COMPARTE EL SITIO DE: https://plataformadistritocero.blogspot.mx
rebelion.org"Por una cultura de lo pequeño: no más rimbombancia, clientelismo ni cortesanías"
"Por una cultura de lo pequeño: no más rimbombancia, clientelismo ni cortesanías"
Me he preguntado yo eso leyendo declaraciones del presidente Moreno, que en una ocasión dijo que un país que no tuviera un museo nacional y una biblioteca nacional era “impresentable”. En otra ocasión declaró que “El arte y la cultura es la mejor inversión que un país puede hacer”. Uno se pregunta si este hombre está lleno de prejuicios coloniales… ¿Qué cultura es esa que Moreno quiere apoyar que a él le parece incluso más importante que la educación y la salud, por ejemplo? Veo que el país se gasta millones de dólares en el Festival de Artes Vivas de Loja, pero no tenemos biblioteca nacional, y sólo hay diez bibliotecas públicas en la red del ministerio, en ocho de las 24 provincias, es decir que hay 16 provincias sin bibliotecas públicas del estado. ¿Con qué noción de cultura trabaja el ministerio? En la web aún hablan de “Políticas para una revolución cultural” y ejes “programáticos” y “transversales”. Y Gabriel Cisneros, anterior vicepresidente de la Casa de la Cultura con Pérez de presidente y ahora viceministro con Pérez de Ministro, declaró hace poco que en los premios Espejo se encierra “la esencia vibrante de la patria”. ¿Qué significa todo eso? ¿Es solo palabrería?
El Festival de Artes Vivas de Loja habla más claro: dice que se pretende “culturizar”. Culturizar significa “civilizar”. ¿La revolución cultural consiste pues en “culturizar”, en “civilizar”? Es una idea peregrina de revolución cultural y sobre todo, un paradigma ilegítimo, pues implica que en Ecuador no tengamos una o varias culturas, porque es obviamente imposible “culturizar” lo que ya está culturizado… A menos que con “culturizar” se aluda a la cultura como producción especializada, eso pretendidamente sofisticado que dicen apreciar las clases altas. ¿Así es como se pretende satisfacer los famosos “derechos culturales” de que habla la Constitución y el ministro Pérez? ¿Con otra campaña de lectura, la enésima, ahora llamada Plan Nacional del Libro y la Lectura, en un país con 10 bibliotecas públicas? ¿Con un Encuentro literario aquí, allá una ópera (género kitsch por excelencia si no se lo revoluciona en cada obra), un festival más allá, con el ministro y su corte llegando con un cheque en la mano y pidiendo un balcón o tribuna, al más puro estilo velasquista? Esa noción de cultura es ya tradicional en Ecuador: Benjamín Carrión, en un depurado gesto aristocrático, lo planteó de un modo que hoy o mañana nos hará sonrojar: si no podíamos ser grandes por la historia, la riqueza y los logros materiales, pensó Carrión, podíamos serlo, en cambio, por la cultura. ¡Como si la meta de un pueblo fuera ser grande y no vivir en una sociedad pacífica y justa!
Para responder más directamente a su pregunta, diría que la noción de cultura que impera, al menos en las instituciones estatales, es tradicional, rutinaria, artificiosa, conservadora, rimbombante y vacua, oportunista e inclinada a la exclusión, a todo tipo de adulteraciones, por muchos disfraces que usen.
Hay otra en el horizonte, que tiene interés en convertir toda obra en mercancía, para llevarla al comercio. Es la idea que anima las Ferias de libros en todo el mundo, y que ahora se empieza a introducir en Ecuador.
Junto a esas nociones quisiera colocar la que formuló la UNESCO en 1982. Después de leerla no hará falta ninguna aclaración. La UNESCO declaró que “…la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.”
La cultura concebida de esta forma sí es tan importante como la educación y la salud pública. Pero en eso ni el ministro ni los departamentos de cultura de los municipios y los consejos provinciales ni los mismos agentes culturales parecen interesados. Tal vez al presidente y al ministro les parezca que un museo cuenta más que los derechos fundamentales y los sistemas de valores, que los pondrían delante de aspectos cruciales de la vida, como la violencia a mujeres y niños y el racismo; y quizá crean que una ópera o una feria de libro son más determinantes que, por ejemplo, programas contra la dominación moral, o sea contra la jerarquización o diferenciación de la dignidad de los ciudadanos.
¿Cuál es su percepción de campo cultural ecuatoriano?
Yo señalaría cuatro características: 1. La inexistencia de la autonomía relativa que la modernidad ha ofrecido a la cultura especializada de las sociedades occidentales. Desde hace décadas los y las artistas e intelectuales del Ecuador han tratado de crear un espacio cultural libre de servidumbres; un hito exterior (aunque no democrático sino más bien aristocrático) fue la fundación de la Casa de la Cultura, que en poco más de cuatro décadas ha degenerado completamente y lleva años boqueando. Durante la Monarquía Absoluta de Correa, el poder político provocó un grave retroceso: el infame imperativo de obediencia del gobierno fue acordado por los propios agentes culturales. A tal punto se confió en la sumisión que, cuando dejó el poder, Correa se lamentaba de no haber contado con artistas como la Nueva Trova Cubana… Pobre hombre: no le salió un Silvio Rodríguez que le cantara la Canción del Elegido…
En este gobierno la autonomía ha seguido degradándose y diluyéndose. Tanto la Monarquía Absoluta como la actual Contrarreforma Conservadora han continuado pervirtiendo el sector del modo más socorrido: mediante prácticas clientelares. A través de premios como el Espejo o de convocatorias como la de los fondos concursables y la de festivales, el poder político impone normas de conducta a los creadores, críticos y gestores.
Además, la esfera religiosa se impone sobre la cultural. Los artistas ni siquiera tienen garantizada la libertad de conciencia (que en Guayaquil haya una nueva e importante autopista llamada Narcisa de Jesús, dice mucho). Recuerdo tres casos recientes de censura religiosa: en Quito la iglesia vetó un proyecto de arte y activismo, en Cuenca una exposición del artista Marco Alvarado, y en Guayaquil una obra de teatro. La iglesia logra sus objetivos sirviéndose del poder municipal. El Ministerio de Cultura se subordina y calla… Ni una manifestación a favor del laicismo.
2. Por falta de autonomía viene el segundo rasgo: el carácter cortesano de la franja en el poder de los agentes, y de la cultura misma que se impone. Un ejemplo nimio pero significativo: Pérez, el ministro, dice que el aumento de los fondos concursables se debe a “la generosidad del señor presidente”. ¡’Generosidad’! Sólo le faltó decir “de taita presedente”; e inaugurando la campaña de lectura, dijo que Moreno es un “adelantado” (recomiendo el discurso de aquel día del ministro: una auténtica joya). He ahí a un antiguo escritor que ha aprendido el arte de la genuflexión y ha hecho carrera burocrática: tres veces presidente de la Casa de la Cultura Nacional, en una gestión que ha sido calificada por una especialista como “hacendaria”. Sería fácil dar más ejemplos. En Ecuador es tal la servidumbre que afecta al campo cultural que los creadores son empujados a envilecerse en ciertos casos no escasos; el “te publico-publícame este libro o este artículo”, o “te doy-me das este premio o esta subvención o esta invitación, y a cambio espero de ti-tendrás de mí X comportamiento” campea y todo el mundo lo sabe.
Y esto afecta enormemente a la cultura: por una parte, lo exterior –el premio, la actitud reverente, etc.– se filtra y hasta se traduce en el interior, en el mismo trabajo artístico, y, por otra, aquella cortesanía influye en la conformación de los criterios de valoración. La novelista Mónica Ojeda no consiguió que una editorial ecuatoriana publicara Nefando, que en España ha recibido excelentes críticas… A cualquier persona ajena a la cultura cortesana le pasará lo mismo.
En el marco de la falta de autonomía y del imperio de la cultura cortesana, hay cabida para todo… El director del Plan Nacional del Libro y la Lectura, por ejemplo, autocontrató obras suyas para el Plan, una decisión más bien ramplona; y se han repartido millones de dólares en Fondos Concursables pero no se ha hecho ninguna convocatoria para fortalecer a las editoriales independientes o fomentar su emergencia. ¿Por qué? ¡Los autores no tienen donde publicar…! ¿Es demasiado malicioso preguntarse si no será para no afectar el negocio, que lleva años montado, dentro y fuera del ministerio, en el que se manda a imprimir libros en las famosas “campañas de lectura” de las que no conocemos ningún resultado?
El actual ministro se escuda en su izquierdismo de eslogan, diciendo que no cree en las industrias culturales, en el mercado capitalista: un desfase total; cuando, en fin, quizá se trate simplemente de espurios intereses personales. Lo cierto, en todo caso, es que es absurdo que la lista de publicaciones que financia el estado la decida un grupo de amigos del ministerio, y que así ocurra lo que ya sabemos que ocurre. Eso ha de cambiar. La edición de libros auspiciados por recursos del estado ha de pasar a la iniciativa de las editoriales independientes. La política impone servidumbres a las artes y las ciencias de muchas maneras; lo hace también cuando son los políticos, el presidente y el ministro, principalmente, quienes eligen a los premios Espejo, y no se encomienda esa delicada tarea a un comité de expertos independientes, como debería ser.
Hay otras dos características que cabría al menos mencionar: 1. La falta de cohesión del campo: casi se puede decir que hay tres repúblicas: la de Quito, la de Cuenca y la de Guayaquil (esta última completamente bananera), cada una con sus respectivas provincias y cantones…. 2. La dominación masculina, sobre la que no hace falta prueba alguna.
Finalmente, recordemos que el campo cultural no termina con la llamada alta cultura, ni en las fronteras físicas del país: la cultura popular es muy rica; a mí me interesa más Rey Camarón y sus canciones sobre la marginalidad y el cholo en Guayaquil que un cantante o cantautor con la nariz arrugada; y la antología bilingüe castellano-quichua Amanece en nuestras vidas tiene alguno de los textos más genuinos de los escritos por mujeres del Ecuador. Y en el Whitney Museum, de New York, ahora mismo está exponiendo el artista Ronnie Quevedo, y el escritor Mauro Javier Cárdenas recibe atención del New York Times y su libro se publica, traducido del inglés, en un gran sello español; y Mónica Ojeda no deja de recibir elogios en España por Mandíbula.
Aunque probablemente el Ministerio de Cultura de Ecuador no esté enterado de todo esto…
Desde su perspectiva ¿qué enfoques y prácticas culturales permiten enfrentar las irregularidades, el eventismo y la precariedad de la institucionalidad cultural?
Aunque quizá no lo parezca, las irregularidades, el eventismo, la precariedad, las miserias a las que acabamos de aludir son el contenido típico de esa concepción decimonónica que ve en la ‘cultura’ un instrumento de ‘civilización’, de ‘mejoramiento’ de los individuos y “del pueblo”, y también de fomento de la vieja matraca de la “identidad nacional”. Los oropeles de esa cultura tradicional, que apunta a la ostentación y la grandilocuencia, visible en todas las artes, pero especialmente en las histórico-espaciales, como la arquitectura y la escultura, en los grandes monumentos civiles y religiosos, facilita las irregularidades.
Allí encaja cómodamente la improvisación, el eventismo, el abuso. Véase, por ejemplo, el Festival de Loja, que recién en la tercera edición ya se siente “a la vanguardia” y aspira a convertirse en “un referente internacional” y estar vinculado a “los festivales más importantes del mundo”. Si usted lee las líneas curatoriales y los planteamientos, tiene la impresión de que se trata de la Constitución para crear una sociedad perfecta, la nueva isla Utopía, de Tomás Moro, o algo así; y si lee la sección de Valores, Misión y Visión del ministerio, usted cree que en Ecuador ahora mismo está en marcha algo no sólo comparable sino muy superior a la revolución cultural china. ¿Fantasía? Esa palabrería, vacua, si se mira la realidad práctica, es la mejor cortina para la irregularidad. Toda grandilocuencia, toda esa megalomanía individual y colectiva, sea del signo que sea, comporta una falacia, generalmente una petición de reconocimiento de superioridad, y alienta, finalmente, una ética de la dominación. Con todo ello se busca, a fin de cuentas, consagrar estéticamente la dominación material, por mucho que la retórica sea dorada…
Así que creo que es urgente bajar el tono y fundarnos en una cultura diferente, en una ética y una estética distintas, democráticas, de lo pequeño, alejada del oropel; que discurra en niveles, magnitudes y metas próximas a la vida cotidiana. Si el actual poder de la cultura tradicional se sustenta en la burocracia cultural centralista, en la clase media veleidosa, arribista y descomprometida, en alianza con grupos tradicionales presuntuosos y con empresarios oportunistas, una cultura democrática, basada en lo pequeño, ha de buscar alianzas distintas, deberá aliarse con lo popular. Por supuesto, no para la falsificación populista (pienso en esas famosas “danzas ancestrales” cuyo carácter genuino no suele estar respaldado antropológicamente).
No hemos de buscar una cultura popular cohesionada, ni pura, pero sí valores históricamente asociados con las clases populares. Las metas culturales populares, por ejemplo, no están relacionadas con el prestigio –“nacional e internacional”– sino con la satisfacción de necesidades morales cotidianas, con la dignidad, la paz, la justicia, la solidaridad: con todo eso que señala la definición de cultura de la UNESCO que hemos mencionado.
Con la ética y la estética de lo pequeño, tenderemos a la existencia más que a la trascendencia, al presente más que al futuro; a la satisfacción más que a la gloria; a lo compartido más que a lo exclusivo; a los vínculos, a lo que el poeta español Víctor Gómez llama “la buena salud de los vínculos”, más que a la separación; al cambio más que a la inmutabilidad… Más que a la solemnidad, a la festividad y el juego, que hacen las relaciones más humanas y más vivas.
Para todo ello necesitaremos un giro radical, que es lo único que podrá hacer que la cultura florezca de veras en Ecuador. No necesitamos un Ministerio de Cultura (543 trabajadores y más de 30 choferes: imagínese el uso de los carros oficiales, con choferes, las esposas, los hijos, las amans o amatae), ni una Casa de la Cultura (246 trabajadores, solo en Quito), organismo excluyente desde sus inicios. Hemos de basarnos en el tejido social, en las asociaciones, los movimientos, las corporaciones, las fundaciones, los centros cívicos, los centros culturales, los institutos de investigaciones…. Es urgente que termine el monopolio estatal, ministerial, centralista, que tenemos ahora, que hace de cada provincia un protectorado de Quito (piénsese que el director del festival de Loja es de Quito y lo nombran a dedo en Quito; y la Feria del libro de Guayaquil la hacían funcionarios de Quito, con todos los gastos de viajes, hoteles, viáticos y dietas que cabe imaginar). Estoy convencido de que la burocracia cultural quiteña le ha hecho y le hace mucho daño al país.
¿Tiene solución el problema institucional de la cultura en Ecuador?
Con el actual esquema, me temo que no. Con ninguna administración; todas estarán condenadas a fracaso. La institucionalidad está degradada. Mire usted quién es presidente de la Casa de la Cultura Nacional. El currículum de Camilo Restrepo Guzmán es el de un político y un burócrata, no el de un intelectual ni el de un hombre de cultura; según parece, no ha escrito ni un solo libro, de modo que no sé cómo reglamentariamente puede ser siquiera miembro de la Casa, menos aún presidente.
La institucionalidad sólo es aprobada hoy por la corte y la cortesanía de cada ciudad y región, y probablemente por conveniencia. Aparte de la incompetencia técnica, patética en algunos casos; aparte de que se pretende gobernar o administrar con gestos y palabras vacías; aparte de las irregularidades –de las que se habla mucho, especialmente a propósito de los fondos concursables– y del abuso que generalmente viene con el eventismo, uno de los cuales, no el más importante, es el oneroso turismo cultural, que aprovecha cualquier pretexto para sacar pasajes, viáticos y dietas; aparte de todo ello, digo, está la constatación irrefutable de que el resultado o mezcla de un planteamiento pretencioso y rimbombante, más la práctica clientelar e irregular y el esquema centralista extremo, han dado como resultado un fracaso inocultable: la acción ministerial es un batiburrillo, una barahúnda, un fiasco indignante.
Y no pasa nada, porque en el marco ideológico actual, en que priman asuntos de mucha apariencia y poco valor, la responsabilidad se evapora. Si tienes 40 millones de dólares para gastar en cosas de ese orden vagaroso, el trabajo es easy: es muy fácil rendir cuenta con palabrería barata y cifras mudas. Pero las cifras que sí nos dicen algo, que son incluso elocuentes, son también indignantes: una hiperplasia de la burocracia abusiva y centenares de millones de dólares en una gestión que no ha cambiado ni adelantado en nada al país.
Por ello, insisto, el esquema debe variar radicalmente si queremos que la cultura nos ayude de veras a construir una sociedad justa, igualitaria y feliz; debe producirse el desplazamiento del monopolio estatal a la sociedad civil, con una coordinación mínima que pudiera estar radicada en el ministerio de bienestar social, y con el control ordinario de recursos previsto por el estado. Naturalmente, todo ello ha de estar precedido de un debate nacional real sobre las metas del país en el terreno cultural, para lo cual podríamos elegir como punto de partida la noción de cultura de la UNESCO; no digo “socialización” (palabra de moda en Ecuador, junto con la acusación de “mediocridad”, ambas, me parece, herencia del correismo) porque la democracia no ‘socializa’, y menos del modo tramposo que se hizo en el gobierno anterior: la democracia debate.
Yo estaría a favor de que en ese debate recuperemos el rol del humanismo para la educación y la construcción del país, un humanismo repudiado por la idea de revolución que tenía la Monarquía Absoluta, que no era otra que “hacer las cosas extraordinariamente bien” desde la perspectiva técnica. Con una nueva cultura y un nuevo humanismo Ecuador podría volver a pensar en un futuro para todos.
De archivo:
Documento público alojado en la página web del Ministerio de Cultura y Patrimonio: –Discurso del Ministro Raúl Pérez Torres durante la presentación del Plan Nacional del Libro y la Lectura . Ibarra, 12 de septiembre de 2017. Enlace visitado el 1 de agosto de 2018: https://www.culturaypatrimonio.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2017/09/Discurso-del-Ministro-Rau%CC%81l-Pe%CC%81rez-Torres-Plan-de-Lectura.pdf
Fuente: http://www.paralaje.xyz/por-una-cultura-de-lo-pequeno-no-mas-clientelas-ni-cortesanias-entrevista-con-mario-campana/
La entrevista al escritor y ensayista ecuatoriano Mario Campaña
publicada en Paralaje
el 10 de mayo del 2018 generó diversas reacciones en la comunidad
artística de Guayaquil. Tuvo una buena acogida entre quienes mantienen
una posición crítica frente a la gestión del Museo Municipal de
Guayaquil y la Dirección de Cultura y Promoción Cívica; pero quedó
corta. Es así, que múltiples artistas y actores culturales solicitaron a
Campaña que se manifieste sobre otros temas neurálgicos para la cultura
en el país. En Paralaje continuamos el diálogo a partir de las
sugerencias de nuestros lectores y lectoras. En esta ocasión abordamos
una perspectiva más panorámica sobre los problemas estructurales del
campo cultural y artístico.
Más allá de los debates coyunturales, ¿cuál es la noción de cultura que impera en el Ecuador?Me he preguntado yo eso leyendo declaraciones del presidente Moreno, que en una ocasión dijo que un país que no tuviera un museo nacional y una biblioteca nacional era “impresentable”. En otra ocasión declaró que “El arte y la cultura es la mejor inversión que un país puede hacer”. Uno se pregunta si este hombre está lleno de prejuicios coloniales… ¿Qué cultura es esa que Moreno quiere apoyar que a él le parece incluso más importante que la educación y la salud, por ejemplo? Veo que el país se gasta millones de dólares en el Festival de Artes Vivas de Loja, pero no tenemos biblioteca nacional, y sólo hay diez bibliotecas públicas en la red del ministerio, en ocho de las 24 provincias, es decir que hay 16 provincias sin bibliotecas públicas del estado. ¿Con qué noción de cultura trabaja el ministerio? En la web aún hablan de “Políticas para una revolución cultural” y ejes “programáticos” y “transversales”. Y Gabriel Cisneros, anterior vicepresidente de la Casa de la Cultura con Pérez de presidente y ahora viceministro con Pérez de Ministro, declaró hace poco que en los premios Espejo se encierra “la esencia vibrante de la patria”. ¿Qué significa todo eso? ¿Es solo palabrería?
El Festival de Artes Vivas de Loja habla más claro: dice que se pretende “culturizar”. Culturizar significa “civilizar”. ¿La revolución cultural consiste pues en “culturizar”, en “civilizar”? Es una idea peregrina de revolución cultural y sobre todo, un paradigma ilegítimo, pues implica que en Ecuador no tengamos una o varias culturas, porque es obviamente imposible “culturizar” lo que ya está culturizado… A menos que con “culturizar” se aluda a la cultura como producción especializada, eso pretendidamente sofisticado que dicen apreciar las clases altas. ¿Así es como se pretende satisfacer los famosos “derechos culturales” de que habla la Constitución y el ministro Pérez? ¿Con otra campaña de lectura, la enésima, ahora llamada Plan Nacional del Libro y la Lectura, en un país con 10 bibliotecas públicas? ¿Con un Encuentro literario aquí, allá una ópera (género kitsch por excelencia si no se lo revoluciona en cada obra), un festival más allá, con el ministro y su corte llegando con un cheque en la mano y pidiendo un balcón o tribuna, al más puro estilo velasquista? Esa noción de cultura es ya tradicional en Ecuador: Benjamín Carrión, en un depurado gesto aristocrático, lo planteó de un modo que hoy o mañana nos hará sonrojar: si no podíamos ser grandes por la historia, la riqueza y los logros materiales, pensó Carrión, podíamos serlo, en cambio, por la cultura. ¡Como si la meta de un pueblo fuera ser grande y no vivir en una sociedad pacífica y justa!
Para responder más directamente a su pregunta, diría que la noción de cultura que impera, al menos en las instituciones estatales, es tradicional, rutinaria, artificiosa, conservadora, rimbombante y vacua, oportunista e inclinada a la exclusión, a todo tipo de adulteraciones, por muchos disfraces que usen.
Hay otra en el horizonte, que tiene interés en convertir toda obra en mercancía, para llevarla al comercio. Es la idea que anima las Ferias de libros en todo el mundo, y que ahora se empieza a introducir en Ecuador.
Junto a esas nociones quisiera colocar la que formuló la UNESCO en 1982. Después de leerla no hará falta ninguna aclaración. La UNESCO declaró que “…la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.”
La cultura concebida de esta forma sí es tan importante como la educación y la salud pública. Pero en eso ni el ministro ni los departamentos de cultura de los municipios y los consejos provinciales ni los mismos agentes culturales parecen interesados. Tal vez al presidente y al ministro les parezca que un museo cuenta más que los derechos fundamentales y los sistemas de valores, que los pondrían delante de aspectos cruciales de la vida, como la violencia a mujeres y niños y el racismo; y quizá crean que una ópera o una feria de libro son más determinantes que, por ejemplo, programas contra la dominación moral, o sea contra la jerarquización o diferenciación de la dignidad de los ciudadanos.
¿Cuál es su percepción de campo cultural ecuatoriano?
Yo señalaría cuatro características: 1. La inexistencia de la autonomía relativa que la modernidad ha ofrecido a la cultura especializada de las sociedades occidentales. Desde hace décadas los y las artistas e intelectuales del Ecuador han tratado de crear un espacio cultural libre de servidumbres; un hito exterior (aunque no democrático sino más bien aristocrático) fue la fundación de la Casa de la Cultura, que en poco más de cuatro décadas ha degenerado completamente y lleva años boqueando. Durante la Monarquía Absoluta de Correa, el poder político provocó un grave retroceso: el infame imperativo de obediencia del gobierno fue acordado por los propios agentes culturales. A tal punto se confió en la sumisión que, cuando dejó el poder, Correa se lamentaba de no haber contado con artistas como la Nueva Trova Cubana… Pobre hombre: no le salió un Silvio Rodríguez que le cantara la Canción del Elegido…
En este gobierno la autonomía ha seguido degradándose y diluyéndose. Tanto la Monarquía Absoluta como la actual Contrarreforma Conservadora han continuado pervirtiendo el sector del modo más socorrido: mediante prácticas clientelares. A través de premios como el Espejo o de convocatorias como la de los fondos concursables y la de festivales, el poder político impone normas de conducta a los creadores, críticos y gestores.
Además, la esfera religiosa se impone sobre la cultural. Los artistas ni siquiera tienen garantizada la libertad de conciencia (que en Guayaquil haya una nueva e importante autopista llamada Narcisa de Jesús, dice mucho). Recuerdo tres casos recientes de censura religiosa: en Quito la iglesia vetó un proyecto de arte y activismo, en Cuenca una exposición del artista Marco Alvarado, y en Guayaquil una obra de teatro. La iglesia logra sus objetivos sirviéndose del poder municipal. El Ministerio de Cultura se subordina y calla… Ni una manifestación a favor del laicismo.
2. Por falta de autonomía viene el segundo rasgo: el carácter cortesano de la franja en el poder de los agentes, y de la cultura misma que se impone. Un ejemplo nimio pero significativo: Pérez, el ministro, dice que el aumento de los fondos concursables se debe a “la generosidad del señor presidente”. ¡’Generosidad’! Sólo le faltó decir “de taita presedente”; e inaugurando la campaña de lectura, dijo que Moreno es un “adelantado” (recomiendo el discurso de aquel día del ministro: una auténtica joya). He ahí a un antiguo escritor que ha aprendido el arte de la genuflexión y ha hecho carrera burocrática: tres veces presidente de la Casa de la Cultura Nacional, en una gestión que ha sido calificada por una especialista como “hacendaria”. Sería fácil dar más ejemplos. En Ecuador es tal la servidumbre que afecta al campo cultural que los creadores son empujados a envilecerse en ciertos casos no escasos; el “te publico-publícame este libro o este artículo”, o “te doy-me das este premio o esta subvención o esta invitación, y a cambio espero de ti-tendrás de mí X comportamiento” campea y todo el mundo lo sabe.
Y esto afecta enormemente a la cultura: por una parte, lo exterior –el premio, la actitud reverente, etc.– se filtra y hasta se traduce en el interior, en el mismo trabajo artístico, y, por otra, aquella cortesanía influye en la conformación de los criterios de valoración. La novelista Mónica Ojeda no consiguió que una editorial ecuatoriana publicara Nefando, que en España ha recibido excelentes críticas… A cualquier persona ajena a la cultura cortesana le pasará lo mismo.
En el marco de la falta de autonomía y del imperio de la cultura cortesana, hay cabida para todo… El director del Plan Nacional del Libro y la Lectura, por ejemplo, autocontrató obras suyas para el Plan, una decisión más bien ramplona; y se han repartido millones de dólares en Fondos Concursables pero no se ha hecho ninguna convocatoria para fortalecer a las editoriales independientes o fomentar su emergencia. ¿Por qué? ¡Los autores no tienen donde publicar…! ¿Es demasiado malicioso preguntarse si no será para no afectar el negocio, que lleva años montado, dentro y fuera del ministerio, en el que se manda a imprimir libros en las famosas “campañas de lectura” de las que no conocemos ningún resultado?
El actual ministro se escuda en su izquierdismo de eslogan, diciendo que no cree en las industrias culturales, en el mercado capitalista: un desfase total; cuando, en fin, quizá se trate simplemente de espurios intereses personales. Lo cierto, en todo caso, es que es absurdo que la lista de publicaciones que financia el estado la decida un grupo de amigos del ministerio, y que así ocurra lo que ya sabemos que ocurre. Eso ha de cambiar. La edición de libros auspiciados por recursos del estado ha de pasar a la iniciativa de las editoriales independientes. La política impone servidumbres a las artes y las ciencias de muchas maneras; lo hace también cuando son los políticos, el presidente y el ministro, principalmente, quienes eligen a los premios Espejo, y no se encomienda esa delicada tarea a un comité de expertos independientes, como debería ser.
Hay otras dos características que cabría al menos mencionar: 1. La falta de cohesión del campo: casi se puede decir que hay tres repúblicas: la de Quito, la de Cuenca y la de Guayaquil (esta última completamente bananera), cada una con sus respectivas provincias y cantones…. 2. La dominación masculina, sobre la que no hace falta prueba alguna.
Finalmente, recordemos que el campo cultural no termina con la llamada alta cultura, ni en las fronteras físicas del país: la cultura popular es muy rica; a mí me interesa más Rey Camarón y sus canciones sobre la marginalidad y el cholo en Guayaquil que un cantante o cantautor con la nariz arrugada; y la antología bilingüe castellano-quichua Amanece en nuestras vidas tiene alguno de los textos más genuinos de los escritos por mujeres del Ecuador. Y en el Whitney Museum, de New York, ahora mismo está exponiendo el artista Ronnie Quevedo, y el escritor Mauro Javier Cárdenas recibe atención del New York Times y su libro se publica, traducido del inglés, en un gran sello español; y Mónica Ojeda no deja de recibir elogios en España por Mandíbula.
Aunque probablemente el Ministerio de Cultura de Ecuador no esté enterado de todo esto…
Desde su perspectiva ¿qué enfoques y prácticas culturales permiten enfrentar las irregularidades, el eventismo y la precariedad de la institucionalidad cultural?
Aunque quizá no lo parezca, las irregularidades, el eventismo, la precariedad, las miserias a las que acabamos de aludir son el contenido típico de esa concepción decimonónica que ve en la ‘cultura’ un instrumento de ‘civilización’, de ‘mejoramiento’ de los individuos y “del pueblo”, y también de fomento de la vieja matraca de la “identidad nacional”. Los oropeles de esa cultura tradicional, que apunta a la ostentación y la grandilocuencia, visible en todas las artes, pero especialmente en las histórico-espaciales, como la arquitectura y la escultura, en los grandes monumentos civiles y religiosos, facilita las irregularidades.
Allí encaja cómodamente la improvisación, el eventismo, el abuso. Véase, por ejemplo, el Festival de Loja, que recién en la tercera edición ya se siente “a la vanguardia” y aspira a convertirse en “un referente internacional” y estar vinculado a “los festivales más importantes del mundo”. Si usted lee las líneas curatoriales y los planteamientos, tiene la impresión de que se trata de la Constitución para crear una sociedad perfecta, la nueva isla Utopía, de Tomás Moro, o algo así; y si lee la sección de Valores, Misión y Visión del ministerio, usted cree que en Ecuador ahora mismo está en marcha algo no sólo comparable sino muy superior a la revolución cultural china. ¿Fantasía? Esa palabrería, vacua, si se mira la realidad práctica, es la mejor cortina para la irregularidad. Toda grandilocuencia, toda esa megalomanía individual y colectiva, sea del signo que sea, comporta una falacia, generalmente una petición de reconocimiento de superioridad, y alienta, finalmente, una ética de la dominación. Con todo ello se busca, a fin de cuentas, consagrar estéticamente la dominación material, por mucho que la retórica sea dorada…
Así que creo que es urgente bajar el tono y fundarnos en una cultura diferente, en una ética y una estética distintas, democráticas, de lo pequeño, alejada del oropel; que discurra en niveles, magnitudes y metas próximas a la vida cotidiana. Si el actual poder de la cultura tradicional se sustenta en la burocracia cultural centralista, en la clase media veleidosa, arribista y descomprometida, en alianza con grupos tradicionales presuntuosos y con empresarios oportunistas, una cultura democrática, basada en lo pequeño, ha de buscar alianzas distintas, deberá aliarse con lo popular. Por supuesto, no para la falsificación populista (pienso en esas famosas “danzas ancestrales” cuyo carácter genuino no suele estar respaldado antropológicamente).
No hemos de buscar una cultura popular cohesionada, ni pura, pero sí valores históricamente asociados con las clases populares. Las metas culturales populares, por ejemplo, no están relacionadas con el prestigio –“nacional e internacional”– sino con la satisfacción de necesidades morales cotidianas, con la dignidad, la paz, la justicia, la solidaridad: con todo eso que señala la definición de cultura de la UNESCO que hemos mencionado.
Con la ética y la estética de lo pequeño, tenderemos a la existencia más que a la trascendencia, al presente más que al futuro; a la satisfacción más que a la gloria; a lo compartido más que a lo exclusivo; a los vínculos, a lo que el poeta español Víctor Gómez llama “la buena salud de los vínculos”, más que a la separación; al cambio más que a la inmutabilidad… Más que a la solemnidad, a la festividad y el juego, que hacen las relaciones más humanas y más vivas.
Para todo ello necesitaremos un giro radical, que es lo único que podrá hacer que la cultura florezca de veras en Ecuador. No necesitamos un Ministerio de Cultura (543 trabajadores y más de 30 choferes: imagínese el uso de los carros oficiales, con choferes, las esposas, los hijos, las amans o amatae), ni una Casa de la Cultura (246 trabajadores, solo en Quito), organismo excluyente desde sus inicios. Hemos de basarnos en el tejido social, en las asociaciones, los movimientos, las corporaciones, las fundaciones, los centros cívicos, los centros culturales, los institutos de investigaciones…. Es urgente que termine el monopolio estatal, ministerial, centralista, que tenemos ahora, que hace de cada provincia un protectorado de Quito (piénsese que el director del festival de Loja es de Quito y lo nombran a dedo en Quito; y la Feria del libro de Guayaquil la hacían funcionarios de Quito, con todos los gastos de viajes, hoteles, viáticos y dietas que cabe imaginar). Estoy convencido de que la burocracia cultural quiteña le ha hecho y le hace mucho daño al país.
¿Tiene solución el problema institucional de la cultura en Ecuador?
Con el actual esquema, me temo que no. Con ninguna administración; todas estarán condenadas a fracaso. La institucionalidad está degradada. Mire usted quién es presidente de la Casa de la Cultura Nacional. El currículum de Camilo Restrepo Guzmán es el de un político y un burócrata, no el de un intelectual ni el de un hombre de cultura; según parece, no ha escrito ni un solo libro, de modo que no sé cómo reglamentariamente puede ser siquiera miembro de la Casa, menos aún presidente.
La institucionalidad sólo es aprobada hoy por la corte y la cortesanía de cada ciudad y región, y probablemente por conveniencia. Aparte de la incompetencia técnica, patética en algunos casos; aparte de que se pretende gobernar o administrar con gestos y palabras vacías; aparte de las irregularidades –de las que se habla mucho, especialmente a propósito de los fondos concursables– y del abuso que generalmente viene con el eventismo, uno de los cuales, no el más importante, es el oneroso turismo cultural, que aprovecha cualquier pretexto para sacar pasajes, viáticos y dietas; aparte de todo ello, digo, está la constatación irrefutable de que el resultado o mezcla de un planteamiento pretencioso y rimbombante, más la práctica clientelar e irregular y el esquema centralista extremo, han dado como resultado un fracaso inocultable: la acción ministerial es un batiburrillo, una barahúnda, un fiasco indignante.
Y no pasa nada, porque en el marco ideológico actual, en que priman asuntos de mucha apariencia y poco valor, la responsabilidad se evapora. Si tienes 40 millones de dólares para gastar en cosas de ese orden vagaroso, el trabajo es easy: es muy fácil rendir cuenta con palabrería barata y cifras mudas. Pero las cifras que sí nos dicen algo, que son incluso elocuentes, son también indignantes: una hiperplasia de la burocracia abusiva y centenares de millones de dólares en una gestión que no ha cambiado ni adelantado en nada al país.
Por ello, insisto, el esquema debe variar radicalmente si queremos que la cultura nos ayude de veras a construir una sociedad justa, igualitaria y feliz; debe producirse el desplazamiento del monopolio estatal a la sociedad civil, con una coordinación mínima que pudiera estar radicada en el ministerio de bienestar social, y con el control ordinario de recursos previsto por el estado. Naturalmente, todo ello ha de estar precedido de un debate nacional real sobre las metas del país en el terreno cultural, para lo cual podríamos elegir como punto de partida la noción de cultura de la UNESCO; no digo “socialización” (palabra de moda en Ecuador, junto con la acusación de “mediocridad”, ambas, me parece, herencia del correismo) porque la democracia no ‘socializa’, y menos del modo tramposo que se hizo en el gobierno anterior: la democracia debate.
Yo estaría a favor de que en ese debate recuperemos el rol del humanismo para la educación y la construcción del país, un humanismo repudiado por la idea de revolución que tenía la Monarquía Absoluta, que no era otra que “hacer las cosas extraordinariamente bien” desde la perspectiva técnica. Con una nueva cultura y un nuevo humanismo Ecuador podría volver a pensar en un futuro para todos.
De archivo:
Documento público alojado en la página web del Ministerio de Cultura y Patrimonio: –Discurso del Ministro Raúl Pérez Torres durante la presentación del Plan Nacional del Libro y la Lectura . Ibarra, 12 de septiembre de 2017. Enlace visitado el 1 de agosto de 2018: https://www.culturaypatrimonio.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2017/09/Discurso-del-Ministro-Rau%CC%81l-Pe%CC%81rez-Torres-Plan-de-Lectura.pdf
Fuente: http://www.paralaje.xyz/por-una-cultura-de-lo-pequeno-no-mas-clientelas-ni-cortesanias-entrevista-con-mario-campana/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario