¿Qué ocultan los adolescentes rusos a sus padres?
Foto: starikam.ru
Anna Vólkova es estudiante, futura pintora de
diecinueve años y voluntaria en su tiempo libre en una organización que
ayuda a ancianos en asilos de la tercera edad. Pero, esto solo lo saben
sus mejores amigos. Pues, la familia desconoce qué hace Anna en su
tiempo libre. Pero, ¿por qué oculta a sus padres una labor tan noble?
Anna lo explica así:
—En
realidad es muy simple. Cuando dedicarme a la beneficencia era solo una
idea hablé naturalmente con mis padres. Mi madre y mi padre la
acogieron con entusiasmo, pero no podría afirmar lo mismo de mi abuela.
Cuando dije que quería ayudar justamente a ancianos que no tenían ya a
nadie en la vida mi abuela se opuso, señalando que no veía en eso
sentido. Según ella yo misma no podía ocuparme de mí y ni hablar ya de
la responsabilidad para con otras personas. Además, me dijo que, en
general, le prestaba poca atención. Comencé entonces a pasar más tiempo
con ella, pero sin renunciar a mi deseo de entregarme como voluntaria a
los más necesitados, lo que hago hasta ahora en secreto. Aunque pienso
que pronto les contaré lo que hago, porque en esta labor ya he pasado
una prueba de consistencia de un año y medio. Ninguno de mis amigos o
parientes puede quejarse por mi falta de atención hacia ellos. Además,
ayudar a otros me ha servido para disponer más eficazmente de mi tiempo y
ser mucho más responsable. Pues, no paso tanto tiempo frente al
ordenador o al televisor, sino que hago algo útil. Y sé que con ello
aporto mi granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor, aunque
no sea mucho.
Anna no es una excepción. Según un
sondeo, más de un tercio de los voluntarios reconoció que, en un
comienzo, los miembros de su familia e incluso amigos no miraban con
buenos ojos ese nuevo pasatiempo y se empeñaban en convencerlos de que
no había que asumir tal responsabilidad. Sin embargo, al cabo de un
tiempo cambiaron su punto de vista y, a veces, ellos mismos se sumaron a
las labores del voluntariado. Antón Mélnikov, escolar de dieciséis años
moscovita, que ayuda en un asilo de animales vagabundos, confiesa que
el voluntariado estrecha mucho los lazos:
—Mi
historia comenzó hace unos dos años cuando yo, como siempre, pasando
las vacaciones de verano estaba entregado al ocio. Con mi amigo buscamos
en Internet un lugar para entretenernos y me atrajo la atención un
anuncio en el que pestañeaba una fotografía con un perro de mal aspecto,
alicaído. Busqué el contacto y fui a dar a un asilo de animales
abandonados. Me asombró la cantidad de animales abandonados, tristes y
enfermos que viven entre nosotros. Unos necesitan operación, otros
medicamentos, terceros simplemente atención prolongada, pero todos
necesitan obligatoriamente de cuidados y de un amo que les dé amor.
Mis
padres no me han permitido nunca tener un perro en casa y yo siempre
quise tener uno. Entonces decidí probar mi voluntad y por primera vez
visité ese refugio. Mi padres no sabían nada de ello, pues mi madre con
seguridad que habría intentado convencerme para que desistiera por temor
a contagiarme con alguna enfermedad de los perros. Fui hasta allí en
secreto y, sabe, aquello realmente me enganchó. Y es que, cuando vi por
primera vez los ojos de esos animales, entendí que mi vida no sería
nunca ya la de antes.
Antón comenzó a ayudar
regularmente en el refugio de animales. Cuidaba de los animales
enfermos, los sacaba a pasear, a veces llevaba alimento. Entonces no
podía ayudar con dinero, pero desplegaba una labor informativa entre
amigos y conocidos. Juntos colgaban en las redes sociales información de
sus mascotas, pegaban en calles fotografías de perros y gatos, con una
descripción de su carácter y con el anuncio de que necesitan sobremanera
unos dueños. Y, esa labor pequeña comenzó a dar frutos gradualmente.
Pues, no faltaron los que comenzaron a ayudar con dinero, comida,
remedios y los más audaces, dignos de enorme respeto, incluso se
llevaban a casa animales adoptados no solo sanos, sino por ejemplo con
tres patas, ciegos, sordos, los que lamentablemente hay muchos. Antón
relata:
—En lo que a
mí respecta, aquel perro del anuncio vive hoy con nosotros. Se llama
Jack y mis padres lo quieren mucho, sobre todo mi madre. Parece que se
enorgullecen de mí y me regañan porque no les contara antes lo que hacía
en mi tiempo libre. Ahora todos juntos visitamos el refugio en los días
de fiesta. En suma, el voluntariado amalgamó nuestra familia.
Y
si en unas familias la noticia de que el hijo o la hija desea dedicarse
a una labor de beneficencia es acogida con alegría, en otras, padres y
familiares toman la idea con escepticismo y lamentan que su hija o hijo
vaya a ayudar a alguien, cuando “él o ella misma no puede aún
preocuparse de su propia persona”.
Pero, en Rusia, la joven generación no desea probar nada a nadie y simplemente asume y realiza buenas obras.
sb/as/sm
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