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Cómo fue el golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955
Por Claudio Chaves 16 de septiembre de 2017
En septiembre de 1955 el general Juan Domingo Perón ya no era el mismo.
Su amigable sonrisa contagiosa era ahora un gesto agrio, enmarcado en
un rostro sombrío. Asomaba silenciosa su ojeriza como también su
desapego por las cosas. Raro, pues su personalidad extrovertida e
inquieta no condecía con ese presente. Era, si se quiere, el semblante de los nuevos y malos tiempos.
No obstante haber ganado por escándalo los comicios a vicepresidente,
diputados y senadores con el 62% de los votos el año anterior, 1955 se
anunciaba negro y tormentoso. El conflicto con la Iglesia, inexplicable
en un gobierno amigable con el clero y su doctrina social, se sumaba al
desconcierto sembrado en su propia tropa a partir de haber cesado la
época de las vacas gordas y verse obligado a encarar otra política
económica.
El segundo plan quinquenal explicitó el ajuste. Austeridad,
productividad e inversiones y en este último caso, para colmo de males,
extranjeras. El peronismo cambiaba de idioma y había que aprenderlo urgentemente.
Mejor dicho, Perón hablaba en argot y solo unos pocos comprendían. Los
cambios fueron olímpicos. Recomponer relaciones con los Estados Unidos,
como nos los cuenta, en sus memorias, Hipólito Paz, cuando fue nombrado
embajador en dicho país: "Seguiremos la misma línea de cuando era
ministro me dijo Perón: usted será el simpático, el amigo de los EE.UU. y
yo reservaré para mí el papel de duro al que usted deberá convencer."
Antonio Cafiero en sus recuerdo manifiesta la confusión en la cual
estaba sumergido un sector del peronismo: "Su personalidad (la de Perón)
no alcanzo a descifrarla. Por caso el acercamiento a los EE.UU. y la
evolución a una economía de equilibrio. Los planteos económicos parecen
decir de un cambio hacia el individualismo, los grandes negocios, las
fantasías industrializadoras, el petróleo, la StándardOil y Bunge Born.
El cambio que se percibía es hacia formas liberales. Hay sobre todo una
gran desorientación acerca del objetivo que persigue el Presidente.
Muchos piensan que este es el principio del fin"
No
había dudas, Perón viraba hacia posiciones cercanas a un capitalismo
moderno, sin ataduras, dejando atrás el intervencionismo de Estado.
Muchos han fundamentado este giro en el pragmatismo del personaje.
Puede ser. Aunque probablemente ese pragmatismo estaba fundado en las
raíces liberales del General, cuando años atrás siendo Mayor acompañó el
proyecto del general Agustín P. Justo. Al respecto de este cambio del
que Cafiero se quejaba decía Alfredo Gómez Morales: "A partir de 1949
Perón era decididamente antiestatista, sin prescindir de la obligación
del estado de dirigir los aspectos sustanciales del proceso económico.
Solía comentar que un tornillo producido por Fabricaciones Militares
salía a precio de oro. Tanto es así que muchos convencionales
constituyentes de aquella época pueden recordar que el artículo 40 de la
Constitución del 49 se aprobó contra los deseos del Presidente. Perón
pensaba, ya entonces, que la intervención del Estado en la economía era
excesiva y que había que pensar en privatizar todo lo posible y mantener
en la órbita del Estado nada más que lo que resultara imprescindible
desde el punto de vista político institucional".
El peronismo estaba devastado. Construido en la cultura del 43', esto
es en el marco de un duro capitalismo de Estado y de un nacionalismo de
fines, ahora diez años después resultaba que aquellos argumentos, no
servían. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Perón estaba en
sus cabales? A este malestar interior se sumaba la estrecha pero
hiperactiva indisposición de "la contra", como se decía entonces.
Algunas quejas eran parecidas, feroz crítica a la política
liberalizante y de acuerdos con los EE.UU. y la Stándar Oil, lo que
venía a resultar que el nacionalismo había ganado al conjunto de los
partidos políticos o era solo una buena excusa, y las otras, se
orientaban a descalificar como autoritario y dictatorial a su gobierno.
Lo que no estaba tan alejado de la realidad.
Grandilocuente y bocón, el General cometía errores gruesos al hablar y
otras, al dejar hacer. Provocaba, hería inútilmente sin prever que sus
palabras podían caer en manos de desquiciados de un lado u otro del
conflicto instalado. Félix Luna, que jamás tuvo un desvío pro-peronista,
decía de Perón que no obstante sus bravuconadas no era un hombre
violento.¡Qué lejos se hallaba el Presidente de aquella conducta de otro
general, Julio Argentino Roca, que en carta a su concuñado le
aconsejaba: "En política no se debe herir inútilmente a nadie, ni lanzar
palabras irreparables, porque uno no sabe si el enemigo con quien hoy
se combate será un amigo mañana".
Lo que aún quedaba en pie de la revolución peronista, herencia de todos
los argentinos, eran sin dudas las leyes sociales y la incorporación
del trabajador a la vida política. ¿Estaba en esta jurisprudencia las
razones del abismo que se abría entre los argentinos? Puede ser. También
en la insistencia de que para un peronista no había nada mejor que otro
peronista. Pero fundamentalmente se hallaba en la incapacidad de la
oposición de ganar votos, de ser creíbles al pueblo.
En
un clima de crispación generalizada, que aumentaba día a día, se
produjeron los bombardeos a la Casa de Gobierno el jueves 16 de junio de
1955. La Aviación Naval y la Infantería de Marina, más un
sector de la Fuerza Aérea y Comandos Civiles, repartidos en los
alrededores de la Plaza Mayo con el claro objetivo de asesinar al
Presidente y volcar la situación política hacia el anti-peronismo sin
votos, se prepararon para el golpe. Falló. No lograron matar a Perón, aunque sí a cuatrocientos argentinos.
Este acto de locura explícito transparentó el odio que se acumulaba en
un minoritario pero poderoso sector de la sociedad argentina. Esa noche
se quemaron iglesias. Al parecer, grupos enrolados en la Alianza
Restauradora Nacionalista de Patricio Kelly, sumados a un matonaje de
marginales tan violentos como los aviadores sublevados, organizaron la
hoguera que arrasó con santos, vírgenes y un formidable reservorio
histórico colonial, acelerando los pasos hacia un final previsible. De
nada sirvió el envío de un proyecto de ley al Congreso para reparar las
Iglesias. Ya todo estaba jugado.
Cuando todo indicaba que Perón había entendido el mensaje para
pacificar al país con una serie de permisos políticos cedidos y cambio
de gabinete, el 31 de agosto en una concentración vespertina dio un
vuelco inexplicable. Horas antes de la concentración había dicho a un
grupo pequeño de militantes que lo rodeaba: "Yo ya estoy demás. Soy como
aquel aficionado de relojero que sirve para desarmar un reloj, pero ya
no se armarlo. Tanto he estado maniobrando con las piezas que, ahora, la
única forma de que el reloj siga andando, es que yo lo deje" Y en un discurso de una violencia inusitada e irreflexiva, puso final a su gobierno.
Luego de lo dicho no podía gobernar más. Esa noche manifestó que sus
enemigos, al no querer la pacificación, buscaban la violencia: "A esa la
violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra
tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos
violentamente. Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en
contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la
Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino". Luego vino el
fatídico 5 por 1. El final era cuestión de días.
El 16 de setiembre en Córdoba comenzaba el alzamiento. El general
Eduardo Lonardi, bajo la angelical receta de proceder con la máxima
brutalidad, se erguía al frente de una sublevación -minoritaria, en el
Ejército, pero absoluta en la Marina. El día indicado era un viernes.
Lluvioso y ventoso. Una fuerte sudestada se abatía sobre el litoral
bonaerense haciendo crecer el nivel de las aguas del Plata. La
situación política era de total indefinición puesto que Perón al tanto
de los acontecimientos no procedía con la celeridad del caso.
Sencillamente no procedía. Le negó a la CGT la posibilidad de
armarse en defensa del gobierno. Luminosamente, no aceptó la idea.
Parecía recobrar el raciocinio. El 17 y 18, sábado y domingo, todo
indicaba que la situación se movía en dirección del gobierno, aunque
Perón no era claro y decisivo en sus órdenes.
De pronto se entera del comunicado que el Almirante Rojas le ha hecho
llegar a la base de submarinos de Mar del Plata. Bombardearemos los
tanques de petróleo y combustible del puerto. En consecuencia le
solicitó, al Jefe de la Base que alejara de la costa a la población de
entre Playa Grande y la Bristol, más allá de cinco cuadras. Dispuesto a
romper todo. Rompió todo. El Jefe de la Base Naval no estuvo de acuerdo
con la salvajada y luego supimos que marinos en los buques rechazaron
semejante decisión. Igual se realizó. El viento del sudeste al levantar
el Río permitió que las naves sublevadas pudieran operar tranquilamente
fuera de los canales y aproximarse a las costas de Buenos Aires. Sus
cañones tenían una efectividad de 20 kilómetros. Rojas amenazó con
cañonear La Plata, Dock Sud y Buenos Aires.
Después de lo realizado en Mar del Plata, había que creerle. La ciudad
sería barrida hasta los cimientos alcanzando los límites de la avenida
general Paz. Algo que no se atrevió siquiera el teniente general
Whitelocke en la segunda invasión inglesa. Frente a esa bestialidad vino
una burrada de igual tenor, el Ministro del Interior, Oscar Albrieu, le
sugiere a Perón que para alcanzar el acuerdo con los sublevados
traslade a las refinerías de La Plata y Dock Sud a los familiares de los
marinos a ver si con sus madres, esposas e hijos se animan a
bombardear. No había nada más que hacer.
El general Perón abandonó la lucha. Bajó los brazos. Se fue.
En mi modesta opinión se negó a una guerra civil pues al decir de Félix Luna, Perón, no era un hombre violento. Sin embargo, hasta el día de hoy continúa hablándose de su cobardía, de que se negó a profundizar la revolución, que su programa estaba agotado. Anos se especuló sobre los motivos de su retirada. No se lo escuchó a él o se ignoró su explicación. Lo dijo claramente. Entre la sangre y el tiempo elijo el tiempo.
En mi modesta opinión se negó a una guerra civil pues al decir de Félix Luna, Perón, no era un hombre violento. Sin embargo, hasta el día de hoy continúa hablándose de su cobardía, de que se negó a profundizar la revolución, que su programa estaba agotado. Anos se especuló sobre los motivos de su retirada. No se lo escuchó a él o se ignoró su explicación. Lo dijo claramente. Entre la sangre y el tiempo elijo el tiempo.
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