viernes, 19 de julio de 2013

¿Qué ocultan los adolescentes rusos a sus padres?

¿Qué ocultan los adolescentes rusos a sus padres?

Волонтер общественной организации Старость в радость общественная организация Старость в радость

En Rusia, muchos jóvenes, y es posible que a más de alguien parezca increíble, ocultan a sus padres que son miembros voluntarios de organizaciones de beneficencia. La Voz de Rusia ha tratado de desentrañar aquel misterio que induce a la juventud a sumirse en una “clandestinidad” tan extraña para realizar buenas obras.

Anna Vólkova es estudiante, futura pintora de diecinueve años y voluntaria en su tiempo libre en una organización que ayuda a ancianos en asilos de la tercera edad. Pero, esto solo lo saben sus mejores amigos. Pues, la familia desconoce qué hace Anna en su tiempo libre. Pero, ¿por qué oculta a sus padres una labor tan noble? Anna lo explica así:
—En realidad es muy simple. Cuando dedicarme a la beneficencia era solo una idea hablé naturalmente con mis padres. Mi madre y mi padre la acogieron con entusiasmo, pero no podría afirmar lo mismo de mi abuela. Cuando dije que quería ayudar justamente a ancianos que no tenían ya a nadie en la vida mi abuela se opuso, señalando que no veía en eso sentido. Según ella yo misma no podía ocuparme de mí y ni hablar ya de la responsabilidad para con otras personas. Además, me dijo que, en general, le prestaba poca atención. Comencé entonces a pasar más tiempo con ella, pero sin renunciar a mi deseo de entregarme como voluntaria a los más necesitados, lo que hago hasta ahora en secreto. Aunque pienso que pronto les contaré lo que hago, porque en esta labor ya he pasado una prueba de consistencia de un año y medio. Ninguno de mis amigos o parientes puede quejarse por mi falta de atención hacia ellos. Además, ayudar a otros me ha servido para disponer más eficazmente de mi tiempo y ser mucho más responsable. Pues, no paso tanto tiempo frente al ordenador o al televisor, sino que hago algo útil. Y sé que con ello aporto mi granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor, aunque no sea mucho.
Anna no es una excepción. Según un sondeo, más de un tercio de los voluntarios reconoció que, en un comienzo, los miembros de su familia e incluso amigos no miraban con buenos ojos ese nuevo pasatiempo y se empeñaban en convencerlos de que no había que asumir tal responsabilidad. Sin embargo, al cabo de un tiempo cambiaron su punto de vista y, a veces, ellos mismos se sumaron a las labores del voluntariado. Antón Mélnikov, escolar de dieciséis años moscovita, que ayuda en un asilo de animales vagabundos, confiesa que el voluntariado estrecha mucho los lazos:
—Mi historia comenzó hace unos dos años cuando yo, como siempre, pasando las vacaciones de verano estaba entregado al ocio. Con mi amigo buscamos en Internet un lugar para entretenernos y me atrajo la atención un anuncio en el que pestañeaba una fotografía con un perro de mal aspecto, alicaído. Busqué el contacto y fui a dar a un asilo de animales abandonados. Me asombró la cantidad de animales abandonados, tristes y enfermos que viven entre nosotros. Unos necesitan operación, otros medicamentos, terceros simplemente atención prolongada, pero todos necesitan obligatoriamente de cuidados y de un amo que les dé amor.
Mis padres no me han permitido nunca tener un perro en casa y yo siempre quise tener uno. Entonces decidí probar mi voluntad y por primera vez visité ese refugio. Mi padres no sabían nada de ello, pues mi madre con seguridad que habría intentado convencerme para que desistiera por temor a contagiarme con alguna enfermedad de los perros. Fui hasta allí en secreto y, sabe, aquello realmente me enganchó. Y es que, cuando vi por primera vez los ojos de esos animales, entendí que mi vida no sería nunca ya la de antes.
Antón comenzó a ayudar regularmente en el refugio de animales. Cuidaba de los animales enfermos, los sacaba a pasear, a veces llevaba alimento. Entonces no podía ayudar con dinero, pero desplegaba una labor informativa entre amigos y conocidos. Juntos colgaban en las redes sociales información de sus mascotas, pegaban en calles fotografías de perros y gatos, con una descripción de su carácter y con el anuncio de que necesitan sobremanera unos dueños. Y, esa labor pequeña comenzó a dar frutos gradualmente. Pues, no faltaron los que comenzaron a ayudar con dinero, comida, remedios y los más audaces, dignos de enorme respeto, incluso se llevaban a casa animales adoptados no solo sanos, sino por ejemplo con tres patas, ciegos, sordos, los que lamentablemente hay muchos. Antón relata:
—En lo que a mí respecta, aquel perro del anuncio vive hoy con nosotros. Se llama Jack y mis padres lo quieren mucho, sobre todo mi madre. Parece que se enorgullecen de mí y me regañan porque no les contara antes lo que hacía en mi tiempo libre. Ahora todos juntos visitamos el refugio en los días de fiesta. En suma, el voluntariado amalgamó nuestra familia.
Y si en unas familias la noticia de que el hijo o la hija desea dedicarse a una labor de beneficencia es acogida con alegría, en otras, padres y familiares toman la idea con escepticismo y lamentan que su hija o hijo vaya a ayudar a alguien, cuando “él o ella misma no puede aún preocuparse de su propia persona”.
Pero, en Rusia, la joven generación no desea probar nada a nadie y simplemente asume y realiza buenas obras.
sb/as/sm

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