La abierta intención de Estados Unidos y la OTAN –de ejercer un dominio mundial y someter a todo aquel que se interponga en sus intereses– está condenada al fracaso. Pero eso no quiere decir que vaya a concluir su estela de muerte y despojo. Al final es como toda guerra: los poderosos contra os desposeídos, aunque no queden claros lo bando formales
Cualquier lector que ha vivido estas últimas décadas del Siglo XX y las primeras de este siglo, ya aquí analizados de manera sintética, puede tener plena conciencia de los cambios que se han dado a nivel mundial. Sin duda alguna, se trata de unas décadas muy particulares. Es evidente que se trata de grandes transformaciones. Finalmente, las causas principales que están en la base de dichos cambios y transformaciones son tan numerosas que, para el autor de esta serie de artículos, resultan casi imposible de resumir. Pero hay algunas que, evidentemente, se imponen en nuestra atención. Una de éstas es, por cierto, la guerra contra la Federación Socialista Yugoslava que aquí hemos analizado.
De hecho, una sola guerra ha cambiado el mundo, si pensamos como el concepto defensivo de la Alianza Atlántica del Norte que, si antes, según su artículo 5, era de carácter defensivo y dentro de sus fronteras, definidas por las de sus países miembros, ahora la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en una guerra que se ha dado en un periodo muy breve y en una área muy delimitada y que ha durado menos de 2 meses, presentaba al mundo entero su deseo de llevar adelante un modelo que todo puede ser pero, por cierto, no es defensivo.
El objetivo es conquistar nuevas regiones geopolíticamente trascendentes, y evitar que otras potencias pudiesen nacer, luego de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y competir geopolíticamente con Estados Unidos. El orden mundial tenía que ser unipolar, bajo control estadunidense, y esto no sólo valía para Rusia y China, sino para otras potencias emergentes, como India y Sudáfrica, Japón y también la Unión Europea, en específico Alemania y Francia.
Así que la caída de la Unión Soviética, la Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Ucrania, aquí analizados; la clonación, Microsoft, Apple, los hackers, el internet, la crisis financiera del sureste asiático, el euro contra el dólar, el crecimiento de la Unión Europea hacia Oriente, las nuevas triangulaciones entre el “sur” y el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); y aún el terrorismo, el cambio climático, los papeles de Panamá, el narcotráfico y la trata de personas, son ejemplos suficientes, porque constituyen las cuestiones fundamentales que han representado intereses en estas últimas décadas y que delinean la “guerra sin límites” que nos hacen.
Todas estas entidades están directa o indirectamente ligadas a la guerra. Guerra que no se quiere mitificar, en especial en unas guerras sin gloria como las que ha llevado adelante la OTAN desde la primera Guerra del Golfo en 1991 y hasta hoy, con su guerra secreta en Siria.
En esta evaluación sobre el cambio del concepto defensivo en la OTAN, y que en poco tiempo ha cambiado no sólo las relaciones internacionales, se evidencia un cambio aún más relevante, es decir, que es la guerra misma a ser cambiada. En la época donde las guerras se consideraban en términos épicos o de supremacía, hoy en día, cuando ya la fase culminante de la historia de la guerra y de cuanto ésta puede crear, marcha junto con un sistema tardo capitalista, decadente y fallido, ya se ha concluido –aquí los “fanáticos” de las concepciones “post” (postmodernismo, postestructuralismo, postmarxismo, entre otros) y de la “fin de la historia” no estarán de acuerdo–, la guerra misma, cuyo origen tenía un papel diferente en el ajedrez político internacional, si pensamos a la frase de Chaussevitz, el cual decía que “La guerra es la prosecución de la política”, ahora en la guerra sin límites y sin fronteras delineada por la OTAN, esta locución aun no puede ser válida. Y por razones obvias.
Para poder contextualizar este cambio de paradigmas hay que pensar también en los cambios tecnológicos y militares que se han dado; y en este sentido Estados Unidos representa los sujetos más profundamente interesados en este cambio. Lo anterior, si pensamos que los estadunidenses siempre quieren asumir todos los papeles disponibles: “salvadores”, “bomberos”, “policías mundiales”, “embajadores de paz”, etcétera. Después de la Operación Desert Storm (Tormenta del Desierto) en Irak y del ataque contra la Federación Yugoslava, el Tío Sam, a través de la OTAN, su brazo armado, no fueron nunca jamás capaces de conquistar una victoria honorable. Somalia, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Serbia, Afganistán, Libia y Siria, son ejemplos claros en este sentido.
Sin embargo, en la época del principio donde “la fuerza tiene siempre razón” y donde los medios de comunicación masiva hacen un trabajo de manipulación de la opinión pública, fabricando las condiciones para una agresión militar con el pretexto de salvar a los civiles de masacres, aquí siempre hay un “conejillo de indias” que justifica la guerra: sea un “dictador” o la lucha contra el terrorismo, poco importa, lo que cuenta es adormecer la gente frente a la televisión y hacerle creer que una guerra bastarda y sin gloria sea una guerra justa. Y el derecho penal internacional no parece ser un actor secundario que lleva adelante un papel distinto a los intereses imperiales de Estados Unidos y la OTAN, si pensamos a el papel de tribunal imperial que cumple la Corte Penal Internacional de la Haya que se destaca por una institución para nada imparcial y equilibrada en sus juicios, sino como la longa manu de Estados Unidos.
Un ejemplo sobre todo esto es Srebrenica, en Croacia, donde en una operación bajo “falsa bandera” de la inteligencia estadounidense, se quiso ocultar la responsabilidad objetiva de las milicias islamistas croatas por los masacres contra la población civil de este pueblo, acusando a los serbios y el ejército regular yugoslavo de tales crímenes.
En la mal llamada época postmoderna y postindustrial, la guerra sigue en auge. Lo que está por enfrentarse no son multitudes o hipotéticos “choques de civilizaciones” sino un imperialismo (Estados Unidos) y los demás imperialismos (Unión Europea, aquí encontramos Alemania y Francia con la voz alta) que quieren imponer un nuevo orden mundial: la de Imperio del mal.
La guerra se desata entre “centro” y “periferia” imperialista, sus fronteras arden en llamas: Ucrania, Libia, Afganistán, Irak, Irán, México. La guerra volvió a invadir nuestras sociedades modernas, sólo que con modelos más complejos, extensos, ocultos e infames. La guerra que se está dando mediante cambios estructurales en el campo tecnológico y militar y en el sistema de mercado es conducida en formas aún más atípicas. Es la guerra asimétrica que se vuelve sin límites, aumenta también la violencia política, económica y tecnológica. Sin embargo, a pesar de las formas asumidas por parte de esta violencia, la guerra siempre es la guerra, una guerra entre opresores y oprimidos, un cambio en su presentación, bajo conceptos y categorías mezcladas, no modifica su manto exterior y los principios de la guerra que conocemos.
Si sabemos reconocer que los nuevos principios de la guerra, el “nuevo modelo defensivo” de la OTAN, no son únicamente la utilización de las fuerzas de las armas para imponerse al enemigo, para que acepte y se alinee a sus propios intereses de Estado. La forma y el método, incluida la fuerza de las armas y los sistemas de ofensas militares y no militares, letales o no, para obligar el enemigo a aceptar sus propias políticas, todo esto constituye un cambio no sólo táctico sino estratégico. Una modificación en la concepción de la guerra que es un cambio estructural en sus modalidades.
Alessandro Pagani/Décima parte y última
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