Corrupción, extractivismos y daño ambiental: una íntima asociación
La corrupción se ha convertido en uno de los problemas centrales
en América Latina, hasta ocupar lugares centrales en las disputas
políticas y poner en jaque a algunos gobiernos.
* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo – www.ambiental.net; twitter: @EGudynas
Una versión resumida de este artículo se publicó en ALAI (Agencia Latino Americana de Informaciones), Quito, 14 abril 2016, aquí …
Buena parte de esas polémicas se han
centrado en aspectos partidarios y económicos, pero muy poco se ha dicho
sobre sus impactos ecológicos. Sin embargo, no debe pensarse que la
corrupción sea inocua desde el punto de vista ambiental, sino que, por
el contrario, desencadena muchas consecuencias. Esto es particularmente
evidente en los extractivismos, donde para imponerlos u ocultar sus
impactos, una y otra vez aparece la corrupción, revelando una íntima y
mutua asociación.
No puede negarse que denuncias e
investigaciones sobre corrupción cruzan a casi toda América Latina. Si
bien se atienden sobre todo en sus implicaciones políticas y económicas,
cuando se observan con cuidado los principales casos, se encontrarán
que en muchos de ellos están envueltos emprendimientos sobre los
recursos naturales. Son casi siempre extractivismos mineros, petroleros o
agrícolas, o las obras necesarias para llevarlos adelante, desde
represas a carreteras. Por esa misma razón están repletos de impactos
ecológicos, todos los cuales vienen siendo denunciados desde hace años.
Algunos ejemplos ilustran que esa
asociación entre corrupción y extractivismos de alto impacto ambiental
se repite en todos los sectores y atraviesa gobiernos de todo tipo. Si
de un lado se observa a Colombia, se encuentra que una reciente revisión
del desempeño minero alerta sobre corrupciones que van desde tráfico de
influencias a delitos tributarios, desde acciones para obtener permisos
sociales y ambientales a la tolerancia de la violencia. Si en otro
extremo se considera a Bolivia, se repiten denuncias similares, y hasta
el Ministerio Anticorrupción encontró contratos mineros irregulares.
La apelación a empresas estatales
también se ha mostrado incapaz de detener la corrupción en los
extractivismos. En efecto, en todas las petroleras estatales
sudamericanas se han encontrado casos de corrupción o se están
investigando denuncias. Estas van desde los sobornos para conseguir
contratos en Ecopetrol de Colombia a las acciones contra gerentes y
directores de PDVSA en Venezuela, pasando por las alarmas ante contratos
de explotación o remodelaciones en PetroEcuador.
La corrupción en los extractivismos
puede estar años sin investigarse. Muy ilustrativo de esas resistencias
es el caso de los “petroaudios” en Perú, que estalló en 2008, durante el
gobierno de Alan García pero cuyo proceso judicial realmente se inició
en 2014 (se grabó a un directivo de la estatal petrolera negociando
sobornos en favor de una empresa noruega).
Estos y otros ejemplos muestran una
íntima asociación entre los extractivismos y la corrupción. Es que los
extractivismos en casi todos los casos implican emprendimientos que
tienen efectos ambientales (y sociales) tan negativos, que la corrupción
es necesaria al menos en dos frentes: para ocultar sus impactos y
consecuencias, y para lograr la asistencia del Estado en imponerlos.
Sin sobornos nunca se habrían concretado esos emprendimientos.
Por esa razón no puede sorprender que un
reciente análisis de la organización que nuclea a la mayor parte de los
países industrializados (OCDE), sobre los sobornos en los negocios
internacionales, ubicó al sector extractivista en el tope de la lista.
En su revisión de 427 casos, ese primer lugar fue del 19% en los
extractivismos, seguido por la construcción en segundo lugar (15%).
Hurgando entre los extractivismos se
encuentran todos los tipos posibles de corrupción. Los más conocidos son
los sobornos (coimas, mordidas), pero además están el cohecho, por
ejemplo para que un funcionario público autorice un mal informe de
impacto ambiental, el tráfico de influencias para favorecer concesiones
mineras o petroleras que anulan territorialidades indígenas o
campesinas, encubrimientos para ocultar impactos, pongamos por caso, de
un derrame, la obstrucción de la justicia por funcionarios públicos, o
la prevaricación en los juzgados que no atienden la violencia ejercida
por empresas extractivistas.
Se repiten abordajes entre medios y
analistas convencionales que reaccionan ante la corrupción sobre todo
por sus impactos económicos. Ellos se alarman por las pérdidas que todo
eso acarrea para el crecimiento económico o cómo entorpecen el clima de
negocios para las empresas. Esto ocurre cuando la corrupción escala a
tales niveles que incluso impide la dinámica que ellos consideran
debería ser “normal” en los mercados.
Pero es necesario dar unos pasos más
allá de esa mirada. Sin duda, la corrupción tiene efectos económicos que
no pueden ser negados, y son más amplios, afectando por ejemplo a
pequeñas empresas o cooperativas locales que pueden ser desplazadas, y
que incluso llega hasta la economía familiar. Pero también hay un costo
económico cuando una comunidad debe lidiar con el agua o los suelos
contaminados por un emprendimiento extractivista autorizado gracias a la
corrupción.
Ahora sabemos que la corrupción jugó
papeles decisivos en proyectos que no tenían sentido económico y mucho
menos ecológico. Ese es el caso de la enorme represa de Belo Monte, en
el río Xingú (Brasil). Esa obra implica un fenomenal impacto ambiental
en ecosistemas amazónicos, es innecesaria desde un punto de vista
energético, y tendrá consecuencias negativas para los pueblos indígenas
del área. Era un proyecto rechazado una y otra vez por las comunidades
locales, por académicos, e incluso por buena parte de las autoridades
ambientales del gobierno brasileño.
Sin embargo, a pesar de todo, se la
impuso y fue finalmente construida. Ahora sabemos que, según las
denuncias, para llevarla adelante se pagaron sobornos por un poco más de
40 millones de dólares. Este caso muestra un fenómeno perverso, donde
una obra es impuesta para así poder recibir los sobornos, y éstos, a su
vez, eran requeridos para otros fines, tanto empresariales como
partidarios.
Ningún país está a salvo de estos
problemas. Los titulares actuales están centrados en los casos en
Argentina, Brasil o Venezuela, pero aún en los países que se presentan
como los más inmunes a la corrupción, Chile y Uruguay, están afectados, y
allí también encontramos a los extractivismos.
En Uruguay, la estatal petrolera ANCAP
fue objeto de una investigación parlamentaria que hará denuncias en la
justicia. Se descubrió, por ejemplo, que uno de sus gerentes participaba
en una empresa privada que la propia petrolera contrataba. En Chile, en
el llamado “caso Penta” se encontró que el subsecretario de minería del
gobierno Piñera recibía un sobresueldo que posiblemente servía para
aprobar un proyecto minero. A ese caso le siguió la revelación de la
trama de pagos de la minera SQM hacia políticos y partidos.
La corrupción en los extractivismos es
mucho más grave de lo que parece a simple vista por estos casos. Poco a
poco está penetrando en ámbitos más profundos de la vida social, cayendo
en extremos de mercantilizar de la vida social y la Naturaleza. Nadie
está a salvo, y es alarmante que ya esté erosionando a comunidades
campesinas e indígenas.
Por ejemplo, en Bolivia, el llamado
Fondo Indígena se nutría de un impuesto sobre los extractivismos de
hidrocarburos, y su manejo recaía en delegados de confederaciones
indígenas y campesinas. Las investigaciones hoy en marcha muestran que
varios dirigentes desviaron fondos para beneficios personales y hacia
actividades electorales para apoyar al gobierno. Algunos dirán que este
es un caso más de corrupción ligada al extractivismo petrolero. Pero
allí hay un problema mucho más intrincado al develarse que una lógica
utilitarista y mercantil obsesionada con el dinero, y ubicada por encima
de cualquier otro saber o sensibilidad, o sea, la actitud del que
adhiere a la corrupción, también ha alcanzado esos “mundos” indígenas.
En el mundo de la corrupción no hay lugar para muchos de los grandes
aportes que nos muestran los modos de pensar y sentir indígenas, como la
Pachamama o el Buen Vivir.
Para que quede claro: los extractivismos
están inmersos en redes de corrupción, presentes en todos los sectores,
y en todos los países. Nadie está a salvo. Allí donde encuentren los
grandes emprendimientos extractivos, con los mayores impactos
ambientales, territoriales y sociales, es más probable que en algún
sitio se esconda la corrupción. Esta es útil para lograr aprobaciones o
mantenerlos funcionando. Es también necesaria para ocultar o minimizar
impactos, o para controlar a las comunidades locales y la resistencia
ciudadana. Los enormes volúmenes de dinero que mueven algunos de esos
emprendimientos generan muy fuertes presiones para encontrar canales que
usan la corrupción.
Si se mantienen los extractivismos
depredadores se repetirán una y otra vez los casos de corrupción. Por
ello, queda establecida una asociación que muestra que la lucha contra
la corrupción obliga a abandonar esos extractivismos.
* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo – www.ambiental.net; twitter: @EGudynas
Una versión resumida de este artículo se publicó en ALAI (Agencia Latino Americana de Informaciones), Quito, 14 abril 2016, aquí …
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