martes, 18 de octubre de 2016

Malditos viejos: ese lastre "insoportable" para la oligarquía capitalista.

Malditos viejos: ese lastre "insoportable" para la oligarquía capitalista.






Foto EFE.





"Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?"
(Taro Aso, Ministro de Finanzas de Japón, de 76 años. De religión católica es además un empresario millonario. Diputado en el parlamento nipón desde el año 1979)


Francis Lee era de Singapur, aunque de origen chino. Se dedicaba a los negocios más variados. Aquella tarde en Dili (Timor Oriental), discutimos sobre el estado asistencial. Lee consideraba una aberración el sistema de pensiones europeo. Le pregunté qué debía hacer una persona al hacerse mayor, después de haber trabajado toda su vida. Contestó que si dejaba de trabajar viviría de sus ahorros. ¿Y si no tuviese ahorros?, le pregunté. Respondió: entonces tendrá que seguir trabajando. ¿Y si ya no pudiese trabajar?, insistí. Entonces tendrá que mantenerlo la familia, alegó. ¿Y si no tuviese familia que lo mantenga?, volví a insistir. Entonces tendrá que aceptar su muerte, la vida es así, concluyó. Decidí no continuar con la conversación.


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En 1983, el director japonés Shôhei Imamura presentó una película que provocó cierto impacto entre los más cinéfilos, La balada de Narayama. Ambientada en una aldea del Japón tradicional, la película tiene un fuerte acento etnográfico, en el sentido en que describe aspectos de la vida campesina en la sociedad feudal japonesa tradicional. Su trama realista se centra en un aspecto, en una costumbre, en una pauta cultural que tiene que ver con los ancianos. Hombres y mujeres, al alcanzar cierta edad en la que ya no pueden valerse por sí mismos, y cuando su entorno familiar y social pasa a contemplarlos como una carga, deben aceptar un cruel suicidio, trasladándose al llegar el invierno a las laderas del volcán Narayama. Allí permanecerán solos, abandonados, sin ayuda de nadie, en espera de que el frío, el hambre o los animales salvajes pongan fin a sus vidas. Formalmente, la decisión de emprender ese camino final a la montaña se basa en la libertad de elegir; el anciano o anciana toma la decisión de suicidarse. Obviamente, se trata de una decisión inducida por la comunidad y la familia, un producto de la presión social y de una norma cultural despiadada que nadie osará contradecir, porque las consecuencias de incumplirla serán más terribles que el propio suicidio. La decisión tiene tanto de libre voluntad como la que pudiera haber en el caso de la Satí, la terrorífica costumbre en ciertas zonas de la India por la cual las mujeres aceptaban "voluntariamente" arrojarse vivas a la pira funeraria del marido, al quedar viudas. En uno y otro caso, lo que hay detrás del suicido es un asesinato social encubierto.


El geronticidio que Shôhei Imamura describía en La balada de Narayama, parece que existió realmente (por eso decía que se trata de una película muy etnográfica). Esta macabra solución social al problema de la vejez, cuando el hombre o la mujer ancianos son vistos como una carga, se ha dado en otras regiones culturales además de Japón, y en diferentes momentos de la Historia (1). Pese a todo, está lejos de ser una pauta dominante en el mapa cultural humano, como algunos han llegado a escribir. Tan siquiera está claro que fuese una práctica generalizada en el Japón tradicional. Aunque el geronticidio se ha practicado en las etiquetadas como sociedades "tradicionales" (cajón de sastre que abarca realidades sociales muy diferentes entre sí), su impacto ha sido quizás muy sobredimensionado, afectando de manera muy desigual a pueblos nómadas, semi-nómadas y sedentarios. En especial en estos últimos, lo más frecuente en el conjunto del mapa cultural de nuestra especie, ha sido el cuidado de los ancianos hasta su muerte. Incluso podríamos decir que la división etaria ("etaria": por categorías de edad) en muchas de estas sociedades y culturas, otorga a los ancianos un fuerte protagonismo, en tanto se les reconoce como referentes del saber y depositarios de autoridad (al respecto es interesante el ensayo clásico de Margaret Mead, Cultura y Compromiso: estudio sobre la ruptura generacional).




Anciana con sus nietas, en una aldea del distrito de Ainaro, Timor Oriental. En la sociedad campesina tradicional timorense, el cuidado de los ancianos hasta su muerte es una pauta que nadie cuestiona. Autor foto: Vigne.


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Bajo el desarrollo del capitalismo, tanto la familia extensa como la comunidad local, experimentan un proceso progresivo de desintegración. En tanto representan un tejido social caracterizado por vínculos de cohesión y solidaridad colectivas, su existencia choca con el individualismo que caracteriza al capitalismo. Jamás ha existido una sociedad humana en la que haya tantas personas solas y sufriendo soledad (dos cosas distintas) como está ocurriendo en la sociedad capitalista actual. El capitalismo quiere individuos compitiendo salvajemente entre sí y con vínculos sociales débiles o incluso inexistentes (fijaos que hasta se intenta destruir la negociación colectiva; en su lugar la patronal defiende que cada cual negocie individualmente con el empresario las condiciones de trabajo). El capitalismo nos atomiza, porque solo desde lo colectivo podríamos resistir y contestar su dominación.

El individualismo y la desintegración de los vínculos sociales, casi diría que es la negación de la esencia misma de la sociedad, una de tantas razones por las cuales el capitalismo es el paradigma de la aberración y de la barbarie. Esto podemos constatarlo a veces en cosas que nos parecen anecdóticas, como que vivamos en un edificio y no conozcamos ni a los vecinos de la puerta de al lado. Pero otras veces se manifiesta en hechos verdaderamente dramáticos; leía el pasado mes de marzo en El País: "Hallado el cadáver de una mujer que llevaba muerta en su sofá un año", en el pueblo madrileño de Valdilecha; se trataba de una mujer de 52 años, que murió de muerte natural mientras estaba en el sofá de su casa. Durante un año nadie la echó en falta, nadie se acordó de ella; su cadáver en descomposición fue descubierto por casualidad.

Desgraciadamente, no se trata de un hecho aislado. Menciono este último ejemplo porque ejemplifica perfectamente el tipo de sociedad macabra que construye el capitalismo: a la explotación ejercida sobre los trabajadores y a la desigualdad creciente, hay que sumarle esa individualización perversa de la que hablo, que nos hacer perder -sin que nos demos cuenta- los rasgos más básicos de nuestra condición humana.





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El individualismo que acompaña al capitalismo, tiene sus repercusiones específicas cuando nos convertimos en ancianos. Somos una sociedad cada vez más envejecida, por razones que todos más o menos conocemos. Si esto lo sumamos a ese individualismo y a la debilidad de los vínculos sociales familiares y comunitarios, está claro que acaba siendo un problema con una gran diversidad de dimensiones.


En la Europa del capitalismo, en su día el desarrollo del estado del bienestar venía a paliar parcialmente el problema, mediante la incorporación de un elemento que formaba parte del modelo socialista de la URSS: un sistema público de pensiones y una red médico-asistencial que cubría muchas de las necesidades de las personas mayores (en realidad, el estado del bienestar supuso la incorporación de ciertas políticas características del modelo socialista, como medio para alcanzar una "paz social" y como freno a la amenaza de expansión del socialismo).


El sistema desarrollado garantizaba las necesidades materiales de las personas mayores, mediante el sistema de pensiones y esa cobertura sanitaria y asistencial. Pero en momento alguno supuso una solución al problema del aislamiento y de la soledad, que fueron en aumento conforme se desintegraban los vínculos sociales familiares y comunitarios. Nos acostumbramos a "aparcar" y a veces a "esconder" a nuestros viejos, convertidos en una incomodidad que nos impedía disfrutar de la vida que el capitalismo consumista nos ofrecía; la solución fueron las residencias para personas mayores, un suculento negocio revestido de una aureola de encanto: ¿dónde mejor van a estar sino los viejos?, pensamos; si además, hasta pueden ligar y follar gracias a la moderna tecnología farmacológica. Lo cierto es que, hasta cierto punto, resultó algo inevitable, debido a la forma de vida que acompaña al capitalismo avanzado.


Ahora, la descomposición progresiva del estado del bienestar, afecta gravemente al modelo asistencial para las personas mayores. Cada vez resulta más difícil poder vivir de la pensión y en el futuro (salvo que cambiemos las cosas, porque podemos hacerlo mediante la unidad y la movilización) serán muy pocas las personas que puedan llegar a disfrutar de una pensión pública. Poco a poco el sistema de pensiones se está inclinando hacia su privatización, lo que acabará suponiendo que en el futuro solo los más privilegiados podrán disfrutar de una jubilación digna.


En términos sistémicos, ser viejo es una carga para el sistema capitalista. Una vez que ya no eres productivo, te conviertes en un estorbo, en un problema para el sistema porque cuestas dinero: pensiones, médicos, medicinas, asistencias sociales de diversa índole, etc. Para el sistema capitalista apenas somos números y una mercancía, somos "cosas".

Quizás por ello, hace algún tiempo, en 2014, Christine Lagarde (directora del FMI) hizo unas declaraciones que incendiaron las redes sociales:

“Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global”, añadiendo “Hay que hacer algo ya” (véase por ejemplo en nuevatribuna.es).
Anteriormente, en enero de 2013, el ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, había sido más explícito que la canalla Lagarde, al declarar públicamente que las personas mayores deben “darse prisa y morir” para aliviar los gastos del Estado en su atención médica (passim, El País). Para este hombre de negocios y además ministro, Taro, los ancianos “Se ven obligados a vivir cuando quieren morir. Yo me despertaría sintiéndome mal si sé que el tratamiento está pagado por el Gobierno". En 2008, Taro calificaba a los pensionistas de "chochos" y en otra ocasión, durante una reunión con expertos en Economía, afirmó: "Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?" (El País).

Quien así hablaba, Taro Aso, tiene 76 años. Es miembro del Partido Liberal Democrático, fue primer ministro de Japón y ahora es Ministro de Finanzas. De religión católica es además un empresario millonario y es diputado en el parlamento nipón desde el año 1979. Muy vinculado al FMI y a los intereses de las grandes corporaciones financieras, Taro Aso se ha cansado de repetir que el problema del gasto en las pensiones públicas “no se resolverá a menos que se le de prisa a morirse a los ancianos”.




Christine Lagarde (izda) y Taro Aso (drcha). Voceros de la barbarie.


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Para la clase dominante capitalista, el desmantelamiento del estado del bienestar es una oportunidad en el proceso de acumulación por desposesión (David Harvey). Por otra parte, mantener el sistema público de pensiones es contrario a los intereses de la oligarquía. Este es el escenario en el que tiene sentido la noticia aparecida estos días en los medios: Holanda planea permitir la ayuda a morir a mayores con “cansancio vital”.

Los representantes políticos de la burguesía holandesa no se andan con medias tintas y dicen en voz alta lo que sus homónimos de otros países piensan y no se atreven a decir. En 2013, las fuerzas políticas sistémicas (conservadores, liberales y socialdemócratas) consensuaron un duro mensaje a la sociedad holandesa, haciéndolo llegar por boca del rey Guillermo Alejandro a través de un discurso televisado: "el Estado del bienestar del siglo XX ha llegado a su fin". Tal sentencia de muerte del modelo, se acentuaba en el discurso del monarca de manera especial en lo concerniente a "la seguridad social y en los cuidados de larga duración". La alternativa, se dijo, sería un "nuevo" modelo al que podría llamarse "sociedad participativa", eufemismo que trata de esconder una realidad: si quieres una pensión el día de mañana, contrata con los bancos un fondo privado; si quieres sanidad, contrata un seguro privado, etc. Eso es lo que llaman "la sociedad participativa" (véase "El rey de Holanda Guillermo Alejandro anuncia el fin del Estado del bienestar").

Lo más indignante de la noticia que más arriba mencionaba, es que encima se nos presenta como una iniciativa humanitaria: "muerte digna", encabeza el titular de El País:



Transcribo del periódico de PRISA (la negrita es mía):

El Gobierno holandés ha elevado al Parlamento una propuesta para regular la ayuda a morir de las personas mayores que consideren que ya han vivido lo suficiente, pero no están enfermas ni padecen sufrimientos físicos insoportables. Se trata de evitar que se quiten la vida por su cuenta. Este nuevo supuesto de suicidio asistido, al que se opone el Colegio de Médicos, no está contemplado en la vigente Ley de Eutanasia (...) “No hay salida para los que ya no deseen vivir porque estiman completo su ciclo. Han perdido a sus seres queridos y a sus amigos, y caen en la apatía y el cansancio vitales. El Gobierno piensa que su búsqueda de ayuda para acabar con todo es legítima”, indica la propuesta. A todas luces, la medida propuesta si sale aprobada, incentivaría este tipo de suicidio. Se nos llenará la boca hablando de los "bárbaros" y "salvajes" "primitivos", que dejaban morir a sus ancianos, pero en nuestra Europa del bienestar se nos está planteando una versión moderna y actual del geronticidio.

La ideología dominante transforma un problema social en un problema individual y lo sociológico-económico en psicológico. Plantearse las causas por las cuales nuestros mayores alcanzan ese punto de "cansancio vital" mencionado en el proyecto, supone cuestionarse el capitalismo en todas sus dimensiones. Y eso no interesa. Como no interesa crear y favorecer las condiciones en las que tal "cansancio vital" deje de existir: costaría dinero, se reducirían los beneficios de la oligarquía. Mejor presentarlo como un problema que nada tiene que ver con el sistema. No es muy diferente al ocultamiento mediático de la cifra de suicidios motivados por el desempleo o los desahucios: mejor culpar a la debilidad depresiva del sujeto, que sentar en el banquillo de los acusados al sistema que provoca tales patologías sociales.

El capitalismo, además de un sistema basado en la explotación del ser humano por el ser humano y en la destrucción del medio, es generador de una cultura enferma, y generador de anomia (siguiendo a Durkheim). El desmantelamiento de estado del bienestar, el desarrollo del capitalismo, arrojará montañas de "cansancio vital". Pero no debemos preocuparnos: el sistema ayudará a suicidarse a los que ya no estén en condiciones de producir.



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Comenzaba haciendo alusión a una película de cierto realismo etnográfico. Termino recordando otra película, en este caso de un género muy diferente: Soylent Green.

La película Soylent Green (en España se tituló Cuando el destino nos alcance), fue dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston. Nos presenta una distopía malthusiana ambientada en un mundo futuro superpoblado, de masas hacinadas en megaciudades miserables, caracterizado por la escasez de alimentos y en el que los ancianos son una carga (los ricos son cosa aparte y viven en sus burbujas de abundancia). Ellas, las personas más ancianas, conocieron otro mundo que ha dejado de existir. Ahora, sin recursos, ni vínculos sociales en los que apoyarse, sin fuerzas para seguir viviendo y valerse por si mismos, sus vidas son por ello sinónimo de sufrimiento, de amargura, de "cansancio vital", como dicen ahora los políticos holandeses.

En la película, con la finalidad de eliminar personas ancianas no productivas, el sistema ha diseñado un programa para incentivar la eutanasia voluntaria: una corporación apoyada por las autoridades y propiedad de la élite dominante, "proporciona una 'muerte dulce' a quienes desean terminar con su miserable existencia: el paciente se tiende en un diván, elige qué música desea escuchar y qué tipo de imágenes desea ver proyectadas ante él, y después se le suministran drogas que terminan tranquilamente con su vida, mientras se deleita con la experiencia audiovisual" (reseña de jotdown.es). La película alcanza su clímax cuando el anciano Sol (interpretado por Edward G. Robinson), amigo íntimo del policía Rusch (Charlton Heston), decide poner fin a su vida, acogiéndose al programa de "suicidio feliz" (curiosamente Edward G. Robinson, que tenía 79 años, sufría un cáncer terminal y murió días después de rodar la escena final).



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Si existe una alucinación mortal, es aquella que nos hace creer que dentro del capitalismo hay soluciones. Los charlatanes de feria seguirán tratando de vender capitalismo con rostro humano, capitalismo feliz, capitalismo de color rosa y edulcorado... Despertemos del sueño. No hay futuro dentro del capitalismo, y si lo hay no será muy diferente al Inferno de Dante. Una vez más, se impone pensar en aquello que tantas veces hemos repetido: Socialismo o barbarie.

@VigneVT
Blog del viejo topo

Notas
(1) Como anécdota señalo que en la tradición oral gallega, al menos en diferentes sitios del sur de Galicia, ha existido un relato relacionado con la costumbre del geronticidio. Según este relato, existió un tiempo en el que los hijos llevaban a los padres ancianos al monte, abandonándolos para que se muriesen; la narración popular es similar a la que aborda Shôhei Imamura en su película sobre el Japón tradicional. En mi opinión se trata de un imaginario social mantenido en la tradición oral que, a través de la exposición de un hecho abominable, lo que busca es asentar la idea moral de la necesidad de cuidar de los padres. En cierto modo encajaría en el concepto de "fábula". El relato popular sitúa la costumbre en un tiempo mítico y en sí mismo constituye un mito, en tanto no es una realidad susceptible de ser demostrada. En Internet encontré un post que comenta esta tradición oral en Galicia: "La balada de Narayama” en Galicia". A los lugares citados por la autora del post en los que se localizó el relato oral, hay que sumarle la zona del Baixo Miño, en la que me encontré con el mismo relato.

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