miércoles, 11 de octubre de 2017
LA ESPANTADA DEL “INDEPENDENTISMO”
Como era previsible, Carles Puigdemont ha
vuelto a decir nones, aplazando la instauración de la “República Catalana”, burguesa y empresarial, estatista y policial,
por tanto catalana sólo en apariencia. Ello ha llevado a alguna formación
“radical” a tildar su actuación de “traición
inadmisible”. Pero, traición ¿a quién?, ¿a su clase social?, ¿a Cataluña?
Su ejecutoria como alcalde de Girona manifestó el servilismo de aquél hacia la
gran banca. Por tanto, ha obrado en consecuencia. El análisis que hice en el
articulo “Cataluña por su liberación”,
editado el 30 de setiembre, ha sido confirmado por los acontecimientos.
La
llamada “fuga de empresas” de
Cataluña, operación dirigida por el presidente de CaixaBank, Isidre Fainé i
Casas, y el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu i Creus, no es tanto una cuestión
económica (sus efectos en este terreno son escasos) como una provocadora expresión
política e ideológica de que el gran capitalismo financiero “catalán” está
categóricamente en contra de la independencia. Bajo su dirección todas las
empresas “catalanas” del Ibex 35, que juntas cotizan en bolsa unos 80.000
millones de euros, han ido abandonando sus sedes en Cataluña.
La conclusión es incontestable:
mientras exista el régimen del gran capitalismo el pueblo catalán no podrá
alcanzar la libertad. Únicamente una Cataluña popular, comunal, revolucionaria,
liberada de la tiranía de la gran empresa mundializadora (ahora española),
puede ser una Cataluña soberana y autodeterminada. La lección acerca de cuál es
realmente la situación ha sido formidable, desmontando las formulaciones del
nacionalismo burgués decimonónico tanto como del “anticolonialismo” del siglo
pasado.
Hoy, en el siglo XXI, la
liberación nacional de Cataluña no puede separarse de una propuesta
revolucionaria integral. Es parte de la revolución: ésta es el todo y aquélla
una de sus componentes.
Lo mismo cabe argüir en lo
referente al Estado. El “referendo” del 1-0 desencadenó la represión del Estado
español, mostrando que existe y puede intervenir, provocando cientos de
heridos. El aparato judicial actúa contra el pueblo catalán y el ejército
español acecha en la sombra, todo ello con la anuencia hipócrita (dice lamentar
la represión a la vez que la justifica) de la UE. La conclusión es que tiene
que haber un proceso de desarticulación del Estado español, y de
resquebrajamiento, cuando menos, de la Unión Europea, para que Cataluña
recupere su ser. Sin una revolución popular peninsular y europea Cataluña
seguirá siendo una nación sometida: así de severa es la realidad e ignorarla de
nada sirve.
En suma, la liberación
nacional es un quehacer bastante más complejo, arriesgado, largo y exigente que
el fácil, instantáneo y cómodo introducir una papeleta que diga SI en una urna.
Los caminos fáciles no llevan lejos.
La Generalitat no es el
pueblo catalán sino su negación. Aparece en el siglo XIV (se suele fechar su
constitución como tal en el año 1359) para dar expresión en el territorio de
Cataluña del poder de la monarquía aragonesa. Surge para arrinconar a las
instituciones que realmente eran el meollo del pueblo catalán desde su
formación como tal en el siglo VIII, el consell obert (concejo abierto) local y
comarcal, el derecho consuetudinario, el comunal (decisivo en la Cataluña
popular), el armamento general del pueblo y los sistemas de trabajo libre
asociado con ayuda mutua. Desde sus orígenes la Generalitat ha sido señorial y
real, dirigida a contrarrestar primero y luego a extinguir los logros de la
revolución de la Alta Edad Media, que crea a Cataluña.
Hoy la Generalitat es una
herramienta de la casta partitocrática de Barcelona, que la utiliza para sus
periódicas trapisondas y embelecos con Madrid. La última el “procés”, con el
supuesto referendo del 1-0 y la jactanciosamente anunciada pero finalmente
abortiva “declaración de independencia” posterior. La ley fundacional de la
republica catalana, por señalar un asunto cardinal, mantiene y da por buena la
ley de política lingüística promulgada por la Generalitat de 1998, por la cual
la lengua catalana se ha ido hundiendo y desintegrando. Porque el idioma
catalán es la víctima principal del catalanismo burgués y el “independentismo” partitocrático,
al hacer de él asunto institucional y no patrimonio vivo del pueblo.
El continuismo en la
cuestión de la lengua entre el régimen autonómico y la supuesta república catalana
“independiente” prueba que ésta es la última máscara del Estatut de 2006, en
tanto que legislación española para Cataluña. En definitiva, la pugna actual
entre la Generalitat y el gobierno de Madrid es una reyerta entre España en
Barcelona y España en Madrid. España contra España pero unidas, la una y la
otra, contra Cataluña y contra el catalán.
¿Pero, qué se puede esperar
de una casta politiquera como la de la Generalitat, que ha impuesto recortes
sociales extensos, numerosos y muy dolorosos, que ha creado un profuso funcionariado
“independentista” centrado en llenarse los bolsillos, que ha reprimido
violentamente a los trabajadores catalanes un sinfín de veces y que tiene por
fundador a un corrupto descomunal, Jordi Pujol, que ha creado, en efecto, la
república bananera de Cataluña, con su escudero Artur Mas? Dicha casta ha
acumulado un poder inmenso, que le ha sido otorgado por el gobierno español
para controlar política e ideológicamente al pueblo catalán. Y de él se ha
servido para urdir el montaje “independentista”, dirigido a exigir a Madrid más
poder y más numerario para sí.
¿Qué se puede esperar de ERC,
entregada al capitalismo, corrupta, y cuya única habilidad es servirse de una
demagogia sin limitaciones para sus negocios mil? Desde sus orígenes es un
partido español para catalanes, lo que oculta con periódicas arrancadas de un
catalanismo “feroz”, que se hace “independentista” cuando conviene pero que
jamás perturba al Estado español, del que vive económicamente…
Para quienes de buena fe
han creído, e incluso creen todavía, en el “procés”, el mensaje que se
desprende de los hechos es irrefutable: la estrategia seguida está equivocada,
es un callejón sin salida, y sólo puede llevar a la decepción y desmovilización
por decenios del pueblo, lo que será catastrófico. Por la vía institucional no
se llega a ninguna parte. Hay que formular una nueva estrategia, popular y
revolucionaria, que parta de lo que Cataluña ha sido en sus mejores momentos,
adecuándolo al siglo XXI. La idea guía, la piedra angular, es que sin
revolución no puede haber soberanía popular y sin ésta no es posible la
soberanía nacional.
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