miércoles, 10 de octubre de 2018

La gran mentira del Russiagate y las potencias internacionales responsables del mismo


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La gran mentira del Russiagate y las potencias internacionales responsables del mismo


Traducido por el equipo de SOTT.net en español.
A medida que el engaño es desenmascarado, la verdadera historia de la "colusión extranjera" sale a la luz.
White House
© CCby2.0/Jeff Turner/The Mall-Washington DC
La conspiración para derrocar a un presidente de los EE.UU. se extiende mucho más allá de nuestro propio "Estado Profundo". Como he estado diciendo en este espacio durante bastante tiempo, desde el inicio se ha tratado del esfuerzo de un equipo internacional. Dejando de lado los orígenes británicos del obsceno "dossier" compilado por el "ex" agente del MI6 Christopher Steele, ahora se ha confirmado una vez más la influencia extranjera en la decisión del presidente Trump de retrasar (tal vez indefinidamente) la desclasificación de documentos clave referentes al Russiagate. Si bien era de esperarse que los oficiales de inteligencia de EE.UU. se opusieran a la medida,
"Trump también fue persuadido por aliados extranjeros, incluyendo Gran Bretaña, para decidir dar marcha atrás, dijo esta gente. No quedó totalmente claro cuáles fueron las preocupaciones que otros gobiernos podrían haber planteado a la Casa Blanca".
Pero, por supuesto, el Washington Post sabe perfectamente qué otros gobiernos tendrían motivos para plantear "preocupaciones" a la Casa Blanca. De los registros públicos se desprende claramente que los siguientes "aliados" le han brindado ayuda esencial a la "Resistencia" en un momento u otro:
Reino Unido - Todo este episodio tiene las huellas digitales del Servicio Secreto de Su Majestad por doquier. El papel clave de Steele es bastante claro: He aquí un espía británico que no sólo fue contratado por la campaña de Clinton para encontrar los trapos sucios de Trump, sino que también era inusualmente apasionado por su trabajo, casi como si lo hubiera hecho gratis. Y luego vino el primer acercamiento a la campaña de Trump, realizado por el profesor de Cambridge y espía veterano Stefan Halper a Carter Page. Y luego está el misterioso supuesto "vínculo" con la inteligencia rusa, el profesor Joseph Mifsud, cuyo turbio grupo de expertos con sede en Gran Bretaña logró operar abiertamente a pesar de que más tarde se afirmó que se trataba de una operación encubierta rusa.
Fue Mifsud quien orquestó el engaño del Russiagate, primeramente al sugerir que los rusos tenían los correos electrónicos de Hillary Clinton, y posteriormente al desaparecer por completo tan pronto como la historia que él había sembrado se propagó ante la vista de todos. ¡Vaya "agente ruso"!
Australia - ¿Por qué el ex Alto Comisionado australiano en el Reino Unido buscaría a George Papadopoulos, un semi-asesor de bajo nivel de la campaña de Trump, para sacarle información mientras lo emborrachaba?
Israel - ¿Y entonces cómo es que Papadopoulos terminó soltando toda la información en un bar con una destacada figura de la inteligencia australiana? The Times informa que:
"La reunión en el bar se produjo debido a una serie de conexiones, comenzando con un funcionario de la Embajada de Israel que presentó al Sr. Papadopoulos a otro diplomático australiano en Londres".
Estonia - El periódico The Times y otros medios informan que una "agencia de inteligencia del Báltico" fue la primera en transmitir su "preocupación" por la influencia rusa sobre el equipo Trump. Estoy dispuesto a apostar que fueron los estonios, que siempre han sido los actores anti-rusos más activos de la región.
Ucrania - Los miembros del Comité Nacional Demócrata (DNC) se reunieron con líderes del gobierno ucraniano en un intento de desvelar información negativa sobre Trump. Mientras trabajaba con el DNC, la funcionaria demócrata y cabildera ucraniana Alexandra Chalupa recibió asistencia activa de la embajada ucraniana, que se convirtió en un verdadero centro de operaciones de la campaña de Clinton.
Esto es parte del precio que pagamos por nuestro presuntuoso "imperio", y el "orden internacional liberal" del cual tanto habla la gente que gusta de protocolos y formalidades. Como ese viejo profeta "aislacionista" canoso, Garet Garrett, describió en referencia a la insignia del imperio en los albores de la guerra fría:
"Hay otro signo que se va definiendo poco a poco. Cuando esté claramente definido, puede que ya sea demasiado tarde para hacer algo al respecto. Es decir, llega un momento en que el Imperio se encuentra a sí mismo... "Como un prisionero de la historia.
"La historia de una República es su propia historia.... Una República puede cambiar su curso, o revertirlo, y eso será asunto suyo. Pero la historia del Imperio es una historia mundial, y pertenece a mucha gente".
Una república puede contenerse a sí misma, escribió Garrett, pero "el Imperio debe poner de manifiesto su poder". ¿En nombre de quién? Hay muchos solicitantes cuya riqueza, posición y prestigio dependen de la generosidad imperial. Cuando esa prestación se ve amenazada, los "satélites" se vuelven contra su protector. De esto se trata la acción encubierta del Russiagate, que se lleva a cabo mediante la acción coordinada de nuestros "aliados". Ahora tenemos pruebas claras de hasta dónde están dispuestos a llegar nuestros estados "clientes" para garantizar que la mina de oro estadounidense de los bienes gratuitos continúe produciendo.
La decisión de Trump de retractarse de su anuncio de que la información clave respecto al Russiagate sería desclasificada nos dice casi tanto como si la hubiera tuiteado, sin censura. Porque lo que nos dice es que el conocimiento público de los contenidos constituiría una ruptura importante en las relaciones con al menos un aliado clave.
Así que aquí lo tenemos por fin, la verdad definitiva del Russiagate: sí, hubo una colusión extranjera en las elecciones de 2016, pero vino de la dirección opuesta a la que los medios de comunicación nos están diciendo. No fuimos atacados por Rusia: unos pocos miles de dólares en anuncios de Facebook que nadie vio no pusieron a Trump en la Casa Blanca. Nuestro proceso democrático fue socavado, no por el supuestamente omnipotente Vladimir Putin, sino por las agencias de inteligencia de algunos de nuestros más queridos "aliados". Fuimos atacados por un equipo, tanto extranjero como nacional, que pretende derrocar a un Presidente elegido democráticamente por todos los medios necesarios.
He aquí el argumento decisivo e irrefutable contra Estados Unidos como "líder mundial", designado campeón del "orden internacional liberal": nos convertimos, como señaló Garrett, en prisioneros de la historia. De hecho, ya no tenemos derecho a escribir nuestra propia historia, sino que debemos soportar el cabildeo y las intervenciones agresivas de nuestros "aliados" ingratos y rencorosos, cuyos estados de bienestar no podrían existir sin generosos subsidios de la "defensa" estadounidense.
Cuando esos subsidios, subvenciones y privilegios especiales se ven amenazados, como ocurre con el nacionalista tacaño de Trump, quien con gusto derribaría toda la decrépita, anticuada y peligrosa arquitectura de la guerra fría con un sólo gesto de su mano... ¿Un presidente estadounidense que pone a Estados Unidos en primer lugar? No pueden permitirlo.
Y ésa es realmente la esencia de la pugna, el tema que determinará la trama y el giro de la política estadounidense en el nuevo milenio. El Establishment global se ha levantado contra el Pueblo. No se sabe cuál será el resultado, pero hay una cosa de la que tengo certeza: sé de qué lado estoy. ¿Y usted?
Sobre el autor Justin Raimondo es editor general de Antiwar.com y miembro senior del Instituto Randolph Bourne. Es editor colaborador de The American Conservative y escribe una columna mensual en Chronicles. Es el autor de Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement ("Recuperando la Derecha estadounidense: El legado perdido del movimiento conservador") [Center for Libertarian Studies, 1993; Intercollegiate Studies Institute, 2000], y An Enemy of the State: The Life of Murray N. Rothbard ("Un enemigo del Estado: La vida de Murray N. Rothbard") [Prometheus Books, 2000].

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