No pudo mantenerse en el
poder hasta el final: este 12 de octubre, en vez de celebrar el día del
descubrimiento de América, Javier Duarte se vio obligado a pedir
licencia como gobernador de Veracruz. Lo hizo bajo una presión enorme,
incluso desde su partido, el PRI, y del gobierno federal.
Enrique Ochoa, presidente del PRI,
ofreció un exhorto “a las autoridades federales a cumplir su
responsabilidad para que continúen las investigaciones contra Javier
Duarte”. A pesar de que desde Los Pinos se le retiró el respaldo desde
hace meses, Duarte ofreció un video grabado el día de su renuncia en el
que agradeció al presidente Enrique Peña Nieto el apoyo recibido en su
mandato.
Hasta el último momento el gobernador se mantuvo fiel a las viejas formas del priismo.
No hay duda, sin embargo, de que el PRI ha abandonado a Duarte; y lo ha hecho porque los costos políticos de la corrupción son cada vez mayores. El PRI
sabe que, si no logra quitarse la imagen de corrupción, será muy
difícil que gane el Estado de México o la elección presidencial de 2018.
En buena medida la baja popularidad del presidente se debe a una
percepción de corrupción en la compra de la Casa Blanca y en otras
acciones del mandatario, de miembros de su familia y de su equipo de
trabajo.
El propio Enrique Ochoa, quien se ha hecho cargo de la presidencia del PRI
con el propósito de limpiar y rejuvenecer el rostro del partido, no ha
salido ileso de la dirección general de la Comisión Federal de
Electricidad. A pesar de que renunció por voluntad propia para irse al PRI,
recibió una “liquidación” de 1.2 millones de pesos después de dos años y
cinco meses de trabajo. También otros miembros de su equipo fueron
recompensados con cantidades enormes por breves períodos de trabajo.
Tanto Ochoa como los funcionarios de la CFE afirman que los pagos son legales, pero el fantasma de la corrupción ha afectado a quien debería haberlo alejado del partido.
Urgencia
La decisión de forzar la licencia de Duarte es de carácter político.
Javier Duarte es el gobernador priista más cuestionado por presuntos actos de corrupción. Si el PRI
quiere proyectar la imagen de un partido que se renueva y combate la
corrupción, una forma de hacerlo es buscar a un villano a quien
repudiar.
Y Duarte es el villano ideal.
Pero no es claro que la
estrategia vaya a funcionar. Otros ya ex gobernadores cuestionados, como
César Duarte de Chihuahua y Roberto Borge de Quintana Roo, no han sido
separados del partido.
Las encuestas señalan que la
corrupción es uno de los temas que más preocupan a los mexicanos. Si en
el pasado había una actitud más laxa, porque se consideraba que la
corrupción era una especie de lubricante económico o un problema
cultural, como ha dicho el presidente, hoy el rechazo a cualquier acto o
simple apariencia de corrupción o conflicto de interés se vuelve
tajante.
Andrés Manuel López Obrador ha
sido el político que más ha sabido explotar una imagen de honestidad, a
pesar de que se le ha cuestionado por una declaración 3de3 en la que
supuestamente no tiene ninguna propiedad. Es una de las razones por las
que se encuentra en primero o segundo lugares en las encuestas para
2018.
Para el PRI el
cambio de imagen es urgente. Por eso ha forzado la licencia de Javier
Duarte. Pero se necesita mucho más para acabar con una imagen que se
arrastra desde hace décadas y que no ha hecho sino fortalecerse en este
sexenio.
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