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rebelion.orgCorrupción urbi et orbi
“…vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”.
“Cambalache”, Enrique Santos Discépolo, 1934.
América Latina se ha convertido en plaza fuerte de la corrupción. Ningún país de la región está libre de este cáncer que impide avanzar a formas más elevadas de democracia, cultura y justicia social. Sus tentáculos abarcan todo tipo de instituciones de un sistema que ha llegado al fin de su ciclo sin que todavía logre surgir su alternativa.
La corrupción no solo es el cohecho y soborno de autoridades. Es también la matriz del narcotráfico, crimen organizado, tráfico de armas y lavado de dinero. Para arrancar sus mil cabezas hay que llevar a cabo una revolución política, social y ética porque el sistema oligárquico y/o vertical de gobierno reproduce una y otra vez la corrupción. La institucionalidad y sus leyes son sus mejores aliados.
El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, se propone enfrentarla en uno de los países más corruptos y violentos del mundo. Para cumplir ese propósito AMLO deberá exponer su propia vida. El crimen organizado ha provocado en México más de 16 mil homicidios en el primer semestre de este año y más de 31 mil el 2017. El crimen más horrible cometido bajo la actual administración fue la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, hasta ahora en la impunidad.
Numerosos ex presidentes y dictadores latinoamericanos han sido acusados de corrupción. Sin embargo el fenómeno continúa y alcanza al conjunto de las instituciones. Alberto Fujimori, Ollanta Humala, Alejandro Toledo, Alan García y Pedro Pablo Kuczynski, en Perú; Mauricio Funes, Francisco Flores (fallecido el 2016) y Elías Antonio Saca, en El Salvador; Otto Pérez Molina y Álvaro Colom, en Guatemala; Rafael Angel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez, en Costa Rica; Arnoldo Alemán y Daniel Ortega, en Nicaragua; Rafael Callejas, en Honduras; Ricardo Martinelli, en Panamá; Carlos Andrés Pérez, en Venezuela: Álvaro Uribe Vélez, en Colombia; Carlos S. Menem, Néstor Kirchner (fallecido el 2000) y Cristina Fernández, en Argentina; y Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, han ido a la cárcel o están acusados de peculado.
Al presidente golpista del Brasil, Michel Temer, y al de Argentina, Mauricio Macri, se les imputan actos de cohecho y soborno. Más de 120 políticos brasileños, entre ellos Eduardo Cunha, el ex presidente de la Cámara de Diputados que articuló el “golpe legislativo” que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, fueron condenados por lavado de dinero.
El caso de Brasil toca fibras sensibles de la Izquierda latinoamericana. Dirigentes del Partido de los Trabajadores, con su líder histórico a la cabeza, han sido acusados de corrupción. Entre otros su ex presidente, José Genoino; tres ex tesoreros: Joao Vaccari, Paulo Ferreira y Delúbio Soares; y el ex jefe de gabinete de Lula, José Dirceu. Varios tienen una destacada trayectoria como militantes revolucionarios y participaron en la guerrilla que enfrentó a la dictadura militar (1964-1985).
¿Por qué el PT utilizó Petrobras como su caja de fondos? ¿Por qué estableció relaciones incestuosas con Odebrecht y OAS, gigantes de las obras públicas, en beneficio propio y de políticos amigos en otros países? ¿Por qué el PT se corrompió a ese extremo?
Participar en política y -si se tiene éxito- retener el poder, cuesta dinero. Con plata se ganan elecciones y se compran conciencias. La política electoral es una guerra de marketing. Se rige por las reglas del mercado. Pero disponer de dinero -cada vez en mayor cantidad- significa contraer compromisos que hay que pagar desde el gobierno y el Parlamento. Para eso están el tráfico de influencias, licitaciones truchas, franquicias tributarias, comisiones en compras del Estado, excepciones aduaneras, leyes especiales, el blanqueo en la repatriación de capitales, etc. Estas son las monedas de cambio de la corrupción política.
Un revolucionario brasileño, Plinio de Arruda Sampaio, militante petista, explicó en Chile ese fenómeno de transmutación que sufren ciertos partidos populares. Se iniciaba el primer gobierno de Lula y ya era evidente que el PT había contraído el virus de la corrupción (1).
Chile por supuesto no es la excepción. El caso más notable de corrupción ha sido el enriquecimiento ilícito del dictador Augusto Pinochet, su familia y su camarilla de generales. Para intervenir en la tuberculosa democracia inaugurada en 1990, la derecha creó una empresa ad hoc: Penta. La minera SQM y Corpesca, a su vez, financiaron políticos de derecha y centroizquierda. Los potentados Luksic, Angelini, Paulmann, Ponce Lerou, Matte, Piñera, Saieh y Yarur controlan el país, o sea controlan la política. Uno de ellos es presidente de la república por segunda vez.
La corrupción está carcomiendo instituciones civiles, armadas y religiosas. El daño social se traduce en deteriorados servicios de salud, en la indefensión de niños y ancianos pobres, en la super explotación del trabajo y en la vulneración de derechos para aumentar las tasas de ganancia del capital. En el plano político, el rechazo pasivo a la corrupción se manifiesta en la abstención electoral que supera el 60%. Hasta la Iglesia católica tiembla en sus cimientos por la pedofilia y los abusos sexuales.
La lucha contra la corrupción, sin embargo, no puede quedar en manos de autoridades que no son moralmente idóneas para lanzar la primera piedra. Chile necesita un movimiento político-social como los encabezados por López Obrador en México y Gustavo Petro en Colombia. La bandera de la ética política posee atributos suficientes para convocar al conjunto de las demandas del pueblo.
Nota:
(1) El seminario “El socialismo del siglo XXI”, organizado por la revista Punto Final, se efectuó el 30 de septiembre del 2005 en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional. Participaron Nicolás Maduro, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela; Tubal Páez, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba; el teólogo chileno Álvaro Ramis; y Plinio de Arruda Sampaio, en representación del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) de Brasil. (Arruda falleció el 2014).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
“Cambalache”, Enrique Santos Discépolo, 1934.
América Latina se ha convertido en plaza fuerte de la corrupción. Ningún país de la región está libre de este cáncer que impide avanzar a formas más elevadas de democracia, cultura y justicia social. Sus tentáculos abarcan todo tipo de instituciones de un sistema que ha llegado al fin de su ciclo sin que todavía logre surgir su alternativa.
La corrupción no solo es el cohecho y soborno de autoridades. Es también la matriz del narcotráfico, crimen organizado, tráfico de armas y lavado de dinero. Para arrancar sus mil cabezas hay que llevar a cabo una revolución política, social y ética porque el sistema oligárquico y/o vertical de gobierno reproduce una y otra vez la corrupción. La institucionalidad y sus leyes son sus mejores aliados.
El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, se propone enfrentarla en uno de los países más corruptos y violentos del mundo. Para cumplir ese propósito AMLO deberá exponer su propia vida. El crimen organizado ha provocado en México más de 16 mil homicidios en el primer semestre de este año y más de 31 mil el 2017. El crimen más horrible cometido bajo la actual administración fue la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, hasta ahora en la impunidad.
Numerosos ex presidentes y dictadores latinoamericanos han sido acusados de corrupción. Sin embargo el fenómeno continúa y alcanza al conjunto de las instituciones. Alberto Fujimori, Ollanta Humala, Alejandro Toledo, Alan García y Pedro Pablo Kuczynski, en Perú; Mauricio Funes, Francisco Flores (fallecido el 2016) y Elías Antonio Saca, en El Salvador; Otto Pérez Molina y Álvaro Colom, en Guatemala; Rafael Angel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez, en Costa Rica; Arnoldo Alemán y Daniel Ortega, en Nicaragua; Rafael Callejas, en Honduras; Ricardo Martinelli, en Panamá; Carlos Andrés Pérez, en Venezuela: Álvaro Uribe Vélez, en Colombia; Carlos S. Menem, Néstor Kirchner (fallecido el 2000) y Cristina Fernández, en Argentina; y Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, han ido a la cárcel o están acusados de peculado.
Al presidente golpista del Brasil, Michel Temer, y al de Argentina, Mauricio Macri, se les imputan actos de cohecho y soborno. Más de 120 políticos brasileños, entre ellos Eduardo Cunha, el ex presidente de la Cámara de Diputados que articuló el “golpe legislativo” que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, fueron condenados por lavado de dinero.
El caso de Brasil toca fibras sensibles de la Izquierda latinoamericana. Dirigentes del Partido de los Trabajadores, con su líder histórico a la cabeza, han sido acusados de corrupción. Entre otros su ex presidente, José Genoino; tres ex tesoreros: Joao Vaccari, Paulo Ferreira y Delúbio Soares; y el ex jefe de gabinete de Lula, José Dirceu. Varios tienen una destacada trayectoria como militantes revolucionarios y participaron en la guerrilla que enfrentó a la dictadura militar (1964-1985).
¿Por qué el PT utilizó Petrobras como su caja de fondos? ¿Por qué estableció relaciones incestuosas con Odebrecht y OAS, gigantes de las obras públicas, en beneficio propio y de políticos amigos en otros países? ¿Por qué el PT se corrompió a ese extremo?
Participar en política y -si se tiene éxito- retener el poder, cuesta dinero. Con plata se ganan elecciones y se compran conciencias. La política electoral es una guerra de marketing. Se rige por las reglas del mercado. Pero disponer de dinero -cada vez en mayor cantidad- significa contraer compromisos que hay que pagar desde el gobierno y el Parlamento. Para eso están el tráfico de influencias, licitaciones truchas, franquicias tributarias, comisiones en compras del Estado, excepciones aduaneras, leyes especiales, el blanqueo en la repatriación de capitales, etc. Estas son las monedas de cambio de la corrupción política.
Un revolucionario brasileño, Plinio de Arruda Sampaio, militante petista, explicó en Chile ese fenómeno de transmutación que sufren ciertos partidos populares. Se iniciaba el primer gobierno de Lula y ya era evidente que el PT había contraído el virus de la corrupción (1).
Chile por supuesto no es la excepción. El caso más notable de corrupción ha sido el enriquecimiento ilícito del dictador Augusto Pinochet, su familia y su camarilla de generales. Para intervenir en la tuberculosa democracia inaugurada en 1990, la derecha creó una empresa ad hoc: Penta. La minera SQM y Corpesca, a su vez, financiaron políticos de derecha y centroizquierda. Los potentados Luksic, Angelini, Paulmann, Ponce Lerou, Matte, Piñera, Saieh y Yarur controlan el país, o sea controlan la política. Uno de ellos es presidente de la república por segunda vez.
La corrupción está carcomiendo instituciones civiles, armadas y religiosas. El daño social se traduce en deteriorados servicios de salud, en la indefensión de niños y ancianos pobres, en la super explotación del trabajo y en la vulneración de derechos para aumentar las tasas de ganancia del capital. En el plano político, el rechazo pasivo a la corrupción se manifiesta en la abstención electoral que supera el 60%. Hasta la Iglesia católica tiembla en sus cimientos por la pedofilia y los abusos sexuales.
La lucha contra la corrupción, sin embargo, no puede quedar en manos de autoridades que no son moralmente idóneas para lanzar la primera piedra. Chile necesita un movimiento político-social como los encabezados por López Obrador en México y Gustavo Petro en Colombia. La bandera de la ética política posee atributos suficientes para convocar al conjunto de las demandas del pueblo.
Nota:
(1) El seminario “El socialismo del siglo XXI”, organizado por la revista Punto Final, se efectuó el 30 de septiembre del 2005 en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional. Participaron Nicolás Maduro, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela; Tubal Páez, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba; el teólogo chileno Álvaro Ramis; y Plinio de Arruda Sampaio, en representación del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) de Brasil. (Arruda falleció el 2014).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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