PáginaI12 En Francia
Desde París
El Partido Socialista francés depende del desencanto. Las ilusiones duran poco, al menos las políticas. Y en lo que concierne a Francia, la sociedad demuestra poca paciencia ante quienes, en algún momento, les hicieron soñar con otro mundo posible. Cuando el “nuevo” se parece al de antes, la sanción no tarda en llegar. En apenas tres meses de mandato, el presidente Emmanuel Macron perdió una considerable cantidad de respaldos y opiniones favorables. Desde mayo hasta ahora, el jefe del Estado protagonizó la caída más espectacular que se haya constatado en los últimos 20 años. Los socialistas, hundidos en el cráter de la doble derrota en las elecciones presidenciales de abril y mayo y las legislativas que le siguieron, cuentan los puntos que pierde el macronismo como los escalones de una escalera para volver subir al cielo. Aun están lejos, todavía divididos, con uno de los grupos parlamentarios más pobres de su historia (31 diputados), inaudibles y en la bancarrota económica. Para sobrevivir, están obligados a vender la sede histórica de la Rue de Solferino y esperar a que, como lo dicen sus dirigentes actuales, las “ilusiones” del macronismo se “vayan disipando”.
Contradicciones, enredos, promesas que flotan detrás del espejo, cierto corte autoritario en la manera de gobernar, medidas que son abiertamente de derecha liberal y una pésima relación con los medios, en un muy estrecho lapso de tiempo la presidencia de Macron le devolvió algunas esperanzas a los socialistas. “Somos unos sobrevivientes”, dice anónimamente al diario Libération uno de los pocos diputados socialistas que se salvaron del remolino que, en junio, redujo a la nada la antigua mayoría del PS en la Asamblea Nacional. El partido ha perdido una enorme cantidad de sus simpatizantes y sufre hoy de un estricto problema de imagen que lo hace invisible: el PS es el partido de los perdedores. Desde 2014, todas las elecciones en las que participó terminaron en un desastre. Las dos últimas fueron una sentencia de muerte. 6,35% en la consulta presidencial, 7,49% en la legislativas de junio. El movimiento presidencial, La República en Marcha, los dejó huérfanos de electores, de proyectos y de sueños. Ahora se reanima poco a poco. Está bajo la lenta asistencia respiratoria de los desencantos que va suscitando Macron.
Aún quebrados entre dos opciones, la derecha y la izquierda del partido, el PS inventó una fórmula para su travesía del desierto. Actualmente está dirigido por una estructura colegiada de 28 miembros con el propósito de representar todas las corrientes que componen el movimiento. Es una suerte de club de desmembrados. Rachid Temal, uno de los fundadores de esta nueva dirección colegiada, explica, con humor, que “se trata de un cuadro impresionista. Cada uno aporta su pincelada y, al final, habrá un cuadro definitivo”. La presidencia colegiada se volverá a reunir en la capital francesa hacia finales del verano europeo (agosto) para fijar un rumbo, la famosa “hoja de ruta” que se perdió en el camino de la elección primaria y, luego, en la presidencial. La primaria socialista la ganó el ala de izquierda, Benoît Hamon, pero fue boicoteada en plena campaña presidencial por el sector de derecha, especialmente por el ex primer ministro Manuel Valls, quien luego abandonó al PS para unirse a las filas parlamentarias de la República en Marcha. La “refundación” real recién intervendrá en el curso de un congreso extraordinaria que se llevará a cabo en 2019, justo después de las elecciones europeas. El proceso será a paso de tortuga. No hay ni consenso, ni líderes ni dinero para ir rápido. Rachid Temal explica al respecto que “el cambio del PS será progresivo. No habrá una noche espectacular”. Se especula con que, de aquí a finales de año, se organice también un gran encuentro con fuertes matices de izquierda. Hasta ahora, los socialistas decidieron a finales de junio mantener una posición “equidistante” entre Emmanuel Macron y el movimiento de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, Francia insumisa.
La noche oscura del alma la viven los pocos que continúan en el barco. El PS perdió electores y dirigentes que fueron absorbidos por el macronismo en la presidencial y las legislativas. El mayor capital que detenta hoy el partido es la acción del gobierno y la agenda conflictiva que se aproxima, especialmente la nueva reforma de la ley laboral que tantos dolores de cabeza le trajo al ex presidente François Hollande y su inestable mayoría parlamentaria cuando se adoptó la primera versiôn. Otra vez anónimamente y en las páginas de Libération, un miembro de la dirección del PS dice: “dejemos que pasen seis meses y se disipe el espejismo de Emmanuel Macron”. François Kalfon, otro integrante de la dirección provisoria, reconoce que “la verdad es que Macron y su política de derecha nos están ayudando”. Todo ocurre, sin embargo, en una suerte de segundo plano muy discreto. Resulta ilusorio creer en un partido que liquidó su herencia, sus ideas y que, además, en todos estos años, nunca fue capaz de sacarse la máscara y aclarar su línea política y decir abiertamente que se transformaba en un movimiento socialdemócrata. Ganó las elecciones con narrativas de izquierda y promesas de transformación social pero gobernó bajo las luces del liberalismo reformista europeo. Las traiciones públicas le dieron luego una pátina de tragedia y de amateurismo impensables en un partido de gobierno. La última transición con la derecha (2012-2017, François Hollande) fue el mandato de los sepultureros. Los socialistas está recién escribiendo el prólogo de una nueva historia que carece, por ahora, de autor central y de argumento sólido y verosímil.
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