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‘¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!’
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Juan Manuel Olarieta
En el mundo hay poblaciones que están condenadas a no ser conocidas porque nos referimos a la humanidad como si toda ella no fuera más que este occidente “civilizado”, una parte insignificante. Lo que no ocurre aquí, no ocurre, no existe.
También hay poblaciones que necesitan ser masacradas para ser conocidas, con muchas dificultades, como Armenia o Ruanda. En el país africano asesinaron a 800.000 personas y nosotros llenos de “humanidad”, muy pocas veces lo recordamos. Eso es lo que a cada paso nos permite llenarnos la boca con frases altisonantes, como “genocidio”, en cuanto mueren unas pocas personas (siempre muy cercanas a nosotros mismos).
Ocultamos las grandes matanzas detrás de la fraseología y con ellas ocultamos a los pueblos que las padecen. Eso en plena era de viralidad, cuando -según dicen- hay mucha “información” circulando muy velozmente. Nada más lejos de la verdad. Occidente, es decir, “la humanidad”, nunca ha sido más analfabeta que ahora y el analfabetismo es la plaga más contagiosa que existe.
En los seis años de guerra en Siria no se han conocido matanzas como las que en época de paz están padeciendo los rohigyas en Myanmar (Birmania), donde los desplazados suman unos 300.000. Nos preocupa mucho más “el problema” por antonomasia del mundo: Corea del norte y sus misiles. ¿Cuántas personas han muerto a causa de los misiles que lanza Pyongyang?
Algunos gobiernos estúpidos, como los de Perú o México, han roto relaciones diplomáticas con Corea del norte a causa del lanzamiento de misiles, pero ¿por qué no han hecho lo propio con el de Myanmar?
Dado el desgaste de palabras, como “genocidio”, el año pasado la ONU calificó las matanzas de rohingyas como un “crimen contra la humanidad”, que es otro vocablo en auge para los amantes de las sensaciones fuertes que no apartan sus manos del teclado del ordenador.
El canal Al-Yazira, preocupado porque los rohingyas son correligionarios, asegura que el ejército birmano no se ha detenido en asesinar a los recién nacidos, como Herodes en las narraciones bíblicas. La soldadesca tiene orden de matar a todo el que no se largue de sus casas.
El llamamiento desesperado del Primer Ministro bengalí para que alguien frene el río de sangre no ha llegado a ninguna pantalla de televisión.
El gobierno de Myanmar tiene carta blanca para matar porque está dirigido por alguien impecable, Aung San Suu Kyi, la Premio Nobel de la Paz de 1991 cuya imagen las grandes cadenas no pueden ensuciar sin ensuciar el Premio mismo y todos los Premios habidos y por haber, como el Sajarov, otorgado por el Parlamento Europeo en 1990 que, hay que recordarlo, es un Premio a la Libertad de Pensamiento.
Los repugnantes gobiernos de la Unión Europea siempre están por encima de cualquier sospecha, aunque sostengan las matanzas del gobierno birmano. Por eso condecoran el genocidio, la limpieza étnica, los crímenes contra la humanidad, las matanzas, las decapitaciones, las violaciones, las torturas y los saqueos.
Los rohingyas han tenido muy mala suerte porque Myanmar tampoco es Venezuela; los medios nunca van a hacer del país asiático la diana de su baboseo y sus tertulias. Allá el budismo es la religión oficial. Incluso China está ocultando las matanzas.
Por eso el gobierno de la Sra. Premio Nóbel de la Paz se permite el lujo de impedir el acceso de la prensa al Estado de Rajin, el lugar de los hechos, e incluso a los delegados de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Hay muy poca información y lo que se conoce es gracias al testimonio de quienes han logrado escapar de la muerte.
A través de satélites espaciales, algunas ONG han observado los incendios y las devastaciones que ha llevado a cabo el ejército en las aldeas rohingyas del norte. Los refugiados cuentan que el ejército, la policía y milicias budistas llegan a las aldenas rohingyas, encierran a la población en recintos improvisadas de bambú y les prenden fuego.
En el siglo XIII un cruzado cristiano que estuvo en la batalla de las Navas de Tolosa, Arnaldo Almaric, dijo aquello de “¡Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius!” (¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!) Lo que importa no son los inocentes, los daños colaterales. Ni siquiera importa lo que ocurra en este mundo sino el Más Allá.
Es algo común a los cristianos, los islamistas y los budistas. Gracias a dios, eso les permite matar impunemente a todos, incluidos a los suyos. Les hacen un favor llevándolos al Nirvana, o al paraíso.
En el mundo hay poblaciones que están condenadas a no ser conocidas porque nos referimos a la humanidad como si toda ella no fuera más que este occidente “civilizado”, una parte insignificante. Lo que no ocurre aquí, no ocurre, no existe.
También hay poblaciones que necesitan ser masacradas para ser conocidas, con muchas dificultades, como Armenia o Ruanda. En el país africano asesinaron a 800.000 personas y nosotros llenos de “humanidad”, muy pocas veces lo recordamos. Eso es lo que a cada paso nos permite llenarnos la boca con frases altisonantes, como “genocidio”, en cuanto mueren unas pocas personas (siempre muy cercanas a nosotros mismos).
Ocultamos las grandes matanzas detrás de la fraseología y con ellas ocultamos a los pueblos que las padecen. Eso en plena era de viralidad, cuando -según dicen- hay mucha “información” circulando muy velozmente. Nada más lejos de la verdad. Occidente, es decir, “la humanidad”, nunca ha sido más analfabeta que ahora y el analfabetismo es la plaga más contagiosa que existe.
En los seis años de guerra en Siria no se han conocido matanzas como las que en época de paz están padeciendo los rohigyas en Myanmar (Birmania), donde los desplazados suman unos 300.000. Nos preocupa mucho más “el problema” por antonomasia del mundo: Corea del norte y sus misiles. ¿Cuántas personas han muerto a causa de los misiles que lanza Pyongyang?
Algunos gobiernos estúpidos, como los de Perú o México, han roto relaciones diplomáticas con Corea del norte a causa del lanzamiento de misiles, pero ¿por qué no han hecho lo propio con el de Myanmar?
Dado el desgaste de palabras, como “genocidio”, el año pasado la ONU calificó las matanzas de rohingyas como un “crimen contra la humanidad”, que es otro vocablo en auge para los amantes de las sensaciones fuertes que no apartan sus manos del teclado del ordenador.
El canal Al-Yazira, preocupado porque los rohingyas son correligionarios, asegura que el ejército birmano no se ha detenido en asesinar a los recién nacidos, como Herodes en las narraciones bíblicas. La soldadesca tiene orden de matar a todo el que no se largue de sus casas.
El llamamiento desesperado del Primer Ministro bengalí para que alguien frene el río de sangre no ha llegado a ninguna pantalla de televisión.
El gobierno de Myanmar tiene carta blanca para matar porque está dirigido por alguien impecable, Aung San Suu Kyi, la Premio Nobel de la Paz de 1991 cuya imagen las grandes cadenas no pueden ensuciar sin ensuciar el Premio mismo y todos los Premios habidos y por haber, como el Sajarov, otorgado por el Parlamento Europeo en 1990 que, hay que recordarlo, es un Premio a la Libertad de Pensamiento.
Los repugnantes gobiernos de la Unión Europea siempre están por encima de cualquier sospecha, aunque sostengan las matanzas del gobierno birmano. Por eso condecoran el genocidio, la limpieza étnica, los crímenes contra la humanidad, las matanzas, las decapitaciones, las violaciones, las torturas y los saqueos.
Los rohingyas han tenido muy mala suerte porque Myanmar tampoco es Venezuela; los medios nunca van a hacer del país asiático la diana de su baboseo y sus tertulias. Allá el budismo es la religión oficial. Incluso China está ocultando las matanzas.
Por eso el gobierno de la Sra. Premio Nóbel de la Paz se permite el lujo de impedir el acceso de la prensa al Estado de Rajin, el lugar de los hechos, e incluso a los delegados de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Hay muy poca información y lo que se conoce es gracias al testimonio de quienes han logrado escapar de la muerte.
A través de satélites espaciales, algunas ONG han observado los incendios y las devastaciones que ha llevado a cabo el ejército en las aldeas rohingyas del norte. Los refugiados cuentan que el ejército, la policía y milicias budistas llegan a las aldenas rohingyas, encierran a la población en recintos improvisadas de bambú y les prenden fuego.
En el siglo XIII un cruzado cristiano que estuvo en la batalla de las Navas de Tolosa, Arnaldo Almaric, dijo aquello de “¡Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius!” (¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!) Lo que importa no son los inocentes, los daños colaterales. Ni siquiera importa lo que ocurra en este mundo sino el Más Allá.
Es algo común a los cristianos, los islamistas y los budistas. Gracias a dios, eso les permite matar impunemente a todos, incluidos a los suyos. Les hacen un favor llevándolos al Nirvana, o al paraíso.
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