Un anticristo en la boda de Rajoy
Pedro Sánchez, relegado a la cuarta fila de su bancada, acapara la expectación de una jornada que los populares vivieron con euforia
Se convocó a las cuatro de la tarde a puerta cerrada con la pretensión de unificar una postura. Y no compareció Javier Fernández. Lo hizo Mario Jiménez, portavoz de la gestora y burócrata de la gestoría, aunque su verdadera proeza consistía en someter a las señorías a una sesión de hipnosis: cuando cuente tres os abstendréis. Lástima que Sánchez malograra la iniciativa con su aparición semiclandestina en el Congreso. Semiclandestina quiere decir que distrajo a los periodistas deslizándose por el garaje, pero no pudo evitarlos cuando le correspondió acceder al hemiciclo. Se produjo tal enjambre de cámaras y de micrófonos que el ego de Pablo Iglesias tuvo que resignarse al ingrato papel de subalterno. Era el día de Rajoy en la luz. Y era el día de Sánchez, en la sombra, aunque el líder de Podemos espera resarcirse el sábado a hombros de la “improvisada” y “espontánea” manifestación que ha incitado él mismo como respuesta al “golpe de Estado” urdido por la casta y por el IBEX.
Había ayer en los aledaños del Congreso más curiosos que manifestantes. Turistas desorientados. Vecinos. Y unos cuantos sujetos que izaban con disciplina de legionario la pancarta del no, aunque no terminaban de precisar las razones del monosílabo. Tanto podía interpretarse un no a Rajoy como podía deducirse un no en general, embrión de un partido nihilista que añadiría pintoresquismo a un Parlamento desentrenado cuya verdadera legislatura empieza el lunes. Se explica así que unas y otras señorías compartieran cierto alborozo con la investidura de Rajoy. No porque le tengan particular afecto, sino porque el bautismo del presidente del Gobierno garantiza a los 350 diputados —también a Rajoy— una continuidad laboral.
Sánchez pertenece al colectivo, pero no está claro si con su perseverancia en el no llegará al extremo de hacerse insumiso, de forzar su expulsión o de entregar el acta de diputado en un gesto de coherencia que aspiraría a excitar el fervor de la militancia en el cálculo de un regreso mesiánico. Y no quiso desvelar la incógnita, pero debió resultarle traumática la experiencia de alojarse en la cuarta fila de la bancada socialista, rodeado por los mismos diputados que lo aclamaron en pie hace apenas un mes cuando no quería decir no.
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