“Ya vienen por mí”: entrevista de ‘Nexos’ con Luis Tomás Cabeza de Vaca
Al exlíder estudiantil de
1968, fallecido el martes, se le acusó de haber sido quien colocó una
bandera rojinegra en el asta del Zócalo; estuvo preso en Lecumberri.
(Foto: Eduardo Miranda/ Proceso/ Archivo)
La entrevista de Víctor Avilés, que también está disponible en el sitio web de la revista, se reproduce a continuación:
En los expedientes del proceso se le llamó indistintamente Luis del Valle Cabeza de Baca, Luis Cervantes Cabeza de Baca o Luis Tomás Cervantes Cabeza de Baca. Señalado como uno de los líderes estudiantiles más radicales durante el 68, ahora vive modesta y tranquilamente en Zacatecas, en cuya universidad imparte clases. Delegado de la Escuela de Chapingo en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), en su expediente judicial se le acusó de haber izado una bandera rojinegra en el asta del Zócalo, lo que motivó un acto de desagravio de las fuerzas vivas del movimiento organizado. Pausado, canoso y de abultado abdomen, dice 20 años después que “la propia gente del gobierno fue la que izó esa bandera”. Uno de los fundadores del Comité Nacional de Auscultación- después de su paso de más de dos años por Lecumberri-, del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y ahora del Partido Mexicano Socialista (PMS), es partidario de “evitar la violencia a toda costa” en la lucha política. Pero, claro, sin rehuir los derechos de los trabajadores. Insiste en que en la izquierda “hay que tirarle a ganar, y si no se gana, por lo menos tener la ilusión”.
En 68 estábamos muy mal preparados políticamente. Algunos compañeros teníamos muchos pantalones, mucho corazón, pero a veces nos fallaban la cabeza y la preparación. Creíamos que la lucha política es más simple y que bastaba ver de que cuero salían más correas para saber quién tenía la razón. Y esa posición mía, era la de muchos. No la del Búho, ni la de Heberto Castillo, Guevara Niebla o Raúl Alvarez, porque ellos ya habían pertenecido a las Juventudes Comunistas, tenían preparación, al igual que Marcelino Perelló. Hasta qué punto no llegaría nuestra ignorancia que cuando sentíamos que se nos cerraba la encrucijada, recurríamos al ¿Qué hacer? de Lenin.
Aunque los burócratas sí nos apoyaban, muchos nos quejábamos de que los obreros no participaran. Hoy lo entendemos. No había un partido político, de clase, ni teníamos un plan para cambiar las estructuras. Había un plan democratoide por todos conocido que no afectaba al Estado ni económica, ni política, ni socialmente. Lo único que podíamos afectar era la posición de autoridad del gobierno.
Aunque algunos compañeros han escrito sobre el 68, está claro que no se ha estudiado el movimiento a fondo. No se han visto sus causas lógicas desde un punto de vista político, económico, antropológico. No se ha seguido la secuencia del movimiento en provincia. Se ha quedado en la anécdota, en la cronología, pero falta análisis.
Para el 2 de octubre yo ya estaba preso.
Cuando el ejército entró a CU de inmediato comenzaron a detener estudiantes. Yo estaba en Filosofía y Letras, vi venir unos soldados y escapé metiéndome al sótano. Escondido en la oscuridad, me refugié atrás de un pilar. Veía cómo bajaban las botas de los soldados, que me buscaban con lámparas. Sentía que mi corazón hacía un escándalo que llegaba hasta las escaleras y creí que me iban a descubrir. Las luces me pasaban por enfrente y no podía contener la respiración. Salieron del sótano y a oscuras quedé un rato que me pareció eterno. Subí cuando ya no oía ruidos.
Me encontré un periódico encima de uno de los escritorios. Lo tomé y me lo puse debajo del brazo. Todo estaba rodeado de soldados. Prendí un Delicado para serenarme. Me temblaba la mano.
Comencé a caminar cuando en eso, el primer grito: “íAlto. Deténgase!” En lugar de huir, caminé de frente al sargento.
“íIdentifíquese!”.”Soy un trabajador de la universidad que me quedé atrapado desconectando unos aparatos”.
“íVáyase!”, me dijo. “Tenga cuidado”.
Caminé de nuevo tratando de aparentar seguridad. Subiendo por Insurgentes vi un Jeep lleno de encorcholatados. Paracaidistas. Otra vez: ” íIdentifíquese!”. Eran puros jefes. “Súbase”. Me subí al asiento de atrás y pensé: “Ora sí ya se acabó todo el cuento”.
La barrera de soldados llegaba hasta la Villa Olímpica. Cuando la pasamos, me dice uno de los jefes: “Bájese, que le vaya bien. Y tenga mucho cuidado, no le vayan a dar en la madre esos cabrones estudiantes”.
Me refugié en la casa de un amigo, donde a los pocos días me enfermé de disentería amibiana. Mandé llamar al médico del movimiento a través de Ayax Segura. Nadie más sabía dónde estaba. Era un supuesto estudiante de una prepa fantasma; después supimos que trabajaba para la Federal de Seguridad.
Al día siguiente, 27 de septiembre, fueron por mí como 20 cabrones, en cinco carros. Me agarraron 10 días después de la ocupación de CU. De la Federal de Seguridad me entregaron a un juez. Yo siempre he creido que la matanza del 2 de octubre estuvo preparada de antemano por el gobierno y el ejército.
En Lecumberri éramos un madral. Las celdas humeaban. Casi nunca nos sacaban, pero el dos de octubre en la mañana nos sacaron a hacer fajina.
Mientras hacía la limpieza, un policía me preguntó: “Oiga, usted es fulano”. “Sí”. “Pues ya se lo cargó la chingada”. En una celda habían escrito: “Chingue a su madre el asezino Díaz Ordaz. Su padre, Cabeza de Baca”. Pero ni mi apellido lo escribo con b grande, ni asesino con z.
Me hicieron borrar aquello con la lengua y con la cara. Ese día me separaron de los demás compañeros. Como a las 10 de la noche me sacaron de Lecumberri y me entregaron a los militares. Ahí me estuvieron dando suave desde las 10 hasta las seis de la mañana, que me regresaron.
Después me pase una semana obrando y orinando sangre, por los golpes internos. Tenía una cortada en el escroto por un simulacro de castración. También me hicieron un simulacro de fusilamiento y luego me madrearon de dulce, de chile y de manteca. Todo lo que querían estos cabrones era que involucráramos a gobiernos extranjeros y a funcionarios del equipo de Díaz Ordaz. Ya estaba muy cerca la sucesión presidencial y querían que uno denunciara a sus compañeros, pero eso sí no se pudo.
Otra vez en Lecumberri, me metieron en una celda de metro y medio por dos metros, con planchas de acero por todos lados, y arriba un agujerito. Ahí me pasé un mesesote incomunicado.
No nos daban de tragar más que una taza de atole en la mañana y otra en la tarde. Sin cobijas ni nada, me pusieron un bote de cuatro hojas, de esos alcoholeros, para que hiciera mis necesidades y no me lo cambiaron nunca.
¿Sabes lo que es eso? No te lo puedes imaginar. Quedé muy jodido, la neta. Nada más oía; ” íLas diez de la noche!” y yo has de cuenta que fuera un perro de Pavlov. Ya vienen por mí y me van a madrear. Entonces me hacía chiquito, comenzaba a temblar y llore y llore.
Prácticamente no dormía. Dormía de día, pero con sobresaltos.
La cosa mejoró cuando pude estar con los demás compañeros. Heberto estaba todo el tiempo chingue y jode: “Nos quieren dar en la madre sicológicamente, así es que vamos a hacer ejercicio físico y a estudiar”. Con un grupo de campesinos jaramillistas y otros compañeros presos formamos un grupo de estudio, para analizar los movimientos de reforma, la revolución, en general historia nacional y geografía. íAndábamos en la calle de la amargura! No sabíamos ni cuántos kilómetros tiene, ni cuántos habitantes había en nuestro país.
Cuando eres estudiante tu idea del amor es muy romántica, de la mujer, de los hijos. En la cárcel concretizas. Y sales con una visión totalmente diferente, más seria y con una visión más clara de la libertad. Porque por muy revolucionarios que se llamen muchos compañeros, con sus compañeras no han podido romper el esquema machista.
Me casé, me divorcié y me volví a casar. Y soy muy feliz, sin traumas del divorcio ni del matrimonio. Yo quiero, amo, adoro a mis hijos. Y si ando metido en estas broncas es porque quiero que los hijos de otras personas tengan de perdida, lo que mis hijos tienen. Y tu compañera es eso, tu compañera. Y es tan libre y tan independiente como lo puedes ser tu mismo.
Hay quien dice que no se puede luchar si no odias al enemigo. Yo creo que el motor de la lucha no es ése, sino el infinito amor que uno tenga por sus semejantes.
Hasta principios de 1974, cuando ya estaban formados muchos comités del CENAO, trabajé en la CONASUPO, cuando estaba al frente Jorge de la Vega Domínguez y también Gustavo Esteva. Trabajé con absoluta libertad. Se vende la fuerza de trabajo, no la conciencia. Luego trabajé en la subsecretaría forestal, con el ingeniero Cárdenas y después en la SPP.
Por la forestal pasé en Chiapas dos años, en la sierra Lacandona. De ahí me sacó el ejército. Desgraciadamente el jefe de la zona militar era el general Hernández Toledo y me acusaron de tráfico de armas. Ahí sí que ni por la silla volví.
Llegué a Zacatecas, donde llevo siete años. Milité primero en el PMT y ahora en el PMS. Yo no me peleo por un puesto en el partido, pero contribuyo con todo lo que puedo.
Si yo volviera a vivir me gustaría repetir mi vida hasta el día de hoy. Los mismos compañeros, las mismas broncas. Las mismas gentes. Debe uno reconocer, sin embargo, que hay que echarle más ganas a la militancia.
Amo a la vida profundamente. A este pueblo guadalupano, pulquero y tequilero… Creo que estamos viviendo una época mu y bonita y que las próximas elecciones, con todos los momentos que se vienen, serán fundamentales para la historia del país. (Víctor Avilés)
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