El golpe de Estado fallido en Turquía del pasado 15 de julio y las reacciones concomitantes son sólo un síntoma más.
El ISIS y la izquierda que visita Damasco celebraron inmediatamente la tentativa; EE UU, las potencias europeas, la OTAN, Rusia, esperaron astutamente para pronunciarse en favor del vencedor, cualquiera que éste fuera.
Apenas el partido prokurdo HDP, enemigo de Erdogan, entendió que desalojar del poder de esta manera al AKP sólo servía para agravar la situación en Turquía, en el Kurdistán y en toda la región.
En España, frente a la ambigüedad y remolonería de los otros partidos, Pablo Iglesias fue el más diligente en condenar el golpe sin apoyar por ello la figura del gobernante turco.
Turquía es sólo un indicio. Que frente al autoritario Erdogan haya que alegrarse del fracaso de la algarada militar revela los retrocesos democráticos en todo el mundo.
Tras las esperanzas de 2011 ("primavera árabe", 15M, Ocupy Wall Street, etc.) la reversión de los procesos latinoamericanos, la alternativa Clinton/Trump, la guerra, el yihadismo y la dictadura en el mundo árabe, así como la radicalización de Europa hacia la derecha, con la Rusia de Putin como deprimente alternativa, anuncian dificultades sin precedentes para defender las mínimas garantías democráticas en todo el mundo.
Nos estamos acostumbrando a llamar democracia a cada vez menos democracia; y pronto nos libraremos de ella, de regreso a los peores momentos del siglo XX, como de un obstáculo y una debilidad.
Estamos viviendo, sí, una especie de Weimar global. A nuestros gobernantes les cuesta cada vez más seguir fingiendo que creen en la democracia; a nuestros votantes cada vez les importa menos.
La crisis, la guerra contra el terrorismo y el propio terrorismo, tan azaroso e idiosincrásico como una parafilia, han generado ya un marco de excepción –jurídica, política y mental– en el que el miedo más primitivo y el interés más inmediato despolitizan por completo el contrato social.
Repolitizar la convivencia, recuperar la democracia: ése debe ser nuestro mínimo programa civilizador para los próximos minutos. Y para los próximos años.
El ISIS y la izquierda que visita Damasco celebraron inmediatamente la tentativa; EE UU, las potencias europeas, la OTAN, Rusia, esperaron astutamente para pronunciarse en favor del vencedor, cualquiera que éste fuera.
Apenas el partido prokurdo HDP, enemigo de Erdogan, entendió que desalojar del poder de esta manera al AKP sólo servía para agravar la situación en Turquía, en el Kurdistán y en toda la región.
En España, frente a la ambigüedad y remolonería de los otros partidos, Pablo Iglesias fue el más diligente en condenar el golpe sin apoyar por ello la figura del gobernante turco.
Turquía es sólo un indicio. Que frente al autoritario Erdogan haya que alegrarse del fracaso de la algarada militar revela los retrocesos democráticos en todo el mundo.
Tras las esperanzas de 2011 ("primavera árabe", 15M, Ocupy Wall Street, etc.) la reversión de los procesos latinoamericanos, la alternativa Clinton/Trump, la guerra, el yihadismo y la dictadura en el mundo árabe, así como la radicalización de Europa hacia la derecha, con la Rusia de Putin como deprimente alternativa, anuncian dificultades sin precedentes para defender las mínimas garantías democráticas en todo el mundo.
Nos estamos acostumbrando a llamar democracia a cada vez menos democracia; y pronto nos libraremos de ella, de regreso a los peores momentos del siglo XX, como de un obstáculo y una debilidad.
Estamos viviendo, sí, una especie de Weimar global. A nuestros gobernantes les cuesta cada vez más seguir fingiendo que creen en la democracia; a nuestros votantes cada vez les importa menos.
La crisis, la guerra contra el terrorismo y el propio terrorismo, tan azaroso e idiosincrásico como una parafilia, han generado ya un marco de excepción –jurídica, política y mental– en el que el miedo más primitivo y el interés más inmediato despolitizan por completo el contrato social.
Repolitizar la convivencia, recuperar la democracia: ése debe ser nuestro mínimo programa civilizador para los próximos minutos. Y para los próximos años.
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