El mundo islámico quiere vivir su propia ley
Foto: EPA
Los gastos de las campañas militares se
cubrían con riquezas naturales y mano de obra baratas. La situación ha
cambiado desde fines del siglo pasado, cuando las tropas extranjeras
comenzaron a invadir países independientes para “rectificar las
irregularidades” que, en opinión de Occidente, contradecían el orden
mundial contemporáneo: dictaduras, falta de la democracia, violaciones
de los derechos humanos y bases del terrorismo internacional.
La
intención es buena. Pero el efecto práctico de todas estas “guerras
humanitarias” resulta decepcionante. Las naciones “civilizadoras” gastan
enormes presupuestos para mantener sus tropas en otras partes del
mundo. Las operaciones para apaciguar a los rebeldes llevan años
enteros. Al Gobierno y la población del país invadido se les imponen
unas normas de vida diferentes que tienen que aprender por cuenta
propia. Mas tan pronto como se van las tropas, todo vuelve a su cauce:
reaparecen elementos autoritarios de la administración, se recuperan los
conceptos específicos de lo malo y lo bueno y se reactivan los viejos
conflictos armados de carácter étnico y religioso. ¿A lo mejor, el
problema no está en unos malhechores, sino en las peculiaridades de la
conciencia colectiva?
El centro interamericano de
estudios sociales Pew entrevistó en más de ochenta idiomas a más de
treinta y ocho mil musulmanes residentes en veintitrés países de Europa,
Asia, Oriente Medio y África, para aclarar cuál es su actitud hacia el
mundo circundante y cómo ven a sí mismos en el contexto global. He aquí
algunos datos de esta encuesta.
El mayor problema es el
terrorismo. Como en cualquier otra parte del mundo, en los países de
Oriente a la gente no le gustan las explosiones y tiroteos en la calles.
Al menos la mitad de los musulmanes entrevistados dicen estar
preocupados por las actividades de grupos extremistas en sus respectivos
países. Esta cifra supera dos tercios de la población en países como
Egipto (67 %), Túnez (67 %), Iraq (68 %), Guinea-Bissau (72 %) e
Indonesia (78 %).
Tan solo el 1 % de los consultados
aprueba los actos de violencia contra civiles y atentados de suicidas.
Por otro lado, resulta que en Egipto y la Autoridad Palestina gran parte
de la población (el 29 % y el 40 %, respectivamente) justifica estos
actos bajo ciertas circunstancias. En Afganistán, el 39 % comparte esta
actitud. ¿Difícil de creerlo? Tantos civiles inocentes muertos en
atentados terroristas durante las últimas décadas… ¿y más de un tercio
de la población justifica esta masacre sin sentido?
Pero
eso no es todo. Tradicionalmente, se creía que la mujer oriental sueña
con liberarse del poder del hombre, solo que no lo puede conseguir.
Ahora sabemos que la realidad es distinta. En algunos países musulmanes,
más del 90 % de los entrevistados de ambos sexos consideran que la
mujer debe obedecer siempre a su marido. Así opina el 92 % en Marruecos,
el 93 % en Túnez, el 93 % en Indonesia y el 96 % en Malasia. ¿De
repente, el nuevo pensamiento que llevan a los países musulmanes los
soldados y asesores extranjeros demuestra a la mujer oriental las
ventajas de la igualdad de los sexos?
Nada de eso. En
Iraq, el 92% de hombres y mujeres se opone a esta igualdad. En
Afganistán, así piensa el 94 % de la población. Más aún, Iraq y
Afganistán son los únicos dos países, donde la mayoría de la población
apoya las ejecuciones extrajudiciales de mujeres bajo sospecha de
adulterio. Tras varias décadas de “humanización de la conciencia”, el 85
% de los musulmanes de Afganistán, adeptos de la ley sharia,
siguen pensando que procede apedrear a los amantes pillados en relación
extramarital. En Iraq, el 58 % de la población cree lo mismo.
En
Afganistán e Iraq, la mayoría de los encuestados (el 81 % y el 56%,
respectivamente) apoya medidas como flagelación y amputación de manos a
ladrones y salteadores. El 99 % de la población afgana encuentra
conveniente reemplazar la moral humanista de los europeos con las
severas normas de la ley sharia.
La
mayoría de los musulmanes de Nigeria (71 %), Indonesia (72 %), Egipto
(74 %), Pakistán (84 %) y la Autoridad Palestina (89 %) desea que la sharia pase
a ser la legislación oficial de sus países. En Marruecos y Pakistán,
donde el Islam ya es una religión privilegiada a nivel constitucional,
los musulmanes (el 83 % y el 84 %, respectivamente) exigen darle a la sharia la condición de un cuerpo de leyes universal.
En
breves palabras, el pueblo quiere una cosa, pero se le da otra bien
distinta. Como si fuera poco, los datos estadísticos indican que, en
primer término, se pretende “democratizar” a los más “tercos”. ¿Tal vez,
antes de “liberar” un país, convendría enterarse, primero, de lo que
quiere cambiar su población? ¿O, por lo menos, consultar libros de
sociología? Para evitar que se repitan los lúgubres escenarios de Iraq,
Afganistán o Libia.
nv/as
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