, las
crisis económicas que afectan los precios de la canasta básica o el
aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA) en estos bienes”, afirma el
reporte.
Este análisis de la pobreza alimentaria no se limita a una valoración
sobre cuánto se gasta o no en alimentos pues, explica, también deben
valorarse los grupos de alimentos que se consumen con tales recursos.
En la medida en que la población se encuentra polarizada en términos de
sus niveles de ingreso, el tipo de mercado al que accede y su práctica
de consumo también son diferenciados, añade.
Esto, destaca, lleva a la identificación de distintas canastas de
consumo, como las utilizadas para la definición de las líneas de
bienestar, que distinguen el tipo de bien, la cantidad y la calidad del
consumo que realizan las familias. Lo mismo sucede si se analizan las
diferentes canastas de consumo con las que el Inegi (y antes el Banco de
México) realiza el seguimiento de precios.
“No es lo mismo la canasta de bienes a la que acceden las familias que
ganan hasta dos salarios mínimos en comparación con aquéllas a las que
acceden las familias que perciben ingresos equivalentes al rango que va
de más de dos salarios mínimos hasta cuatro o seis, y la de éstas con
las que ganan ocho, 10 o más veces el salario mínimo”.
DISCRIMINACIÓN ALIMENTARIA; INDÍGENAS, LOS MÁS VULNERABLES
EL “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud y
Alimentación” afirma que el principal gasto de la población con menores
recursos se destina a carbohidratos. Las verduras y legumbres y la
proteína proveniente de aves ocupan el segundo y tercer lugar,
correspondientemente. “Esto puede ser por la disponibilidad más
inmediata, es decir, porque el resto de los grupos alimenticios no son
accesibles en sus localidades. Esta hipótesis ameritaría una
investigación más rigurosa”, establece.
Del otro lado, a medida que incrementan los ingresos, crece el gasto
destinado a carnes, leche y sus derivados, frutas, otros alimentos y,
aunque de manera más leve, bebidas alcohólicas y no alcohólicas, así
como pescados y mariscos. Del mismo modo, mientras mayor es el ingreso,
menor será la proporción del gasto destinado a cereales, verduras,
huevo, aceites y grasas, así como azúcar y mieles, esto de acuerdo con
información de 2010 del Incide Social.
Con datos de 2008 de la Encuesta Nacional de Abasto, Alimentación y
Estado Nutricio en el Medio Rural (Enaaen), el reporte plantea que los
hogares rurales, indígenas o no indígenas, consumen en promedio 8.89
grupos de alimentos de un total de 11 grupos, y presentan consumos bajos
en cantidad y frecuencia de los alimentos sugeridos por grupo
alimenticio. Este problema es más grave en la población indígena: sólo
3% consume uno o más alimentos del grupo de los cárnicos (3 o más días
de la semana).
De acuerdo con lo revelado por la Enaaen, dentro de los hogares
indígenas, menos de 16% presentan el consumo sugerido de frutas,
verduras, cereales y tubérculos; de lácteos y el huevo, sólo 20 y 24%,
respectivamente y de carnes, pescados y mariscos, el porcentaje es menor
a 8 por ciento. Respecto a las grasas, sólo 49% de los hogares
indígenas reportan el consumo adecuado (Coneval, 2010).
Esto es relevante “sobre todo en vista de los altos niveles de anemia
que alcanza la población indígena, según los resultados de la Encuesta
Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut, 2006)”.
Foto: Cuartooscuro
Al respecto, el estudio del CIDE-Conapred también cita al investigador
Ciro Murayama (2012) y su ponencia “Salud y discriminación en México” en
la que se plantea que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud
Pública (INSP), en 21 y 13% de las localidades rurales estudiadas se
encontró que en México existe una menor disponibilidad de frutas y
verduras, respectivamente, ya que no se comer- cian frutas o verduras de
forma regular. En cambio, grasas, azúcares, bebidas, cereales y huevo
se pueden conseguir en 100% de las localidades.
En comunidades indígenas el problema es grave, destaca el reporte: sólo
en 12.7% de los hogares estudiados existía disponibilidad de frutas y
verduras en la cantidad igual o superior al mínimo recomendado por el
propio INSP. En el caso de las verduras se reporta mayor disponibilidad
que en el de las frutas, pero se presenta una brecha importante entre
hogares indígenas y no indígenas (37.5 contra 64%, respectivamente). “La
brecha se reduce considerablemente en alimentos de pobre valor
nutritivo y de alta densidad energética, como la grasa y el azúcar. Poco
más de 70% de los hogares indígenas los tienen a su disposición (INSP,
2010).
DESNUTRICIÓN, ANEMIA Y OBESIDAD
La desnutrición tiene causas complejas que involucran determinantes
biológicas, socioeconómicas y culturales, afirma el reporte. Ésta
comienza desde el periodo de gestación y durante los primeros años de
vida y tiene efectos directos en el crecimiento, el desempeño
intelectual y el desarrollo de capacidades. En materia nutricional, los
primeros mil días de vida, contados a partir del momento de la
fecundación, son fundamentales para definir las oportunidades y
capacidades de desarrollo motriz e intelectual del ser humano. Es
también factor determinante para prevenir futuras enfermedades crónicas.
“En 1988, la prevalencia de desnutrición crónica fue 2.2 veces superior
en la población indígena que en la no indígena. En 1999 la brecha
aumentó a 2.7 veces y en 2006 disminuyó ligeramente a 2.6. Las crisis
económicas de 1994 y 2009, así como la crisis alimentaria de 2008, han
tenido como consecuencia el incremento de la pobreza; con esto se ha
demostrado que las reducciones de pobreza que se habían logrado en años
anteriores eran frágiles y que se ha prolongado el riesgo de
desnutrición en los grupos más vulnerables”, destaca.
Sin embargo, la desnutrición y la anemia no son los únicos problemas
alimentarios de México.
“La epidemia de obesidad representa el otro lado de la moneda de la mala
nutrición. La pérdida de salud como consecuencia de la obesidad –y su
peor consecuencia, la muerte en etapa temprana de la vida–, puede llevar
a gastos dramáticos para la población no asegurada y a pérdidas
económicas incalculables, que terminan empobreciendo a las familias de
quienes padecen esta condición”, afirma el “Reporte Sobre la
Discriminación en México 2012. Salud y Alimentación”.
El problema de obesidad presenta incrementos en niñas y niños de 7 años.
De este grupo, las niñas son las más afectadas; entre las adolescentes
de 18 años el pro blema se triplicó entre 1988 y 2006, y también se
duplicó en las mujeres de 18 a 49 años, añade.
El análisis de los incrementos de sobrepeso y obesidad entre estos
periodos indica también un mayor aumento entre la población más
marginada socialmente.
A partir de los resultados encontrados en este rubro, el reporte
concluye que el ingreso es un elemento que incide para que una parte
importante de la población no pueda ejercer el derecho a la
alimentación. Ciertamente, y a pesar de los programas de transferencias
económicas implementados por el Gobierno, aún existen familias en México
que tienen un acceso reducido a alimentos, en razón de su falta de
ingreso.
“El ingreso es determinante no sólo para la cantidad de alimentos, sino
también para el tipo a los que se tiene acceso. Mientras la población
con menores recursos eroga 40% de su gasto en alimentos altos en
calorías, carbohidratos y grasas, para la población de mayores recursos
este gasto sólo representa 25 por ciento”.
Foto: Cuartooscuro
En otro nivel del análisis, respecto de las prevalencias de
desnutrición, anemia y exceso de peso se identifica una distinción entre
hogares rurales y urbanos; y luego, dentro de los rurales, la brecha se
amplía aún más entre los indígenas y no indígenas. Al mismo tiempo, la
prevalencia de anemia afecta principalmente a niñas y niños, a mujeres
en edad fértil, a personas adultas mayores y a personas que habitan en
comunidades rurales.
De acuerdo con cifras de 2010, 18.2% de la población permanece en
pobreza alimentaria y 2.1% está por debajo del nivel mínimo de proteínas
(Coneval, 2010, pp. 13-14). Estos resultados apuntan a que las
comunidades rurales, y en particular las indígenas, siguen presentando
los mayores rezagos, pues otros factores se suman a su nivel de ingreso,
como el de la disponibilidad física de los alimentos, expone el
estudio.
CONCENTRACIÓN DE MERCADO, BARRERA PARA EL CONSUMO ALIMENTARIO
En el reporte también se destaca que diversas instancias internacionales
han señalado que la concentración de mercado y los monopolios en México
representan un problema serio. Algunos resultados seleccionados del
Informe del Foro Económico Mundial (WEF) sobre competitividad establecen
que si bien el mercado mexicano ocupa el duodécimo lugar a nivel
mundial, en términos de su tamaño, el país se coloca casi al final de la
lista (120 sobre 142 países) en materia de efectividad de las políticas
antimonopólicas.
“Este indicador refuerza la idea de que México, con todas sus ventajas,
sigue cargando con el lastre de la falta de competencia económica, con
un fuerte costo para la población”, plantea.
“Esta falta de competencia en el mercado genera precios excesivos de
productos y servicios que reducen el consumo y la capacidad de ahorro de
las familias, especialmente de las más vulnerables. En el mediano
plazo, influyen negativamente en la eficiencia del conjunto de la
economía y lastran el crecimiento económico. La falta de una competencia
intensa en los mercados nacionales acaba por inhibir la eficiencia y la
competitividad de la economía de México, contribuye a ampliar las
disparidades en los ingresos e inhibe la innovación (OCDE, 2012, p.
30)”.
El documento añade que las prácticas y regulaciones anticompetitivas han
debilitado la economía de las familias.
Foto: Cuartooscuro
Cita a la OCDE que señala que 30% del gasto familiar en México se lleva a
cabo en mercados con problemas de competencia, razón por la cual, las y
los consumidores gastan alrededor de 40% más en estos mercados de lo
que gastarían si hubiera competencia. El 10% de la población con menos
recursos es el más afectado, ya que gasta alrededor de 42% de sus
ingresos en los mercados altamente concentrados (OCDE, 2012, p. 30). “De
acuerdo con el investigador Moisés Naím, cada familia en México
transfiere 75 mil 000 pesos anuales en promedio a monopolios”, expone.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/24-10-2012/408145. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
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Desnutrición, anemia y
obesidad se disparan en México por desigualdad económica: Conapred-CIDE
Por: Redacción / Sinembargo - octubre 24 de 2012 - 7:23
Destacadas, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin comentarios
Foto: Cuartooscuro
Ciudad de México, 24 de oct (sinembargo.mx) – Las recientes políticas
públicas que han permitido una mayor concentración del ingreso han
fracasado frente al aumento de la pobreza y la desigualdad económica en
México, lo que ha impactado negativamente la alimentación de los
mexicanos, detonando anemia, desnutrición y obesidad.
De acuerdo con el “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud
y Alimentación”, un estudio coordinado por Ricardo Raphael de la
Madrid, bajo los auspicios del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(Conapred), el nivel de ingreso de las personas es percibido como un
factor de desigualdad, división y discriminación entre la población, por
dos razones: la primera ess que la brecha entre ricos y pobres es
inusualmente profunda, y la segunda es que las personas más pobres
realmente no tienen acceso a los medios básicos de subsistencia.
El reporte, que será presentado a los medios este miércoles 24 de
octubre, destaca que la concentración económica en México es elevada y
de grandes contrastes.
Al citar información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los
Hogares (Inegi, 2010) sobre el ingreso corriente trimestral total de
los hogares en 2010, da cuenta que, medido en deciles, en un extremo las
y los mexicanos perciben ingresos promedio de 6 mil 163 pesos (cifra
que representa 17.6% del promedio nacional), mientras que en el otro
extremo obtienen un ingreso promedio de 118 428 pesos, esto es, 339
veces el ingreso promedio nacional.
Esta condición estructural de la concentración del ingreso no ha
cambiado sustancialmente: “Las políticas públicas que han incluido en
los tiempos recientes acciones de transferencias para mejorar el ingreso
corriente de las familias y personas, muestran variaciones en el
tiempo, pero al momento actual los resultados relativos a la disminución
de la desigualdad económica, y también a propósito de la reducción de
los niveles de pobreza, son magros. La crisis económica mundial de 2009
amplió tales brechas y devolvió a un segmento importante de la población
a vivir en la pobreza extrema”, destaca el documento coordinado por
Ricardo Raphael.
En sus conclusiones informa que de una población total de 112 millones
336 mil 538 personas, más de 14 millones se encontraban en circunstancia
de pobreza alimentaria en e2010. De esa población, casi cinco millones
vive en zonas urbanas y 9 millones 800 mil en el campo. “Si se asume que
la población rural mexicana representa sólo 22% del total de la
población (casi 25 millones de personas), la cifra de pobreza
alimentaria fuera de las ciudades resulta alarmante”, expone.
Foto: Cuartooscuro
En la Cumbre del Milenio, celebrada en 2000, México refrendó su
compromiso para reducir el hambre y la desnutrición, y si bien el
porcentaje de personas con ingresos per cápita menores a un dólar en el
país disminuyó entre 1989 y 2005, al pasar de 10.9 a 3.5% de la
población, el Coneval señala que hubo un deterioro del poder de compra
de los hogares entre 2006 y 2008: mientras que en 2006 el 13.8% de la
población se encontraba en situación de pobreza alimentaria, en 2008 el
porcentaje fue de 18.2% (Coneval, 2010, p. 60). Esta brecha se amplió
después de la crisis financiera mundial de 2009.
De esta forma y según datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos
de los Hogares, realizada en 2010 por el Inegi, la población más pobre
destina más del doble de lo que otorga la población con mayores recursos
para la adquisición de alimentos, bebidas y tabaco.
“El hecho de que la población con menores ingresos distribuya un mayor
porcentaje del gasto total a su alimentación la hace más vulnerable ante
fenómenos como el aumento de precios en alimentos a nivel mundial, las
crisis económicas que afectan los precios de la canasta básica o el
aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA) en estos bienes”, afirma el
reporte.
Este análisis de la pobreza alimentaria no se limita a una valoración
sobre cuánto se gasta o no en alimentos pues, explica, también deben
valorarse los grupos de alimentos que se consumen con tales recursos.
En la medida en que la población se encuentra polarizada en términos de
sus niveles de ingreso, el tipo de mercado al que accede y su práctica
de consumo también son diferenciados, añade.
Esto, destaca, lleva a la identificación de distintas canastas de
consumo, como las utilizadas para la definición de las líneas de
bienestar, que distinguen el tipo de bien, la cantidad y la calidad del
consumo que realizan las familias. Lo mismo sucede si se analizan las
diferentes canastas de consumo con las que el Inegi (y antes el Banco de
México) realiza el seguimiento de precios.
“No es lo mismo la canasta de bienes a la que acceden las familias que
ganan hasta dos salarios mínimos en comparación con aquéllas a las que
acceden las familias que perciben ingresos equivalentes al rango que va
de más de dos salarios mínimos hasta cuatro o seis, y la de éstas con
las que ganan ocho, 10 o más veces el salario mínimo”.
DISCRIMINACIÓN ALIMENTARIA; INDÍGENAS, LOS MÁS VULNERABLES
EL “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud y
Alimentación” afirma que el principal gasto de la población con menores
recursos se destina a carbohidratos. Las verduras y legumbres y la
proteína proveniente de aves ocupan el segundo y tercer lugar,
correspondientemente. “Esto puede ser por la disponibilidad más
inmediata, es decir, porque el resto de los grupos alimenticios no son
accesibles en sus localidades. Esta hipótesis ameritaría una
investigación más rigurosa”, establece.
Del otro lado, a medida que incrementan los ingresos, crece el gasto
destinado a carnes, leche y sus derivados, frutas, otros alimentos y,
aunque de manera más leve, bebidas alcohólicas y no alcohólicas, así
como pescados y mariscos. Del mismo modo, mientras mayor es el ingreso,
menor será la proporción del gasto destinado a cereales, verduras,
huevo, aceites y grasas, así como azúcar y mieles, esto de acuerdo con
información de 2010 del Incide Social.
Con datos de 2008 de la Encuesta Nacional de Abasto, Alimentación y
Estado Nutricio en el Medio Rural (Enaaen), el reporte plantea que los
hogares rurales, indígenas o no indígenas, consumen en promedio 8.89
grupos de alimentos de un total de 11 grupos, y presentan consumos bajos
en cantidad y frecuencia de los alimentos sugeridos por grupo
alimenticio. Este problema es más grave en la población indígena: sólo
3% consume uno o más alimentos del grupo de los cárnicos (3 o más días
de la semana).
De acuerdo con lo revelado por la Enaaen, dentro de los hogares
indígenas, menos de 16% presentan el consumo sugerido de frutas,
verduras, cereales y tubérculos; de lácteos y el huevo, sólo 20 y 24%,
respectivamente y de carnes, pescados y mariscos, el porcentaje es menor
a 8 por ciento. Respecto a las grasas, sólo 49% de los hogares
indígenas reportan el consumo adecuado (Coneval, 2010).
Esto es relevante “sobre todo en vista de los altos niveles de anemia
que alcanza la población indígena, según los resultados de la Encuesta
Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut, 2006)”.
Foto: Cuartooscuro
Al respecto, el estudio del CIDE-Conapred también cita al investigador
Ciro Murayama (2012) y su ponencia “Salud y discriminación en México” en
la que se plantea que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud
Pública (INSP), en 21 y 13% de las localidades rurales estudiadas se
encontró que en México existe una menor disponibilidad de frutas y
verduras, respectivamente, ya que no se comer- cian frutas o verduras de
forma regular. En cambio, grasas, azúcares, bebidas, cereales y huevo
se pueden conseguir en 100% de las localidades.
En comunidades indígenas el problema es grave, destaca el reporte: sólo
en 12.7% de los hogares estudiados existía disponibilidad de frutas y
verduras en la cantidad igual o superior al mínimo recomendado por el
propio INSP. En el caso de las verduras se reporta mayor disponibilidad
que en el de las frutas, pero se presenta una brecha importante entre
hogares indígenas y no indígenas (37.5 contra 64%, respectivamente). “La
brecha se reduce considerablemente en alimentos de pobre valor
nutritivo y de alta densidad energética, como la grasa y el azúcar. Poco
más de 70% de los hogares indígenas los tienen a su disposición (INSP,
2010).
DESNUTRICIÓN, ANEMIA Y OBESIDAD
La desnutrición tiene causas complejas que involucran determinantes
biológicas, socioeconómicas y culturales, afirma el reporte. Ésta
comienza desde el periodo de gestación y durante los primeros años de
vida y tiene efectos directos en el crecimiento, el desempeño
intelectual y el desarrollo de capacidades. En materia nutricional, los
primeros mil días de vida, contados a partir del momento de la
fecundación, son fundamentales para definir las oportunidades y
capacidades de desarrollo motriz e intelectual del ser humano. Es
también factor determinante para prevenir futuras enfermedades crónicas.
“En 1988, la prevalencia de desnutrición crónica fue 2.2 veces superior
en la población indígena que en la no indígena. En 1999 la brecha
aumentó a 2.7 veces y en 2006 disminuyó ligeramente a 2.6. Las crisis
económicas de 1994 y 2009, así como la crisis alimentaria de 2008, han
tenido como consecuencia el incremento de la pobreza; con esto se ha
demostrado que las reducciones de pobreza que se habían logrado en años
anteriores eran frágiles y que se ha prolongado el riesgo de
desnutrición en los grupos más vulnerables”, destaca.
Sin embargo, la desnutrición y la anemia no son los únicos problemas
alimentarios de México.
“La epidemia de obesidad representa el otro lado de la moneda de la mala
nutrición. La pérdida de salud como consecuencia de la obesidad –y su
peor consecuencia, la muerte en etapa temprana de la vida–, puede llevar
a gastos dramáticos para la población no asegurada y a pérdidas
económicas incalculables, que terminan empobreciendo a las familias de
quienes padecen esta condición”, afirma el “Reporte Sobre la
Discriminación en México 2012. Salud y Alimentación”.
El problema de obesidad presenta incrementos en niñas y niños de 7 años.
De este grupo, las niñas son las más afectadas; entre las adolescentes
de 18 años el pro blema se triplicó entre 1988 y 2006, y también se
duplicó en las mujeres de 18 a 49 años, añade.
El análisis de los incrementos de sobrepeso y obesidad entre estos
periodos indica también un mayor aumento entre la población más
marginada socialmente.
A partir de los resultados encontrados en este rubro, el reporte
concluye que el ingreso es un elemento que incide para que una parte
importante de la población no pueda ejercer el derecho a la
alimentación. Ciertamente, y a pesar de los programas de transferencias
económicas implementados por el Gobierno, aún existen familias en México
que tienen un acceso reducido a alimentos, en razón de su falta de
ingreso.
“El ingreso es determinante no sólo para la cantidad de alimentos, sino
también para el tipo a los que se tiene acceso. Mientras la población
con menores recursos eroga 40% de su gasto en alimentos altos en
calorías, carbohidratos y grasas, para la población de mayores recursos
este gasto sólo representa 25 por ciento”.
Foto: Cuartooscuro
En otro nivel del análisis, respecto de las prevalencias de
desnutrición, anemia y exceso de peso se identifica una distinción entre
hogares rurales y urbanos; y luego, dentro de los rurales, la brecha se
amplía aún más entre los indígenas y no indígenas. Al mismo tiempo, la
prevalencia de anemia afecta principalmente a niñas y niños, a mujeres
en edad fértil, a personas adultas mayores y a personas que habitan en
comunidades rurales.
De acuerdo con cifras de 2010, 18.2% de la población permanece en
pobreza alimentaria y 2.1% está por debajo del nivel mínimo de proteínas
(Coneval, 2010, pp. 13-14). Estos resultados apuntan a que las
comunidades rurales, y en particular las indígenas, siguen presentando
los mayores rezagos, pues otros factores se suman a su nivel de ingreso,
como el de la disponibilidad física de los alimentos, expone el
estudio.
CONCENTRACIÓN DE MERCADO, BARRERA PARA EL CONSUMO ALIMENTARIO
En el reporte también se destaca que diversas instancias internacionales
han señalado que la concentración de mercado y los monopolios en México
representan un problema serio. Algunos resultados seleccionados del
Informe del Foro Económico Mundial (WEF) sobre competitividad establecen
que si bien el mercado mexicano ocupa el duodécimo lugar a nivel
mundial, en términos de su tamaño, el país se coloca casi al final de la
lista (120 sobre 142 países) en materia de efectividad de las políticas
antimonopólicas.
“Este indicador refuerza la idea de que México, con todas sus ventajas,
sigue cargando con el lastre de la falta de competencia económica, con
un fuerte costo para la población”, plantea.
“Esta falta de competencia en el mercado genera precios excesivos de
productos y servicios que reducen el consumo y la capacidad de ahorro de
las familias, especialmente de las más vulnerables. En el mediano
plazo, influyen negativamente en la eficiencia del conjunto de la
economía y lastran el crecimiento económico. La falta de una competencia
intensa en los mercados nacionales acaba por inhibir la eficiencia y la
competitividad de la economía de México, contribuye a ampliar las
disparidades en los ingresos e inhibe la innovación (OCDE, 2012, p.
30)”.
El documento añade que las prácticas y regulaciones anticompetitivas han
debilitado la economía de las familias.
Foto: Cuartooscuro
Cita a la OCDE que señala que 30% del gasto familiar en México se lleva a
cabo en mercados con problemas de competencia, razón por la cual, las y
los consumidores gastan alrededor de 40% más en estos mercados de lo
que gastarían si hubiera competencia. El 10% de la población con menos
recursos es el más afectado, ya que gasta alrededor de 42% de sus
ingresos en los mercados altamente concentrados (OCDE, 2012, p. 30). “De
acuerdo con el investigador Moisés Naím, cada familia en México
transfiere 75 mil 000 pesos anuales en promedio a monopolios”, expone.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/24-10-2012/408145. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
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Desnutrición, anemia y
obesidad se disparan en México por desigualdad económica: Conapred-CIDE
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Destacadas, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin comentarios
Foto: Cuartooscuro
Ciudad de México, 24 de oct (sinembargo.mx) – Las recientes políticas
públicas que han permitido una mayor concentración del ingreso han
fracasado frente al aumento de la pobreza y la desigualdad económica en
México, lo que ha impactado negativamente la alimentación de los
mexicanos, detonando anemia, desnutrición y obesidad.
De acuerdo con el “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud
y Alimentación”, un estudio coordinado por Ricardo Raphael de la
Madrid, bajo los auspicios del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(Conapred), el nivel de ingreso de las personas es percibido como un
factor de desigualdad, división y discriminación entre la población, por
dos razones: la primera ess que la brecha entre ricos y pobres es
inusualmente profunda, y la segunda es que las personas más pobres
realmente no tienen acceso a los medios básicos de subsistencia.
El reporte, que será presentado a los medios este miércoles 24 de
octubre, destaca que la concentración económica en México es elevada y
de grandes contrastes.
Al citar información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los
Hogares (Inegi, 2010) sobre el ingreso corriente trimestral total de
los hogares en 2010, da cuenta que, medido en deciles, en un extremo las
y los mexicanos perciben ingresos promedio de 6 mil 163 pesos (cifra
que representa 17.6% del promedio nacional), mientras que en el otro
extremo obtienen un ingreso promedio de 118 428 pesos, esto es, 339
veces el ingreso promedio nacional.
Esta condición estructural de la concentración del ingreso no ha
cambiado sustancialmente: “Las políticas públicas que han incluido en
los tiempos recientes acciones de transferencias para mejorar el ingreso
corriente de las familias y personas, muestran variaciones en el
tiempo, pero al momento actual los resultados relativos a la disminución
de la desigualdad económica, y también a propósito de la reducción de
los niveles de pobreza, son magros. La crisis económica mundial de 2009
amplió tales brechas y devolvió a un segmento importante de la población
a vivir en la pobreza extrema”, destaca el documento coordinado por
Ricardo Raphael.
En sus conclusiones informa que de una población total de 112 millones
336 mil 538 personas, más de 14 millones se encontraban en circunstancia
de pobreza alimentaria en e2010. De esa población, casi cinco millones
vive en zonas urbanas y 9 millones 800 mil en el campo. “Si se asume que
la población rural mexicana representa sólo 22% del total de la
población (casi 25 millones de personas), la cifra de pobreza
alimentaria fuera de las ciudades resulta alarmante”, expone.
Foto: Cuartooscuro
En la Cumbre del Milenio, celebrada en 2000, México refrendó su
compromiso para reducir el hambre y la desnutrición, y si bien el
porcentaje de personas con ingresos per cápita menores a un dólar en el
país disminuyó entre 1989 y 2005, al pasar de 10.9 a 3.5% de la
población, el Coneval señala que hubo un deterioro del poder de compra
de los hogares entre 2006 y 2008: mientras que en 2006 el 13.8% de la
población se encontraba en situación de pobreza alimentaria, en 2008 el
porcentaje fue de 18.2% (Coneval, 2010, p. 60). Esta brecha se amplió
después de la crisis financiera mundial de 2009.
De esta forma y según datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos
de los Hogares, realizada en 2010 por el Inegi, la población más pobre
destina más del doble de lo que otorga la población con mayores recursos
para la adquisición de alimentos, bebidas y tabaco.
“El hecho de que la población con menores ingresos distribuya un mayor
porcentaje del gasto total a su alimentación la hace más vulnerable ante
fenómenos como el aumento de precios en alimentos a nivel mundial, las
crisis económicas que afectan los precios de la canasta básica o el
aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA) en estos bienes”, afirma el
reporte.
Este análisis de la pobreza alimentaria no se limita a una valoración
sobre cuánto se gasta o no en alimentos pues, explica, también deben
valorarse los grupos de alimentos que se consumen con tales recursos.
En la medida en que la población se encuentra polarizada en términos de
sus niveles de ingreso, el tipo de mercado al que accede y su práctica
de consumo también son diferenciados, añade.
Esto, destaca, lleva a la identificación de distintas canastas de
consumo, como las utilizadas para la definición de las líneas de
bienestar, que distinguen el tipo de bien, la cantidad y la calidad del
consumo que realizan las familias. Lo mismo sucede si se analizan las
diferentes canastas de consumo con las que el Inegi (y antes el Banco de
México) realiza el seguimiento de precios.
“No es lo mismo la canasta de bienes a la que acceden las familias que
ganan hasta dos salarios mínimos en comparación con aquéllas a las que
acceden las familias que perciben ingresos equivalentes al rango que va
de más de dos salarios mínimos hasta cuatro o seis, y la de éstas con
las que ganan ocho, 10 o más veces el salario mínimo”.
DISCRIMINACIÓN ALIMENTARIA; INDÍGENAS, LOS MÁS VULNERABLES
EL “Reporte Sobre la Discriminación en México 2012. Salud y
Alimentación” afirma que el principal gasto de la población con menores
recursos se destina a carbohidratos. Las verduras y legumbres y la
proteína proveniente de aves ocupan el segundo y tercer lugar,
correspondientemente. “Esto puede ser por la disponibilidad más
inmediata, es decir, porque el resto de los grupos alimenticios no son
accesibles en sus localidades. Esta hipótesis ameritaría una
investigación más rigurosa”, establece.
Del otro lado, a medida que incrementan los ingresos, crece el gasto
destinado a carnes, leche y sus derivados, frutas, otros alimentos y,
aunque de manera más leve, bebidas alcohólicas y no alcohólicas, así
como pescados y mariscos. Del mismo modo, mientras mayor es el ingreso,
menor será la proporción del gasto destinado a cereales, verduras,
huevo, aceites y grasas, así como azúcar y mieles, esto de acuerdo con
información de 2010 del Incide Social.
Con datos de 2008 de la Encuesta Nacional de Abasto, Alimentación y
Estado Nutricio en el Medio Rural (Enaaen), el reporte plantea que los
hogares rurales, indígenas o no indígenas, consumen en promedio 8.89
grupos de alimentos de un total de 11 grupos, y presentan consumos bajos
en cantidad y frecuencia de los alimentos sugeridos por grupo
alimenticio. Este problema es más grave en la población indígena: sólo
3% consume uno o más alimentos del grupo de los cárnicos (3 o más días
de la semana).
De acuerdo con lo revelado por la Enaaen, dentro de los hogares
indígenas, menos de 16% presentan el consumo sugerido de frutas,
verduras, cereales y tubérculos; de lácteos y el huevo, sólo 20 y 24%,
respectivamente y de carnes, pescados y mariscos, el porcentaje es menor
a 8 por ciento. Respecto a las grasas, sólo 49% de los hogares
indígenas reportan el consumo adecuado (Coneval, 2010).
Esto es relevante “sobre todo en vista de los altos niveles de anemia
que alcanza la población indígena, según los resultados de la Encuesta
Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut, 2006)”.
Foto: Cuartooscuro
Al respecto, el estudio del CIDE-Conapred también cita al investigador
Ciro Murayama (2012) y su ponencia “Salud y discriminación en México” en
la que se plantea que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud
Pública (INSP), en 21 y 13% de las localidades rurales estudiadas se
encontró que en México existe una menor disponibilidad de frutas y
verduras, respectivamente, ya que no se comer- cian frutas o verduras de
forma regular. En cambio, grasas, azúcares, bebidas, cereales y huevo
se pueden conseguir en 100% de las localidades.
En comunidades indígenas el problema es grave, destaca el reporte: sólo
en 12.7% de los hogares estudiados existía disponibilidad de frutas y
verduras en la cantidad igual o superior al mínimo recomendado por el
propio INSP. En el caso de las verduras se reporta mayor disponibilidad
que en el de las frutas, pero se presenta una brecha importante entre
hogares indígenas y no indígenas (37.5 contra 64%, respectivamente). “La
brecha se reduce considerablemente en alimentos de pobre valor
nutritivo y de alta densidad energética, como la grasa y el azúcar. Poco
más de 70% de los hogares indígenas los tienen a su disposición (INSP,
2010).
DESNUTRICIÓN, ANEMIA Y OBESIDAD
La desnutrición tiene causas complejas que involucran determinantes
biológicas, socioeconómicas y culturales, afirma el reporte. Ésta
comienza desde el periodo de gestación y durante los primeros años de
vida y tiene efectos directos en el crecimiento, el desempeño
intelectual y el desarrollo de capacidades. En materia nutricional, los
primeros mil días de vida, contados a partir del momento de la
fecundación, son fundamentales para definir las oportunidades y
capacidades de desarrollo motriz e intelectual del ser humano. Es
también factor determinante para prevenir futuras enfermedades crónicas.
“En 1988, la prevalencia de desnutrición crónica fue 2.2 veces superior
en la población indígena que en la no indígena. En 1999 la brecha
aumentó a 2.7 veces y en 2006 disminuyó ligeramente a 2.6. Las crisis
económicas de 1994 y 2009, así como la crisis alimentaria de 2008, han
tenido como consecuencia el incremento de la pobreza; con esto se ha
demostrado que las reducciones de pobreza que se habían logrado en años
anteriores eran frágiles y que se ha prolongado el riesgo de
desnutrición en los grupos más vulnerables”, destaca.
Sin embargo, la desnutrición y la anemia no son los únicos problemas
alimentarios de México.
“La epidemia de obesidad representa el otro lado de la moneda de la mala
nutrición. La pérdida de salud como consecuencia de la obesidad –y su
peor consecuencia, la muerte en etapa temprana de la vida–, puede llevar
a gastos dramáticos para la población no asegurada y a pérdidas
económicas incalculables, que terminan empobreciendo a las familias de
quienes padecen esta condición”, afirma el “Reporte Sobre la
Discriminación en México 2012. Salud y Alimentación”.
El problema de obesidad presenta incrementos en niñas y niños de 7 años.
De este grupo, las niñas son las más afectadas; entre las adolescentes
de 18 años el pro blema se triplicó entre 1988 y 2006, y también se
duplicó en las mujeres de 18 a 49 años, añade.
El análisis de los incrementos de sobrepeso y obesidad entre estos
periodos indica también un mayor aumento entre la población más
marginada socialmente.
A partir de los resultados encontrados en este rubro, el reporte
concluye que el ingreso es un elemento que incide para que una parte
importante de la población no pueda ejercer el derecho a la
alimentación. Ciertamente, y a pesar de los programas de transferencias
económicas implementados por el Gobierno, aún existen familias en México
que tienen un acceso reducido a alimentos, en razón de su falta de
ingreso.
“El ingreso es determinante no sólo para la cantidad de alimentos, sino
también para el tipo a los que se tiene acceso. Mientras la población
con menores recursos eroga 40% de su gasto en alimentos altos en
calorías, carbohidratos y grasas, para la población de mayores recursos
este gasto sólo representa 25 por ciento”.
Foto: Cuartooscuro
En otro nivel del análisis, respecto de las prevalencias de
desnutrición, anemia y exceso de peso se identifica una distinción entre
hogares rurales y urbanos; y luego, dentro de los rurales, la brecha se
amplía aún más entre los indígenas y no indígenas. Al mismo tiempo, la
prevalencia de anemia afecta principalmente a niñas y niños, a mujeres
en edad fértil, a personas adultas mayores y a personas que habitan en
comunidades rurales.
De acuerdo con cifras de 2010, 18.2% de la población permanece en
pobreza alimentaria y 2.1% está por debajo del nivel mínimo de proteínas
(Coneval, 2010, pp. 13-14). Estos resultados apuntan a que las
comunidades rurales, y en particular las indígenas, siguen presentando
los mayores rezagos, pues otros factores se suman a su nivel de ingreso,
como el de la disponibilidad física de los alimentos, expone el
estudio.
CONCENTRACIÓN DE MERCADO, BARRERA PARA EL CONSUMO ALIMENTARIO
En el reporte también se destaca que diversas instancias internacionales
han señalado que la concentración de mercado y los monopolios en México
representan un problema serio. Algunos resultados seleccionados del
Informe del Foro Económico Mundial (WEF) sobre competitividad establecen
que si bien el mercado mexicano ocupa el duodécimo lugar a nivel
mundial, en términos de su tamaño, el país se coloca casi al final de la
lista (120 sobre 142 países) en materia de efectividad de las políticas
antimonopólicas.
“Este indicador refuerza la idea de que México, con todas sus ventajas,
sigue cargando con el lastre de la falta de competencia económica, con
un fuerte costo para la población”, plantea.
“Esta falta de competencia en el mercado genera precios excesivos de
productos y servicios que reducen el consumo y la capacidad de ahorro de
las familias, especialmente de las más vulnerables. En el mediano
plazo, influyen negativamente en la eficiencia del conjunto de la
economía y lastran el crecimiento económico. La falta de una competencia
intensa en los mercados nacionales acaba por inhibir la eficiencia y la
competitividad de la economía de México, contribuye a ampliar las
disparidades en los ingresos e inhibe la innovación (OCDE, 2012, p.
30)”.
El documento añade que las prácticas y regulaciones anticompetitivas han
debilitado la economía de las familias.
Foto: Cuartooscuro
Cita a la OCDE que señala que 30% del gasto familiar en México se lleva a
cabo en mercados con problemas de competencia, razón por la cual, las y
los consumidores gastan alrededor de 40% más en estos mercados de lo
que gastarían si hubiera competencia. El 10% de la población con menos
recursos es el más afectado, ya que gasta alrededor de 42% de sus
ingresos en los mercados altamente concentrados (OCDE, 2012, p. 30). “De
acuerdo con el investigador Moisés Naím, cada familia en México
transfiere 75 mil 000 pesos anuales en promedio a monopolios”, expone.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/24-10-2012/408145. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
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