lunes, 27 de octubre de 2014

Lucifer en Iguala

Lucifer en Iguala


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Cecilia Soto 27/10/2014 02:27
Lucifer en Iguala
            Mejor reinar en el infierno que servir en los cielos,
            Lucifer. El paraíso perdido, de John Milton
La desesperación es mala consejera. Voces en el Partido de la Revolución Democrática, PRD, piden que para las elecciones de 2015, los posibles candidatos se sometan a la prueba del polígrafo. Pero qué necedad, ¿para qué repetir el error de Guerrero? Transcribo lo publicado por el Diario 24 horas el 21 de octubre: “El último corte oficial sobre las evaluaciones de control de confianza, correspondiente al pasado 30 de septiembre y publicado por el SESNSP (Secretariado del Sistema Nacional de Seguridad Pública) en su página de internet, muestra que Guerrero tiene más de 91% de sus policías locales evaluados, y de acuerdo con autoridades consultadas de la entidad actualmente el procedimiento está concluido”. Diversas ONG autoproclamadas expertas en temas de seguridad cuestionaron no las pruebas, que incluyen prominentemente el uso del polígrafo, sino a las autoridades que las realizaron.
Pero no se trata de quién realiza las pruebas sino del sustento teórico que está detrás del uso del polígrafo. Esta prueba supone rasgos de carácter inmutables en los individuos: quien falló la prueba, siempre representará la potencial “manzana podrida” que contaminará al resto. Quien la aprueba el que resistirá todo tipo de tentaciones. Es una prueba centrada en el individuo y no en las circunstancias, en el ambiente, en las instituciones, que hacen que un ciudadano saludable socialmente se pueda convertir en un peligro para la sociedad.
La verdad incómoda es que las personas no son malas o buenas, sino que todos (en distintas medidas) somos capaces de hacer cosas impensables y hasta perversas según la situación en la que nos encontremos. Es decir el comportamiento no es producto de rasgos de carácter indelebles e incambiables sino de los efectos de la interacción entre la persona y la situación. Si algo nos enseñan los horrores del nazismo es que ciudadanos ordinarios, los buenos alemanes, fueron capaces de las prácticas más inhumanas bajo el influjo de un sistema que alentaba la obediencia ciega a la autoridad, el temor desmedido a ésta, la pérdida del sentido de responsabilidad individual y la transferencia de ésta a la autoridad reverenciada.
Como lo ha documentado el psicólogo Phillip Zimbardo, autor del libro El Efecto Lucifer, la conducta abominable de los soldados norteamericanos en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, sólo reproduce en la vida real lo que él ya había encontrado en el famoso “Experimento de la Cárcel de Stanford”, en 1971 o lo que documentó Stanley Milgram en 1963 con su experimento de toques eléctricos: individuos sanos y correctos, se convertían en monstruos, en torturadores sádicos, una vez que las circunstancias los hacían experimentar una autoridad sin límites, un poder total sobre el vulnerable.
El dicho la ocasión hace al ladrón, refleja más exactamente la interacción entre la persona —que no nace ladrón, que no lo es— que se hace delincuente por fuerza del juego entre las circunstancias personales y las situacionales. Zimbardo se pregunta sobre el dicho “una manzana podrida echa a perder el resto” : ¿no será más bien que la caja que las contiene inicia la pudrición?
De nada servirá que separen a las “manzanas podridas” de la policía de Iguala y Cocula, que reentrenen a los policías restantes, si no cambian las circunstancias que hicieron corromperse a los primeros. Los nuevos policías podrán pasar las pruebas del polígrafo con notas brillantes pero si no cambia el contexto social, las situaciones en las que estarán inmersos, los arreglos sociales e institucionales, si no cambia la “caja” que los contiene, volverán a corromperse, como se corrompieron los guardias de Abu Ghraib.
Lejos de constituir un enfoque que proponga tareas incumplibles por lo ambicioso, este abordaje que se centra en los factores situacionales es uno mucho más pragmático y eficaz que el enfoque que propugna solucionar la raíz de los problemas: acabar con la pobreza que lleva a algunos jóvenes a la delincuencia, educar en valores, poner fin a la desigualdad. Todo esto debe hacerse pero son tareas generacionales.
En contraste, si el comportamiento no deseado emana de la interacción de personas y de situaciones, es mucho más sensato y “rentable” intervenir en los factores situacionales que propician o favorecen dicho comportamiento, pues intervenir en las “motivaciones” y valores de la persona es mucho más difícil, incierto, y en cualquier caso, el efecto de ese tipo de intervenciones tarda mucho tiempo en verse.
Ver las fotografías del alcalde fugitivo de Iguala, José Luis Abarca y de su esposa María de los Ángeles Pineda, hace difícil imaginarlos como la personificación del mal, un nuevo ensayo de Lady Macbeth corrompiendo a su compañero con tal de seguir manteniendo el control férreo de la región. Sin negarla, es una versión demasiado concentrada en apenas dos personas para explicar cómo fue que Lucifer tomó Iguala, desolló a un estudiante, mató a otros seis, desapareció a 43, arrojó en fosas clandestinas a decenas.
¿Qué circunstancias cercanas, próximas, inmediatas, hicieron posible convertir a esa región en un infierno para tantos ciudadanos? Sin duda la impunidad cotidiana, la actitud de avestruz de las autoridades estatales y en algún grado de las federales, los presupuestos mínimos para las policías locales y su vulnerabilidad frente a las mafias locales, el abandono de las normales rurales y su trato como “casos perdidos”, el cultivo clandestino de la amapola, el tráfico de la goma de opio. Una a una, esas circunstancias pueden modificarse y cambiarse, piénsese por ejemplo, en que como en Sinaloa durante la Segunda Guerra, sea el Estado el que compre la cosecha de amapola para la producción de medicamentos opiáceos. ¿Por qué no? Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog
        *Analista política
            ceciliasotog@gmail.com

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