Brexit,
Trump, Le Pen y el Front National, ascenso de la ultraderecha en
Holanda, Austria o Alemania, regímenes autoritarios en el antiguo
espacio post democracias populares del Este europeo, etc., con todos
estos ingredientes los grandes medios de comunicación nos preparan un
gazpacho indigesto al que han llamado populismo, y es que de un tiempo a
esta parte todo es populismo, hay populismo de derecha y populismo de
izquierdas como Podemos en el Estado español, pero finalmente, cuando a
una palabra se le adjudican múltiples significados termina por no
significar nada y por definir lo indefinido, dentro de un discurso que
se basta a si mismo para presumiblemente transformar una realidad
determinada.
Sin embargo, poco se habla del fascismo. En la preparación de ese gazpacho populista por parte de los grandes medios de comunicación, nos encontramos con ingredientes que han venido caracterizando históricamente en la praxis a expresiones de los movimientos fascistas. El gazpacho populista tiene un objetivo perverso: naturalizar los elementos constituyentes del fascismo. Consustancial a ese perverso objetivo se encuentra el deslegitimar todo cuestionamiento de los marcos institucionales y de las relaciones de poder establecidas; un ejemplo de esto último lo tuvimos en las pasadas elecciones presidenciales francesas: si Le Pen y Mélenchon cuestionaban la Unión Europea, ambos, para los grandes medios de comunicación eran iguales, eran populistas, los motivos por los cuales Le Pen y Mélenchon coincidían en cuestionar a la Unión Europea poco importaban.
Esta cuestión llega a ser preocupante cuando toca a las organizaciones y a la militancia de izquierda o progresista. Cuando simplificamos, cuando no damos importancia a elementos que vehiculan la propuesta fascista y, en definitiva, cuando asumimos el discurso hegemónico imperialista, aunque esa asunción se pretenda crítica o sea una asunción inconsciente, estamos banalizando el peligro fascista.
Cuando utilizamos el término fascismo hay que tener cuidado, mucho cuidado. Una cosa es el concepto del fascismo y otra los elementos que históricamente y en la práctica ha utilizado el fascismo en función de su esencia definitoria. Ambas cuestiones están relacionadas, no están separadas evidentemente, pero si conviene hacer una pedagógica distinción: ni el machismo, ni el racismo, ni la xenofobia, ni la más reciente islamofobia o el histórico antisemitismo, ni siquiera el ultra nacionalismo son términos equivalentes al fascismo, sino que han sido los elementos que han vehiculado históricamente –y también en la presente coyuntura- la propuesta fascista. La esencia definitoria del fascismo, es decir, lo que hace que el fascismo haya sido y sea ahora mismo lo que realmente es y tome uno serie de elementos como propuesta política ante las masas es la de la “forma estatal” más violenta y agresiva –terrorista, en palabras del comunista búlgaro Dimitrov- del poder del capitalismo imperialista: “El fascismo en el poder, camaradas, es, como acertadamente lo ha caracterizado el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero (…)El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales”. Esta definición tal cual se ha escenificado de diferentes formas, y en la actualidad necesita imperiosamente de matizaciones, pero qué duda cabe que hoy es esa y no otra la verdadera esencia definitoria del fascismo: el Estado capitalista en su forma más agresiva y violenta contra la clase obrera y los sectores populares en la realización de los intereses de los grandes monopolios. Por tanto, las oligarquías en el objetivo de restablecer la tasa de ganancia optan, en momentos de crisis, por la baza fascista, que ojo, puede en estos momentos revestirse de elementos que podemos asociar a los movimientos fascistas clásicos o no, disfrazándose en otros casos de neoliberal, globalizador, cosmopolita, y preocupado –falsamente por supuesto- por las llamadas “minorías”, o puede incluso, como está sucediendo en muchos casos, mezclar diferentes elementos tanto históricos como actuales.
Tenidas en cuenta estas cuestiones previas podemos pasar brevemente a qué elementos o situaciones están llevando o contribuyen, a veces sin pretenderlo, a la banalización del fascismo en la coyuntura actual:
1. Se banaliza el fascismo en la presente coyuntura mundial, cuando exageramos y llevamos hasta un extremo irracional las diferencias entre capitalistas “globalistas” y “antiglobalistas”, entre “proteccionistas” o “librecambistas” o parafreseando de alguna manera a Marine Le Pen entre “patriotas” y “mundialistas”. Efectivamente, esta contradicción existe, pero al contrario de lo que sostienen determinados analistas de izquierdas su importancia es relativa o por lo menos muy matizable. Al respecto, el caso de Trump es paradigmático: abanderado durante la campaña electoral del proteccionismo industrial y del repliegue estratégico, adornado todo con un discurso racista, machista e islamófobo, y un estilo prepotente, ha tenido que reconsiderar, bien por voluntad propia, bien porque haya sido obligado, la propuesta “aislacionista”. Podríamos adentrarnos aún más en el caso de Trump o el del FN francés, pero para nos desviarnos mucho de lo que realmente nos interesa, hay que señalar que en estos análisis la clase obrera o bien está ausente, dando lugar a discursos sobre una geopolítica en la que la única lucha existente se da el seno de las élites, o bien, cuando la clase obrera aparece lo hace como un sujeto desdibujado y pasivo, condenada en términos gramscianos a la subalternidad. Estos análisis, aunque no lo pretendan, allanan el apoyo o bien a opciones neoliberales –mal menor- o bien a opciones “populistas” de un rupturismo impostado. En definitiva, se banaliza el fascismo cuando, aunque no se quiera, se legitiman las “revoluciones pasivas”, volviendo de nuevo a Gramsci.
2. Se banaliza el fascismo cuando en muchos análisis de la intelectualidad de “izquierdas” la clase obrera desparece como sujeto político, dan igual los motivos porque pueden ser múltiples. En otros casos la clase obrera es presentada de forma tosca, grosera, casi deshumanizada y por tanto, proclive, debido a la crisis de la socialdemocracia como al “eterno fracaso del comunismo”, a caer en brazos del populismo, es decir, de las propuestas fascistas más clásicas o más puestas al día. Por ejemplo, es peligroso, muy peligroso, decir sin más que la clase obrera en el Estado francés vota a Le Pen, sin introducir ni el más mínimo matiz ni elemento corrector, como la abstención dentro de la clase obrera, la distinción del voto obrero por edad, sexo, territorios, etc. Poner encima de la mesa el análisis de clase, la lucha de clases y a la clase obrera como sujeto político supone afirmar que es la clase social el determinante en última instancia de las identidades políticas y por tanto de los proyectos políticos, sin que tampoco eso signifique que se baste a si misma o que sea la única identidad en entrar en juego políticamente.
Por cierto, en esa representación grosera y dislocada es frecuente tomar como representación de la clase obrera a un hombre blanco, europeo, de mediana edad, de mono azul y casco blanco, orgullosamente heterosexual y deslumbrado por el consumismo – o en estos momentos de crisis como los presentes presa fácil del “populismo”- como si una mujer inmigrante, peruana por ejemplo, joven, lesbiana, que trabaja de sol a sol en un chiringuito de la Costa del Sol no pudiera representar a la clase obrera.
3. No es que resulte banal sino muy peligroso no tener presente el cordón umbilical que une al llamado populismo de derechas con el movimiento fascista clásico.
Este “olvido”, bastante frecuente en esos teóricos de la geopolítica que ven en el populismo de derechas una opción política contra las “elites globalistas”, supone como hemos dicho no ya una banalización sino algo peor. Concretamente, en lo que al FN y al Estado francés se refiere, no se pueden pasar por alto los orígenes del FN en la organización Ordre Nouveau, que se nutría, junto a otras organizaciones que terminaron confluyendo en el FN, de ex militares combatientes en las guerras coloniales de Indochina y Argelia, así como de nostálgicos del régimen colaboracionista de Vichy. En los orígenes del Front nos encontramos a quienes explotaban y oprimían al pueblo argelino, o a quienes, como el propio Jean Marie Le Pen, torturaban y realizaban operaciones de guerra sucia -verdaderas acciones de terrorismo indiscriminado- contra el FLN argelino, el conjunto del movimiento independentista y el pueblo argelino en general.
4. Banalizar el fascismo es olvidar –de nuevo otro “olvido” - el pasado colonial de los Estados europeos, así como las muchas consecuencias que aún hoy tiene ese pasado en el presente. Siguiendo con el caso francés, al resultar actual y paradigmático: del Sahel africano y el intervencionismo militar en Mali para proteger los intereses de las multinacionales mineras hasta el papel del anterior gobierno de Hollande en la agresión imperialista a la República Árabe Siria, pasando por la agresión y sumisión en el caos de Libia, podemos relatar un rosario de grandes empresas, decisiones políticas e intervenciones militares que finalmente terminan en el sojuzgamiento de las ex colonias y en el continuo bloqueo a su soberanía y desarrollo económico, social y cultural, y con ello, olas de refugiados que se ven forzadas a huir a la metrópolis, esos refugiados e inmigrantes que tanto molestan al FN; al respecto, en el programa “Salvados” de La Sexta Marion Maréchal-Le Pen, la sobrina de Marine, lo decía claramente: el colonialismo y los intereses empresariales franceses en las ex colonias no tienen nada que ver con el subdesarrollo y la dependencia de las mismas (http://www.lasexta.com/programas/salvados/mejores-momentos/marion-marechal-le-pen-apuesta-por-la-llegada-de-su-tia-a-la-presidencia-de-francia-es-perfectamente-posible_2017040258e150850cf2f2c87551e817.html).
El hecho de que el FN se haya pronunciado a favor del gobierno del presidente Al Assad, y por tanto, contrario a la coalición occidental que sustenta la agresión imperialista, no cambia esa perspectiva neocolonial y de desprecio e ignorancia sobre sus consecuencias. El pasado colonial y el presente neocolonial es un orgullo para la Francia del FN.
5. Parece mentira y preocupante que en el año 2017 los diferentes análisis de la izquierda pasen por alto como el fascismo de los años 30, el clásico, el de Hitler y Mussolini, no hacían más que apelar a la clase obrera y a los sectores populares oprimidos contra las elites. El ya mencionado Dimitrov lo expresaba así: “El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: "Nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo"; en el Japón: "por un Japón sin explotadores"; en los Estados Unidos: "por el reparto de las riquezas", etc...” (La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo https://www.marxists.org/espanol/dimitrov/1935_1.htm ).
Al respecto, no debería sorprender tampoco en absoluto que opciones como el FN o la ultraderecha holandesa o austriaca atemperen su mensaje o limen aristas en tiempos de elecciones para aparentar ser una opción respetable. Esa moderación táctica en tiempos electorales tiene también un recorrido histórico, no es nuevo.
6. Quizá, para no seguir banalizando el fascismo haya que aclarar qué es la globalización y qué es el imperialismo. En realidad, la llamada globalización como procesos de comunicación e interdependencia es un fenómeno que hunde sus raíces en 1492; que las tecnologías de la información a finales del siglo XX hayan acelerado esos procesos, especialmente integrando mercados y expandiendo los negocios financieros, no significa que los mismos no tengan un largo recorrido temporal. Sin embargo, el imperialismo es un fenómeno más reciente y al contrario de lo que sostienen muchas interpretaciones que lo asocian con el expansionismo territorial o con conquistas e invasiones, se fundamenta, tal y como lo expuso Lenin, en la concentración del capital, en la fusión y exportación de capitales, la asociación de monopolios internacionales y la división territorial del planeta por las grandes potencias capitalistas; las deslocalizaciones y la creación de grandes áreas comerciales, tienen más que ver con el desarrollo con el imperialismo como fase de desarrollo del capitalismo que con la globalización.
El capitalismo en su fase imperialista necesita del fascismo, necesita de esa forma estatal especialmente agresiva y violenta, aunque pueda realizarse de muchas y diferentes maneras. El imperialismo es enemigo de los derechos y libertades, es el enemigo de la democracia; en el imperialismo la línea que separa los derechos formales y la brutal restricción de los mismos se desdibuja.
7. Objetivamente, no se puede negar que el integrismo islámico retroalimenta el “repliegue identitario” en Occidente, y con ese “repliegue” a los movimientos de ultraderecha. Más allá de las muchas conexiones que el integrismo islámico –Al Qaeda y Daesh- han tenido y tienen con los servicios de inteligencia de los principales Estados occidentales y que están más que documentadas e incluso admitidas –y si no acuérdense de Hillary Clinton o John Kerry- existe un baile macabro entre el integrismo islámico y sus acciones y el llamado populismo de derechas. Acciones terroristas y un discurso religioso que en muchos casos dista bastante de ser el ofrecido en el Corán o el históricamente practicado en muchos países de mayoría musulmana, combinado con una mitología rancia del Occidente cristiano dan como resultado la islamofobia, y políticamente la legitimación de la opción fascista, desde las propuestas anti inmigración a los recortes de derechos y libertades por “nuestra seguridad”. De nuevo, el miedo y la explotación política de la incertidumbre y el chivo expiatorio es caldo de cultivo del fascismo, como ya lo fue en el pasado.
8. Banalizar el fascismo también es no distinguir entre proyectos nacionales excluyentes –protagonizados por la oligarquía aunque apelen al pueblo trabajador- y proyectos nacionales de liberación, verdaderamente protagonizados por los pueblos y los trabajadores. Cuando no sabemos distinguir entre el legítimo derecho a la autodeterminación, la soberanía y la independencia nacional, desconociendo el factor progresivo que puede jugar “lo nacional” y específicamente la “cultura nacional” identificándolo todo con xenofobia, caemos de lleno en el nihilismo nacional, es decir, en permitir que el fascismo se haga cargo de explotar “lo nacional” a su antojo.
En el Estado francés, se banaliza el fascismo cuando no se reconocen y se niegan los derechos nacionales de los llamados “territorios de Ultramar” (Nueva Caledonia, Guadalupe, Martinica, Guayana, etc.) o de los pueblos vasco, catalán, corso, occitano o bretón; en ese empeño han coincidido tanto el FN, como la derecha republicana, el PS y hasta Jean-Luc Mélenchon cuando se quejó de que Jean Guy Talamoni (Corsica Libera), presidente de la Asamblea de Córcega, pronunciara su discurso en corso.
9. Se banaliza el fascismo cuando negamos, ocultamos o tratamos como un “problema menor” el machismo, la homofobia o la transfobia. Reconocer, como se ha hecho antes que la clase social es la determinante en última instancia de la identidad política no ha de suponer en ningún caso negar las identidades de género o la orientación sexual.
Trivializar estas cuestiones, como hace el “cuñadismo” de moda en el Estado español, supone reproducir la opresión y la desigualdad, algo incompatible con cualquier proyecto de emancipación política y social. La clase no niega otras identidades, la clase entra en relación, se matiza y se concreta con otras identidades (raza, genero, nacionalidad).
10. En definitiva, se banaliza y mucho al fascismo, cuando se rompe artificialmente los nexos que unen a neoliberales y a fascistas, ahora llamados populistas (de derechas). Los neoliberales han demostrado ser en la práctica tan racistas, tan ultranacionalistas, tan autoritarios, tan xenófobos, tan islamófobos, tan machistas, tan homófobos y tan transfobos o más que los propios fascistas de toda la vida. Es más, sin que sirva de objeto para alguna teoría conspiratoria, no deja de haber una retroalimentación entre fascistas y neoliberales, unos ascienden debido las miserias que los otros han creado, mientras esos otros se legitiman ante el peligro a la “democracia” y las “libertades” que representan los otros, todo un círculo vicioso –y virtuoso- que la izquierda revolucionaria no consigue romper.
Epílogo: una reivindicación de Dimitrov
Sin pretender caer en reduccionismos o en explicaciones esquemáticas que pretenden valer en cualquier lugar y para diferentes momentos, lo cierto es que ya en 1935, el búlgaro Giorgi Dimitrov nos mostró las claves esenciales del fascismo y sus diferentes variantes y lo hizo, si sabemos ir a lo esencial, con una pasmosa actualidad que desconocen los análisis más en boga, tanto de posmodernos que coquetean más o menos disimuladamente con el neoliberalismo como de “geopolíticos antiglobalistas”. Para ambos, aunque los análisis parezcan distantes, la lucha de clases es simplificada, ocultada o negada, sin embargo, Dimitrov, a diferencia de ellos, ponía a las clases, a la conciencia, la organización y la lucha encima de la mesa.
Hoy más que nunca debemos ir a la esencia de esos fenómenos y desenmascarar al fascismo, tenga la piel que tenga, como la forma estatal más agresiva del capital; cuando ya las contradicciones de clase se hacen insostenibles, el fascismo es la bala de plata estructural del capitalismo. Más allá de explicaciones recurrentes hay que entender que el desplazamiento de la clase obrera hacia opciones populistas de derecha es un problema político –e ideológico- que le compete resolver a las organizaciones de la izquierda revolucionaria.
Creer que el fascismo hoy se va a presentar de la misma forma y manera en que lo hizo en los años 30 es no tener en cuenta que todos los fenómenos políticos evolucionan y que el capitalismo en crisis no tiene más remedio que recurrir a un poder estatal de sometimiento absoluto de la clase obrera y sectores populares y de legitimación de la reacción política y social. Como explicaba recientemente el periodista Raúl Solís: “Así, tenemos como resultado que, en Francia, el 25% de los homosexuales voten por la ultraderechista Marine Le Pen, que incluso el número dos del Frente Nacional sea abiertamente homosexual(…)” (Tres en uno: gaypitalismo, feminismo Ikea y activismo low cost, https://www.paralelo36andalucia.com/tres-en-uno-gaypitalismo-feminismo-ikea-y-activismo-low-cost/ ). Que el juego de las apariencias no bloqueen el análisis de las esencias y más cuando éstas no son inmutables en absoluto.
Sin embargo, poco se habla del fascismo. En la preparación de ese gazpacho populista por parte de los grandes medios de comunicación, nos encontramos con ingredientes que han venido caracterizando históricamente en la praxis a expresiones de los movimientos fascistas. El gazpacho populista tiene un objetivo perverso: naturalizar los elementos constituyentes del fascismo. Consustancial a ese perverso objetivo se encuentra el deslegitimar todo cuestionamiento de los marcos institucionales y de las relaciones de poder establecidas; un ejemplo de esto último lo tuvimos en las pasadas elecciones presidenciales francesas: si Le Pen y Mélenchon cuestionaban la Unión Europea, ambos, para los grandes medios de comunicación eran iguales, eran populistas, los motivos por los cuales Le Pen y Mélenchon coincidían en cuestionar a la Unión Europea poco importaban.
Esta cuestión llega a ser preocupante cuando toca a las organizaciones y a la militancia de izquierda o progresista. Cuando simplificamos, cuando no damos importancia a elementos que vehiculan la propuesta fascista y, en definitiva, cuando asumimos el discurso hegemónico imperialista, aunque esa asunción se pretenda crítica o sea una asunción inconsciente, estamos banalizando el peligro fascista.
Cuando utilizamos el término fascismo hay que tener cuidado, mucho cuidado. Una cosa es el concepto del fascismo y otra los elementos que históricamente y en la práctica ha utilizado el fascismo en función de su esencia definitoria. Ambas cuestiones están relacionadas, no están separadas evidentemente, pero si conviene hacer una pedagógica distinción: ni el machismo, ni el racismo, ni la xenofobia, ni la más reciente islamofobia o el histórico antisemitismo, ni siquiera el ultra nacionalismo son términos equivalentes al fascismo, sino que han sido los elementos que han vehiculado históricamente –y también en la presente coyuntura- la propuesta fascista. La esencia definitoria del fascismo, es decir, lo que hace que el fascismo haya sido y sea ahora mismo lo que realmente es y tome uno serie de elementos como propuesta política ante las masas es la de la “forma estatal” más violenta y agresiva –terrorista, en palabras del comunista búlgaro Dimitrov- del poder del capitalismo imperialista: “El fascismo en el poder, camaradas, es, como acertadamente lo ha caracterizado el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero (…)El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales”. Esta definición tal cual se ha escenificado de diferentes formas, y en la actualidad necesita imperiosamente de matizaciones, pero qué duda cabe que hoy es esa y no otra la verdadera esencia definitoria del fascismo: el Estado capitalista en su forma más agresiva y violenta contra la clase obrera y los sectores populares en la realización de los intereses de los grandes monopolios. Por tanto, las oligarquías en el objetivo de restablecer la tasa de ganancia optan, en momentos de crisis, por la baza fascista, que ojo, puede en estos momentos revestirse de elementos que podemos asociar a los movimientos fascistas clásicos o no, disfrazándose en otros casos de neoliberal, globalizador, cosmopolita, y preocupado –falsamente por supuesto- por las llamadas “minorías”, o puede incluso, como está sucediendo en muchos casos, mezclar diferentes elementos tanto históricos como actuales.
Tenidas en cuenta estas cuestiones previas podemos pasar brevemente a qué elementos o situaciones están llevando o contribuyen, a veces sin pretenderlo, a la banalización del fascismo en la coyuntura actual:
1. Se banaliza el fascismo en la presente coyuntura mundial, cuando exageramos y llevamos hasta un extremo irracional las diferencias entre capitalistas “globalistas” y “antiglobalistas”, entre “proteccionistas” o “librecambistas” o parafreseando de alguna manera a Marine Le Pen entre “patriotas” y “mundialistas”. Efectivamente, esta contradicción existe, pero al contrario de lo que sostienen determinados analistas de izquierdas su importancia es relativa o por lo menos muy matizable. Al respecto, el caso de Trump es paradigmático: abanderado durante la campaña electoral del proteccionismo industrial y del repliegue estratégico, adornado todo con un discurso racista, machista e islamófobo, y un estilo prepotente, ha tenido que reconsiderar, bien por voluntad propia, bien porque haya sido obligado, la propuesta “aislacionista”. Podríamos adentrarnos aún más en el caso de Trump o el del FN francés, pero para nos desviarnos mucho de lo que realmente nos interesa, hay que señalar que en estos análisis la clase obrera o bien está ausente, dando lugar a discursos sobre una geopolítica en la que la única lucha existente se da el seno de las élites, o bien, cuando la clase obrera aparece lo hace como un sujeto desdibujado y pasivo, condenada en términos gramscianos a la subalternidad. Estos análisis, aunque no lo pretendan, allanan el apoyo o bien a opciones neoliberales –mal menor- o bien a opciones “populistas” de un rupturismo impostado. En definitiva, se banaliza el fascismo cuando, aunque no se quiera, se legitiman las “revoluciones pasivas”, volviendo de nuevo a Gramsci.
2. Se banaliza el fascismo cuando en muchos análisis de la intelectualidad de “izquierdas” la clase obrera desparece como sujeto político, dan igual los motivos porque pueden ser múltiples. En otros casos la clase obrera es presentada de forma tosca, grosera, casi deshumanizada y por tanto, proclive, debido a la crisis de la socialdemocracia como al “eterno fracaso del comunismo”, a caer en brazos del populismo, es decir, de las propuestas fascistas más clásicas o más puestas al día. Por ejemplo, es peligroso, muy peligroso, decir sin más que la clase obrera en el Estado francés vota a Le Pen, sin introducir ni el más mínimo matiz ni elemento corrector, como la abstención dentro de la clase obrera, la distinción del voto obrero por edad, sexo, territorios, etc. Poner encima de la mesa el análisis de clase, la lucha de clases y a la clase obrera como sujeto político supone afirmar que es la clase social el determinante en última instancia de las identidades políticas y por tanto de los proyectos políticos, sin que tampoco eso signifique que se baste a si misma o que sea la única identidad en entrar en juego políticamente.
Por cierto, en esa representación grosera y dislocada es frecuente tomar como representación de la clase obrera a un hombre blanco, europeo, de mediana edad, de mono azul y casco blanco, orgullosamente heterosexual y deslumbrado por el consumismo – o en estos momentos de crisis como los presentes presa fácil del “populismo”- como si una mujer inmigrante, peruana por ejemplo, joven, lesbiana, que trabaja de sol a sol en un chiringuito de la Costa del Sol no pudiera representar a la clase obrera.
3. No es que resulte banal sino muy peligroso no tener presente el cordón umbilical que une al llamado populismo de derechas con el movimiento fascista clásico.
Este “olvido”, bastante frecuente en esos teóricos de la geopolítica que ven en el populismo de derechas una opción política contra las “elites globalistas”, supone como hemos dicho no ya una banalización sino algo peor. Concretamente, en lo que al FN y al Estado francés se refiere, no se pueden pasar por alto los orígenes del FN en la organización Ordre Nouveau, que se nutría, junto a otras organizaciones que terminaron confluyendo en el FN, de ex militares combatientes en las guerras coloniales de Indochina y Argelia, así como de nostálgicos del régimen colaboracionista de Vichy. En los orígenes del Front nos encontramos a quienes explotaban y oprimían al pueblo argelino, o a quienes, como el propio Jean Marie Le Pen, torturaban y realizaban operaciones de guerra sucia -verdaderas acciones de terrorismo indiscriminado- contra el FLN argelino, el conjunto del movimiento independentista y el pueblo argelino en general.
4. Banalizar el fascismo es olvidar –de nuevo otro “olvido” - el pasado colonial de los Estados europeos, así como las muchas consecuencias que aún hoy tiene ese pasado en el presente. Siguiendo con el caso francés, al resultar actual y paradigmático: del Sahel africano y el intervencionismo militar en Mali para proteger los intereses de las multinacionales mineras hasta el papel del anterior gobierno de Hollande en la agresión imperialista a la República Árabe Siria, pasando por la agresión y sumisión en el caos de Libia, podemos relatar un rosario de grandes empresas, decisiones políticas e intervenciones militares que finalmente terminan en el sojuzgamiento de las ex colonias y en el continuo bloqueo a su soberanía y desarrollo económico, social y cultural, y con ello, olas de refugiados que se ven forzadas a huir a la metrópolis, esos refugiados e inmigrantes que tanto molestan al FN; al respecto, en el programa “Salvados” de La Sexta Marion Maréchal-Le Pen, la sobrina de Marine, lo decía claramente: el colonialismo y los intereses empresariales franceses en las ex colonias no tienen nada que ver con el subdesarrollo y la dependencia de las mismas (http://www.lasexta.com/programas/salvados/mejores-momentos/marion-marechal-le-pen-apuesta-por-la-llegada-de-su-tia-a-la-presidencia-de-francia-es-perfectamente-posible_2017040258e150850cf2f2c87551e817.html).
El hecho de que el FN se haya pronunciado a favor del gobierno del presidente Al Assad, y por tanto, contrario a la coalición occidental que sustenta la agresión imperialista, no cambia esa perspectiva neocolonial y de desprecio e ignorancia sobre sus consecuencias. El pasado colonial y el presente neocolonial es un orgullo para la Francia del FN.
5. Parece mentira y preocupante que en el año 2017 los diferentes análisis de la izquierda pasen por alto como el fascismo de los años 30, el clásico, el de Hitler y Mussolini, no hacían más que apelar a la clase obrera y a los sectores populares oprimidos contra las elites. El ya mencionado Dimitrov lo expresaba así: “El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: "Nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo"; en el Japón: "por un Japón sin explotadores"; en los Estados Unidos: "por el reparto de las riquezas", etc...” (La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo https://www.marxists.org/espanol/dimitrov/1935_1.htm ).
Al respecto, no debería sorprender tampoco en absoluto que opciones como el FN o la ultraderecha holandesa o austriaca atemperen su mensaje o limen aristas en tiempos de elecciones para aparentar ser una opción respetable. Esa moderación táctica en tiempos electorales tiene también un recorrido histórico, no es nuevo.
6. Quizá, para no seguir banalizando el fascismo haya que aclarar qué es la globalización y qué es el imperialismo. En realidad, la llamada globalización como procesos de comunicación e interdependencia es un fenómeno que hunde sus raíces en 1492; que las tecnologías de la información a finales del siglo XX hayan acelerado esos procesos, especialmente integrando mercados y expandiendo los negocios financieros, no significa que los mismos no tengan un largo recorrido temporal. Sin embargo, el imperialismo es un fenómeno más reciente y al contrario de lo que sostienen muchas interpretaciones que lo asocian con el expansionismo territorial o con conquistas e invasiones, se fundamenta, tal y como lo expuso Lenin, en la concentración del capital, en la fusión y exportación de capitales, la asociación de monopolios internacionales y la división territorial del planeta por las grandes potencias capitalistas; las deslocalizaciones y la creación de grandes áreas comerciales, tienen más que ver con el desarrollo con el imperialismo como fase de desarrollo del capitalismo que con la globalización.
El capitalismo en su fase imperialista necesita del fascismo, necesita de esa forma estatal especialmente agresiva y violenta, aunque pueda realizarse de muchas y diferentes maneras. El imperialismo es enemigo de los derechos y libertades, es el enemigo de la democracia; en el imperialismo la línea que separa los derechos formales y la brutal restricción de los mismos se desdibuja.
7. Objetivamente, no se puede negar que el integrismo islámico retroalimenta el “repliegue identitario” en Occidente, y con ese “repliegue” a los movimientos de ultraderecha. Más allá de las muchas conexiones que el integrismo islámico –Al Qaeda y Daesh- han tenido y tienen con los servicios de inteligencia de los principales Estados occidentales y que están más que documentadas e incluso admitidas –y si no acuérdense de Hillary Clinton o John Kerry- existe un baile macabro entre el integrismo islámico y sus acciones y el llamado populismo de derechas. Acciones terroristas y un discurso religioso que en muchos casos dista bastante de ser el ofrecido en el Corán o el históricamente practicado en muchos países de mayoría musulmana, combinado con una mitología rancia del Occidente cristiano dan como resultado la islamofobia, y políticamente la legitimación de la opción fascista, desde las propuestas anti inmigración a los recortes de derechos y libertades por “nuestra seguridad”. De nuevo, el miedo y la explotación política de la incertidumbre y el chivo expiatorio es caldo de cultivo del fascismo, como ya lo fue en el pasado.
8. Banalizar el fascismo también es no distinguir entre proyectos nacionales excluyentes –protagonizados por la oligarquía aunque apelen al pueblo trabajador- y proyectos nacionales de liberación, verdaderamente protagonizados por los pueblos y los trabajadores. Cuando no sabemos distinguir entre el legítimo derecho a la autodeterminación, la soberanía y la independencia nacional, desconociendo el factor progresivo que puede jugar “lo nacional” y específicamente la “cultura nacional” identificándolo todo con xenofobia, caemos de lleno en el nihilismo nacional, es decir, en permitir que el fascismo se haga cargo de explotar “lo nacional” a su antojo.
En el Estado francés, se banaliza el fascismo cuando no se reconocen y se niegan los derechos nacionales de los llamados “territorios de Ultramar” (Nueva Caledonia, Guadalupe, Martinica, Guayana, etc.) o de los pueblos vasco, catalán, corso, occitano o bretón; en ese empeño han coincidido tanto el FN, como la derecha republicana, el PS y hasta Jean-Luc Mélenchon cuando se quejó de que Jean Guy Talamoni (Corsica Libera), presidente de la Asamblea de Córcega, pronunciara su discurso en corso.
9. Se banaliza el fascismo cuando negamos, ocultamos o tratamos como un “problema menor” el machismo, la homofobia o la transfobia. Reconocer, como se ha hecho antes que la clase social es la determinante en última instancia de la identidad política no ha de suponer en ningún caso negar las identidades de género o la orientación sexual.
Trivializar estas cuestiones, como hace el “cuñadismo” de moda en el Estado español, supone reproducir la opresión y la desigualdad, algo incompatible con cualquier proyecto de emancipación política y social. La clase no niega otras identidades, la clase entra en relación, se matiza y se concreta con otras identidades (raza, genero, nacionalidad).
10. En definitiva, se banaliza y mucho al fascismo, cuando se rompe artificialmente los nexos que unen a neoliberales y a fascistas, ahora llamados populistas (de derechas). Los neoliberales han demostrado ser en la práctica tan racistas, tan ultranacionalistas, tan autoritarios, tan xenófobos, tan islamófobos, tan machistas, tan homófobos y tan transfobos o más que los propios fascistas de toda la vida. Es más, sin que sirva de objeto para alguna teoría conspiratoria, no deja de haber una retroalimentación entre fascistas y neoliberales, unos ascienden debido las miserias que los otros han creado, mientras esos otros se legitiman ante el peligro a la “democracia” y las “libertades” que representan los otros, todo un círculo vicioso –y virtuoso- que la izquierda revolucionaria no consigue romper.
Epílogo: una reivindicación de Dimitrov
Sin pretender caer en reduccionismos o en explicaciones esquemáticas que pretenden valer en cualquier lugar y para diferentes momentos, lo cierto es que ya en 1935, el búlgaro Giorgi Dimitrov nos mostró las claves esenciales del fascismo y sus diferentes variantes y lo hizo, si sabemos ir a lo esencial, con una pasmosa actualidad que desconocen los análisis más en boga, tanto de posmodernos que coquetean más o menos disimuladamente con el neoliberalismo como de “geopolíticos antiglobalistas”. Para ambos, aunque los análisis parezcan distantes, la lucha de clases es simplificada, ocultada o negada, sin embargo, Dimitrov, a diferencia de ellos, ponía a las clases, a la conciencia, la organización y la lucha encima de la mesa.
Hoy más que nunca debemos ir a la esencia de esos fenómenos y desenmascarar al fascismo, tenga la piel que tenga, como la forma estatal más agresiva del capital; cuando ya las contradicciones de clase se hacen insostenibles, el fascismo es la bala de plata estructural del capitalismo. Más allá de explicaciones recurrentes hay que entender que el desplazamiento de la clase obrera hacia opciones populistas de derecha es un problema político –e ideológico- que le compete resolver a las organizaciones de la izquierda revolucionaria.
Creer que el fascismo hoy se va a presentar de la misma forma y manera en que lo hizo en los años 30 es no tener en cuenta que todos los fenómenos políticos evolucionan y que el capitalismo en crisis no tiene más remedio que recurrir a un poder estatal de sometimiento absoluto de la clase obrera y sectores populares y de legitimación de la reacción política y social. Como explicaba recientemente el periodista Raúl Solís: “Así, tenemos como resultado que, en Francia, el 25% de los homosexuales voten por la ultraderechista Marine Le Pen, que incluso el número dos del Frente Nacional sea abiertamente homosexual(…)” (Tres en uno: gaypitalismo, feminismo Ikea y activismo low cost, https://www.paralelo36andalucia.com/tres-en-uno-gaypitalismo-feminismo-ikea-y-activismo-low-cost/ ). Que el juego de las apariencias no bloqueen el análisis de las esencias y más cuando éstas no son inmutables en absoluto.
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