Por Kilker
Nicaragua vista desde la izquierda “antigua”.
Desde muy diversos ámbitos que se consideran de izquierdas se está apoyando la revuelta en Nicaragua contra su presidente Daniel Ortega. Aunque a quienes han tomado esta actitud les parezca un tema menor o, mejor dicho, no lo consideren argumento en su contra, la realidad es que ningún partido o gobierno de derechas defiende al presidente de ese país. Como dato, el embajador de EEUU en la OEA, Carlos Trujillo, ha pedido la celebración de elecciones anticipadas a la vez que afirmaba que “para ser claro, el Gobierno de Nicaragua debe rendir cuentas”. Todo ello, sin olvidar que la iglesia católica y la COSEP (Consejo Superior de Empresa Privada) también han apostado claramente en contra de Ortega y a favor de la revuelta. En resumen: EEUU, partidos de derecha, iglesia católica, empresarios y algunos intelectuales de izquierda coinciden en el objetivo común de acabar con el gobierno de Daniel Ortega (además de parte de los estudiantes y de la población en general).
Las personas críticas de izquierdas consideran que Ortega y su mujer se han enriquecido fraudulentamente y han traicionado los principios con los que surgió el FSLN e impulsaron la revolución sandinista que acabó con la dictadura de Somoza, y le acusan de eliminar la disidencia dentro de dicho partido. A esas voces críticas se han sumado algunas personas conocidas, como Vargas Llosa y José Mujica, entre otros, aunque por motivos distintos, lógicamente. También a nivel del estado español ha habido posicionamientos similares, algunos llamativos, como es el caso del economista Gabriel Flores, de Podemos, que en su cuenta de facebook incluye un artículo de su “amigo” J. Luis F. Del corral en el que llama a Ortega “criminal corrupto”.
Lo cierto es que Ortega ganó las últimas elecciones celebradas el 6 de Noviembre de 2016, es decir hace algo más de año y medio, con el 72,5% de los votos y con una participación cercana al 70%, y en las elecciones municipales del año 2017 -que también tuvieron lugar en Noviembre- el FSLN del presidente Ortega ganó con más del 70% y con observadores de la OEA vigilando el proceso y no reseñando ninguna irregularidad.
Como ocurre en multitud de ocasiones, siempre demasiadas, quienes apoyan la revuelta -al igual que quienes la rechazan- generalizan acerca de sus componentes, manipulando el lenguaje y convirtiendo sus argumentos en puras falacias. Así, no se habla de algunos o muchos estudiantes, lo que llevaría a una investigación para conocer su número, sino que se opta por utilizar “los estudiantes” que supone una falsedad aunque, eso sí, evita el esfuerzo investigador. Y lo mismo se puede decir de quienes afirman que las mujeres feministas nicaragüenses también están en contra de Ortega o hacen eslogan de su postura: “Hermanas nicas, yo sí os creo”, lo cual deja a las mujeres que apoyan a Ortega o fuera de ser consideradas nicaragüenses, o fuera de ser consideradas mujeres. Pero el sumun, la traca final, siempre llega con “el pueblo” que es el concepto más manipulable y manipulado de la política. Quienes atacan al presidente siempre dicen expresar la voluntad popular que, por lo que se ve, debe desaparecer en periodo electoral. Y no contentos con eso, insultan a quienes osan manifestar su desacuerdo con su punto de vista llegando a llamarles, como hace June Fernández en eldiario.es, “izquierda rancia” y “machistas-leninistas”.
Comprendo que muchas personas estén desencantadas con la política que practica el matrimonio Ortega-Murillo, con decisiones como la de cambiar la ley del aborto llegando a su prohibición, con sus pasadas alianzas con partidos de derecha y con la iglesia, etc.; y no solo lo comprendo sino que lo comparto. Pero no se debería olvidar que además de ese matrimonio hay miles de personas militando en el FSLN, miles de personas que, valorando los pros y los contras, deciden apoyarle en las elecciones. No se puede menospreciar a toda esa gente, ni tratarla como si fueran niños manipulados por el poder. Tampoco se debería obviar que hay muertos y violencia por ambas partes y que algunos de los grupos sublevados están armados. Sin embargo, no me parece que el número de muertos de cada “bando” se pueda utilizar como argumento a favor de determinada visión política, porque no es ese dato el que determina la bondad o no de los proyectos que se defienden. Ni tampoco es argumento llamarla “represión” cuando la violencia es ejercida por el gobierno y movilización popular cuando la ejercen las personas sublevadas porque también puede ocurrir que lo popular se refleje más en quienes defienden al gobierno que en quienes lo critican. Es la justeza de lo que se reclama, las vías que se utilizan para su logro y el contexto en que todo ello ocurre lo que se debe valorar.
Deberíamos tener en cuenta las enseñanzas de la historia a la hora de juzgar acontecimientos políticos como el de Nicaragua, antes de tomar una posición al respecto, porque, con franqueza, quienes se consideran la ‘izquierda buena y verdadera’, frente a la “rancia” –J. Fernández dixit-, “irresponsable” –Iosu Perales dixit- y “delirante” –Gabriel Flores dixit- ignoran que desde la desaparición de la URSS, e incluyéndola, no ha habido ningún caso, NINGUNO, en el que las revueltas frente al poder existente –’comunista’ o no- hayan dado como resultado sistemas políticos que se pudieran considerar de izquierdas, entendiendo por tal, más justos, equitativos y, en consecuencia, más realmente democráticos. A las revueltas ‘populares’ han sucedido guerras o gobiernos cada vez más alejados de lo que podemos entender por izquierda y más próximos al neoliberalismo, a la xenofobia y al racismo. Quizás la razón de ello, además de las ‘influencias externas’, estribe en que en todas esas revueltas se adolecía de un programa alternativo que sustituyera al representado por los dirigentes causantes de las mismas. Y, ciertamente, en Nicaragua ocurre algo similar: no hay un programa común y de izquierdas que unifique a la oposición a Ortega, bien porque esa oposición no es mayoritariamente de izquierdas, bien porque las izquierdas no se ponen de acuerdo en su elaboración.
Desde muy diversos ámbitos que se consideran de izquierdas se está apoyando la revuelta en Nicaragua contra su presidente Daniel Ortega. Aunque a quienes han tomado esta actitud les parezca un tema menor o, mejor dicho, no lo consideren argumento en su contra, la realidad es que ningún partido o gobierno de derechas defiende al presidente de ese país. Como dato, el embajador de EEUU en la OEA, Carlos Trujillo, ha pedido la celebración de elecciones anticipadas a la vez que afirmaba que “para ser claro, el Gobierno de Nicaragua debe rendir cuentas”. Todo ello, sin olvidar que la iglesia católica y la COSEP (Consejo Superior de Empresa Privada) también han apostado claramente en contra de Ortega y a favor de la revuelta. En resumen: EEUU, partidos de derecha, iglesia católica, empresarios y algunos intelectuales de izquierda coinciden en el objetivo común de acabar con el gobierno de Daniel Ortega (además de parte de los estudiantes y de la población en general).
Las personas críticas de izquierdas consideran que Ortega y su mujer se han enriquecido fraudulentamente y han traicionado los principios con los que surgió el FSLN e impulsaron la revolución sandinista que acabó con la dictadura de Somoza, y le acusan de eliminar la disidencia dentro de dicho partido. A esas voces críticas se han sumado algunas personas conocidas, como Vargas Llosa y José Mujica, entre otros, aunque por motivos distintos, lógicamente. También a nivel del estado español ha habido posicionamientos similares, algunos llamativos, como es el caso del economista Gabriel Flores, de Podemos, que en su cuenta de facebook incluye un artículo de su “amigo” J. Luis F. Del corral en el que llama a Ortega “criminal corrupto”.
Lo cierto es que Ortega ganó las últimas elecciones celebradas el 6 de Noviembre de 2016, es decir hace algo más de año y medio, con el 72,5% de los votos y con una participación cercana al 70%, y en las elecciones municipales del año 2017 -que también tuvieron lugar en Noviembre- el FSLN del presidente Ortega ganó con más del 70% y con observadores de la OEA vigilando el proceso y no reseñando ninguna irregularidad.
Como ocurre en multitud de ocasiones, siempre demasiadas, quienes apoyan la revuelta -al igual que quienes la rechazan- generalizan acerca de sus componentes, manipulando el lenguaje y convirtiendo sus argumentos en puras falacias. Así, no se habla de algunos o muchos estudiantes, lo que llevaría a una investigación para conocer su número, sino que se opta por utilizar “los estudiantes” que supone una falsedad aunque, eso sí, evita el esfuerzo investigador. Y lo mismo se puede decir de quienes afirman que las mujeres feministas nicaragüenses también están en contra de Ortega o hacen eslogan de su postura: “Hermanas nicas, yo sí os creo”, lo cual deja a las mujeres que apoyan a Ortega o fuera de ser consideradas nicaragüenses, o fuera de ser consideradas mujeres. Pero el sumun, la traca final, siempre llega con “el pueblo” que es el concepto más manipulable y manipulado de la política. Quienes atacan al presidente siempre dicen expresar la voluntad popular que, por lo que se ve, debe desaparecer en periodo electoral. Y no contentos con eso, insultan a quienes osan manifestar su desacuerdo con su punto de vista llegando a llamarles, como hace June Fernández en eldiario.es, “izquierda rancia” y “machistas-leninistas”.
Comprendo que muchas personas estén desencantadas con la política que practica el matrimonio Ortega-Murillo, con decisiones como la de cambiar la ley del aborto llegando a su prohibición, con sus pasadas alianzas con partidos de derecha y con la iglesia, etc.; y no solo lo comprendo sino que lo comparto. Pero no se debería olvidar que además de ese matrimonio hay miles de personas militando en el FSLN, miles de personas que, valorando los pros y los contras, deciden apoyarle en las elecciones. No se puede menospreciar a toda esa gente, ni tratarla como si fueran niños manipulados por el poder. Tampoco se debería obviar que hay muertos y violencia por ambas partes y que algunos de los grupos sublevados están armados. Sin embargo, no me parece que el número de muertos de cada “bando” se pueda utilizar como argumento a favor de determinada visión política, porque no es ese dato el que determina la bondad o no de los proyectos que se defienden. Ni tampoco es argumento llamarla “represión” cuando la violencia es ejercida por el gobierno y movilización popular cuando la ejercen las personas sublevadas porque también puede ocurrir que lo popular se refleje más en quienes defienden al gobierno que en quienes lo critican. Es la justeza de lo que se reclama, las vías que se utilizan para su logro y el contexto en que todo ello ocurre lo que se debe valorar.
Deberíamos tener en cuenta las enseñanzas de la historia a la hora de juzgar acontecimientos políticos como el de Nicaragua, antes de tomar una posición al respecto, porque, con franqueza, quienes se consideran la ‘izquierda buena y verdadera’, frente a la “rancia” –J. Fernández dixit-, “irresponsable” –Iosu Perales dixit- y “delirante” –Gabriel Flores dixit- ignoran que desde la desaparición de la URSS, e incluyéndola, no ha habido ningún caso, NINGUNO, en el que las revueltas frente al poder existente –’comunista’ o no- hayan dado como resultado sistemas políticos que se pudieran considerar de izquierdas, entendiendo por tal, más justos, equitativos y, en consecuencia, más realmente democráticos. A las revueltas ‘populares’ han sucedido guerras o gobiernos cada vez más alejados de lo que podemos entender por izquierda y más próximos al neoliberalismo, a la xenofobia y al racismo. Quizás la razón de ello, además de las ‘influencias externas’, estribe en que en todas esas revueltas se adolecía de un programa alternativo que sustituyera al representado por los dirigentes causantes de las mismas. Y, ciertamente, en Nicaragua ocurre algo similar: no hay un programa común y de izquierdas que unifique a la oposición a Ortega, bien porque esa oposición no es mayoritariamente de izquierdas, bien porque las izquierdas no se ponen de acuerdo en su elaboración.
- Aunque suene a receta antigua y ‘rancia’, existe un medio que ayuda a optar por la solución menos mala cuando no se percibe ninguna buena en el horizonte: determinar cuál es el enemigo principal. Sinceramente, yo no creo que sea Daniel Ortega.
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