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Paso 3.5 años en prisión por avisar que le vendieron un cilindro radioactivo
Nacional
La
historia de Luis Ángel Torres, dueño de una chatarrera, evidencia
vacíos legales en la persecución del robo de este tipo de materiales ◗
Un empleado compró el tanque como fierro viejo y luego se enteraron por
televisión que había sido robado y era peligroso ◗ Llamó para dar la
ubicación y fue detenido y hasta ligado con el crimen organizado
Vacíos
legales y falta de protocolos en torno al resguardo y persecución del
robo de material radiactivo contribuyen a historias como la de Luis
Ángel Torres Arcega.
Era propietario de un depósito de compra y venta de desperdicios industriales en el Estado de México, donde unos desconocidos llegaron a vender “un cilindro” como fierro viejo, en diciembre de 2013. Era una fuente radiactiva robada un día antes en el centro del país…
De eso se enteró cuando vio en las noticias la fotografía del artefacto. Su hermana Grisel lo reportó de inmediato. Sin pruebas, la Policía Ministerial mexiquense y luego la Federal lo culparon a él del hurto, de atentar contra la seguridad nacional y causar alarma entre la población.
Fue detenido cuando visitaba a uno de sus empleados, afectado por el contacto con el material.
“Acompáñame a ver al chavo”, pidió a Óscar Bautista Arcega, uno de sus primos, quien también fue arrestado sin haber participado en los hechos.
Apenas hace unas semanas, Luis Ángel y Óscar fueron liberados. Tres años y medio tras las rejas. “Una disculpa, nos equivocamos”, les dijeron.
“¿Quién me va a regresar el tiempo en la cárcel, lejos de mi familia, de mis hijos?, ¿Quién me va a quitar ese trauma tan feo que viví?”, ha dicho Luis Ángel, quien ahora, a sus casi 30 años, intenta reincorporarse a sus actividades en la chatarrera.
“Mi hermano no supo ni qué era esa cosa, porque parecía un pinche tanque de gas. Cuando fueron a ofrecerla, él ni estaba en el negocio, andaba en el mandado con su esposa. Los trabajadores fueron los que la compraron a dos pesos el kilo”, cuenta Grisel.
—¿Cómo se enteraron de que era material radiactivo?
—Por las noticias… Ese día llegué de visita a su casa y mi cuñada me dijo: algo tiene tu hermano, lo noto preocupado, no quiso ni comer. Subí a su habitación y le pregunté: ¿qué tienes, chaparro?... “Nada, carnala”, me respondió tristón… “¿Cómo que nada? Te conozco y no eres así”, le insistí. En eso comenzaron a dar la nota en la televisión y Luis Ángel ya no aguantó más: “es que me vendieron esa madre”… “¿Cuál madre?” “Esa que andan anunciado”… Me puse a escuchar y me quedé como muda”.
No te preocupes, haremos la denuncia y afrontaremos lo que venga, resolvió ella.
Llamó a una estación de radio para reportar la ubicación de la fuente. De ahí se dio el aviso a las autoridades de seguridad nuclear, Protección Civil, Ministerio Público local y PGR.
“Terminé siendo la culpable de la detención de mi hermano —narra Grisel—, porque lo convencí: vámonos ahorita a la policía, tienes que presentarte a declarar porque no debes nada, sólo la compraste como fierro viejo. Pensamos que sería fácil, pero le fincaron muchos cargos”.
—¿Cómo los detuvieron?
—Mi hermano decidió ir a la casa del muchacho que compró el material, para ver cómo seguía. Le pidió a Óscar que lo acompañara y en esa casa detuvieron a los dos. Mi primo ni tenía que ver en el asunto, pero luego nos enteramos que lo pusieron como líder de la banda.
Óscar tenía entonces 23 años. Estaba por entrar a una Universidad en Tecámac, Edomex… En prisión, comenzó a estudiar la carrera de derecho. Ahora, ya libre, desea terminarla, mientras consigue un trabajo de medio tiempo.
“La justicia llegó tarde: después de tres años y medio nos absolvieron y sólo nos queda adaptarnos a esta nueva vida, continuar adelante y olvidarnos de la pesadilla”, dice Óscar.
“Fue muy difícil para mí y la familia. Por algo pasan las cosas y dejo todo en manos de Dios. Estoy fuerte, con ganas de estudiar y sobresalir”.
—¿Y las acusaciones falsas, no debieras pelear para limpiar tu nombre?
—Todos conocemos la situación del país y qué tipo de autoridades corruptas tenemos. Sufrimos tortura psicológica e intimidaciones. Conocimos cuál es la justicia mexicana. Lo más duro fue estar lejos de la familia, porque nos llevaron a penales federales muy distantes. ¿Para qué menearle más? Mejor darle vuelta a la tuerca, y levantarse.
Tras ser aprehendidos, los policías los golpearon, torturaron y amenazaron. Fueron internados en el Penal Federal de Matamoros, Tamaulipas; luego en el de Gómez Palacio y Guadalupe Victoria, ambos en Durango.
“Los etiquetaron como gente de la delincuencia organizada, súper peligrosos, como ladrones de camiones, desmanteladores de tráileres y no sé qué tanto. Lo único que faltó fue que los acusaran de narcotráfico”, lamenta Grisel.
“En la SEIDO reclamé: mi esposo maneja un tráiler que transporta embutidos y siempre trae vigilancia, ¿por qué esa chingadera no traía custodios?”.
—¿Cómo los dejaron libres?
—Las acusaciones eran insostenibles. Tuvieron un careo con los dizque policías aprehensores y ellos no tenían ni idea de lo que pasó. Una de las policías dijo en plena audiencia: yo no sé nada, a mí nada más me ordenó el comandante que firmara la declaración, pero no supe ni qué escribieron.
Otras tres personas —del Edomex y Aguscalientes— también fueron involucrados en el robo. Todos salieron con su carta de absolución, con el “usted disculpe”…
Luis Ángel desde un principio aceptó: “compré la pieza, soy el patrón del depósito, entonces ¿por qué tanto pinche circo?”.
Lo ignoraron. Y su esposa y tres hijos —de 9, 8 y 2 años— quedaron en el abandono.
—¿Cómo afectó lo ocurrido a la familia? — se pregunta a Grisel.
—Mi padre (don Víctor) ya es grande, quería descansar, dedicarse a mi mamá, y ni modo: tuvo que volver a chingarle para hacerse cargo de la familia de mi hermano y los gastos médicos del trabajador afectado. Tuvo que pagar licenciado, pasajes y transporte a los penales, que no estaban cerca. Casi se nos muere.
—¿Se enfermó?
—¿Qué padre no se desploma cuando tiene un hijo encarcelado, inocente, pero acusado de los peores cargos?
Los jueces y el MP ordenaron de manera ilegal confiscar a la familia un terreno y un automóvil. El vehículo, aseguraron, era usado para asaltar durante la noche. Se comprobó después la farsa.
“Se los quedaron por sus calzonsotes —se queja Grisel—. En la SEIDO argumentaron que sólo tenía diez días después de la liberación para reclamarlos, pero nunca me notificaron. Ahora los dan por perdidos, son los abusos de siempre a la gente inocente”…
Era propietario de un depósito de compra y venta de desperdicios industriales en el Estado de México, donde unos desconocidos llegaron a vender “un cilindro” como fierro viejo, en diciembre de 2013. Era una fuente radiactiva robada un día antes en el centro del país…
De eso se enteró cuando vio en las noticias la fotografía del artefacto. Su hermana Grisel lo reportó de inmediato. Sin pruebas, la Policía Ministerial mexiquense y luego la Federal lo culparon a él del hurto, de atentar contra la seguridad nacional y causar alarma entre la población.
Fue detenido cuando visitaba a uno de sus empleados, afectado por el contacto con el material.
“Acompáñame a ver al chavo”, pidió a Óscar Bautista Arcega, uno de sus primos, quien también fue arrestado sin haber participado en los hechos.
Apenas hace unas semanas, Luis Ángel y Óscar fueron liberados. Tres años y medio tras las rejas. “Una disculpa, nos equivocamos”, les dijeron.
“¿Quién me va a regresar el tiempo en la cárcel, lejos de mi familia, de mis hijos?, ¿Quién me va a quitar ese trauma tan feo que viví?”, ha dicho Luis Ángel, quien ahora, a sus casi 30 años, intenta reincorporarse a sus actividades en la chatarrera.
“Mi hermano no supo ni qué era esa cosa, porque parecía un pinche tanque de gas. Cuando fueron a ofrecerla, él ni estaba en el negocio, andaba en el mandado con su esposa. Los trabajadores fueron los que la compraron a dos pesos el kilo”, cuenta Grisel.
—¿Cómo se enteraron de que era material radiactivo?
—Por las noticias… Ese día llegué de visita a su casa y mi cuñada me dijo: algo tiene tu hermano, lo noto preocupado, no quiso ni comer. Subí a su habitación y le pregunté: ¿qué tienes, chaparro?... “Nada, carnala”, me respondió tristón… “¿Cómo que nada? Te conozco y no eres así”, le insistí. En eso comenzaron a dar la nota en la televisión y Luis Ángel ya no aguantó más: “es que me vendieron esa madre”… “¿Cuál madre?” “Esa que andan anunciado”… Me puse a escuchar y me quedé como muda”.
No te preocupes, haremos la denuncia y afrontaremos lo que venga, resolvió ella.
Llamó a una estación de radio para reportar la ubicación de la fuente. De ahí se dio el aviso a las autoridades de seguridad nuclear, Protección Civil, Ministerio Público local y PGR.
“Terminé siendo la culpable de la detención de mi hermano —narra Grisel—, porque lo convencí: vámonos ahorita a la policía, tienes que presentarte a declarar porque no debes nada, sólo la compraste como fierro viejo. Pensamos que sería fácil, pero le fincaron muchos cargos”.
—¿Cómo los detuvieron?
—Mi hermano decidió ir a la casa del muchacho que compró el material, para ver cómo seguía. Le pidió a Óscar que lo acompañara y en esa casa detuvieron a los dos. Mi primo ni tenía que ver en el asunto, pero luego nos enteramos que lo pusieron como líder de la banda.
Óscar tenía entonces 23 años. Estaba por entrar a una Universidad en Tecámac, Edomex… En prisión, comenzó a estudiar la carrera de derecho. Ahora, ya libre, desea terminarla, mientras consigue un trabajo de medio tiempo.
“La justicia llegó tarde: después de tres años y medio nos absolvieron y sólo nos queda adaptarnos a esta nueva vida, continuar adelante y olvidarnos de la pesadilla”, dice Óscar.
“Fue muy difícil para mí y la familia. Por algo pasan las cosas y dejo todo en manos de Dios. Estoy fuerte, con ganas de estudiar y sobresalir”.
—¿Y las acusaciones falsas, no debieras pelear para limpiar tu nombre?
—Todos conocemos la situación del país y qué tipo de autoridades corruptas tenemos. Sufrimos tortura psicológica e intimidaciones. Conocimos cuál es la justicia mexicana. Lo más duro fue estar lejos de la familia, porque nos llevaron a penales federales muy distantes. ¿Para qué menearle más? Mejor darle vuelta a la tuerca, y levantarse.
Tras ser aprehendidos, los policías los golpearon, torturaron y amenazaron. Fueron internados en el Penal Federal de Matamoros, Tamaulipas; luego en el de Gómez Palacio y Guadalupe Victoria, ambos en Durango.
“Los etiquetaron como gente de la delincuencia organizada, súper peligrosos, como ladrones de camiones, desmanteladores de tráileres y no sé qué tanto. Lo único que faltó fue que los acusaran de narcotráfico”, lamenta Grisel.
“En la SEIDO reclamé: mi esposo maneja un tráiler que transporta embutidos y siempre trae vigilancia, ¿por qué esa chingadera no traía custodios?”.
—¿Cómo los dejaron libres?
—Las acusaciones eran insostenibles. Tuvieron un careo con los dizque policías aprehensores y ellos no tenían ni idea de lo que pasó. Una de las policías dijo en plena audiencia: yo no sé nada, a mí nada más me ordenó el comandante que firmara la declaración, pero no supe ni qué escribieron.
Otras tres personas —del Edomex y Aguscalientes— también fueron involucrados en el robo. Todos salieron con su carta de absolución, con el “usted disculpe”…
Luis Ángel desde un principio aceptó: “compré la pieza, soy el patrón del depósito, entonces ¿por qué tanto pinche circo?”.
Lo ignoraron. Y su esposa y tres hijos —de 9, 8 y 2 años— quedaron en el abandono.
—¿Cómo afectó lo ocurrido a la familia? — se pregunta a Grisel.
—Mi padre (don Víctor) ya es grande, quería descansar, dedicarse a mi mamá, y ni modo: tuvo que volver a chingarle para hacerse cargo de la familia de mi hermano y los gastos médicos del trabajador afectado. Tuvo que pagar licenciado, pasajes y transporte a los penales, que no estaban cerca. Casi se nos muere.
—¿Se enfermó?
—¿Qué padre no se desploma cuando tiene un hijo encarcelado, inocente, pero acusado de los peores cargos?
Los jueces y el MP ordenaron de manera ilegal confiscar a la familia un terreno y un automóvil. El vehículo, aseguraron, era usado para asaltar durante la noche. Se comprobó después la farsa.
“Se los quedaron por sus calzonsotes —se queja Grisel—. En la SEIDO argumentaron que sólo tenía diez días después de la liberación para reclamarlos, pero nunca me notificaron. Ahora los dan por perdidos, son los abusos de siempre a la gente inocente”…
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