La China ya no ama a Mao
Internacional •
19 Noviembre 2012 - 5:21am — Roberto López
No hubo sorpresas en el liderazgo que emergió la semana pasada
del 18 Congreso del Partido Comunista, que encumbró al ingeniero químico
Xi Jinping, de 59 años, al frente de la segunda potencia económica
mundial.
Foto: Milenio
Pekín • Humo gris y no blanco fue lo que salió
del Gran Palacio del Pueblo la semana pasada, al concluir el 18 Congreso
del Partido Comunista de China (PCCh), que formalizó el nombramiento de
Xi Jinping y Li Keqiang como la dupla que se encargará de dirigir el
rumbo del gigante asiático en la próxima década.
Gris como el secretismo que envolvió el cónclave del mayor partido comunista del mundo —82 millones de militantes, de una población compuesta por mil 350 millones— durante seis días en el imponente edificio situado en uno de los cuatro costados de la simbólica Plaza de Tiananmen. A los centenares de reporteros y corresponsales que cubrieron la jornada les fueron abiertas las sesiones apenas un par de horas para atestiguar el discurso de apertura del Congreso pronunciado por el presidente Hu Jintao; y veinte minutos al final del mismo, para registrar el pronunciamiento en el que Jinping presentó a su equipo de gobierno.
Lo que se haya discutido entre los 2 mil 268 delegados al congreso quedó opacado por la grisácea rutina, pues ni siquiera la revelación del nuevo liderazgo quedó en sus manos, ya que los nombres de Xi y Li eran manejados desde hace varios meses por la prensa occidental. Incluso ambos se mencionan en textos académicos de fechas tan lejanas como 2007, como quienes tenían las mayores posibilidades de acceder al máximo cargo del PCCh. Solo la férrea “disciplina de partido” justificaba que ningún funcionario, mayor o menor, nacional o provincial, gubernamental o partidista, quisiera revelar a este reportero la identidad de quién sería elegido por esos días como su nuevo secretario general.
Y gris como el cielo nublado de Pekín durante la mayor parte de los días que duró el Congreso fue el informe que presentó el presidente Hu al inaugurarlo y anunciar que su tema principal sería: “Mantener en alto la gran bandera del socialismo con peculiaridades chinas, tomando como guía la teoría de Deng Xiaoping, el importante pensamiento de la triple representatividad y la concepción científica del desarrollo, emancipar la mente, sostener la reforma y la apertura, aglutinar las fuerzas y superar dificultades y adversidades, con miras a avanzar con toda firmeza por el camino del socialismo con peculiaridades chinas y luchar por la consumación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada”.
Palabras más, palabras menos, exactamente el mismo objetivo del 17 Congreso del PCCh hace cinco años.
No escapa a la grisura de esta continuidad el perfil de la nueva nomenclatura. Los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano de poder del partido y del gobierno de China, son burócratas que han ascendido al amparo de sus relaciones familiares (los llamados príncipes) o de la movilidad que les permiten los órganos del partido en algo que llamaríamos en México “la cultura del esfuerzo” (y allí nombrados tuanpai). Ambos grupos se mueven a la sombra del espaldarazo —o dedazo— de sus padrinos políticos; pero a la hora de los hechos, ni unos ni otros se diferencian en su pragmatismo para aplicar con mano de hierro la política económica del socialismo “con peculiaridades chinas”.
COMO EL YING Y EL YANG
Claro ejemplo de esta dicotomía es el origen de los números uno y dos del PCCh. Xi Jinping, ingeniero químico de 59 años con un doctorado en teoría marxista, es el primer líder nacido después del régimen comunista fundado por Mao Zedong en 1949. Hijo de un “héroe de la Revolución” que luchó codo a codo con Mao, gobernó varias provincias antes de que en 2007 fuera enviado a Shangai, la región más desarrollada de China, donde trabó relación con el ex presidente Jiang Zeming, su gran protector. Se le considera un reformista “cauto” y hombre “de consenso” aunque su verdadera personalidad es un gran enigma. A diferencia de su antecesor, Hu Jintao, es más carismático y un orador experimentado. Está casado con la famosa cantante Peng Liyuan.
Jinping se convertirá además, en marzo, en el presidente de China (jefatura de Estado), dejando en el camino a Li Keqiang quien será el primer ministro (jefatura de gobierno). Keqiang, abogado también de 59 años, de origen humilde, era el delfín de Hu para sucederlo, pero el actual presidente perdió la partida frente a Jiang Zemin quien aún tuvo el poder para empujar a Xi en el cargo.
Al margen de sus biografías, ambos tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de ahondar las reformas emprendidas y ejecutadas durante las últimas dos décadas por sus dos protectores. El reto es mayúsculo si se considera que de 2007 a 2012 China pasó de ser la sexta economía mundial a la segunda y pretende ser la primera en el próximo quinquenio, pero ahora en un clima global adverso enmarcado por la desaceleración de la economía (su PIB crecerá “solo” 7.5 por ciento este año), graves casos de corrupción, serios problemas ambientales y un mayor reclamo de derechos civiles por parte de la naciente clase media.
No en balde Hu hizo un llamado en su discurso del 8 de noviembre en el Gran Palacio del Pueblo a duplicar el PIB y el ingreso per cápita de la población urbana y rural de 2010 para el siguiente lustro, a fin de “asegurar de esta manera la materialización en 2020 de la grandiosa meta de la consumación de la edificación integral de una sociedad modestamente acomodada”; además de una “firme lucha contra la corrupción (ya que ésta) podría causar el colapso del partido y la caída del Estado”.
Los expertos ven en esta convocatoria una propuesta para girar hacia un modelo más centrado en el consumo interno y en mayores apoyos al sector privado, para que pueda competir en igualdad de condiciones con las empresas estatales que hoy gozan de muchos privilegios, una vez que el modelo basado en la inversión y las exportaciones muestra signos de agotamiento.
EL LARGO BRAZO DE DENG XIAOPING
Apenas quedan rastros de las enseñanzas del fundador de la República Comunista, Mao Zedong, entre la nueva clase política china. Para mi sorpresa, la figura central en discursos y textos es el sucesor del Gran Timonel, Deng Xiaoping, considerado no el arquitecto, sino el “ingeniero” de la China moderna y contemporánea, esta China que se mueve a caballo entre el autoritarismo de un régimen de partido único y la dictadura del más salvaje capitalismo.
Y es que como afirma el experto Arturo Oropeza García, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el actual modelo chino de desarrollo es “un gran experimento pensado y ejecutado por un grupo de ingenieros, que hay que observar fuera de paradigmas”.
Tanto Deng como los miembros principales de su grupo tenían carreras en alguna rama de la ingeniería, de tal suerte que el líder que regresó de la muerte política dos veces para gobernar el país de 1977 a 1987, ocupando luego y hasta su muerte en 1997 la Comisión Multilateral Central, también apoyó e indujo la gestiones de Jiang Zemin y de Hu, cuidando el estratega que la dirección del modelo y la consecución de sus metas fueran respetadas más allá de su muerte.
Gris como el secretismo que envolvió el cónclave del mayor partido comunista del mundo —82 millones de militantes, de una población compuesta por mil 350 millones— durante seis días en el imponente edificio situado en uno de los cuatro costados de la simbólica Plaza de Tiananmen. A los centenares de reporteros y corresponsales que cubrieron la jornada les fueron abiertas las sesiones apenas un par de horas para atestiguar el discurso de apertura del Congreso pronunciado por el presidente Hu Jintao; y veinte minutos al final del mismo, para registrar el pronunciamiento en el que Jinping presentó a su equipo de gobierno.
Lo que se haya discutido entre los 2 mil 268 delegados al congreso quedó opacado por la grisácea rutina, pues ni siquiera la revelación del nuevo liderazgo quedó en sus manos, ya que los nombres de Xi y Li eran manejados desde hace varios meses por la prensa occidental. Incluso ambos se mencionan en textos académicos de fechas tan lejanas como 2007, como quienes tenían las mayores posibilidades de acceder al máximo cargo del PCCh. Solo la férrea “disciplina de partido” justificaba que ningún funcionario, mayor o menor, nacional o provincial, gubernamental o partidista, quisiera revelar a este reportero la identidad de quién sería elegido por esos días como su nuevo secretario general.
Y gris como el cielo nublado de Pekín durante la mayor parte de los días que duró el Congreso fue el informe que presentó el presidente Hu al inaugurarlo y anunciar que su tema principal sería: “Mantener en alto la gran bandera del socialismo con peculiaridades chinas, tomando como guía la teoría de Deng Xiaoping, el importante pensamiento de la triple representatividad y la concepción científica del desarrollo, emancipar la mente, sostener la reforma y la apertura, aglutinar las fuerzas y superar dificultades y adversidades, con miras a avanzar con toda firmeza por el camino del socialismo con peculiaridades chinas y luchar por la consumación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada”.
Palabras más, palabras menos, exactamente el mismo objetivo del 17 Congreso del PCCh hace cinco años.
No escapa a la grisura de esta continuidad el perfil de la nueva nomenclatura. Los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano de poder del partido y del gobierno de China, son burócratas que han ascendido al amparo de sus relaciones familiares (los llamados príncipes) o de la movilidad que les permiten los órganos del partido en algo que llamaríamos en México “la cultura del esfuerzo” (y allí nombrados tuanpai). Ambos grupos se mueven a la sombra del espaldarazo —o dedazo— de sus padrinos políticos; pero a la hora de los hechos, ni unos ni otros se diferencian en su pragmatismo para aplicar con mano de hierro la política económica del socialismo “con peculiaridades chinas”.
COMO EL YING Y EL YANG
Claro ejemplo de esta dicotomía es el origen de los números uno y dos del PCCh. Xi Jinping, ingeniero químico de 59 años con un doctorado en teoría marxista, es el primer líder nacido después del régimen comunista fundado por Mao Zedong en 1949. Hijo de un “héroe de la Revolución” que luchó codo a codo con Mao, gobernó varias provincias antes de que en 2007 fuera enviado a Shangai, la región más desarrollada de China, donde trabó relación con el ex presidente Jiang Zeming, su gran protector. Se le considera un reformista “cauto” y hombre “de consenso” aunque su verdadera personalidad es un gran enigma. A diferencia de su antecesor, Hu Jintao, es más carismático y un orador experimentado. Está casado con la famosa cantante Peng Liyuan.
Jinping se convertirá además, en marzo, en el presidente de China (jefatura de Estado), dejando en el camino a Li Keqiang quien será el primer ministro (jefatura de gobierno). Keqiang, abogado también de 59 años, de origen humilde, era el delfín de Hu para sucederlo, pero el actual presidente perdió la partida frente a Jiang Zemin quien aún tuvo el poder para empujar a Xi en el cargo.
Al margen de sus biografías, ambos tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de ahondar las reformas emprendidas y ejecutadas durante las últimas dos décadas por sus dos protectores. El reto es mayúsculo si se considera que de 2007 a 2012 China pasó de ser la sexta economía mundial a la segunda y pretende ser la primera en el próximo quinquenio, pero ahora en un clima global adverso enmarcado por la desaceleración de la economía (su PIB crecerá “solo” 7.5 por ciento este año), graves casos de corrupción, serios problemas ambientales y un mayor reclamo de derechos civiles por parte de la naciente clase media.
No en balde Hu hizo un llamado en su discurso del 8 de noviembre en el Gran Palacio del Pueblo a duplicar el PIB y el ingreso per cápita de la población urbana y rural de 2010 para el siguiente lustro, a fin de “asegurar de esta manera la materialización en 2020 de la grandiosa meta de la consumación de la edificación integral de una sociedad modestamente acomodada”; además de una “firme lucha contra la corrupción (ya que ésta) podría causar el colapso del partido y la caída del Estado”.
Los expertos ven en esta convocatoria una propuesta para girar hacia un modelo más centrado en el consumo interno y en mayores apoyos al sector privado, para que pueda competir en igualdad de condiciones con las empresas estatales que hoy gozan de muchos privilegios, una vez que el modelo basado en la inversión y las exportaciones muestra signos de agotamiento.
EL LARGO BRAZO DE DENG XIAOPING
Apenas quedan rastros de las enseñanzas del fundador de la República Comunista, Mao Zedong, entre la nueva clase política china. Para mi sorpresa, la figura central en discursos y textos es el sucesor del Gran Timonel, Deng Xiaoping, considerado no el arquitecto, sino el “ingeniero” de la China moderna y contemporánea, esta China que se mueve a caballo entre el autoritarismo de un régimen de partido único y la dictadura del más salvaje capitalismo.
Y es que como afirma el experto Arturo Oropeza García, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el actual modelo chino de desarrollo es “un gran experimento pensado y ejecutado por un grupo de ingenieros, que hay que observar fuera de paradigmas”.
Tanto Deng como los miembros principales de su grupo tenían carreras en alguna rama de la ingeniería, de tal suerte que el líder que regresó de la muerte política dos veces para gobernar el país de 1977 a 1987, ocupando luego y hasta su muerte en 1997 la Comisión Multilateral Central, también apoyó e indujo la gestiones de Jiang Zemin y de Hu, cuidando el estratega que la dirección del modelo y la consecución de sus metas fueran respetadas más allá de su muerte.
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