viernes, 5 de octubre de 2018

Ya sea que lo ame o lo deteste, Donald Trump tiene la misión de poner fin a las guerras y desmantelar el imperio del Pentágono


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Ya sea que lo ame o lo deteste, Donald Trump tiene la misión de poner fin a las guerras y desmantelar el imperio del Pentágono


Traducido por los editores de SOTT.net en español.
Como ninguna otra presidencia en la historia moderna, la de Donald Trump ha supuesto una verdadera demolición sociopolítica, que ha avivado deliberadamente el conflicto al recurrir a las corrientes xenófobas y racistas de la sociedad estadounidense y al menoscabar el discurso político. Este hecho ha sido ampliamente discutido. Pero los ataques de Trump contra el sistema de la presencia militar global de Estados Unidos y sus compromisos han recibido mucha menos atención.
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Se ha quejado amargamente, tanto en reuniones públicas como privadas con asistentes, del conjunto de guerras permanentes que el Pentágono ha estado librando durante muchos años en el Gran Oriente Medio y África, así como sobre los despliegues y compromisos con Corea del Sur y la OTAN. Esto ha resultado en una lucha sin precedentes entre un presidente en ejercicio y el estado de seguridad nacional en torno a un imperio militar mundial de Estados Unidos que ha sido sacrosanto en la política estadounidense desde principios de la Guerra Fría.
Y ahora el libro de Bob Woodward, Fear: Trump in the White House ("Miedo: Trump en la Casa Blanca"), ha proporcionado nuevos detalles importantes sobre esa lucha.
Los Asesores de Trump lo llevan al "Tanque"
Trump había entrado a la Casa Blanca con un claro compromiso de poner fin a las intervenciones militares de Estados Unidos, basadas en una visión del mundo en la que librar guerras en busca del dominio militar no tiene cabida. En el último discurso de su "gira de la victoria" en diciembre de 2016, Trump prometió: "Dejaremos de precipitarnos a derrocar regímenes extranjeros de los que no sabemos nada, con los que no deberíamos estar involucrados". En lugar de invertir en guerras, dijo, invertiría en la reconstrucción de la desmoronada infraestructura de Estados Unidos.
En una reunión con su equipo de seguridad nacional en el verano de 2017, en la que el Secretario de Defensa James Mattis recomendó nuevas medidas militares contra los afiliados del Estado Islámico en el norte de África, Trump expresó su frustración con las interminables guerras. "Ustedes quieren que envíe tropas a todas partes", dijo Trump, según un informe del Washington Post. "¿Cuál es la justificación?"
Mattis respondió: "Señor, lo hacemos para evitar que explote una bomba en Times Square", a lo que Trump respondió airadamente que el mismo argumento podría hacerse sobre prácticamente cualquier país del planeta.
Trump incluso había dado a los embajadores el poder de detener temporalmente los ataques con aviones teledirigidos, de acuerdo con el artículo del Post, lo que causó aun más consternación en el Pentágono.
El equipo de seguridad nacional de Trump se alarmó tanto por su cuestionamiento de los compromisos militares de Estados Unidos y el despliegue de tropas que sintieron que había que hacer algo para que cambiara de opinión. Mattis propuso trasladar a Trump de la Casa Blanca al "Tanque" del Pentágono, donde se reúnen los Jefes del Estado Mayor Conjunto, con la esperanza de que él comprendiera sus argumentos de manera más efectiva.
Fue en ese momento, el 20 de julio de 2017, cuando Mattis, el entonces Secretario de Estado Rex Tillerson y otros altos funcionarios trataron de convencer a Trump de la importancia vital de mantener los compromisos y despliegues militares de Estados Unidos en todo el mundo. Mattis utilizó la retórica estándar del globalismo utilizada durante las administraciones de Bush y Obama, según las notas de la reunión proporcionadas a Woodward. Afirmó que el "orden democrático internacional basado en reglas" (el término utilizado para describir la estructura global del ejército estadounidense y su poder militar) había traído seguridad y prosperidad. Tillerson, ignorando décadas de guerras desestabilizadoras en el sudeste asiático y el Medio Oriente, dijo: "Esto es lo que ha mantenido la paz durante 70 años".
Según el relato de Woodward, Trump no dijo nada, sino que simplemente agitó la cabeza en desacuerdo. Finalmente, dirigió la discusión hacia un tema que le resultaba particularmente irritante: Las relaciones militares y económicas de Estados Unidos con Corea del Sur. "Gastamos 3.500 millones de dólares al año para tener tropas en Corea del Sur", se quejó Trump. "No sé por qué están ahí. ... ¡Traigámoslos a todos a casa!"
En ese momento, el jefe de personal de Trump, Reince Priebus, reconociendo que el esfuerzo del equipo de seguridad nacional por controlar la oposición de Trump a sus guerras y despliegues de tropas había sido un completo fracaso, suspendió la reunión.
En septiembre de 2017, pese a que Trump amenazaba en Twitter con destruir a Corea del Norte, estaba machacando en privado a sus auxiliares con respecto a la presencia de tropas estadounidenses en Corea del Sur y expresando repetidamente su determinación para retirarlas, según revela el relato de Woodward.
Esas quejas de Trump provocaron que H.R. McMaster, entonces asesor de seguridad nacional, convocara una reunión del Consejo de Seguridad Nacional sobre el tema el 19 de enero. Trump preguntó de nuevo: "¿Qué ganamos manteniendo una presencia militar masiva en la península coreana?" Y vinculó ese asunto con la cuestión más amplia de que Estados Unidos esté pagando por la defensa de otros estados de Asia, Oriente Medio y la OTAN.
Mattis describió la presencia de tropas en Corea del Sur como una gran negociación en torno a la seguridad. "Las tropas posicionadas en la vanguardia son el medio menos costoso para alcanzar nuestros objetivos de seguridad", dijo, "y la retirada haría que nuestros aliados perdieran toda confianza en nosotros". El presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Joseph Dunford, argumentó que Corea del Sur estaba reembolsando a Estados Unidos 800 millones de dólares al año de un costo total de 2.000 millones de dólares, subsidiando así a Estados Unidos por algo que haría por sus propios intereses de todos modos.
Pero tales argumentos no impresionaron a Trump, que no veía ningún valor en tener tropas en el extranjero en un momento en que el propio Estados Unidos se desmorona. "Hemos gastado 7 billones de dólares en el Medio Oriente", dijo Trump al final de la reunión. "Ni siquiera podemos recaudar un billón de dólares para la infraestructura doméstica".
La creencia de Trump de que las tropas estadounidenses deberían ser retiradas de Corea del Sur fue reforzada por los inesperados acontecimientos político-diplomáticos en Corea del Norte y del Sur a principios de 2018. Trump respondió positivamente a la oferta del líder norcoreano Kim Jong Un de celebrar una cumbre y señaló su disposición a negociar con Kim un acuerdo que desnuclearizaría Corea del Norte y traería la paz a la península de Corea.
Antes de la cumbre de Singapur con Kim, Trump ordenó que el Pentágono elaborara opciones para retirar a esas tropas estadounidenses. Los medios de comunicación y la mayoría de la élite de la seguridad nacional consideraron que esa idea era completamente inaceptable, pero los especialistas militares y de inteligencia sobre Corea saben desde hace mucho tiempo que las tropas estadounidenses no son necesarias, ni para disuadir a Corea del Norte ni para defenderse de un ataque al otro lado de la zona desmilitarizada.
La voluntad de Trump de practicar la diplomacia personal con Kim y de vislumbrar el fin o una atenuación significativa del despliegue de tropas estadounidenses en Corea del Sur fue indudablemente impulsada en parte por su ego, pero no podría haber sido posible sin su rechazo de la ideología de la seguridad nacional que había dominado las élites de Washington durante generaciones.
Peleas sobre Siria y Afganistán
Trump estaba impaciente por poner fin a las tres grandes guerras que había heredado de Barack Obama: Afganistán y las guerras contra el Estado islámico en Irak y Siria. Woodward cuenta cómo Trump dio una lección sobre lo cansado que estaba de esas guerras a McMaster, Porter, Ivanka Trump y Jared Kushner en julio de 2017, cuando regresaban de un fin de semana de golf. "Deberíamos declarar la victoria, poner fin a las guerras y traer nuestras tropas a casa", les dijo, repitiendo (probablemente inconscientemente) la misma táctica política que el senador de Vermont George Aiken había instado en 1966 para poner fin a la guerra de Estados Unidos en Vietnam.
Incluso después de que una campaña de bombardeos sumamente devastadora de Estados Unidos y la OTAN obligara al Estado Islámico a abandonar su capital en la ciudad de Raqqa, Siria, en octubre de 2017, el equipo de seguridad nacional de Trump insistió en mantener indefinidamente a las tropas de Estados Unidos en Siria. En una rueda de prensa en el Pentágono a mediados de noviembre, Mattis declaró que impedir el regreso del Estado Islámico era un "objetivo a largo plazo" del ejército estadounidense, y que las fuerzas estadounidenses permanecerían en Siria para ayudar a establecer las condiciones para una solución diplomática. "No nos iremos antes de que el proceso de Ginebra tenga éxito", dijo Mattis.
Pero Mattis y Tillerson no habían convencido a Trump con respecto a Siria. A principios de abril de 2018, el Pentágono le dio a Trump un documento que se centraba casi por completo en diferentes opciones para permanecer en Siria y que consideraba la retirada total como una opción claramente inaceptable. En una reunión tensa, Mattis y el Presidente del Comité Conjunto de Jefes del Estado Mayor, Dunford, advirtieron que la retirada completa permitiría que Irán y Rusia llenaran el vacío; como si Trump compartiese su suposición de que tal resultado era impensable. En cambio, Trump les dijo que quería que las tropas de Estados Unidos terminaran la guerra con el Estado Islámico en seis meses, según un relato de CNN citando fuentes del Pentágono. Y cuando Mattis y otros funcionarios advirtieron que el plazo era demasiado corto, "Trump respondió diciéndole a su equipo que lo hicieran".
Unos días después, Trump declaró públicamente: "Saldremos de Siria muy pronto. Dejemos que los demás se encarguen de ello ahora. Muy pronto saldremos".
Sin embargo, después de que John Bolton entrara a la Casa Blanca como asesor de seguridad nacional en abril, convenció a Trump para que viera a Siria en el contexto de la venganza de la administración contra Irán, al menos por el momento. Bolton declaró esta semana que las tropas estadounidenses no abandonarán Siria mientras las tropas iraníes operaran fuera de las fronteras iraníes. Pero Mattis contradijo a Bolton, diciendo que las tropas permanecerían en Siria para derrotar al Estado Islámico y que el compromiso "no es indefinido".
Trump había estado pidiendo el fin de la guerra en Afganistán durante años antes de su elección, y se sentía muy motivado para abandonarla. Woodward revela que el jefe de personal del Consejo de Seguridad Nacional, el teniente general retirado Keith Kellogg, era partidario de la idea de la retirada de Estados Unidos. Cuando el Consejo de Seguridad Nacional se reunió en julio de 2017 para tratar el tema de Afganistán, Trump interrumpió la presentación inicial de McMaster para explicar por qué la guerra era "un desastre": Se estaban utilizando "soldados fantasmas" inexistentes en el ejército afgano para estafar a Estados Unidos, mientras los corruptos líderes afganos aprovechaban la guerra y la ayuda de Estados Unidos para ganar dinero. Cuando Tillerson intentó situar a Afganistán en un "contexto regional", Trump respondió: "¿Pero cuántas muertes más? ¿Cuántas extremidades perdidas más? ¿Cuánto tiempo más vamos a estar allí?"
Sin embargo, el Pentágono y McMaster siguieron adelante con un plan para aumentar la presencia militar estadounidense. En una reunión culminante a mediados de agosto sobre Afganistán, según el relato del libro de Woodward, McMaster le dijo a Trump que no tenía más remedio que intensificar la guerra añadiendo 4.000 soldados. ¿La razón? Era necesario impedir que Al-Qaeda o el Estado Islámico utilizaran el territorio afgano para lanzar ataques terroristas contra Estados Unidos o Europa.
Trump replicó enfadado que los generales eran "los arquitectos de este lío" y que lo estaban "empeorando" al pedirle que añadiera tropas a "algo en lo que yo no creo". Entonces Trump se cruzó de brazos y declaró: "Quiero que nos marchemos. Y usted me está diciendo que la respuesta es meternos aun más".
Mattis explicó el argumento en términos que esperaba que Trump finalmente comprendería. Advirtió que lo que le había pasado a Obama cuando retiró sus fuerzas de Irak prematuramente le pasaría a Trump si no aceptaba la nueva estrategia propuesta por el Pentágono.
"Sigo pensando que está equivocado", dijo Trump, "no nos ha servido de nada". Pero cedió ante Mattis y anunció que había sido convencido de ir en contra de sus propios "instintos" al aprobar el aumento de 4.000 tropas.
Estaba siendo intimidado con el mismo temor de ser acusado de ser responsable por las posibles consecuencias futuras de la derrota en una guerra; un temor que había llevado a Lyndon Johnson a abandonar su propia resistencia contundente a una intervención a gran escala de EE.UU. en Vietnam a mediados de 1965, y a Barack Obama a aceptar una escalada de violencia en Afganistán contra la que había argumentado en las reuniones de la Casa Blanca.
Trump anunció una nueva estrategia en la que no habría plazos arbitrarios para la retirada, como había ocurrido bajo el mandato de Obama, ni restricciones al uso de aviones no tripulados y a los ataques aéreos convencionales por parte de los comandantes. Pero desde entonces, todos los informes coinciden en que la guerra se está perdiendo en favor de los talibanes, y Trump sin duda se verá obligado a revisar la política a medida que la evidencia del fracaso cree nuevas presiones políticas sobre la administración.
La cosmovisión económica de Trump, que algunos han llamado mercantilista, plantea peligros económicos para Estados Unidos. Y dadas las múltiples y serias fallas personales y políticas de Trump (incluyendo su adopción de una política de cambio de régimen en Irán impulsada por Bolton y por el donante sionista extremista de la campaña de Trump, Sheldon Adelson), es posible que finalmente abandone su resistencia a las múltiples guerras permanentes de los Estados Unidos.
Pero el enfoque poco ortodoxo de Trump ya le ha animado a desafiar la lógica esencial del imperio militar estadounidense más que cualquier otro presidente anterior. Y los últimos años de su administración seguramente traerán más pugnas en torno a los temas por los que se ha enfrentado repetidamente con los que están a cargo del imperio.

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