Mejor es nuestra raza, también la organización
Félix Cortés Camarillo // Fuente Excelsior
Los estadunidenses consideran que la fiesta nacional de
los mexicanos es el sincodemaio y no el 15 de septiembre.
03/05/2013 02:02
Recién firmado el convenio Soledad, llegaron los
franceses y rompieron la amistad, traían la consigna de acabar con la
nación y derrocar a Juárez por orden de Napoleón.
La Batalla del Cinco de Mayo
Desde siempre, los estadunidenses han considerado que la fiesta nacional de los mexicanos es el sincodemaio y no el 15 de septiembre. De hecho, los festejos que habrá este domingo en todo sitio donde vivan mexicanos —y para el caso, latinos— en Estados Unidos, serán ruidosos y alegres, iguales en intensidad, proporción guardada, al cuatro de julio.
El Cancionero lleva hoy una frase de Lorencez y la letra que se subió a la tonadilla de La Batalla de Nueva Orléans, ganada sobre los británicos en la guerra de 1812, por los territorios adquiridos con la compra de la Luisiana por los americanos. Hay un vínculo entre la Batalla de Puebla y las luchas de Estados Unidos. De hecho, la invasión francesa de México era un intento de abrir un flanco para atacar a Estados Unidos y recuperar para Francia aquellas tierras al este del Misisipi.
En septiembre de 1862, todavía en Puebla, Zaragoza enfermó de fiebre tifoidea y murió. La victoria del cinco de mayo había sido efímera, pero haberle ganado al ejército mejor, más poderoso y más petulante del mundo, con la fama de Waterloo, Solferino, Magenta y Sebstopol a cuestas, forma en parte rasgos del carácter nacional del mexicano. De alguna manera ahí reside también uno de los principios de la política mexicana con mayúsculas: el respeto a la soberanía de los pueblos y a la no intervención.
Si la Visión de los Vencidos es síntesis de nuestra cosmogonía, solamente es lógico que la historia de México, en lugar de ser guirnalda de victorias, sea rosario de derrotas, de Tlatelolco en 1512 a Tlatelolco en 1968, pasando por la Decena Trágica, Tlaxcalantongo, Parral con Villa o Lomas Taurinas con Colosio. Cuesta trabajo encontrar momentos en nuestra vida cotidiana para gritar el Viva México que se oye en la película que se estrena en estos días simultáneamente en México y Estados Unidos. Tenemos tan pocas fechas que celebrar, que el cinco de mayo toma una importancia capital.
Está hoy en nuestro país el jefe de la nación más poderosa del mundo. Es obvio que Barack Obama no es Napoleón Tercero, los tiempos son distintos y que, a lo largo de la historia en común, México ha sabido —paso a paso— fortificar relaciones de igual a igual con su poderoso vecino. Aun y cuando no se puedan esperar resultados espectaculares de la breve visita de Obama, lo cierto es que la prioridad que nuestro país ha obtenido en la agenda de Estados Unidos es digna de tomarse en cuenta. De manera especial, en el campo de los operativos de seguridad que durante los dos sexenios anteriores fueron fragmentados del lado de nuestro gobierno. Hoy en día los interlocutores mexicanos para seguridad son muy pocos y muy claros, aunque ello cause prurito entre los círculos políticos norteamericanos, como ya nos hizo saber The New York Times.
No tiene nada que ver, pero este domingo escucharé, con el banjo viejo y la guitarra nueva, aquel coro que dice:
Cayeron diez y ninguno mexicano Hirieron otros seis y empezaron a notar que a ningún francés en aquel cinco de mayo se le veían los pies y corrían sin parar.
La Batalla del Cinco de Mayo
Desde siempre, los estadunidenses han considerado que la fiesta nacional de los mexicanos es el sincodemaio y no el 15 de septiembre. De hecho, los festejos que habrá este domingo en todo sitio donde vivan mexicanos —y para el caso, latinos— en Estados Unidos, serán ruidosos y alegres, iguales en intensidad, proporción guardada, al cuatro de julio.
El Cancionero lleva hoy una frase de Lorencez y la letra que se subió a la tonadilla de La Batalla de Nueva Orléans, ganada sobre los británicos en la guerra de 1812, por los territorios adquiridos con la compra de la Luisiana por los americanos. Hay un vínculo entre la Batalla de Puebla y las luchas de Estados Unidos. De hecho, la invasión francesa de México era un intento de abrir un flanco para atacar a Estados Unidos y recuperar para Francia aquellas tierras al este del Misisipi.
En septiembre de 1862, todavía en Puebla, Zaragoza enfermó de fiebre tifoidea y murió. La victoria del cinco de mayo había sido efímera, pero haberle ganado al ejército mejor, más poderoso y más petulante del mundo, con la fama de Waterloo, Solferino, Magenta y Sebstopol a cuestas, forma en parte rasgos del carácter nacional del mexicano. De alguna manera ahí reside también uno de los principios de la política mexicana con mayúsculas: el respeto a la soberanía de los pueblos y a la no intervención.
Si la Visión de los Vencidos es síntesis de nuestra cosmogonía, solamente es lógico que la historia de México, en lugar de ser guirnalda de victorias, sea rosario de derrotas, de Tlatelolco en 1512 a Tlatelolco en 1968, pasando por la Decena Trágica, Tlaxcalantongo, Parral con Villa o Lomas Taurinas con Colosio. Cuesta trabajo encontrar momentos en nuestra vida cotidiana para gritar el Viva México que se oye en la película que se estrena en estos días simultáneamente en México y Estados Unidos. Tenemos tan pocas fechas que celebrar, que el cinco de mayo toma una importancia capital.
Está hoy en nuestro país el jefe de la nación más poderosa del mundo. Es obvio que Barack Obama no es Napoleón Tercero, los tiempos son distintos y que, a lo largo de la historia en común, México ha sabido —paso a paso— fortificar relaciones de igual a igual con su poderoso vecino. Aun y cuando no se puedan esperar resultados espectaculares de la breve visita de Obama, lo cierto es que la prioridad que nuestro país ha obtenido en la agenda de Estados Unidos es digna de tomarse en cuenta. De manera especial, en el campo de los operativos de seguridad que durante los dos sexenios anteriores fueron fragmentados del lado de nuestro gobierno. Hoy en día los interlocutores mexicanos para seguridad son muy pocos y muy claros, aunque ello cause prurito entre los círculos políticos norteamericanos, como ya nos hizo saber The New York Times.
No tiene nada que ver, pero este domingo escucharé, con el banjo viejo y la guitarra nueva, aquel coro que dice:
Cayeron diez y ninguno mexicano Hirieron otros seis y empezaron a notar que a ningún francés en aquel cinco de mayo se le veían los pies y corrían sin parar.
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