México
(PL) Aunque relegado al tercer plano, tras economía y negocios, el
tema migratorio se impuso en la agenda del encuentro entre el presidente
estadounidense, Barack Obama, y su homólogo mexicano, Enrique Peña
Nieto, concluido hoy en esta capital.
Trascendió por su esencia y naturaleza, la postura adoptada por los
mandatarios que reflejaban distintos intereses y la manera en que,
fuera del diálogo oficial, concentró creciente atención de la población y
los medios, incluso más allá de los tres mil kilómetros de frontera
común.
El carácter antiguo, transversal y a la vez polémico del tema lo convierten en imposible de ignorar.
La administración mexicana se ha mostrado respetuosa del carácter de
política doméstica que Estados Unidos le confiere a la reforma
migratoria.
El propio presidente mexicano ha dicho que la sigue a
distancia y afirma que agradece, desea y está dispuesto a ayudar cuando
se lo soliciten, pero ese asunto debe resolverlo el Congreso de aquel
país.
Ese pragmatismo no ha estado exento de críticas, como la
de un comentarista del programa televisivo El Mañanero, quien refirió
que "tenemos derechos a meternos en el asunto por un problema de
derechos humanos, de respeto a nuestros conciudadanos".
Durante
la estancia de Obama en Ciudad de México hubo protestas callejeras de
miles de personas frente a la Embajada de Estados Unidos en esta
capital, organizadas por el Movimiento Migrante Mesoamericano.
Los participantes exigían una prometida y postergada Ley de Migración
para frenar el tráfico ilegal de personas por la frontera, que es más
porosa cuanto más dinero se paga para cruzarla, como dijo otro
periodista en estos días de encuentro entre presidentes.
Personas de las más diversas edades y todos con alguien querido del otro
lado de la línea divisora entre los dos países, exigieron al
mandatario visitante que elimine la política discriminatoria contra los
indocumentados, las redadas y deportaciones.
En la primera parte
de la administración Obama aumentaron en un 30 por ciento las
expatriaciones de mexicanos al pasar de 300 mil en el gobierno de George
W. Bush a 500 mil bajo su gobierno.
Estas manifestaciones aquí
se sumaron a las realizadas por emigrantes en varias ciudades de Estados
Unidos el pasado 1 de mayo contra el doble discurso, porque por un lado
Obama dice querer una reforma migratoria para mantener a las familias
unidas y, por otro, crecen las redadas y deportaciones en su
administración.
En Estados Unidos viven más de 20 millones de
mexicanos, de ellos 11 millones nacidos en ese país, otros residentes
legalmente y algo más de seis millones que radican allí, pero están
indocumentados.
Esas acciones policiales de persecución y
extradición de inmigrantes ilegales mexicanos constituyen uno de los
asuntos más acuciantes en las relaciones México- EE.UU., por encima de
la aparente cordialidad en la cual transcurrió la visita de dos días.
Obama dijo estar optimista sobre la posibilidad de lograr "una reforma
migratoria integral" en el Congreso de su país, y reconoció que "decenas
de millones de mexicanos enriquecen la vida de Estados Unidos".
La iniciativa migratoria bipartidista recientemente presentada en el
Senado de Estados Unidos "debe agilizar y mejorar el sistema de
inmigración y debe marcar un camino a la ciudadanía a quienes viven en
las sombras" en mi país, dijo.
Aunque al tema migración no
trascendió en las conversaciones, con su apreciable connotación
económica es un asunto que decide en la competitividad y crecimiento
comercial, temas que según los mandatarios fueron prioritarios en las
renovadas relaciones México-Estados Unidos.
rmh/rr/smp |
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