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Panamá: el marxismo y la cuestión nacional Kaos en la red
Aunque,
como programa histórico, el marxismo propone la unidad de todos los
trabajadores por encima de las barreras nacionales, también apoya el
derecho de las naciones a su independencia cuando sus pueblos así lo
manifiestan.
(Un artículo de 1998, que sigue vigente)
Al pueblo de Cataluña que lucha por su democrático derecho a decidir
Cualquier nación que oprima a otra,
forja sus propias cadenas
Carlos Marx
En cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora,
nosotros estamos siempre,
en todos los casos y con más decisión que nadie,
a favor, ya que somos los enemigos más audaces
y consecuentes de la opresión.
En cuanto la burguesía,
de la nación oprimida está por su nacionalismo burgués,
nosotros estamos en contra
I. Lenin
luchar contra todo nacionalismo y, en primer término,
contra el nacionalismo ruso;
reconocer no sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general,
sino también la igualdad de derechos respecto a la edificación estatal,
es decir, el derecho de las naciones a su autodeterminación,
a la separación;
y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones,
propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias,
su más íntima fusión en una comunidad internacional,
a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional
I. Lenin
Uno de los hechos de la lucha de clases mundial que ha cobrado, desde 1989, un impulso extraordinario es la cuestión de las nacionalidades oprimidas de Europa del Este y Asia Central que han empezado a luchar por la conformación de sus estados nacionales independientes. Este problema es parte de la revolución política que estremeció a la ex Unión Soviética y al este europeo barriendo los regímenes totalitarios stalinistas. Ha resurgido un poderoso movimiento de las nacionalidades y naciones oprimidas acalladas durante décadas por la burocracia.
Teniendo como motor las aspiraciones de los pueblos por su autodeterminación nacional, han estallado una gran cantidad de conflictos, guerras civiles y guerras entre estados obreros, tanto en el territorio de lo que fue la Unión Soviética, como en Europa Oriental. El caso de la exYugoeslavia es el más patético de todos, pero los conflictos van desde Nagorno-Karabaj, Armenia, Osetia, Moldavia, Chechenia, etc., hasta la separación entre checos y eslovacos.
Sin embargo, la izquierda marxista mundial ha respondido confusamente frente a todo el fenómeno de la revolución política, así como a estas manifestaciones del problema nacional. Esta actitud, que podría ser comprensible entre los que, honestamente o no, seguían los lineamientos políticos de los Partidos Comunistas orientados desde Moscú, ha alcanzado también a sectores ubicados fuera de su contorno, incluidas algunas corrientes del trotsquismo.
El silencio y la falta de solidaridad que prevalecen frente a genocidios como los cometidos contra los pueblos de Bosnia o Chechenia, contrasta mucho con lo ocurrido durante las décadas anteriores, en que los movimientos de liberación nacional recibían inmediatamente el apoyo incondicional de la vanguardia obrera y popular de todos los continentes.
Opinamos que en la actitud actual pesan problemas que van desde prejuicios promovidos por la propaganda imperialistas (como el “temor” a los “bárbaros” musulmanes que supuestamente amenazan la “civilización” cristiana occidental), hasta el supuesto carácter “socialista” de la ex Yugoslavia o Rusia, lo que en la mente simplista de muchos convierte en “reaccionario” todo movimiento que atente contra dichos estados.
Si estos prejuicios no son barridos de las mentes de las masas obreras y populares de occidente, las generaciones presentes y futuras estarán condenadas a cargar con nuevos y más sanguinarios conflictos bélicos que asolarán la faz del planeta. Nos parece que es preciso que el marxismo revolucionario reencuentre un método y una política principista para comprender y encarar estos conflictos nacionales.
Esta es la motivación que impulsa estos apuntes, cuyo objetivo consiste en una revisión somera de lo aportado por los clásicos marxistas respecto al problema nacional, a la vez que intentar extraer algunas propuestas metodológicas para encarar el problema en la actualidad. De un análisis empírico posterior, deberá surgir una propuesta más acabada.
MARX Y ENGELS FRENTE AL PROBLEMA NACIONAL
Carlos Marx no aportó una teoría sistemática respecto al problema nacional, al decir de Michael Löwy ([1]). Sus opiniones al respecto se encuentran diseminadas en documentos específicos dedicados esencialmente a Polonia e Irlanda. Al tema también dedicó algunos artículos en la Internacional para combatir el nacionalismo liberal demócrata de Mazzini y el nihilismo nacional de los proudhonistas.
El punto de vista centralmente desarrollado por Marx, desde El Manifiesto Comunista, fue el de la necesaria y posible unidad de todos los obreros del mundo. Dos fueron los ángulos que sustentaron dicho planteamiento (¡Proletarios del mundo, uníos!): demostrar que los obreros en todas partes tienen los mismos intereses de clase y se enfrentan al mismo enemigo, la burguesía; y, por otro lado, que el proletariado durante el proceso de construcción del socialismo debe romper las barreras nacionales para dar un impulso mayor a las fuerzas productivas, tal y como había hecho la burguesía con las barreras feudales.
Según Löwy, Marx y Engels continuaron la tradición del movimiento democrático europeo de apoyo a los esfuerzos polacos por constituir un estado nacional independiente frente a Rusia. Pero el apoyo que ellos prodigaban a Polonia estaba sustentado, más que en un principio general sobre la autodeterminación de las naciones, en el hecho político práctico de que la lucha de liberación de Polonia tendía a debilitar al eje de la reacción europea de aquel tiempo, Rusia. Este mismo criterio, cómo fortalecer la lucha revolucionaria en Europa y debilitar al frente de la contrarrevolución encabezado por Rusia, llevó (como veremos más adelante) a Engels a una opinión negativa respecto a los movimientos nacionalistas de los eslavos de los Balcanes y el este de europeo.
Los escritos sobre Irlanda, redactados en la madurez, permitieron a Marx enunciar algunos principios básicos respecto al problema nacional, que Löwy resume así:
“1. Sólo la liberación nacional de las naciones oprimidas posibilita vencer las divisiones y antagonismos nacionales, y permite a la clase obrera de ambos países unirse contra su común enemigo, los capitalistas; 2. La opresión de otra nación ayuda a reforzar la hegemonía ideológica de la burguesía sobre los trabajadores de la nación opresora: “cualquier nación que oprima a otra, forja sus propias cadenas”; 3. La emancipación de la nación oprimida debilita las bases económicas, políticas, militares, e ideológicas de las clases dominantes en la nación opresora y contribuye a la lucha revolucionaria de la clase obrera de esa nación” ([2]).
Respecto a Engels, Löwy señala que tiene las mismas opiniones que Marx para los casos de Polonia e Irlanda, pero que desarrolla un concepto, tomado de Hegel, de “naciones ahistóricas” y que aplica a los eslavos del sur (checos, croatas, serbios, rumanos, dálmatas, etc.). La utilización de este concepto se da cuando intenta Engels explicar el papel jugado por dichas naciones en la derrota de la revolución de 1848-49, debido a que miles de voluntarios de estas nacionalidades se alistaron en el ejército ruso para combatir la revolución que se desarrollaba en occidente.
Según el criterio de Engels, estos grupos nacionales habían fracasado en conformar un estado nacional propio, convirtiéndose en instrumento de la reacción, en peones en manos del zarismo ruso. Para Löwy, este criterio de Engels no estaba motivado ni por un inflado nacionalismo alemán, ni por un racismo eslavofóbico, sino sobre la consideración del rejuego de fuerzas entre revolución y contrarrevolución en Europa.
Aunque estuviera inspirado en correctas apreciaciones políticas generales, es evidente que Engels se equivocó completamente en su juicio frente a estas supuestas naciones “ahistóricas” que, hoy por hoy, no sólo demuestran tener una historia (y que la siguen haciendo en estos momentos), sino que incluso han llegado a conformar entidades estatales independientes.
EL APORTE DE LENIN FRENTE A LA CUESTION NACIONAL
A nuestro juicio, Lenin es el marxista que mejor supo responder al problema nacional, estableciendo un marco político de principios que le permitió acometer en la práctica la tarea de construir lo que fue ese mosaico de pueblos, la Unión Soviética. Tal vez Lenin logró este cometido porque, como señala Löwy, enfocó el problema destacando el aspecto político del mismo por sobre otros enfoques culturales, sicológicos, etc.
Si bien, tanto en el programa del Partido Bolchevique como en los documentos de la Tercera Internacional han quedado consignados los criterios leninistas, es en un trabajo polémico con Rosa Luxemburgo, titulado Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación ([3]), y publicado en 1914, donde Lenin desarrolla más sistemáticamente una teoría al respecto.
Lenin parte por señalar que la tendencia a la formación de estados nacionales es inherente al propio desarrollo del sistema capitalista:
“En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal… El idioma es el medio esencial de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, que responda al capitalismo moderno…; es, por último, la condición de una estrecha relación del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador” ([4]).
El desarrollo, llamémoslo “mercantil” o industrial, adquirido por los pueblos que hoy protagonizan las gestas nacionales a los que hemos hecho referencia en la introducción (Chechenia, Tayikistán, etc.) debe ser la causa objetiva que impulsa sus pujantes movimientos independentistas.
Esta afirmación no debe extrañar si se considera que hasta hace pocas décadas todavía constituían dichas nacionalidades pueblos fundamentalmente nómadas o campesinos. El desarrollo económico experimentado por la Unión Soviética, y otros estados obreros de los que ellos hacían parte, les permitió avanzar de formas económicas precapitalistas al predominio mercantil, y a una creciente industrialización. Sobre la base del criterio de Lenin, es lógico suponer que dicho desarrollo “mercantil” impulse el deseo de estas naciones semiindustrializadas a la constitución de entes estatales independientes. Sobre todo, si el régimen burocrático stalinista se caracterizó, al igual que el zarismo, por pisotear permanentemente a las minorías étnicas y saquearle sus riquezas.
Al respecto, Lenin más abajo reitera: “…es más, para todo el mundo civilizado, el estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el período capitalista” ([5]).
Sobre la base de este criterio Lenin rebate a Rosa Luxemburgo, la cual, oponiéndose a levantar en el programa del partido la independencia de Polonia, propone mayor autonomía económica sin separación estatal, para preservar la unidad de la clase obrera de todos los pueblos que conforman la Rusia zarista. Lenin señala que cuando se habla de autodeterminación debe entenderse no “autonomía”, sino independencia nacional, es decir, derecho a constituir un estado nacional independiente.
Para Lenin el desmembramiento de Rusia, producto de la separación de las naciones oprimidas, como Polonia, no debe atemorizar a los marxistas, ya que la tendencia histórica no es a conformar estados nacionales “abigarrados”, como lo eran Rusia o el imperio Austro-Húngaro, sino la formación de estados nacionales sobre la base idiomática antes dicha. Y agrega que estas tendencias separatistas son más acusadas en las regiones que tienen un mayor grado de desarrollo industrial que se enfrentan a un centro administrativo atrasado, o precapitalista ([6]).
En segundo lugar, Lenin destaca que el planteamiento del problema nacional está encuadrado históricamente en dos momentos. Por un lado, en Europa occidental, durante el período de ascenso de la sociedad capitalista, la burguesía encabezó importantes procesos revolucionarios que culminaron en la conformación de grandes estados nacionales. Pero que esa fase histórica revolucionaria se encuentra ya superada en occidente a partir de la década de los setenta del siglo pasado.
Sin embargo, el problema nacional ha adquirido nuevo vigor en los pueblos de oriente que, a inicios del siglo veinte, despiertan al desarrollo capitalista y se ven sometidos por el sistema imperialista. Por eso, no es correcto, como pretendía Rosa Luxemburgo, aplicar los mismos criterios de Europa occidental a los pueblos de oriente, en el sentido de desvalorizar el derecho a la conformación del estado nacional con relación a las reivindicaciones propiamente socialistas.
Este criterio leninista está asociado a su consideración de que el nacionalismo de los países imperialistas es reaccionario, y el de los países oprimidos es progresivo (ver cita más adelante). Incluso, al interior de la propia Rusia zarista hay que distinguir el nacionalismo ruso como el enemigo central a combatir, el más nefasto, pues es el nacionalismo de la nación opresora, según establece Lenin a lo largo de estas páginas.
Lenin justifica la inclusión en el programa bolchevique del apartado sobre el derecho a la autodeterminación de las naciones sobre la base de que justamente Rusia zarista y los pueblos sujetos a ella, y que pueblan su periferia, se encuentran viviendo el despertar de la reivindicación nacional ([7]).
Lenin sostiene con claridad que el apoyo a la lucha por la autodeterminación nacional no significa capitularle para nada a la burguesía de las naciones oprimidas, quienes suelen encabezar este tipo de movimientos. El proletariado apoya la lucha nacional por motivos diversos a la burguesía: por la paz nacional (que la burguesía no puede garantizar), por la igualdad de derechos y en interés de una situación más favorable de la lucha de clases ([8]).
En este sentido el proletariado jamás debe otorgar un apoyo incondicional a las direcciones burguesas o pequeñoburguesas del movimiento de liberación nacional, ni a sus pretensiones “nacionalistas” a expensas de otros pueblos:
“En cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más audaces y consecuentes de la opresión. En cuanto la burguesía, de la nación oprimida está por su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con respecto a la tendencia de la nación oprimida hacia los privilegios” ([9]).
Luego de repasar algunas polémicas internas del partido ruso, concluye Lenin en la parte medular de su aporte a este tema: la relación dialéctica entre lucha por la autodeterminación de las naciones y la unidad internacionalista del proletariado. En la que la primera es precondición inseparable de la segunda.
“Semejante estado de cosas plantea ante el proletariado de Rusia una tarea doble, o mejor dicho, bilateral: luchar contra todo nacionalismo y, en primer término, contra el nacionalismo ruso; reconocer no sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general, sino también la igualdad de derechos respecto a la edificación estatal, es decir, el derecho de las naciones a su autodeterminación, a la separación; y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones, propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias, su más íntima fusión en una comunidad internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional.
Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia” ([10]), concluye Lenin.
APUNTES PARA UN PROGRAMA MARXISTA SOBRE
LA CUESTION NACIONAL
En base a la teorización expuesta por los clásicos del marxismo respecto al problema nacional, nos atrevemos a esbozar algunos criterios metodológicos para la confección de un programa que pueda responder a los desafíos que los actuales movimientos nacionalistas representan.
¿Cómo se interpretan las luchas nacionales a la luz de esta consideración? El criterio fundamental es analizar el problema nacional en el marco político, es decir, verlo bajo la óptica de la correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución. Es el mismo criterio utilizado por Marx y Engels en el siglo pasado. Por ejemplo, cuando consideraban progresivo el movimiento nacionalista polaco, pues debilitaba al eje de las fuerzas reaccionarias en Europa, que era Rusia; o cuando no veían con buenos ojos las manifestaciones del nacionalismo eslavo en Europa Oriental porque fortalecía a Rusia.
De la misma manera debemos juzgar hoy los movimientos nacionales que se están produciendo a fines del siglo XX, partiendo de que al final de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo, liderizado por Estados Unidos, y la burocracia soviética, se dividieron al mundo en áreas de influencia para su mejor control.
De ahí que, en nuestra opinión son progresivas aquellas luchas nacionales que impulsan la revolución y enfrentan el orden mundial que el imperialismo impone, ya sea directamente o a través de la burocracia de los estados obreros. En este sentido, se debe apoyar los movimientos por la autodeterminación nacional de aquellas nacionalidades que se rebelan contra el orden y la dominación impuestos por el imperialismo y la burocracia.
En cada guerra o conflicto debemos preguntarnos quién representa el orden que el imperialismo quiere y quién va en contra de ese orden.
Esto define que es progresiva la lucha por la autodeterminación de Eslovenia, Croacia, Bosnia, Macedonia y Kosovo contra la dominación serbia, pues el gobierno y la burocracia serbia representan el orden y las fronteras que el imperialismo y la burocracia rusa habían pactado para esa región.
Una investigación empírica fácilmente podría mostrar cómo, a lo largo de la crisis de la ex Yugoslavia, la política imperialista (ONU-OTAN) ha consistido: primero, en no alentar la independencia tratando de que Yugoslavia sobreviviera; cuando la independencia fue inevitable, el imperialismo europeo y yanqui influyó para sacar mejor provecho (por ejemplo, Alemania mostró inclinaciones hacia su antigua semicolonia Croacia), pero siempre evitando el hundimiento completo de Serbia.
Con Bosnia-Herzegovina o Kosovo, por ser musulmanas, la política imperialista ha sido más dura; tratando de que dicho estado nazca lo más endeble que sea posible, como un protectorado controlado directamente por EEUU; impidiéndole armarse; y dejando correr el genocidio, tratando de legitimar su partición.
Por otro lado, el gobierno bosnio ha coqueteado con Estados Unidos, y éste intentará sacar provecho de este posible peón balcánico, frente a una Serbia que aparece como peón de Rusia, por ahora aliada, pero que sigue siendo un enemigo potencial en el futuro. Por eso, Estados Unidos alienta a la ONU a reconocer oficialmente la existencia de Bosnia y Kosovo, pero como protectorados suyos. Es que Estados Unidos, y sus aliados de Europa Occidental, temen más la posibilidad del fortalecimiento del nacionalismo de una nación musulmana en Europa, que al nacionalismo ruso y paneslavista.
Dependiendo del papel que juegue un conflicto determinado en la lucha de clases mundial, es lo que define si es progresivo o no. Es decir, si liquida el orden mundial imperialista.
Sobre la base de ese criterio, consideramos que es progresivo que los países bálticos, Georgia, Moldavia, Azerbaiján, Chechenia, luchen por su autodeterminación frente a la dominación y opresión rusa ejercida durante décadas por la burocracia del Kremlin. La burocracia del Kremlin, las fronteras y el orden impuestos por ella en la ex URSS, representan el interés y el orden que el imperialismo y la contrarrevolución pactaron.
Por supuesto, no hay que perder de vista el rejuego de fuerzas entre las potencias, y la forma como Estados Unidos intenta usar a su favor esas contradicciones para ganar influencia allí donde antes la tenía Rusia. El caso más claro hoy día es del Georgia.
En Georgia la única forma de entender el problema es usando la dialéctica: por un lado, como nación oprimida que fue de Rusia (y por extensión de la URSS) tiene el derecho democrático a la autodeterminación, incluso a reclamar la soberanía sobre su territorio, incluida Osetia del Sur; pero, por otro lado, su gobierno se ha convertido en títere de otra potencia, EEUU, y juega a su carta con métodos genocidas.
Por ello, a la vez que se defiende su derecho a la autodeterminación frente a Rusia hay que condenar la salvaje agresión contra Osetia del Sur y su población civil, que deslegitima su reclamo histórico y ha hecho casi imposible la integración nacional de esa población en Georgia, al menos por un largo período.
La lucha de las nacionalidades oprimidas es progresiva y revolucionaria cuando liquida el orden mundial imperialista, al igual que lo fue la lucha por la independencia de los países coloniales de Asia y África después de la II Guerra Mundial.
Si la lucha por la autodeterminación de estas naciones no ha estado asociada a reivindicaciones socialistas y, por el contrario, estuvo acompañada de ilusiones de las masas en la economía de mercado, esto se comprende porque en la primera fase de todo proceso revolucionario contra el totalitarismo, las reivindicaciones democráticas ocupan el centro de las demandas de las masas. La lucha por la autodeterminación nacional constituye una reivindicación democrática por excelencia.
Este criterio leninista también sirve para definir nuestra posición frente a los movimientos “nacionales” impulsados por la burocracia gran serbia o rusa y de sus minorías dentro de naciones oprimidas. Estas “minorías” dentro de las naciones oprimidas, que representan a la nacionalidad que ha sido opresora dentro del conjunto del estado o país, equivale o se asemeja a las poblaciones de los llamados enclaves que los países imperialistas tienen sobre países y territorios dominados. Por ejemplo, los habitantes de la ex Zona del Canal de Panamá (llamados zonians), o los de las islas Malvinas en Argentina.
Su “nacionalismo”, en términos generales, NO es progresivo sino reaccionario, porque representa los intereses de la nación opresora. Casi siempre este “nacionalismo” sale a relucir cuando la nación oprimida empieza a luchar por su autodeterminación. Por ejemplo, en Panamá los “zonians” estuvieron muy activos en los años 60, cuando las luchas nacionalistas panameñas adquirieron beligerancia. En general, la nación opresora promueve que esa minoría, que habita el enclave, reclame sus “derechos” (a la separación) para justificar su intervención y frustrar o recortar todo lo posible la autodeterminación del país o nación que ha empezado a luchar.
Este criterio se aplica a las minorías serbias dentro de Croacia, Bosnia o Kosovo. Su nacionalismo es reaccionario, porque es correa de transmisión de los intereses de la burocracia serbia, e intenta bloquear las aspiraciones nacionales de croatas y bosnios. En el mismo sentido, la minoría rusa de Pridnisestrovia, en Moldavia, parece ser un movimiento reaccionario que intenta mediatizar las aspiraciones de autodeterminación de los moldavos, verdadera minoría con relación al estado opresor que representa la ex Unión Soviética, hegemonizada por Rusia.
Sobre Osetia del Sur y Georgia es lo mismo al igual que en Crimea, territorio legítimamente ucraniano y que ahora Rusia intenta anexionar.
Inclusive, algunos de estos territorios en que viven poblaciones rusas dentro de otras repúblicas fueron conscientemente conformados como enclaves por parte de Stalin y la burocracia, para garantizar su control sobre aquellas nacionalidades. En otros casos fueron producto de desplazamientos en masa, hechos como castigo por algún “pecado” político.
En fin, en cada caso debemos preguntarnos si el movimiento nacional representa los deseos legítimos por la autodeterminación de un pueblo, hasta ahora oprimido, o si se trata de una acción impulsada por la nación opresora, apoyándose en un enclave de su propia nacionalidad, para mediatizar la autodeterminación de otro pueblo. Es decisivo determinar con claridad meridiana cuál lucha apunta en el sentido de la revolución contra el orden imperialista, y cuál apunta a favor de la contrarrevolución.
Desde el punto de vista de la política marxista, no es permisible que una nación oprimida por décadas o siglos repita los métodos genocidas que ha sufrido, como si fuera una especie de “venganza” histórica, contra otros pueblos, aunque se trate de bolsones de población perteneciente a la antigua nación opresora.
Sobre la base del reconocimiento del estado nacional emergente, constituido por la otrora nacionalidad oprimida, los marxistas revolucionarios debemos estar a favor de que se otorguen todos los derechos democráticos y políticos a todos los habitantes de un estado o país, sin excepción, y sin importar su origen nacional, idioma, raza, religión o costumbres.
Es más, como parte de la política por garantizar la lucha victoriosa por la autodeterminación nacional de las naciones oprimidas, hay que incorporar las reivindicaciones del sector nacional que representa a la nación opresora, de manera que se interponga una cuña política entre los derechos democráticos de los habitantes del enclave y los intereses de la nación opresora, la burocracia y el imperialismo.
Debe respetarse el derecho a la vida, a la vivienda, al trabajo y los derechos políticos de la “minoría” rusa en los países bálticos, Moldavia o Georgia, con la misma fuerza con que llamamos a respetar el derecho a la autodeterminación nacional de los Países Bálticos, Moldavia o Georgia.
Igual para Bosnia y Kosovo. Nos oponemos a los intentos secesionistas de los serbios de Kosovo y Bosnia, pero también hay que repudiar el desplazamiento forzado de la población serbia de Croacia, que la dirección nacionalista de ese país ha implementado.
Como dice N. Moreno: “… defendemos toda nacionalidad oprimida de la explotación del imperialismo y del capitalismo nacional. Consideramos la existencia de todo estado nacional como un gran progreso histórico y no queremos retroceder a la balcanización de los actuales estados nacionales, a su división en múltiples estados nacionales liliputienses de cada nacionalidad oprimida. Nuestra política estratégica es lograr la unidad del proletariado español y su independencia política, para que enfrente a la burguesía… Esa es la política de Lenin en la Rusia de los zares. Luchaba por el derecho a la autodeterminación nacional, pero supeditaba la lucha por este derecho a la unidad de todo el proletariado de Rusia” ([13]).
Para el marxismo revolucionario la política estratégica es lograr la unidad del proletariado, al margen de su nacionalidad, para que enfrente al opresor, imperialista o burocrático (como es el caso de Europa del Este ahora). El marxismo jamás pretende incentivar la desconfianza entre los trabajadores de una nacionalidad frente a los de otra. Por el contrario, nuestra política consiste en explicarles que su enemigo es el mismo, el imperialismo y la burocracia, y que debe luchar unido para derrotarlos.
Esto se concreta cuando se le dice al obrero serbio que su gran enemigo es su propio gobierno, y que debe voltear sus armas contra él. Y cuando se le dice a los croatas y a los bosnios que deben desconfiar de sus propios gobiernos “nacionalistas”. Cuando se señala que el enemigo principal, de TODOS, es la intervención imperialista de la ONU.
En última instancia, la política marxista consiste en explicarle a todos los trabajadores del mundo que hay que unirse para luchar contra el enemigo común: el imperialismo. Este es un punto cardinal, sin el cual se acabaría capitulándole a las direcciones burguesas y pequeñoburguesas nacionalistas, y en los hechos ayudaría al divisionismo de los trabajadores.
Ahora bien, Moreno agregó: “En circunstancias excepcionales, por ejemplo, si hay un gran movimiento de masas que lucha por la independencia, apoyamos críticamente esa lucha de masas, como apoyamos críticamente toda movilización de masas contra los explotadores, la burguesía y el estado opresor. Pero críticamente significa que ni bien derrotemos al poder central continuaremos en la lucha sistemática por la unidad del proletariado de esos países planteando la Federación Estadual” ([14]).
La tradición del marxismo revolucionario plantea que la política estratégica no es la balcanización del proletariado, sino su unidad para enfrentar al mismo enemigo; pero que, así mismo, no vacilamos en apoyar un movimiento independentista cuando éste es un movimiento de masas, cuando se ha tornado una reivindicación por la que luchan millones de personas. En este caso, hay que apoyar la lucha por la independencia, aunque fraccione el estado nacional original. Pero nuestro apoyo es crítico porque una vez alcanzada la independencia, seguimos luchando por la unidad del proletariado bajo la consigna de “federación de estados obreros”.
El problema en la ex Unión Soviética y la ex Yugoslavia, es que, producto de la opresión y la explotación que por décadas ejerció la burocracia contra las nacionalidades oprimidas, ha estallado, como parte de la revolución política, un poderoso movimiento por la autodeterminación nacional que, en algunos lados, no en todos, se expresa como un movimiento por la independencia. Este es el caso evidente de Eslovenia, Croacia y Bosnia en la ex Yugoeslavia, y de Chechenia y otras nacionalidades en la ex Unión Soviética.
Allí donde la lucha por la independencia se haya tornado una consigna que moviliza a las masas, sobre todo si la movilización toma la forma de una guerra, debe ser apoyada. Este es el sentido algebraico que Moreno da a la lucha por la autodeterminación. “El derecho a la autodeterminación nacional es una consigna algebraica que se llena de distintos contenidos de acuerdo al proceso de la lucha de clases dentro del estado nacional” ([15]).
Cuando un pueblo se ha decidido a luchar por su independencia es un deber de los revolucionarios apoyarlo sin lugar a dudas. De no apoyar esta lucha, puede crearse la confusión entre las masas oprimidas respecto a la política de los revolucionarios, que pueden interpretar como un apoyo solapado o abierto a sus opresores. Y eso restaría credibilidad para poder explicar después por qué debemos unirnos todos los pueblos contra el imperialismo y la opresión nacional.
El socialismo sólo puede edificarse bajo relaciones de igualdad y cooperación entre pueblos libres, sin ningún vestigio de opresión. Sólo sobre la base de la más plena igualdad real, y no sólo formal, es posible construir la unidad de la clase obrera internacional. Esto lo comprendió y puso en práctica Lenin, artífice del mosaico de pueblos que fue la Unión Soviética.
Al respecto, Lenin dice en 1922, criticando la actuación de Stalin y Dzerzinski en Georgia: “¿Qué es importante para el proletario? Para el proletario es no sólo importante, sino una necesidad esencial, gozar, en la lucha proletaria de clase, del máximo de confianza por parte de los componentes de otras nacionalidades. ¿Qué hace falta para eso? Para eso hace falta algo más que la igualdad formal. Para eso hace falta compensar de una manera u otra, con su trato o con concesiones a las otras nacionalidades, la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante” ([16]).
Y agrega más adelante, obviamente refiriéndose a Stalin: “Ese georgiano que desdeña este aspecto del problema, que lanza desdeñosamente acusaciones de “social-nacionalismo“ (…), ese georgiano lastima, en esencia, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada retarda tanto el desarrollo y la consolidación de esta solidaridad como la injusticia en el terreno nacional, y para nada son tan sensibles los “ofendidos” componentes de una nacionalidad como para el sentimiento de la igualdad y el menoscabo de esa igualdad por sus camaradas proletarios, aunque lo hagan por negligencia, aunque la cosa parezca una broma” ([17]).
Lenin llega a sugerir que era preferible mantener la Unión Soviética tan sólo en el plano militar y diplomático, otorgando plena autonomía a los gobiernos nacionales, a que se pusiera en duda la honestidad con que los comunistas respetaban los derechos de las naciones oprimidas. Enfatiza que la menor duda al respecto sería lo peor para la URSS y la Internacional Comunista ([18]).
¿Cómo debemos entender esta combinación? ¿Estamos por el derecho a la independencia de Bosnia y Croacia o no? ¿Es que se le debe imponer condiciones a esos pueblos para apoyar su independencia? ¿Diluimos nuestro apoyo a la independencia con el llamado a formar una federación?
En esto, como en toda política, hay dos errores que no se deben cometer. Uno es el error oportunista, de llamar a apoyar el derecho a la independencia y punto, con lo que se acaba apoyando a la política de las direcciones nacionalistas burguesas, pequeñoburguesas y burocráticas. El otro, es el error sectario, que diluye la lucha concreta de independencia en la consigna general, de la necesidad de la necesidad de hacer una Federación de Repúblicas Socialistas. Ambos errores son igualmente graves y nefastos.
La política marxista revolucionaria es una combinación, que parte por el apoyo consecuente y sin precondiciones a la lucha por la autodeterminación y por la independencia, allí donde esté planteada por las masas; pero no se queda allí, sino que le explica a esas masas independentistas que los trabajadores de la nacionalidad opresora, aunque no lo sepan, son nuestros aliados naturales, pues su enemigo es el mismo que el nuestro.
Por supuesto, en una guerra como la de Bosnia y Croacia la agitación parte por la lucha por la autodeterminación, por la independencia. La propuesta de unidad con los trabajadores de la nacionalidad opresora tiene un sentido más propagandístico, de explicación, hasta que se concrete la autodeterminación nacional. Este segundo aspecto de la política se tornará más agitativo si se logran producir fisuras en la nación opresora, cuando algún sector de trabajadores de la nación opresora decide enfrentar a su propio gobierno. En ese momento, las propuestas de unidad obrera de ambas nacionalidades, para enfrentar a la burocracia o a la burguesía, se tornarán más concretas y agitativas.
En este problema de la autodeterminación-independencia, en relación con la propuesta de unidad-federación de estados obreros, existe una relación parecida con los reclamos de un sector del campesinado por una reforma agraria que le entregue la tierra en forma de pequeñas parcelas. La parcelización de la tierra no es la propuesta marxista. No estamos por el retroceso tecnológico que implica dividir toda la tierra en pequeñas parcelas. La propuesta que apunta al socialismo, en un sentido histórico, es la nacionalización de la tierra y la promoción de grandes cooperativas o agroindustrias de trabajo colectivo.
Pero sería completamente estúpido oponerse a los reclamos campesinos por la tierra en nombre una futura producción colectiva de la misma. Siempre partimos por apoyar incondicionalmente los reclamos campesinos, sobre todo si se da en un proceso de luchas o una revolución agraria. En el marco de ese apoyo explicamos, hacemos propaganda, sobre los avances en la producción que representa el trabajo colectivo de la tierra. La lucha del pequeño campesino por la tierra es una lucha contra los grandes terratenientes y propietarios capitalistas, es una lucha revolucionaria que debilita a la burguesía y va en favor de la revolución socialista. Así se haga sobre la base de las ilusiones reaccionarias del pequeño campesino. Y la única manera de que el proletariado pueda unificar sus reivindicaciones con el campesinado, parte por el apoyo incondicional a su lucha por la tierra contra el terrateniente.
Igual sucede con las naciones que luchan por su independencia. Pese a que en un sentido histórico el fraccionamiento en pequeños países es retrógrado, en el sentido de la lucha de clases actual es tremendamente progresivo y revolucionario, porque atenta contra el orden y las fronteras que el imperialismo y la burocracia han impuesto.
El marxismo revolucionario debe explicar y convencer a las nacionalidades oprimidas de que deben unirse para poder vencer y avanzar a una sociedad superior que satisfaga sus necesidades, inclusive con los trabajadores de la nación opresora; y a la inversa, explicar a los obreros de la nación opresora que deben apoyar y unirse a las nacionalidades oprimidas, sin quieren liberarse de la explotación.
La política revolucionaria es, pues, una combinación de dos elementos, la autodeterminación (o el derecho a la independencia, cuando la lucha de clases así lo haya colocado) y la necesidad de la unidad de los trabajadores, ya sea bajo un mismo estado o en una federación de estados obreros. La propuesta de unidad tiene como base la más absoluta igualdad y los mismos derechos entre los trabajadores y pueblos de diversas nacionalidades. La unión o federación es una unión que los pueblos deciden libremente, por ende, tiene como base la más plena autodeterminación de cada pueblo.
No puede faltar ninguno de los dos elementos. En esto, como en todo, no se trata de levantar por un lado un “programa mínimo” y por el otro el “máximo”. Hay que aplicar el método propuesto por Trotsky en El Programa de Transición ([20]), que parte de las aspiraciones inmediatas de las masas (autodeterminación o independencia) para llevarlas a la conclusión de que deben hacer la revolución socialista internacional, derrotando al imperialismo, la burguesía y la burocracia, e instaurar el socialismo en todo el mundo. Para ese objetivo estratégico es imprescindible la unidad de todos los trabajadores y pueblos del mundo. Es una unidad política, para luchar contra la explotación y la opresión; pero también deberá ser, una vez vencidas las clases opresoras en un país, región y el mundo, una unidad productiva, si es que queremos que la humanidad llegue a vivir en la abundancia.
BIBLIOGRAFIA
,Lenin, V. I. “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”. En Obras escogidas, Tomo I.
Lenin, V. I.”Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Obras Escogidas, Tomo III. Ed. Progreso.
Lowy, Michael. “Los marxistas y la cuestión nacional”. En revista Ideología y sociedad, Nº 20. Bogotá. enero-marzo de 1977.
Moreno, Nahuel. Actualización del Programa de Transición. Caracteres Editores Ltda. Bogotá, 1990.
Trotsky, León. El Programa de Transición para la Revolución Socialista. Ediciones Crux. La Paz, Bolivia. s/f.
[1] [1]. Lowy, Michael. “Los marxistas y la cuestión nacional“. En revista Ideología y sociedad, Nº 20. Bogotá. enero-marzo de 1977.
[2] [2]. Ibidem, pág. 11.
[3] [3]. Lenin, V. I. “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación“. En Obras escogidas, Tomo I. Páginas 615 a 669.
[4] [4]. Ibidem, pág. 618.
[5] [5]. Loc. cit.
[6] [6]. Ibidem, pág. 624 -625.
[7] [7]. Ibid., pp 627 – 628.
[8] [8]. Ibid., pág. 630.
[9] [9]. Ibid., pág. 631. Subrayado OB.
[10] [10]. Ibid., pág. 669.
[11] [11]. Moreno, Nahuel. Actualización del Programa de Transición. Caracteres Editores Ltda. Bogotá, 1990. Pág. 4
[12] [12]. Lenin, V. I. “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Obras Escogidas, Tomo III. Ed. Progreso. Pág. 769.
[13] [13]. Moreno, N. Op. Cit. pág. 115.
[14] [14]. Loc. cit, subrayado OB.
[15] [15]. Ibidem, pág. 114.
[16]. Lenin, V. I. “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Op. cit., pág. 770.
[17] Loc. cit.
[18] Ibidem, pp 774 – 773.
[19]N. Moreno. Actualización… Op. cit., pág. 116, subr. OB
[20] [20]. Trotsky, León. El Programa de Transición para la Revolución Socialista. Ediciones Crux. La Paz, Bolivia. s/f.
(Un artículo de 1998, que sigue vigente)
Al pueblo de Cataluña que lucha por su democrático derecho a decidir
Cualquier nación que oprima a otra,
forja sus propias cadenas
Carlos Marx
En cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora,
nosotros estamos siempre,
en todos los casos y con más decisión que nadie,
a favor, ya que somos los enemigos más audaces
y consecuentes de la opresión.
En cuanto la burguesía,
de la nación oprimida está por su nacionalismo burgués,
nosotros estamos en contra
I. Lenin
luchar contra todo nacionalismo y, en primer término,
contra el nacionalismo ruso;
reconocer no sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general,
sino también la igualdad de derechos respecto a la edificación estatal,
es decir, el derecho de las naciones a su autodeterminación,
a la separación;
y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones,
propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias,
su más íntima fusión en una comunidad internacional,
a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional
I. Lenin
Uno de los hechos de la lucha de clases mundial que ha cobrado, desde 1989, un impulso extraordinario es la cuestión de las nacionalidades oprimidas de Europa del Este y Asia Central que han empezado a luchar por la conformación de sus estados nacionales independientes. Este problema es parte de la revolución política que estremeció a la ex Unión Soviética y al este europeo barriendo los regímenes totalitarios stalinistas. Ha resurgido un poderoso movimiento de las nacionalidades y naciones oprimidas acalladas durante décadas por la burocracia.
Teniendo como motor las aspiraciones de los pueblos por su autodeterminación nacional, han estallado una gran cantidad de conflictos, guerras civiles y guerras entre estados obreros, tanto en el territorio de lo que fue la Unión Soviética, como en Europa Oriental. El caso de la exYugoeslavia es el más patético de todos, pero los conflictos van desde Nagorno-Karabaj, Armenia, Osetia, Moldavia, Chechenia, etc., hasta la separación entre checos y eslovacos.
Sin embargo, la izquierda marxista mundial ha respondido confusamente frente a todo el fenómeno de la revolución política, así como a estas manifestaciones del problema nacional. Esta actitud, que podría ser comprensible entre los que, honestamente o no, seguían los lineamientos políticos de los Partidos Comunistas orientados desde Moscú, ha alcanzado también a sectores ubicados fuera de su contorno, incluidas algunas corrientes del trotsquismo.
El silencio y la falta de solidaridad que prevalecen frente a genocidios como los cometidos contra los pueblos de Bosnia o Chechenia, contrasta mucho con lo ocurrido durante las décadas anteriores, en que los movimientos de liberación nacional recibían inmediatamente el apoyo incondicional de la vanguardia obrera y popular de todos los continentes.
Opinamos que en la actitud actual pesan problemas que van desde prejuicios promovidos por la propaganda imperialistas (como el “temor” a los “bárbaros” musulmanes que supuestamente amenazan la “civilización” cristiana occidental), hasta el supuesto carácter “socialista” de la ex Yugoslavia o Rusia, lo que en la mente simplista de muchos convierte en “reaccionario” todo movimiento que atente contra dichos estados.
Si estos prejuicios no son barridos de las mentes de las masas obreras y populares de occidente, las generaciones presentes y futuras estarán condenadas a cargar con nuevos y más sanguinarios conflictos bélicos que asolarán la faz del planeta. Nos parece que es preciso que el marxismo revolucionario reencuentre un método y una política principista para comprender y encarar estos conflictos nacionales.
Esta es la motivación que impulsa estos apuntes, cuyo objetivo consiste en una revisión somera de lo aportado por los clásicos marxistas respecto al problema nacional, a la vez que intentar extraer algunas propuestas metodológicas para encarar el problema en la actualidad. De un análisis empírico posterior, deberá surgir una propuesta más acabada.
MARX Y ENGELS FRENTE AL PROBLEMA NACIONAL
Carlos Marx no aportó una teoría sistemática respecto al problema nacional, al decir de Michael Löwy ([1]). Sus opiniones al respecto se encuentran diseminadas en documentos específicos dedicados esencialmente a Polonia e Irlanda. Al tema también dedicó algunos artículos en la Internacional para combatir el nacionalismo liberal demócrata de Mazzini y el nihilismo nacional de los proudhonistas.
El punto de vista centralmente desarrollado por Marx, desde El Manifiesto Comunista, fue el de la necesaria y posible unidad de todos los obreros del mundo. Dos fueron los ángulos que sustentaron dicho planteamiento (¡Proletarios del mundo, uníos!): demostrar que los obreros en todas partes tienen los mismos intereses de clase y se enfrentan al mismo enemigo, la burguesía; y, por otro lado, que el proletariado durante el proceso de construcción del socialismo debe romper las barreras nacionales para dar un impulso mayor a las fuerzas productivas, tal y como había hecho la burguesía con las barreras feudales.
Según Löwy, Marx y Engels continuaron la tradición del movimiento democrático europeo de apoyo a los esfuerzos polacos por constituir un estado nacional independiente frente a Rusia. Pero el apoyo que ellos prodigaban a Polonia estaba sustentado, más que en un principio general sobre la autodeterminación de las naciones, en el hecho político práctico de que la lucha de liberación de Polonia tendía a debilitar al eje de la reacción europea de aquel tiempo, Rusia. Este mismo criterio, cómo fortalecer la lucha revolucionaria en Europa y debilitar al frente de la contrarrevolución encabezado por Rusia, llevó (como veremos más adelante) a Engels a una opinión negativa respecto a los movimientos nacionalistas de los eslavos de los Balcanes y el este de europeo.
Los escritos sobre Irlanda, redactados en la madurez, permitieron a Marx enunciar algunos principios básicos respecto al problema nacional, que Löwy resume así:
“1. Sólo la liberación nacional de las naciones oprimidas posibilita vencer las divisiones y antagonismos nacionales, y permite a la clase obrera de ambos países unirse contra su común enemigo, los capitalistas; 2. La opresión de otra nación ayuda a reforzar la hegemonía ideológica de la burguesía sobre los trabajadores de la nación opresora: “cualquier nación que oprima a otra, forja sus propias cadenas”; 3. La emancipación de la nación oprimida debilita las bases económicas, políticas, militares, e ideológicas de las clases dominantes en la nación opresora y contribuye a la lucha revolucionaria de la clase obrera de esa nación” ([2]).
Respecto a Engels, Löwy señala que tiene las mismas opiniones que Marx para los casos de Polonia e Irlanda, pero que desarrolla un concepto, tomado de Hegel, de “naciones ahistóricas” y que aplica a los eslavos del sur (checos, croatas, serbios, rumanos, dálmatas, etc.). La utilización de este concepto se da cuando intenta Engels explicar el papel jugado por dichas naciones en la derrota de la revolución de 1848-49, debido a que miles de voluntarios de estas nacionalidades se alistaron en el ejército ruso para combatir la revolución que se desarrollaba en occidente.
Según el criterio de Engels, estos grupos nacionales habían fracasado en conformar un estado nacional propio, convirtiéndose en instrumento de la reacción, en peones en manos del zarismo ruso. Para Löwy, este criterio de Engels no estaba motivado ni por un inflado nacionalismo alemán, ni por un racismo eslavofóbico, sino sobre la consideración del rejuego de fuerzas entre revolución y contrarrevolución en Europa.
Aunque estuviera inspirado en correctas apreciaciones políticas generales, es evidente que Engels se equivocó completamente en su juicio frente a estas supuestas naciones “ahistóricas” que, hoy por hoy, no sólo demuestran tener una historia (y que la siguen haciendo en estos momentos), sino que incluso han llegado a conformar entidades estatales independientes.
EL APORTE DE LENIN FRENTE A LA CUESTION NACIONAL
A nuestro juicio, Lenin es el marxista que mejor supo responder al problema nacional, estableciendo un marco político de principios que le permitió acometer en la práctica la tarea de construir lo que fue ese mosaico de pueblos, la Unión Soviética. Tal vez Lenin logró este cometido porque, como señala Löwy, enfocó el problema destacando el aspecto político del mismo por sobre otros enfoques culturales, sicológicos, etc.
Si bien, tanto en el programa del Partido Bolchevique como en los documentos de la Tercera Internacional han quedado consignados los criterios leninistas, es en un trabajo polémico con Rosa Luxemburgo, titulado Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación ([3]), y publicado en 1914, donde Lenin desarrolla más sistemáticamente una teoría al respecto.
Lenin parte por señalar que la tendencia a la formación de estados nacionales es inherente al propio desarrollo del sistema capitalista:
“En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal… El idioma es el medio esencial de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, que responda al capitalismo moderno…; es, por último, la condición de una estrecha relación del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador” ([4]).
El desarrollo, llamémoslo “mercantil” o industrial, adquirido por los pueblos que hoy protagonizan las gestas nacionales a los que hemos hecho referencia en la introducción (Chechenia, Tayikistán, etc.) debe ser la causa objetiva que impulsa sus pujantes movimientos independentistas.
Esta afirmación no debe extrañar si se considera que hasta hace pocas décadas todavía constituían dichas nacionalidades pueblos fundamentalmente nómadas o campesinos. El desarrollo económico experimentado por la Unión Soviética, y otros estados obreros de los que ellos hacían parte, les permitió avanzar de formas económicas precapitalistas al predominio mercantil, y a una creciente industrialización. Sobre la base del criterio de Lenin, es lógico suponer que dicho desarrollo “mercantil” impulse el deseo de estas naciones semiindustrializadas a la constitución de entes estatales independientes. Sobre todo, si el régimen burocrático stalinista se caracterizó, al igual que el zarismo, por pisotear permanentemente a las minorías étnicas y saquearle sus riquezas.
Al respecto, Lenin más abajo reitera: “…es más, para todo el mundo civilizado, el estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el período capitalista” ([5]).
Sobre la base de este criterio Lenin rebate a Rosa Luxemburgo, la cual, oponiéndose a levantar en el programa del partido la independencia de Polonia, propone mayor autonomía económica sin separación estatal, para preservar la unidad de la clase obrera de todos los pueblos que conforman la Rusia zarista. Lenin señala que cuando se habla de autodeterminación debe entenderse no “autonomía”, sino independencia nacional, es decir, derecho a constituir un estado nacional independiente.
Para Lenin el desmembramiento de Rusia, producto de la separación de las naciones oprimidas, como Polonia, no debe atemorizar a los marxistas, ya que la tendencia histórica no es a conformar estados nacionales “abigarrados”, como lo eran Rusia o el imperio Austro-Húngaro, sino la formación de estados nacionales sobre la base idiomática antes dicha. Y agrega que estas tendencias separatistas son más acusadas en las regiones que tienen un mayor grado de desarrollo industrial que se enfrentan a un centro administrativo atrasado, o precapitalista ([6]).
En segundo lugar, Lenin destaca que el planteamiento del problema nacional está encuadrado históricamente en dos momentos. Por un lado, en Europa occidental, durante el período de ascenso de la sociedad capitalista, la burguesía encabezó importantes procesos revolucionarios que culminaron en la conformación de grandes estados nacionales. Pero que esa fase histórica revolucionaria se encuentra ya superada en occidente a partir de la década de los setenta del siglo pasado.
Sin embargo, el problema nacional ha adquirido nuevo vigor en los pueblos de oriente que, a inicios del siglo veinte, despiertan al desarrollo capitalista y se ven sometidos por el sistema imperialista. Por eso, no es correcto, como pretendía Rosa Luxemburgo, aplicar los mismos criterios de Europa occidental a los pueblos de oriente, en el sentido de desvalorizar el derecho a la conformación del estado nacional con relación a las reivindicaciones propiamente socialistas.
Este criterio leninista está asociado a su consideración de que el nacionalismo de los países imperialistas es reaccionario, y el de los países oprimidos es progresivo (ver cita más adelante). Incluso, al interior de la propia Rusia zarista hay que distinguir el nacionalismo ruso como el enemigo central a combatir, el más nefasto, pues es el nacionalismo de la nación opresora, según establece Lenin a lo largo de estas páginas.
Lenin justifica la inclusión en el programa bolchevique del apartado sobre el derecho a la autodeterminación de las naciones sobre la base de que justamente Rusia zarista y los pueblos sujetos a ella, y que pueblan su periferia, se encuentran viviendo el despertar de la reivindicación nacional ([7]).
Lenin sostiene con claridad que el apoyo a la lucha por la autodeterminación nacional no significa capitularle para nada a la burguesía de las naciones oprimidas, quienes suelen encabezar este tipo de movimientos. El proletariado apoya la lucha nacional por motivos diversos a la burguesía: por la paz nacional (que la burguesía no puede garantizar), por la igualdad de derechos y en interés de una situación más favorable de la lucha de clases ([8]).
En este sentido el proletariado jamás debe otorgar un apoyo incondicional a las direcciones burguesas o pequeñoburguesas del movimiento de liberación nacional, ni a sus pretensiones “nacionalistas” a expensas de otros pueblos:
“En cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más audaces y consecuentes de la opresión. En cuanto la burguesía, de la nación oprimida está por su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con respecto a la tendencia de la nación oprimida hacia los privilegios” ([9]).
Luego de repasar algunas polémicas internas del partido ruso, concluye Lenin en la parte medular de su aporte a este tema: la relación dialéctica entre lucha por la autodeterminación de las naciones y la unidad internacionalista del proletariado. En la que la primera es precondición inseparable de la segunda.
“Semejante estado de cosas plantea ante el proletariado de Rusia una tarea doble, o mejor dicho, bilateral: luchar contra todo nacionalismo y, en primer término, contra el nacionalismo ruso; reconocer no sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general, sino también la igualdad de derechos respecto a la edificación estatal, es decir, el derecho de las naciones a su autodeterminación, a la separación; y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones, propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias, su más íntima fusión en una comunidad internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional.
Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia” ([10]), concluye Lenin.
APUNTES PARA UN PROGRAMA MARXISTA SOBRE
LA CUESTION NACIONAL
En base a la teorización expuesta por los clásicos del marxismo respecto al problema nacional, nos atrevemos a esbozar algunos criterios metodológicos para la confección de un programa que pueda responder a los desafíos que los actuales movimientos nacionalistas representan.
- La lucha por la autodeterminación es progresiva:
¿Cómo se interpretan las luchas nacionales a la luz de esta consideración? El criterio fundamental es analizar el problema nacional en el marco político, es decir, verlo bajo la óptica de la correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución. Es el mismo criterio utilizado por Marx y Engels en el siglo pasado. Por ejemplo, cuando consideraban progresivo el movimiento nacionalista polaco, pues debilitaba al eje de las fuerzas reaccionarias en Europa, que era Rusia; o cuando no veían con buenos ojos las manifestaciones del nacionalismo eslavo en Europa Oriental porque fortalecía a Rusia.
De la misma manera debemos juzgar hoy los movimientos nacionales que se están produciendo a fines del siglo XX, partiendo de que al final de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo, liderizado por Estados Unidos, y la burocracia soviética, se dividieron al mundo en áreas de influencia para su mejor control.
De ahí que, en nuestra opinión son progresivas aquellas luchas nacionales que impulsan la revolución y enfrentan el orden mundial que el imperialismo impone, ya sea directamente o a través de la burocracia de los estados obreros. En este sentido, se debe apoyar los movimientos por la autodeterminación nacional de aquellas nacionalidades que se rebelan contra el orden y la dominación impuestos por el imperialismo y la burocracia.
En cada guerra o conflicto debemos preguntarnos quién representa el orden que el imperialismo quiere y quién va en contra de ese orden.
Esto define que es progresiva la lucha por la autodeterminación de Eslovenia, Croacia, Bosnia, Macedonia y Kosovo contra la dominación serbia, pues el gobierno y la burocracia serbia representan el orden y las fronteras que el imperialismo y la burocracia rusa habían pactado para esa región.
Una investigación empírica fácilmente podría mostrar cómo, a lo largo de la crisis de la ex Yugoslavia, la política imperialista (ONU-OTAN) ha consistido: primero, en no alentar la independencia tratando de que Yugoslavia sobreviviera; cuando la independencia fue inevitable, el imperialismo europeo y yanqui influyó para sacar mejor provecho (por ejemplo, Alemania mostró inclinaciones hacia su antigua semicolonia Croacia), pero siempre evitando el hundimiento completo de Serbia.
Con Bosnia-Herzegovina o Kosovo, por ser musulmanas, la política imperialista ha sido más dura; tratando de que dicho estado nazca lo más endeble que sea posible, como un protectorado controlado directamente por EEUU; impidiéndole armarse; y dejando correr el genocidio, tratando de legitimar su partición.
Por otro lado, el gobierno bosnio ha coqueteado con Estados Unidos, y éste intentará sacar provecho de este posible peón balcánico, frente a una Serbia que aparece como peón de Rusia, por ahora aliada, pero que sigue siendo un enemigo potencial en el futuro. Por eso, Estados Unidos alienta a la ONU a reconocer oficialmente la existencia de Bosnia y Kosovo, pero como protectorados suyos. Es que Estados Unidos, y sus aliados de Europa Occidental, temen más la posibilidad del fortalecimiento del nacionalismo de una nación musulmana en Europa, que al nacionalismo ruso y paneslavista.
Dependiendo del papel que juegue un conflicto determinado en la lucha de clases mundial, es lo que define si es progresivo o no. Es decir, si liquida el orden mundial imperialista.
Sobre la base de ese criterio, consideramos que es progresivo que los países bálticos, Georgia, Moldavia, Azerbaiján, Chechenia, luchen por su autodeterminación frente a la dominación y opresión rusa ejercida durante décadas por la burocracia del Kremlin. La burocracia del Kremlin, las fronteras y el orden impuestos por ella en la ex URSS, representan el interés y el orden que el imperialismo y la contrarrevolución pactaron.
Por supuesto, no hay que perder de vista el rejuego de fuerzas entre las potencias, y la forma como Estados Unidos intenta usar a su favor esas contradicciones para ganar influencia allí donde antes la tenía Rusia. El caso más claro hoy día es del Georgia.
En Georgia la única forma de entender el problema es usando la dialéctica: por un lado, como nación oprimida que fue de Rusia (y por extensión de la URSS) tiene el derecho democrático a la autodeterminación, incluso a reclamar la soberanía sobre su territorio, incluida Osetia del Sur; pero, por otro lado, su gobierno se ha convertido en títere de otra potencia, EEUU, y juega a su carta con métodos genocidas.
Por ello, a la vez que se defiende su derecho a la autodeterminación frente a Rusia hay que condenar la salvaje agresión contra Osetia del Sur y su población civil, que deslegitima su reclamo histórico y ha hecho casi imposible la integración nacional de esa población en Georgia, al menos por un largo período.
La lucha de las nacionalidades oprimidas es progresiva y revolucionaria cuando liquida el orden mundial imperialista, al igual que lo fue la lucha por la independencia de los países coloniales de Asia y África después de la II Guerra Mundial.
Si la lucha por la autodeterminación de estas naciones no ha estado asociada a reivindicaciones socialistas y, por el contrario, estuvo acompañada de ilusiones de las masas en la economía de mercado, esto se comprende porque en la primera fase de todo proceso revolucionario contra el totalitarismo, las reivindicaciones democráticas ocupan el centro de las demandas de las masas. La lucha por la autodeterminación nacional constituye una reivindicación democrática por excelencia.
- El nacionalismo de los ENCLAVES sí es reaccionario:
Este criterio leninista también sirve para definir nuestra posición frente a los movimientos “nacionales” impulsados por la burocracia gran serbia o rusa y de sus minorías dentro de naciones oprimidas. Estas “minorías” dentro de las naciones oprimidas, que representan a la nacionalidad que ha sido opresora dentro del conjunto del estado o país, equivale o se asemeja a las poblaciones de los llamados enclaves que los países imperialistas tienen sobre países y territorios dominados. Por ejemplo, los habitantes de la ex Zona del Canal de Panamá (llamados zonians), o los de las islas Malvinas en Argentina.
Su “nacionalismo”, en términos generales, NO es progresivo sino reaccionario, porque representa los intereses de la nación opresora. Casi siempre este “nacionalismo” sale a relucir cuando la nación oprimida empieza a luchar por su autodeterminación. Por ejemplo, en Panamá los “zonians” estuvieron muy activos en los años 60, cuando las luchas nacionalistas panameñas adquirieron beligerancia. En general, la nación opresora promueve que esa minoría, que habita el enclave, reclame sus “derechos” (a la separación) para justificar su intervención y frustrar o recortar todo lo posible la autodeterminación del país o nación que ha empezado a luchar.
Este criterio se aplica a las minorías serbias dentro de Croacia, Bosnia o Kosovo. Su nacionalismo es reaccionario, porque es correa de transmisión de los intereses de la burocracia serbia, e intenta bloquear las aspiraciones nacionales de croatas y bosnios. En el mismo sentido, la minoría rusa de Pridnisestrovia, en Moldavia, parece ser un movimiento reaccionario que intenta mediatizar las aspiraciones de autodeterminación de los moldavos, verdadera minoría con relación al estado opresor que representa la ex Unión Soviética, hegemonizada por Rusia.
Sobre Osetia del Sur y Georgia es lo mismo al igual que en Crimea, territorio legítimamente ucraniano y que ahora Rusia intenta anexionar.
Inclusive, algunos de estos territorios en que viven poblaciones rusas dentro de otras repúblicas fueron conscientemente conformados como enclaves por parte de Stalin y la burocracia, para garantizar su control sobre aquellas nacionalidades. En otros casos fueron producto de desplazamientos en masa, hechos como castigo por algún “pecado” político.
En fin, en cada caso debemos preguntarnos si el movimiento nacional representa los deseos legítimos por la autodeterminación de un pueblo, hasta ahora oprimido, o si se trata de una acción impulsada por la nación opresora, apoyándose en un enclave de su propia nacionalidad, para mediatizar la autodeterminación de otro pueblo. Es decisivo determinar con claridad meridiana cuál lucha apunta en el sentido de la revolución contra el orden imperialista, y cuál apunta a favor de la contrarrevolución.
- Contra de la política de “limpieza étnica”, ¡derechos iguales para todos!
Desde el punto de vista de la política marxista, no es permisible que una nación oprimida por décadas o siglos repita los métodos genocidas que ha sufrido, como si fuera una especie de “venganza” histórica, contra otros pueblos, aunque se trate de bolsones de población perteneciente a la antigua nación opresora.
Sobre la base del reconocimiento del estado nacional emergente, constituido por la otrora nacionalidad oprimida, los marxistas revolucionarios debemos estar a favor de que se otorguen todos los derechos democráticos y políticos a todos los habitantes de un estado o país, sin excepción, y sin importar su origen nacional, idioma, raza, religión o costumbres.
Es más, como parte de la política por garantizar la lucha victoriosa por la autodeterminación nacional de las naciones oprimidas, hay que incorporar las reivindicaciones del sector nacional que representa a la nación opresora, de manera que se interponga una cuña política entre los derechos democráticos de los habitantes del enclave y los intereses de la nación opresora, la burocracia y el imperialismo.
Debe respetarse el derecho a la vida, a la vivienda, al trabajo y los derechos políticos de la “minoría” rusa en los países bálticos, Moldavia o Georgia, con la misma fuerza con que llamamos a respetar el derecho a la autodeterminación nacional de los Países Bálticos, Moldavia o Georgia.
Igual para Bosnia y Kosovo. Nos oponemos a los intentos secesionistas de los serbios de Kosovo y Bosnia, pero también hay que repudiar el desplazamiento forzado de la población serbia de Croacia, que la dirección nacionalista de ese país ha implementado.
- ¿En qué momento el derecho a la autodeterminación coincide con el derecho a la independencia?
Como dice N. Moreno: “… defendemos toda nacionalidad oprimida de la explotación del imperialismo y del capitalismo nacional. Consideramos la existencia de todo estado nacional como un gran progreso histórico y no queremos retroceder a la balcanización de los actuales estados nacionales, a su división en múltiples estados nacionales liliputienses de cada nacionalidad oprimida. Nuestra política estratégica es lograr la unidad del proletariado español y su independencia política, para que enfrente a la burguesía… Esa es la política de Lenin en la Rusia de los zares. Luchaba por el derecho a la autodeterminación nacional, pero supeditaba la lucha por este derecho a la unidad de todo el proletariado de Rusia” ([13]).
Para el marxismo revolucionario la política estratégica es lograr la unidad del proletariado, al margen de su nacionalidad, para que enfrente al opresor, imperialista o burocrático (como es el caso de Europa del Este ahora). El marxismo jamás pretende incentivar la desconfianza entre los trabajadores de una nacionalidad frente a los de otra. Por el contrario, nuestra política consiste en explicarles que su enemigo es el mismo, el imperialismo y la burocracia, y que debe luchar unido para derrotarlos.
Esto se concreta cuando se le dice al obrero serbio que su gran enemigo es su propio gobierno, y que debe voltear sus armas contra él. Y cuando se le dice a los croatas y a los bosnios que deben desconfiar de sus propios gobiernos “nacionalistas”. Cuando se señala que el enemigo principal, de TODOS, es la intervención imperialista de la ONU.
En última instancia, la política marxista consiste en explicarle a todos los trabajadores del mundo que hay que unirse para luchar contra el enemigo común: el imperialismo. Este es un punto cardinal, sin el cual se acabaría capitulándole a las direcciones burguesas y pequeñoburguesas nacionalistas, y en los hechos ayudaría al divisionismo de los trabajadores.
Ahora bien, Moreno agregó: “En circunstancias excepcionales, por ejemplo, si hay un gran movimiento de masas que lucha por la independencia, apoyamos críticamente esa lucha de masas, como apoyamos críticamente toda movilización de masas contra los explotadores, la burguesía y el estado opresor. Pero críticamente significa que ni bien derrotemos al poder central continuaremos en la lucha sistemática por la unidad del proletariado de esos países planteando la Federación Estadual” ([14]).
La tradición del marxismo revolucionario plantea que la política estratégica no es la balcanización del proletariado, sino su unidad para enfrentar al mismo enemigo; pero que, así mismo, no vacilamos en apoyar un movimiento independentista cuando éste es un movimiento de masas, cuando se ha tornado una reivindicación por la que luchan millones de personas. En este caso, hay que apoyar la lucha por la independencia, aunque fraccione el estado nacional original. Pero nuestro apoyo es crítico porque una vez alcanzada la independencia, seguimos luchando por la unidad del proletariado bajo la consigna de “federación de estados obreros”.
El problema en la ex Unión Soviética y la ex Yugoslavia, es que, producto de la opresión y la explotación que por décadas ejerció la burocracia contra las nacionalidades oprimidas, ha estallado, como parte de la revolución política, un poderoso movimiento por la autodeterminación nacional que, en algunos lados, no en todos, se expresa como un movimiento por la independencia. Este es el caso evidente de Eslovenia, Croacia y Bosnia en la ex Yugoeslavia, y de Chechenia y otras nacionalidades en la ex Unión Soviética.
Allí donde la lucha por la independencia se haya tornado una consigna que moviliza a las masas, sobre todo si la movilización toma la forma de una guerra, debe ser apoyada. Este es el sentido algebraico que Moreno da a la lucha por la autodeterminación. “El derecho a la autodeterminación nacional es una consigna algebraica que se llena de distintos contenidos de acuerdo al proceso de la lucha de clases dentro del estado nacional” ([15]).
Cuando un pueblo se ha decidido a luchar por su independencia es un deber de los revolucionarios apoyarlo sin lugar a dudas. De no apoyar esta lucha, puede crearse la confusión entre las masas oprimidas respecto a la política de los revolucionarios, que pueden interpretar como un apoyo solapado o abierto a sus opresores. Y eso restaría credibilidad para poder explicar después por qué debemos unirnos todos los pueblos contra el imperialismo y la opresión nacional.
El socialismo sólo puede edificarse bajo relaciones de igualdad y cooperación entre pueblos libres, sin ningún vestigio de opresión. Sólo sobre la base de la más plena igualdad real, y no sólo formal, es posible construir la unidad de la clase obrera internacional. Esto lo comprendió y puso en práctica Lenin, artífice del mosaico de pueblos que fue la Unión Soviética.
Al respecto, Lenin dice en 1922, criticando la actuación de Stalin y Dzerzinski en Georgia: “¿Qué es importante para el proletario? Para el proletario es no sólo importante, sino una necesidad esencial, gozar, en la lucha proletaria de clase, del máximo de confianza por parte de los componentes de otras nacionalidades. ¿Qué hace falta para eso? Para eso hace falta algo más que la igualdad formal. Para eso hace falta compensar de una manera u otra, con su trato o con concesiones a las otras nacionalidades, la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante” ([16]).
Y agrega más adelante, obviamente refiriéndose a Stalin: “Ese georgiano que desdeña este aspecto del problema, que lanza desdeñosamente acusaciones de “social-nacionalismo“ (…), ese georgiano lastima, en esencia, los intereses de la solidaridad proletaria de clase, porque nada retarda tanto el desarrollo y la consolidación de esta solidaridad como la injusticia en el terreno nacional, y para nada son tan sensibles los “ofendidos” componentes de una nacionalidad como para el sentimiento de la igualdad y el menoscabo de esa igualdad por sus camaradas proletarios, aunque lo hagan por negligencia, aunque la cosa parezca una broma” ([17]).
Lenin llega a sugerir que era preferible mantener la Unión Soviética tan sólo en el plano militar y diplomático, otorgando plena autonomía a los gobiernos nacionales, a que se pusiera en duda la honestidad con que los comunistas respetaban los derechos de las naciones oprimidas. Enfatiza que la menor duda al respecto sería lo peor para la URSS y la Internacional Comunista ([18]).
- La consigna estratégica es por la unidad de la clase obrera: FEDERACION DE REPUBLICAS SOCIALISTAS DEL MUNDO.
¿Cómo debemos entender esta combinación? ¿Estamos por el derecho a la independencia de Bosnia y Croacia o no? ¿Es que se le debe imponer condiciones a esos pueblos para apoyar su independencia? ¿Diluimos nuestro apoyo a la independencia con el llamado a formar una federación?
En esto, como en toda política, hay dos errores que no se deben cometer. Uno es el error oportunista, de llamar a apoyar el derecho a la independencia y punto, con lo que se acaba apoyando a la política de las direcciones nacionalistas burguesas, pequeñoburguesas y burocráticas. El otro, es el error sectario, que diluye la lucha concreta de independencia en la consigna general, de la necesidad de la necesidad de hacer una Federación de Repúblicas Socialistas. Ambos errores son igualmente graves y nefastos.
La política marxista revolucionaria es una combinación, que parte por el apoyo consecuente y sin precondiciones a la lucha por la autodeterminación y por la independencia, allí donde esté planteada por las masas; pero no se queda allí, sino que le explica a esas masas independentistas que los trabajadores de la nacionalidad opresora, aunque no lo sepan, son nuestros aliados naturales, pues su enemigo es el mismo que el nuestro.
Por supuesto, en una guerra como la de Bosnia y Croacia la agitación parte por la lucha por la autodeterminación, por la independencia. La propuesta de unidad con los trabajadores de la nacionalidad opresora tiene un sentido más propagandístico, de explicación, hasta que se concrete la autodeterminación nacional. Este segundo aspecto de la política se tornará más agitativo si se logran producir fisuras en la nación opresora, cuando algún sector de trabajadores de la nación opresora decide enfrentar a su propio gobierno. En ese momento, las propuestas de unidad obrera de ambas nacionalidades, para enfrentar a la burocracia o a la burguesía, se tornarán más concretas y agitativas.
En este problema de la autodeterminación-independencia, en relación con la propuesta de unidad-federación de estados obreros, existe una relación parecida con los reclamos de un sector del campesinado por una reforma agraria que le entregue la tierra en forma de pequeñas parcelas. La parcelización de la tierra no es la propuesta marxista. No estamos por el retroceso tecnológico que implica dividir toda la tierra en pequeñas parcelas. La propuesta que apunta al socialismo, en un sentido histórico, es la nacionalización de la tierra y la promoción de grandes cooperativas o agroindustrias de trabajo colectivo.
Pero sería completamente estúpido oponerse a los reclamos campesinos por la tierra en nombre una futura producción colectiva de la misma. Siempre partimos por apoyar incondicionalmente los reclamos campesinos, sobre todo si se da en un proceso de luchas o una revolución agraria. En el marco de ese apoyo explicamos, hacemos propaganda, sobre los avances en la producción que representa el trabajo colectivo de la tierra. La lucha del pequeño campesino por la tierra es una lucha contra los grandes terratenientes y propietarios capitalistas, es una lucha revolucionaria que debilita a la burguesía y va en favor de la revolución socialista. Así se haga sobre la base de las ilusiones reaccionarias del pequeño campesino. Y la única manera de que el proletariado pueda unificar sus reivindicaciones con el campesinado, parte por el apoyo incondicional a su lucha por la tierra contra el terrateniente.
Igual sucede con las naciones que luchan por su independencia. Pese a que en un sentido histórico el fraccionamiento en pequeños países es retrógrado, en el sentido de la lucha de clases actual es tremendamente progresivo y revolucionario, porque atenta contra el orden y las fronteras que el imperialismo y la burocracia han impuesto.
El marxismo revolucionario debe explicar y convencer a las nacionalidades oprimidas de que deben unirse para poder vencer y avanzar a una sociedad superior que satisfaga sus necesidades, inclusive con los trabajadores de la nación opresora; y a la inversa, explicar a los obreros de la nación opresora que deben apoyar y unirse a las nacionalidades oprimidas, sin quieren liberarse de la explotación.
La política revolucionaria es, pues, una combinación de dos elementos, la autodeterminación (o el derecho a la independencia, cuando la lucha de clases así lo haya colocado) y la necesidad de la unidad de los trabajadores, ya sea bajo un mismo estado o en una federación de estados obreros. La propuesta de unidad tiene como base la más absoluta igualdad y los mismos derechos entre los trabajadores y pueblos de diversas nacionalidades. La unión o federación es una unión que los pueblos deciden libremente, por ende, tiene como base la más plena autodeterminación de cada pueblo.
No puede faltar ninguno de los dos elementos. En esto, como en todo, no se trata de levantar por un lado un “programa mínimo” y por el otro el “máximo”. Hay que aplicar el método propuesto por Trotsky en El Programa de Transición ([20]), que parte de las aspiraciones inmediatas de las masas (autodeterminación o independencia) para llevarlas a la conclusión de que deben hacer la revolución socialista internacional, derrotando al imperialismo, la burguesía y la burocracia, e instaurar el socialismo en todo el mundo. Para ese objetivo estratégico es imprescindible la unidad de todos los trabajadores y pueblos del mundo. Es una unidad política, para luchar contra la explotación y la opresión; pero también deberá ser, una vez vencidas las clases opresoras en un país, región y el mundo, una unidad productiva, si es que queremos que la humanidad llegue a vivir en la abundancia.
BIBLIOGRAFIA
,Lenin, V. I. “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”. En Obras escogidas, Tomo I.
Lenin, V. I.”Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Obras Escogidas, Tomo III. Ed. Progreso.
Lowy, Michael. “Los marxistas y la cuestión nacional”. En revista Ideología y sociedad, Nº 20. Bogotá. enero-marzo de 1977.
Moreno, Nahuel. Actualización del Programa de Transición. Caracteres Editores Ltda. Bogotá, 1990.
Trotsky, León. El Programa de Transición para la Revolución Socialista. Ediciones Crux. La Paz, Bolivia. s/f.
[1] [1]. Lowy, Michael. “Los marxistas y la cuestión nacional“. En revista Ideología y sociedad, Nº 20. Bogotá. enero-marzo de 1977.
[2] [2]. Ibidem, pág. 11.
[3] [3]. Lenin, V. I. “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación“. En Obras escogidas, Tomo I. Páginas 615 a 669.
[4] [4]. Ibidem, pág. 618.
[5] [5]. Loc. cit.
[6] [6]. Ibidem, pág. 624 -625.
[7] [7]. Ibid., pp 627 – 628.
[8] [8]. Ibid., pág. 630.
[9] [9]. Ibid., pág. 631. Subrayado OB.
[10] [10]. Ibid., pág. 669.
[11] [11]. Moreno, Nahuel. Actualización del Programa de Transición. Caracteres Editores Ltda. Bogotá, 1990. Pág. 4
[12] [12]. Lenin, V. I. “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Obras Escogidas, Tomo III. Ed. Progreso. Pág. 769.
[13] [13]. Moreno, N. Op. Cit. pág. 115.
[14] [14]. Loc. cit, subrayado OB.
[15] [15]. Ibidem, pág. 114.
[16]. Lenin, V. I. “Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la “autonomización””. Op. cit., pág. 770.
[17] Loc. cit.
[18] Ibidem, pp 774 – 773.
[19]N. Moreno. Actualización… Op. cit., pág. 116, subr. OB
[20] [20]. Trotsky, León. El Programa de Transición para la Revolución Socialista. Ediciones Crux. La Paz, Bolivia. s/f.
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