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Capitalismo Internacional. El estrés económico como motor de la depresión global y el suicidio
B25y Resumen Latinoamericano
Sin embargo, como miembro de la Facultad de Estudios Sanitarios Globales de la Northwestern University, me parece sorprendente que la OMS destaque la pobreza y el desempleo como principales causas de la depresión, pero sugiera ejercicio físico, programas escolares de prevención, terapias y medicamentos para resolverlo. Si la pobreza y el desempleo son las principales causas de la depresión, ¿no deberían nuestros remedios abordar los factores económicos de la pobreza y el desempleo, en lugar de enfocarse estrechamente en los programas escolares y el ejercicio? ¿Es la expansión de las enfermedades mentales solamente un tema sanitario, o es también una repuesta previsible a la expansión del estrés económico?
Esto alcanza a un tema fundamental sobre cómo está conceptuada la salud global a los más altos niveles. Preferimos soluciones rápidas y “factibles” en lugar de abordar problemas complejos. Innovamos en torno al dilema –más antidepresivos, más servicios de salud mental, más ejercicio– pero fallamos en abordar los problemas estructurales subyacentes. ¿En qué momento abordaremos los factores que condicionan globalmente la expansión de los problemas de salud?
Realmente sabemos bastante sobre por qué la pobreza se propaga, pero habitualmente se culpa a la pobreza, al desempleo y a los inadecuados servicios sociales por la corrupción e incompetencia del Gobierno. Sin embargo, aunque esta visión tiene algún mérito, es miope, particularmente en los países de ingresos medianos y bajos. De hecho, las instituciones de los países ricos tienen una significativa responsabilidad por las economías debilitadas de todo el mundo y, por lo tanto, por el aumento de las crisis sanitarias mundiales.
Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha sido instrumental en expandir nuestro sistema económico neoliberal global. El neoliberalismo aboga por “liberalizar” el mercado de las costuras del Gobierno a través de recortes fiscales, desregulación, privatización, gasto gubernamental reducido para servicios sociales y protecciones reducidas para los trabajadores –los principios clave de los planes de los republicanos para estimular el crecimiento económico en los Estados Unidos–. El crecimiento económico resultante se supone que asegura que los beneficios “se filtran”, ofreciendo a todos una prosperidad creciente y la libertad de adquirir cualquier servicio social que deseen.
Excepto décadas de datos sólidos que prueban que el neoliberalismo no es todo lo bueno que decía ser, incluso por estándares económicos. El propio FMI –uno de los principales proponentes de la ideología– afirma que el neoliberalismo ha sido “sobrevalorado”, porque exacerba la desigualdad y el desempleo. El neoliberalismo ha incrementado la desigualdad en los mismos Estados Unidos. Los EEUU tienen un índice de desigualdad peor que el de China, con una brecha de riqueza económicamente desastrosa. Debido a décadas de reformas forzadas vinculadas a los préstamos del FMI y el Banco Mundial –a las que se refieren habitualmente como “condición”– la pobreza, la desigualdad y el desempleo se han extendido incluso más intensamente en los países más pobres.
Si, como el FMI afirma, el actual sistema económico global incrementa la brecha de riqueza global, y las tasas de desempleo y pobreza con ella, no es ninguna sorpresa que la depresión haya crecido un 18 por ciento en todo el mundo. Después de todo, uno solo puede ser tan fuerte cuando puede conseguir trabajo para alimentar a su familia.
La pobreza y la desigualdad, y la posterior depresión, quizás parezcan una preocupación ajena, pero la expansión global de la desigualdad y la pobreza colocan potencialmente a todos en riesgo a pesar de su localización o estatus socioeconómico.
Por ejemplo, el FMI ha estado imponiendo condiciones de austeridad sobre países que atravesaron crisis económicas durante años como parte de la agenda de reformas neoliberales que supuestamente estimularían el crecimiento económico a corto plazo. Al imponer la austeridad, el FMI restringió el gasto gubernamental del oeste de África en sistemas sanitarios. El resultado fue una masiva escasez de recursos humanos y debilitó los sistemas sanitarios, permitiendo que el ébola causara estragos en África Occidental y amenazara también a los países ricos. La epidemia demostró que la pobreza es el problema de todos y no sólo por razones humanitarias.
Más allá de las crisis sanitarias, según el Banco Mundial (otro proponente principal del neoliberalismo), el empleo y la inclusión económica combaten el extremismo violento. Ningún grado de expansión militar ayudarían a “ganar la batalla contra el ISIS” (también conocido como Daesh) como lo haría la estabilidad económica.
Quizás es el momento de conocer el papel de nuestro actual sistema económico global en exacerbar los graves problemas que estamos tratando de abordar, desde el extremismo hasta las crisis de salud mental. Por supuesto, no hay panaceas cuando hablamos de salud mental, pero es el momento de empezar conociendo algunos de los temas estructurales que alimentan la ansiedad y la depresión.
Quizás es el momento de innovaciones económicas, en lugar de las cansadas reclamaciones sobre reducir el gasto gubernamental, recortes fiscales y desregulación.
Algo de esta innovación ya está sucediendo. Portugal ha hecho enormes avances económicos sobre la base de una agenda anti-austeridad. Algunos países, e incluso Silicon Valley, están experimentado con la renta universal, y han observado avances en prosperidad y salud mental. Los resultados de estos experimentos quizá sugieran nuevas ideas sobre formas de estimular el crecimiento económico, aunque evitando las crisis que van junto a él.
Las amenazas globales, del extremismo a las enfermedades mentales, pasando por las emergencias humanitarias, sólo pueden ser abordadas si nos tomamos seriamente los sistemas económicos que las fomentan.
Noelle Sulivan
es
profesora ayudante de Estudios Sanitarios Globales y Antropología en la
Northwestern University y compañera de Public Voices en The Op-Ed
Project.
Traducción: Adrián Sánchez Castillo
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