miércoles, 11 de octubre de 2017
El círculo cercano de Stalin
Stalin fue
un objetivo para tratar de desprestigiar los muchos logros de la URSS. Y
de ello se encargó, en buena medida, el mediocre, envidioso y vendido,
Kruschef. Stalin fue un estadista de primera linea. Instruido,
informado, intuitivo.Hizo una revolución cultural impresionante: llenó
de escuelas, academias, universidades, centros de estudio, bibliotecas,
teatros, ballets, todo el territorio. Persiguió con saña la corrupción,
situó a la aviación soviética en primera línea y convrtió la URSS en una
gran potencia industrial. Y ganó la Segunda Guerra Mundial, por más que
los gringos se atribuyeran el triunfo. La URSS puso 27 millones de
muertos, entre ellos Jakov, un hijo del propio Stalin. (Ojos para la
paz)
El círculo cercano de Stalin. Entrevista a Antonio Fernández Ortiz
Ensayista,
novelista, Antonio Fernández vive habitualmente en Moscú, sin perder en
ningún momento su contacto con España, que visita frecuentemente. Antes
de su último libro, ¡Vive y lucha! Stalin a través de su círculo
cercano, había publicado Chechenia versus Rusia y la novela Memorias de
Espartania, centrada en acontecimientos de la guerra civil española.
—Últimamente
se han publicado varios libros sobre Stalin, entre ellos el tuyo. ¿A
qué crees que ha de atribuirse este renovado interés?
—Stalin
sigue siendo el personaje central alrededor del cual gira la historia de
la Unión Soviética. Los principales ataques a la URSS se han hecho
durante décadas a través de la figura de Stalin. A nadie escapa que el
ataque más virulento y el que más afectó al personaje fue el informe de
Nikita Jruschov en el XX Congreso del PCUS. Por un lado, legitimó parte
de las criticas y acusaciones que ya se le hacían desde los años treinta
del siglo XX, principalmente por lo que vino en llamarse trotskismo, y
por otro sirvió de base para una nueva oleada de críticas y condenas,
que con mayor o menor intensidad, se prolongan hasta la actualidad.
Fuera de la URSS y de Rusia la crítica a Stalin ha sido una constante
desde los años 50 de siglo XX y cualquier historiador o “sovietólogo”
que se preciara debía incluir en su trabajo una dura condena al
personaje.
—¿Y en la URSS?
—En la
URSS, a finales de los 60, durante la década de los 70 y a principios de
los 80, Stalin fue a parar a un limbo histórico. Más allá del minúsculo
fenómeno de los disidentes, pocos eran los que recurrían a su figura
para criticar a la URSS. Esa tendencia se invirtió durante la
Perestroika. En aquellos años se aplicó una elaborada campaña de
desmantelamiento de la memoria histórica de la Unión Soviética y de
Rusia. Fueron elegidos para su destrucción, de forma muy acertada, los
elementos básicos sobre los que se soportaba esa memoria histórica, y la
figura de Stalin resultó ser uno de esos soportes fundamentales. Se
recurrió entonces a una condena absoluta de Stalin para desacreditar a
la URSS y “clavar el último clavo en el ataúd del comunismo”, tal como
se expresaban los arquitectos de la Perestroika. Durante décadas
prácticamente no ha existido debate, sino una gran avalancha de
opiniones y publicaciones que mostraban al personaje desde un único
punto de vista. Tanta insistencia en la condena de Stalin ha resultado
finalmente contraproducente para sus enemigos, ya que le ha hecho estar
permanentemente de actualidad. A modo de espíritu de la historia, al que
no se le ha dejado descansar en paz. Los continuados intentos de cerrar
en falso el debate sobre el papel de Stalin en la historia soviética no
han terminado de cuajar, y ahora, pasados ya bastantes años desde la
derrota de la URSS, es lógico que se vuelva sobre él sin la presión que
supuso la Perestroika y la caída de la Unión Soviética. Además, ahora se
dispone de una gran cantidad de materiales de archivo, de memorias y
testimonios de la época que permiten trabajar con mayor distanciamiento
del personaje y del debate político de coyuntura.
—Algunos
trabajos, como el de Domenico Losurdo y en cierto modo el tuyo propio
tratan de contextualizar las decisiones de Stalin, poniendo de
manifiesto las complejidades del momento. Sin embargo, ello no parece
suficiente para exonerarle de graves responsabilidades en la eliminación
física de tantas personas, comunistas y no comunistas.
—En mi
caso, el objetivo de mis trabajos no es exonerar a Stalin, sino conocer y
entender la historia de la URSS. Stalin y lo que ha venido en
denominarse estalinismo son sólo una parte más de esa historia. Incluso
se puede afirmar que, en el contexto de la historia soviética, el
llamado estalinismo es algo secundario. No obstante, es evidente que
precisamente esa parte de la historia soviética es la que más se ha
sobredimensionado y manipulado. Si hablamos de contextualizar, no
podemos referirnos sólo a entender el contexto histórico internacional y
las presiones a las que estaba sometida la URSS por parte de las
potencias occidentales y Japón. Habremos de contextualizar también la
vida interna de la URSS hasta en sus aspectos más cotidianos. Tendremos
que hablar entonces de aspectos bastante desagradables que superan la
percepción romántica de la revolución y tendremos que enfrentarnos con
el factor humano en todas sus dimensiones, en especial con aquellos
componentes violentos de la naturaleza humana que tan bien nos muestra
Dostoievski en su obra literaria.
—En cualquier caso, estamos ante centenares de miles de muertos, muchos de ellos viejos compañeros de luchas...
—Se ha
escrito mucho sobre las represiones de Stalin, pero muy poco sabemos de
lo que en realidad se esconde detrás de ese trágico capítulo de la
historia soviética. Si hablamos de las cifras, las tenemos para todos
los gustos. Por ejemplo, S. Cohen habló en su día de nueve millones de
reclusos en el año 1939. A. V. Antonov-Ovseenko dijo que desde el año
1935 hasta el año 1941 fueron represaliadas 19.840.000 personas, de las
cuales siete millones fueron fusiladas. Roi Medvedev lanzó la cifra de
40 millones de personas represaliadas, incluyendo la colectivización, su
secuela de hambre y las deportaciones étnicas. O. A. Platonov afirmó
que entre los años 1918 a 1955, en los campos de reclusión murieron 48
millones de personas. V. A. Chalikova dijo que entre los años 1937 y
1950 por los campos de trabajo pasaron más de 100 millones de personas,
de las que murieron 10 millones. El colofón fue puesto por el Premio
Nobel de Literatura Alexander Isaevich Solzhenitsin quien en un programa
de José María Íñigo en Televisión Española en 1976 dijo que el número
de muertos como consecuencia del sistema soviético fue de 110 millones.
Sin
embargo, si estudiamos a fondo los distintos trabajos de investigadores
serios que han pasado largos años investigando en los archivos
soviéticos, vemos que todas esas cifras no tiene nada que ver con lo
realmente ocurrido durante aquellos años. Víctor Zemskov, quien a todas
luces es el investigador más serio, nos dice que la cantidad total de
personas condenadas a la máxima pena (muerte) en la URSS por delitos
contra la revolución y otros delitos especialmente peligrosos durante el
periodo comprendido entre los años 1921 a 1953 fue de 799.455. También
nos dice este autor que la mayor parte de las condenas a la pena capital
se concentran en dos años. El año 1937 con 353.074 personas y el año
1938 con 328.618 personas. Por contraste, los años anteriores y
posteriores ofrecen unas cifras muy diferentes. Así en el año 1936
fueron condenadas 1.118 personas. En el año 1939, 2.552 personas, y en
el año 1940, 1.649 personas. Es decir en dos años fueron condenadas y
ejecutadas 681.692 personas, lo que supone el 85,27% de todas las
condenas a muerte del periodo comprendido entre los años 1921 a 1953.
Con estas
cifras ya tenemos una idea más aproximada de la envergadura de la
tragedia en cuanto a su coste en vidas humanas, y también vemos que algo
extraordinario ocurrió en aquellos dos años.
—Todos estos muertos, ¿fueron consecuencia de la voluntad de Stalin? ¿Fueron víctimas de Stalin?
—Evidentemente
no. En lo ocurrido durante aquellos años se superponen varios
conflictos. Por un lado la lucha contra la delincuencia en sus
diferentes manifestaciones, en especial la corrupción, los delitos
económicos y el crimen organizado. La mayoría de esos delitos, que
podríamos considerar comunes, eran considerados en la URSS de aquellos
años como delitos contra la revolución y se les aplicaban los mismos
artículos del código penal que a los delitos políticos.
Por otro
lado, tenemos la lucha contra los sabotajes en los centros de trabajo,
tanto en la industria como en el campo o en centros de investigación.
Luego tenemos un capítulo muy importante: la lucha contra la oposición
política que decide pasar del debate político a la “acción directa”, es
decir, a la organización de atentados terroristas, conjuras militares,
golpes de Estado. Hay varios grupos que preparan este tipo de conjuras,
que actúan por separado y que cuentan con sus correspondientes tramas
militares y civiles.
Hay también
otro aspecto muy importante: la existencia de grupos de poder que sin
pretender un cambio de sistema político, luchan entre ellos por
conseguir y mantener cuotas de poder dentro de las estructuras del
Estado. En el lenguaje político y periodístico actual se suele hablar de
“barones regionales” de tal o cual partido que luchan y se enfrentan
entre sí de forma radical a pesar de pertenecer a una misma organización
política. Bueno, pues ese tipo de conflictos no son algo nuevo. En la
URSS de aquellos años se manifestaron de forma violenta dado el inmenso
poder que estos “barones” tenían en sus territorios y regiones.
Hay que
tener en cuenta que, en definitiva, de lo que se trataba era de una
guerra interna no declarada. En ella se enfrentaron diferentes grupos
que utilizaron al Estado en la lucha contra sus enemigos. Estas gentes,
acostumbradas a la guerra y la lucha política durante largos años, no se
andaban con muchas ceremonias a la hora de eliminar a sus
contrincantes: la muerte se había convertido en algo cotidiano.
Por otro
lado, aquellos conflictos generaron una dinámica muy particular en los
círculos del poder, donde durante un determinado periodo de tiempo se
impuso un ambiente de sospecha en el que cualquiera podría ser
considerado enemigo. Esto dio lugar a que numerosas personas fuesen
acusadas sin fundamento por unos u otros. Este fenómeno se vio agudizado
por determinadas prácticas. Así, por ejemplo, si en un determinado
colectivo se detectaba la presencia de “enemigos”, de delincuentes,
saboteadores o cualquier otro tipo de conjurados, a veces se procedía a
la detención de todo el grupo sospechoso, procediendo posteriormente a
la clarificación de las responsabilidades.
—¿Y cómo vivía esa situación la población soviética?
—Aquella
guerra interna no afectaba a la sociedad en su conjunto, sino que
afectaba a un sector muy reducido de la población, a aquel que por su
pertenencia al partido o a las diferentes instituciones del Estado se
vio involucrado en el conflicto. La vida en la URSS continuaba cada día
de forma habitual sin que aquella guerra fuera advertida por la inmensa
mayoría de la población.
—¿Qué tipo de decisiones tomó Stalin en relación con esa guerra interna?
—Por
paradójico que parezca la política de Stalin trató en todo momento de
regularizar y normalizar el funcionamiento del Estado, persiguiendo la
corrupción, los delitos económicos y el crimen organizado de forma
drástica, aplicando la pena de muerte para los casos raves. En España
parece que no terminamos de entender el significado real de la
corrupción y los delitos económicos vinculados al dinero público. El
dinero que “pierde” el Estado significa, entre otras cosas, menos
hospitales, menos médicos, menos educación, menos infraestructuras, etc.
La falta de financiación del sistema sanitario, por poner un ejemplo,
se traduce inmediatamente en la muerte de ciudadanos. En la URSS de
aquellos años este tipo de delitos se castigaban de forma muy severa.
Pero lo más
importante, la regularización del funcionamiento del Estado pasaba,
sobre todo, por evitar que los “barones regionales” siguieran siendo
“señores de horca y cuchillo”, y, por tanto, por concentrar el monopolio
de la aplicación de la violencia en las instituciones del Estado,
regulando su aplicación a través de la legislación y las normativas
emanadas de los poderes del Estado. Se trataba, en definitiva, de
arrebatar a los todopoderosos jefes regionales las prerrogativas de
poder que ellos mismos se habían adjudicado partiendo de la base de que
el poder les pertenecía por derecho de conquista, en este caso
revolucionaria. Ese poder presuponía la capacidad de administrar
justicia según el modelo de administración de justicia emanado del
periodo revolucionario, es decir una idea de la justicia sumaria, con
escasa relevancia o inexistencia de la defensa del acusado, sin derecho
alguno de apelación, donde el acusado se convertía prácticamente de
inmediato en enemigo de la revolución y había de ser ejecutado.
—¿Qué tipo de medidas concretas tomó Stalin para conseguir esos objetivos?
—Las
reformas de Stalin durante los años treinta fueron encaminadas a
normalizar todos aquellos aspectos de la vida soviética, a introducir la
figura del detenido, de la presunción de inocencia, de la presencia del
fiscal en los procesos y del establecimiento de los tribunales
ordinarios que fueron sustituyendo paulatinamente a las troikas, a las
comisiones especiales o a los tribunales revolucionarios que existían
desde los años de la revolución y de la guerra civil. En este sentido,
la labor de Andrei Vishinskii como jurista y como Fiscal General de la
URSS fue muy importante. Esta regularización del Estado no fue bien
recibida por una parte importante de la élite dirigente, de la “vieja
guardia bolchevique”, que vio en la regularización una pérdida de su
poder y de sus prerrogativas “revolucionarias” y que se resistió por
todos los medios a su alcance. Fue entonces cuando esta “vieja guardia
bolchevique” comenzó a hablar de contrarrevolución, de termidor, etc. Un
bonito lenguaje para ocultar cuestiones mucho más prosaicas.
Dicho esto,
hay que decir que Stalin y el llamado estalinismo fueron precisamente
la eclosión, la manifestación de la parte más popular del proyecto
bolchevique, aquella que estaba íntimamente vinculada con una visión
campesina y mesiánica de la igualdad y de la justicia social. Ese pueblo
abstracto, que tanto se reivindica en el discurso revolucionario de
salón, en lo concreto, en su materialización histórica, es violento y
duro en su manifestación cuando se llega precisamente al estallido
revolucionario. Pero al mismo tiempo, el estalinismo es también la fase
en la que esa violencia revolucionaria con un alto componente nihilista
es conducida hacia la reconstrucción de la sociedad. En aquel contexto
ni a Stalin ni a las gentes que le rodeaban les tembló el pulso a la
hora de “llamar al orden” a unos y a otros. Fuesen enemigos políticos o
delincuentes comunes.
—“Llamar al orden”... Bueno, fue una forma de hacerlo bastante drástica ¿no?
—Todo
parece indicar que para Stalin y los estalinistas la historia no era un
asunto filantrópico sino una lucha en la que no había que bajar la
guardia. Manuel Azaña y los gobiernos republicanos españoles de turno
tal vez no entendieron esta cuestión y no quisieron pasar a la historia
clasificados como personajes sangrientos. Y en vez de condenar en
juicios sumarísimos a los militares golpistas españoles, se limitaron a
“llamarles la atención” y a enviarles a Canarias a bañarse y tomar el
sol. A cambio, los militares, organizaron un golpe de Estado y una
guerra civil sangrienta con las consecuencias que todos sabemos. Eso sí,
Azaña ha pasado a la historia como un hombre bueno y un frustrado autor
literario por culpa de la guerra. Por su parte, Stalin y los llamados
estalinistas, no se anduvieron con demasiados remilgos. Hicieron
limpieza en el Ejercito Rojo, en los ministerios, en el servicio
secreto, en las empresas, etc., evitando que se llevaran a cabo varias
conjuras militares, consolidando la economía y contribuyendo de forma
decisiva a la posterior victoria en la guerra contra el nazismo y sus
aliados europeos.
Pero
cuidado, toda esta historia de las represiones es mucho más complicada
de que lo hasta ahora llevamos dicho, sobre todo en lo relacionado con
los comunistas y la tan admirada “vieja guardia bolchevique”.
—¿Complicada, en qué sentido?
—Veamos un
apunte relacionado con la “vieja guardia bolchevique”, tan llorada por
muchos comunistas. Sólo un ejemplo ilustrativo. Uno de los miembros más
emblemáticos de aquella vieja guardia bolchevique fue Robert Indrikovich
Eije (letón). Ingresó en el Partido Socialdemócrata del Territorio de
Letonia en el año 1905. En 1925 fue Candidato a miembro del Comité
Central del VKP(b) y desde 1930 miembro de pleno derecho. En el año 1935
Candidato a Miembro del Politburó del Comité Central. Desde el año 1930
fue Primer Secretario del Comité Territorial de Siberia Occidental del
VKP(b). Conforme fue avanzando el tiempo, Eije se convirtió en uno de
los jefes regionales más influyentes y con más poder dentro y fuera del
partido. En el Pleno del Comité Central de diciembre de 1936, Eije
realizó una dura intervención contra los antiguos compañeros de partido,
acusados de trotskistas: “Los hechos, descubiertos por la
investigación, nos muestran la fiera cara de los trotskistas ante todo
el mundo (...) Camarada Stalin, enviamos al exilio varios convoyes de
trotskistas... ¿Para qué demonios enviamos a semejante gente al exilio?
Hay que fusilarlos. Camarada Stalin, estamos actuando de forma muy
blanda...” En el año 1937, en el territorio bajo su control, fueron
condenados a diferentes tipos de penas, incluida la pena de muerte,
34.872 personas. Ese mismo año, la envergadura de la catástrofe, Eije
fue nombrado Narkom de Agricultura, para de esta forma alejarlo de su
territorio en Siberia y de los resortes del poder que allí disponía. El
29 de abril de 1938 fue detenido y acusado de la creación de una
organización letona-fascista. El día dos de febrero de 1940 fue
declarado culpable y condenado a muerte. Fue fusilado ese mismo día.
Pues bien,
durante la sesión del XX congreso del PCUS en el año 1956, en la que fue
presentado el Informe Secreto sobre el culto a las personalidad y los
excesos cometidos por Stalin, precisamente Eije fue utilizado por Nikita
Jruschev como ejemplo de camarada, comunista ejemplar, condenado de
manera injusta por Stalin por oponerse a sus “formas totalitarias” de
ejercer el poder. El 14 de marzo de 1956 fue rehabilitado, post mortem,
por el Colegio Militar del Tribunal Supremo de la URSS y el 22 de marzo
del mismo año fue readmitido en el PCUS. Me parece que este tipo de
hechos deben invitar, cuando menos, a una profunda reflexión sobre la
naturaleza del denominado estalinismo y de lo ocurrido en la URSS en
aquellos años.
—Bien, vayamos a tu libro, “¡Ve y lucha!” ¿A qué hace referencia el título?
—Según
diferentes fuentes, son las palabras dirigidas por Stalin a su hijo
mayor Yakov cuando se marchó al frente de batalla tras el ataque alemán a
la URSS el 22 de junio de 1941. Han sido también elegidas porque
resumen el estado en el que se encontraba la URSS en aquellos años
(aunque en realidad habría que decir que fue el estado en el que se
encontró durante toda su existencia). Y también porque reflejan la
actitud de la inmensa mayoría de la sociedad soviética y de los
dirigentes del partido y del Estado ante una guerra que se iniciaba de
forma muy complicada para la URSS, y en la que participaron todos de
forma sincera desde el primer momento. En el caso de los dirigentes, no
trataron en ningún caso de poner a salvo a sus familiares más directos,
sino todo lo contrario, les apoyaron en sus deseos de ir al frente a
luchar.
—¿Cayeron en la lucha algunos parientes próximos de los dirigentes más relevantes?
—Prácticamente
todos perdieron en la guerra a alguno de sus hijos, amén de otros
familiares cercanos. Los tres hijos de Anastas Mikoian fueron a la
guerra. Vladimir, con 18 años, se incorporó al frente de batalla en
junio de 1942 y apenas unos meses después murió en combate. Eso no fue
un impedimento para que el menor de los Mikoian se incorporara en 1943,
al mismo cumplir los 18 años, aunque con mejor destino que su hermano.
La captura de Yakov, el hijo mayor de Stalin, al principio de la guerra
no fue un impedimento para que Vasilii Stalin se incorporara al frente,
lo mismo que Artiom, el hijo adoptivo de Stalin. Vasilii, para evitar
ser capturado por los alemanes y correr la misma suerte que su hermano,
volaba sin paracaídas. Yakov fue asesinado por los alemanes en un campo
de prisioneros, aunque eso sólo se supo tras finalizar la guerra.
También murió Timur Frunze, el hijo del legendario Frunze. Tenía 19 años
cuando cayó en un combate desigual contra 8 cazas enemigos, pero
después de derribar dos. Sergo Beria también fue a la guerra en cuanto
cumplió los 18 años, pero tuvo mejor suerte y sobrevivió al conflicto.
La lista de jóvenes héroes es muy extensa, y a ella hay que añadir los
nombres de muchos españoles, entre ellos el de Rubén Ruiz Ibárruri, el
hijo de Pasionaria, que cayó en combate en la terrible batalla de
Stalingrado y que está enterrado en una alameda en el mismo centro de la
ciudad.
—Tu libro se desarrolla en torno a una entrevista efectuada a V.F. Alliluev. ¿Quién era este personaje?
—Vladimir
Alliluev fue sobrino de Stalin. Su madre Anna Allilueva era hermana de
Nadezhda Allilueva, la segunda esposa de Stalin. De él puede decirse que
nació, creció y se educó en el vórtice del huracán. Su padre fue
Stanislav Redens, un polaco que fue secretario personal de Félix
Dzerzhinskii y que llegó a ocupar cargos muy importantes en la
estructura de los órganos de seguridad de Estado. De hecho fue una de
las pocas personas que en el año 1935 recibieron el grado de Comisario
de Seguridad Nacional, en su caso, de Primera Categoría. Este hombre
llegó a ser la cabeza de un importante “clan” dentro de las estructuras
del NKVD y participó de forma muy activa en las luchas internas de
finales de los años treinta. Junto con Nikita Jruschev fue uno de los
responsables de las represiones en la región de Moscú y en Ucrania.
Finalmente fue arrestado en el año 1938, juzgado, condenado y fusilado
sin que en ningún momento le sirviera como privilegio su relación
familiar con Stalin.
La madre de
Vladimir Alliluev fue arrestada en 1948 y pasó cinco años en la cárcel.
Las causas fueron otras, pero tampoco le sirvieron de atenuante sus
vínculos familiares con Stalin, más bien al contrario. Tras el arresto
de su madre, el joven Vladimir, fue adoptado por su tío Fiodor, el
hermano menor de su madre, por lo que finalmente cambió su apellido
paterno, Redens, por el materno, Alliluev. Continuó con su vida y sus
estudios y con el tiempo llegó a ser un importante ingeniero que trabajó
en centros de investigación relacionados con el programa nuclear
soviético y con el programa de investigación del cosmos.
Tan agitada
vida familiar, que en otra persona hubiese propiciado una actitud
antisoviética y, por supuesto, antiestalinista, no le hizo perder la
capacidad de enfrentarse a la historia de su familia y a la historia de
la URSS con bastante objetividad. En el año 1995 publicó un libro muy
interesante sobre su familia en el que aparecen una gran cantidad de
personas del entorno de Stalin. Le conocí a través de Serguei
Kará-Murzá, y finalmente accedió a que grabara un par de largas
conversaciones. Me pareció en todo momento una persona muy seria,
bastante objetiva y con mucho sentido común.
—Para
finalizar: “¡Ve y lucha!” está plagado de anécdotas, que hacen que sea
de lectura muy agradecida, que se disfrute sea cual sea la opinión que
se tenga de esa época y Stalin. Pero al final el lector saca una
conclusión: que el poder de Stalin no era omnímodo, y que su figura real
no se corresponde con la imagen más divulgada por los historiadores, al
menos en Occidente. ¿Compartes esa opinión?
—Sí, por
supuesto. El poder en la URSS fue siempre un delicado equilibrio de
fuerzas entre diferentes grupos y tendencias políticas, y los
enfrentamientos y las luchas estuvieron siempre al orden del día. En
muchas ocasiones estas diferentes tendencias colaboraban entre sí, en
otras llegaron a protagonizar un enfrentamiento mortal. El bolchevismo,
en su origen, fue un movimiento que albergaba en su seno a diferentes
proyectos de construcción social. Y esa pluralidad, que se mantuvo en
todo momento, estuvo detrás de la constitución de estos grupos. En época
de Stalin el poder se ejercía de forma colegiada, incluso durante la
guerra, que fue el periodo en el que Stalin concentró un mayor poder
personal.
Esto no
quiere decir que Stalin no dispusiera de un gran poder. Lo tuvo,
efectivamente, pero no fue el mismo en cada momento. Durante mucho
tiempo tuvo que compartir y repartir el poder con otras gentes y otras
tendencias, y en algunas ocasiones estuvo a punto de perderlo. Esto
último, perder el poder, no era tan difícil. Sírvanos de claro ejemplo
lo ocurrido con Lavrenti Beria apenas unos meses después de la muerte de
Stalin.
Por
desgracia para todos, la historiografía sobre la Unión Soviética adolece
de graves problemas, y en general, la imagen del historiador en
relación con la URSS es, cuando menos, patética. Pero esa es, valga la
redundancia, otra historia que habrá que abordar en su momento.
Publicado en Euskal Herria Sozialista
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