Bech: “Breivik era un lobo solitario, pero pertenecía a una manada”
Dos jóvenes que sobrevivieron recuerdan la matanza en Utoya de hace cinco años
Madrid
Nadie en Noruega olvidará mientras viva aquel viernes de verano de
hace cinco años. Durante las más de tres horas que transcurrieron hasta
que el terrorista Anders Behring Breivik se rindió y los noruegos descubrieron el alcance del horror,
cientos de adolescentes y jóvenes se las ingeniaron para que no los
matara en la isla, para proteger a otros, para huir a nado o para
despedirse de sus padres por SMS. Tarjei Jensen Bech estaba allí, en
Utoya. Tenía 19 años. Y sobrevivió a la furia del metódico ultraderechista, que le cosió las piernas a balazos.
Cinco años después, Bech viste una camiseta roja de las juventudes
laboristas cuando se asoma una tarde reciente por la pantalla para
charlar por Skype sobre lo que ocurrió el 22 de julio de 2011 y sus
consecuencias. Afable, sus respuestas son breves. “Sé que no iré al
campamento pero aún no he decidido si iré a la ceremonia del
aniversario”, explica. Expresa sentimientos ambivalentes ante casi todo.
“Estoy contento de que se celebre el campamento para las nuevas
generaciones pero para mí sería muy difícil dormir allí”. Breivik mató una por una a 69 personas a tiros en aquella isla con forma de corazón. Antes había matado a otras ocho en Oslo.
Aquel doble atentado marcó la corta vida de Bech y a su país. Sus convicciones no parecen haber cambiado desde que hablamos en el primer aniversario, hace cuatro años. Quizá es un punto menos optimista que entonces. Tuvo que aparcar sus planes de ir a la Universidad a estudiar Económicas. Ahora trabaja de oficinista en el Ayuntamiento y ha sido reelegido concejal.
Noruega respondió con la sobriedad que la caracteriza y un apego
absoluto a la letra de la ley: el peor de los asesinos tiene derechos y
deben ser respetados. Incluso Bech lo defiende aunque admite que se
enfadó mucho ante el último fallo judicial. Causó asombro que en abril
una juez diera parcialmente la razón a Breivik, que acusó al Estado de “trato inhumano”
por mantenerlo en un régimen de aislamiento en el que no tiene contacto
físico con nadie desde que su madre murió. El Gobierno apeló.
Bech, que siguiendo la tradición local entró muy joven en política y con 24 años es edil laborista en su Hammerfest natal, hace balance: “El aspecto político del atentado ha sido muy acallado en el debate público”. Lamenta “la tendencia a considerar el ataque obra de un loco... Pero fue un ataque político contra el Partido Laborista y Noruega en general”. La sentencia que lo condenó a la pena máxima, 21 años revisables, fue contundente; estaba cuerdo, sabía lo que hacía: “Actuó parcialmente impulsado por una ideología fanática y extremista de ultraderecha”. Este superviviente insiste en que “Breivik era un lobo solitario pero pertenecía a una manada”. Teme que si se relaja el aislamiento del terrorista podría inspirar a otros.
Bjorn Ihler, de 25 años, también sobrevivió en Utoya. El pasado mayo contaba en el escenario de un teatro de Oslo que decidió homenajear a sus amigos fallecidos investigando cómo se forjó el asesino Breivik. Ihler, que se ha convertido en un activista contra el extremismo violento, alerta contra la deshumanización del otro que hicieron los nazis y hoy practica el ISIS y contra los riesgos que engendran los discursos de 'nosotros o ellos'.
Muy crítico con las autoridades —“hay una cultura de no asumir
responsabilidades” o “los piscólogos no sabían cómo tratarnos”— acusa a
los laboristas de haber intentado patrimonializar el atentado, cuando el
objetivo eran Noruega y los que disfrutaban en la isla. “Era un
campamento de chavales, el más barato, un lugar donde conocer chicas,
chicos, donde aprender algo de política, donde jugar el fútbol”,
explicaba el pasado mayo tras participar en el Oslo Freedom Forum, una cumbre anual de activistas de derechos humanos.
“No debemos olvidar que Breivik salió de la sociedad noruega”, recalcaba tras recordar su regreso a Utoya con el Arno Michelis, el fundador hoy reinsertado del mayor movimiento neonazi de Estados Unidos. “Fue muy poderoso, hace 20 años él hubiera estado con Breivik”. Hubieran sido parte de la misma manada. Para que esa manada no engorde, propone que la sociedad se esfuerce por ser inclusiva, que escuche los agravios de quienes no se sienten representados... en definitiva “que si caes fuera de la sociedad, que haya alguien que te recoja” y evites caer en las garras de los extremistas.
Un par de años después, se rompió un tabú en la política noruega. El xenófobo Partido del Progreso (al que el resto solía dar la espalda y que renegó de Breivik al descubrir que había sido militante suyo) entró en el Gobierno en 2013 de la mano de los conservadores.
Aunque en Noruega reina el consenso, tampoco está del todo exenta de
polémica. Los vecinos de Sobraten, que queda frente Utoya, demandaron al
Estado a finales de junio porque ha elegido erigir un monumento en
memoria de las víctimas allí y otro en Oslo, donde Breivik atentó antes
con explosivos y mató a ocho personas en la sede del Gobierno. “Muchos
de nosotros estamos acosados por los recuerdos de aquel día, no
necesitamos nada más que nos recuerde la brutalidad que presenciamos”,
alegan 22 vecinos en su denuncia, citada en el diario The Local.
Como el 11 de marzo en España o el 11 de septiembre en EEUU, el 22 de
julio en Noruega difícilmente en las próximas décadas será un día más en
el calendario.
Aquel doble atentado marcó la corta vida de Bech y a su país. Sus convicciones no parecen haber cambiado desde que hablamos en el primer aniversario, hace cuatro años. Quizá es un punto menos optimista que entonces. Tuvo que aparcar sus planes de ir a la Universidad a estudiar Económicas. Ahora trabaja de oficinista en el Ayuntamiento y ha sido reelegido concejal.
Bech, que siguiendo la tradición local entró muy joven en política y con 24 años es edil laborista en su Hammerfest natal, hace balance: “El aspecto político del atentado ha sido muy acallado en el debate público”. Lamenta “la tendencia a considerar el ataque obra de un loco... Pero fue un ataque político contra el Partido Laborista y Noruega en general”. La sentencia que lo condenó a la pena máxima, 21 años revisables, fue contundente; estaba cuerdo, sabía lo que hacía: “Actuó parcialmente impulsado por una ideología fanática y extremista de ultraderecha”. Este superviviente insiste en que “Breivik era un lobo solitario pero pertenecía a una manada”. Teme que si se relaja el aislamiento del terrorista podría inspirar a otros.
Bjorn Ihler, de 25 años, también sobrevivió en Utoya. El pasado mayo contaba en el escenario de un teatro de Oslo que decidió homenajear a sus amigos fallecidos investigando cómo se forjó el asesino Breivik. Ihler, que se ha convertido en un activista contra el extremismo violento, alerta contra la deshumanización del otro que hicieron los nazis y hoy practica el ISIS y contra los riesgos que engendran los discursos de 'nosotros o ellos'.
“No debemos olvidar que Breivik salió de la sociedad noruega”, recalcaba tras recordar su regreso a Utoya con el Arno Michelis, el fundador hoy reinsertado del mayor movimiento neonazi de Estados Unidos. “Fue muy poderoso, hace 20 años él hubiera estado con Breivik”. Hubieran sido parte de la misma manada. Para que esa manada no engorde, propone que la sociedad se esfuerce por ser inclusiva, que escuche los agravios de quienes no se sienten representados... en definitiva “que si caes fuera de la sociedad, que haya alguien que te recoja” y evites caer en las garras de los extremistas.
Un par de años después, se rompió un tabú en la política noruega. El xenófobo Partido del Progreso (al que el resto solía dar la espalda y que renegó de Breivik al descubrir que había sido militante suyo) entró en el Gobierno en 2013 de la mano de los conservadores.
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