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14 de abril de 2017: LA PERSISTENCIA DEL REPUBLICANISMO BURGUÉS Y LA MENTIRA
A la farsa ensalzadora urdida sobre la II
república española le queda poco recorrido. Se acumulan los estudios objetivos,
menudean los análisis, entre ellos los míos (artículos, charlas, libro, videos,
etc.), y todos revelan que fue una brutal dictadura de las elites políticas y
económicas que reprimió con enorme dureza las luchas populares, obreras y sobre
todo campesinas. Fue la república antipopular y contrarrevolucionaria del
máuser (el fusil usado por los cuerpos policiales), de las cárceles, de la
tortura, de los cementerios… igual que lo había sido la I república española,
1873-1874. En ésta fue el tiránico, demagógico y criminal Francisco Pi i
Margall el que desempeñó las funciones que en la II realizó Manuel Azaña.
Podemos suponer qué será la tercera, dado que las dos repúblicas burguesas
habidas han sido un baño de sangre.
El Partido Comunista, en la formidable, épica y homérica primavera de 1936, se hizo la principal fuerza favorecedora en la calle al statu quo, el fundamental defensor, junto con el republicanismo burgués, de la propiedad privada capitalista, del poder de la burguesía terrateniente en el campo, de la tiranía de la gran empresa industrial y de servicios, del Estado policial-militar, del colonialismo español en Marruecos… Cuando la guardia civil y la guardia de asalto agredían, torturaban y mataban a los trabajadores movilizados, lo que en esos días sucedía muy a menudo, dicho partido aplaudía. Cuando millones de personas se alzaron en el campo para exigir les fueran devueltos a los pueblos los patrimonios comunales que la revolución liberal les había arrebatado desde La Pepa (Constitución de 1812) en adelante, el Partido Comunista se puso de parte de las instituciones del Estado y de la gran burguesía agraria, justificando las carnicerías represivas que tuvieron lugar, muchas, muchísimas.
Ahora son sobre todo sus patéticos residuos, así como sus continuadores y herederos, los que cada 14 de abril sacan a la calle la bandera republicana, aunque cada año con menos convicción y menos tropa. Es la bandera usada en el terrible verano de 1931, cuando la republica tenía apenas unos meses, por quienes ametrallaron a los trabajadores agrarios e industriales de Andalucía. La que ondeaba sobre los cientos de cadáveres de los asesinados en el durísimo año 1933, el más sangriento, con Azaña en el gobierno en alianza con el PSOE-UGT. La que llevaron las tropas, católicas españolas y musulmanas marroquíes, que entraron en las cuencas mineras asturianas para reprimir el civilizacional y además heroico alzamiento obrero y campesino de octubre de 1934. La que flotó sobre las cientos de matanzas de trabajadores perpetradas por el Frente Popular, una expresión escalofriante de la reacción burguesa, entre febrero y julio de 1936, dirigidas a ahogar en sangre el ascenso de la revolución proletaria y popular espontánea.
Recientemente se ha publicado algún libro que prueba que el Frente Popular no ganó limpiamente las elecciones de febrero de 1936. De eso se sabía bastante, y hay datos que permiten concluir que fue la misma derecha la que permitió e incluso estimuló bajo cuerda, a las candidaturas de Frente Popular a cometer fraude y alzarse vencedoras. El motivo es que era la izquierda, siempre ansiosa de poder y siempre demente, la que mejor y más a fondo podría reprimir el ascenso de la revolución popular espontánea en curso entonces. La derecha estaba desgastada porque había hecho la represión de la Comuna asturiana año y medio antes, y deseaba que ahora se desprestigiase la izquierda. Al llevar a ésta al gobierno lograba romper la aproximación coyuntural que había tenido lugar entre la izquierda y las clases populares en 1934. Fue una astuta operación estratégica que sirvió magníficamente al capital y al Estado, pues durante la guerra el conflicto entre la izquierda y el pueblo fue fortísimo y resultó decisivo para el triunfo de Franco, conflicto que se había desarrollado hasta el máximo en los tensos pero esperanzadores meses de gobierno del Frente Popular anteriores al inicio de la guerra. Cuando la izquierda, organizada en el Frente Popular, se concentró desde el gobierno en lanzar fusiladas y más fusiladas contra los trabajadores en revolución durante los meses de febrero a julio de 1936, estableció las condiciones para perder la guerra civil.
Así pues, durante un tiempo fue la izquierda la que reprimió al pueblo, luego lo hizo la derecha, luego de nuevo la izquierda y después la derecha en el territorio fascista y la izquierda en el republicano: esa es la historia de la II república en 1931-1939. La conclusión resulta obvia: la izquierda y la derecha hacen lo mismo porque son lo mismo en esencia, agentes del capital, instrumentos del Estado, herramientas de la reacción.
Con la II república todas las ideologías obreristas decimonónicas, hijas de la Ilustración y el credo progresista, es decir, de la concepción burguesa del mundo, manifestaron su verdadera naturaleza. Ahora se trata de extraer lecciones de ello para ir construyendo una nueva cosmovisión sobre la revolución. En eso estamos, con resultados ya interesantes y esperanzadores.
El republicanismo burgués y la izquierda viven de la mentira, lo mismo que la derecha y los monárquicos. La revolución, por el contrario, necesita de la verdad.
La
defensa de la II república además contribuyó decisivamente a que Franco
venciera en la guerra. Al presentar, durante la contienda, la continuidad de la
república del 14 de abril de 1931 como meta se hizo imposible que las clases
populares se movilizaran contra el fascismo militar. Habían sido tantísimas,
sin duda muchas decenas de miles[1], las
personas detenidas, golpeadas, encarceladas, heridas, con familiares muertos
por los cuerpos represivos republicanos que las clases populares, como es
comprensible, se negaron a respaldar a la república en 1936-1939. Ni con Franco
ni con la república: esa fue la realidad de la guerra civil y lo que otorgó la
victoria al primero.
¿De
quién fue la responsabilidad fundamental de dicha política, tan mentecata como suicida?
De los republicanos burgueses, dirigidos por un derechista[2], Manuel
Azaña, y del Partido Comunista, la formación principal del fascismo de
izquierda. Cuando éste fue cogiendo más y más fuerza, a partir de 1937, la
guerra civil se hizo una pendencia atroz entre dos formas de fascismo, el de
derechas o franquista y el de izquierdas o comunista, lo que hizo que la gente
común diera la espalda a uno y a otro. Hoy el primero ha desaparecido hace ya
mucho y el segundo es un grupúsculo sin futuro: así de severos son los
veredictos sociales sobre la historia.
El Partido Comunista, en la formidable, épica y homérica primavera de 1936, se hizo la principal fuerza favorecedora en la calle al statu quo, el fundamental defensor, junto con el republicanismo burgués, de la propiedad privada capitalista, del poder de la burguesía terrateniente en el campo, de la tiranía de la gran empresa industrial y de servicios, del Estado policial-militar, del colonialismo español en Marruecos… Cuando la guardia civil y la guardia de asalto agredían, torturaban y mataban a los trabajadores movilizados, lo que en esos días sucedía muy a menudo, dicho partido aplaudía. Cuando millones de personas se alzaron en el campo para exigir les fueran devueltos a los pueblos los patrimonios comunales que la revolución liberal les había arrebatado desde La Pepa (Constitución de 1812) en adelante, el Partido Comunista se puso de parte de las instituciones del Estado y de la gran burguesía agraria, justificando las carnicerías represivas que tuvieron lugar, muchas, muchísimas.
Ahora son sobre todo sus patéticos residuos, así como sus continuadores y herederos, los que cada 14 de abril sacan a la calle la bandera republicana, aunque cada año con menos convicción y menos tropa. Es la bandera usada en el terrible verano de 1931, cuando la republica tenía apenas unos meses, por quienes ametrallaron a los trabajadores agrarios e industriales de Andalucía. La que ondeaba sobre los cientos de cadáveres de los asesinados en el durísimo año 1933, el más sangriento, con Azaña en el gobierno en alianza con el PSOE-UGT. La que llevaron las tropas, católicas españolas y musulmanas marroquíes, que entraron en las cuencas mineras asturianas para reprimir el civilizacional y además heroico alzamiento obrero y campesino de octubre de 1934. La que flotó sobre las cientos de matanzas de trabajadores perpetradas por el Frente Popular, una expresión escalofriante de la reacción burguesa, entre febrero y julio de 1936, dirigidas a ahogar en sangre el ascenso de la revolución proletaria y popular espontánea.
Recientemente se ha publicado algún libro que prueba que el Frente Popular no ganó limpiamente las elecciones de febrero de 1936. De eso se sabía bastante, y hay datos que permiten concluir que fue la misma derecha la que permitió e incluso estimuló bajo cuerda, a las candidaturas de Frente Popular a cometer fraude y alzarse vencedoras. El motivo es que era la izquierda, siempre ansiosa de poder y siempre demente, la que mejor y más a fondo podría reprimir el ascenso de la revolución popular espontánea en curso entonces. La derecha estaba desgastada porque había hecho la represión de la Comuna asturiana año y medio antes, y deseaba que ahora se desprestigiase la izquierda. Al llevar a ésta al gobierno lograba romper la aproximación coyuntural que había tenido lugar entre la izquierda y las clases populares en 1934. Fue una astuta operación estratégica que sirvió magníficamente al capital y al Estado, pues durante la guerra el conflicto entre la izquierda y el pueblo fue fortísimo y resultó decisivo para el triunfo de Franco, conflicto que se había desarrollado hasta el máximo en los tensos pero esperanzadores meses de gobierno del Frente Popular anteriores al inicio de la guerra. Cuando la izquierda, organizada en el Frente Popular, se concentró desde el gobierno en lanzar fusiladas y más fusiladas contra los trabajadores en revolución durante los meses de febrero a julio de 1936, estableció las condiciones para perder la guerra civil.
Así pues, durante un tiempo fue la izquierda la que reprimió al pueblo, luego lo hizo la derecha, luego de nuevo la izquierda y después la derecha en el territorio fascista y la izquierda en el republicano: esa es la historia de la II república en 1931-1939. La conclusión resulta obvia: la izquierda y la derecha hacen lo mismo porque son lo mismo en esencia, agentes del capital, instrumentos del Estado, herramientas de la reacción.
Todas
las fuerzas política que actuaron durante la II república tiene que asumir sus
responsabilidades y no sumarse al coro de los falsificadores de la historia. El
anarquismo debe dar explicaciones por su reaccionaria actuación. Desde 1929
cooperó con el ejército español en sustituir la monarquía por la república
burguesa. Nada hizo en contra de ésta hasta que descubrió que, tras el 14 de
abril, CNT se estaba quedando marginada
porque el nuevo régimen se volcaba económica y legalmente a favor de UGT.
Además, comprobó que las clases trabajadoras estaban muy en contra de la
república, así que calculó oportunistamente que situarse en ese terreno le
beneficiaba como organización-partido. Durante un tiempo alcanzó ciertos
resultados en términos de militancia e ingresos pero su sectarismo, espíritu
doctrinario y ausencia de un programa revolucionario popular hicieron que el
anarquismo entrara pronto en regresión. En las elecciones del Frente Popular
Durruti y varios otros jefes anarquistas pidieron el voto para la izquierda,
para el Frente Popular antirrevolucionario. Por todo eso, en el congreso de CNT
de mayo de 1936 tenía menos de la mitad de afiliados que en 1932. En aquél,
además, manifestó su ausencia de proyecto revolucionario, así como su negación
de la revolución popular espontanea en ascenso, ¡a la que en su ceguera
doctrinaria ignoró! En la guerra se hizo ya abiertamente anarquismo de Estado,
participando en docenas de organismos estatales republicanos, aceptando la
bandera de la II república y accediendo a tres carteras ministeriales. En lo
económico los jefes y cuadros medios del anarquismo se hicieron nueva
burguesía, propietaria de importantes medios de producción[3]. Su
conflicto en 1937 con los comunistas fue una vulgar lucha de poder y no una
acción a favor de la revolución, en la que CNT-FAI quedó perdedora. En mi libro
sobre la II república investigo las causas del reprobable obrar del anarquismo,
a cuya actuación dedico muchas páginas, para arrojar luz sobre un mito carente
de todo fundamento.
Con la II república todas las ideologías obreristas decimonónicas, hijas de la Ilustración y el credo progresista, es decir, de la concepción burguesa del mundo, manifestaron su verdadera naturaleza. Ahora se trata de extraer lecciones de ello para ir construyendo una nueva cosmovisión sobre la revolución. En eso estamos, con resultados ya interesantes y esperanzadores.
El republicanismo burgués y la izquierda viven de la mentira, lo mismo que la derecha y los monárquicos. La revolución, por el contrario, necesita de la verdad.
[1]
Mi libro “Investigación
sobre la II república española, 1931-1936” ofrece las estimaciones más
adecuadas, siempre incompletas y mucho menores a las reales estimadas, por
deficiencias en las fuentes. Aún así, las cifras son escalofriantes. Que esto
se haya ocultado hasta hoy hace imposible mirar con respeto a sus urdidores,
los historiadores progresistas y de izquierda sobre todo, aunque los de la
derecha también lo han hecho. Unos y otros son enemigos de la verdad.
[2] En mi libro hago una extensa semblanza
política de Azaña, con buen soporte bibliográfico, que es inobjetable. Su
recuperación por José María Aznar cuando fue jefe de gobierno (1996-2004) y ya
antes por carcas tan vociferantes como Federico Jiménez Losantos, no deja lugar
a dudas. Tal fue el jefe, el monarca diríamos, de la II república, al que
obedecía todo el bloque reaccionario de izquierda, formado por los socialistas,
los comunistas, los nacionalistas burgueses vascos y catalanes, los anarquistas
y los poumistas (marxistas heterodoxos). Con Azaña hoy está, por tanto, la
derecha y la izquierda.
[3]
El video “¡Qué
trabaje Federica!”, en referencia a la que fue gran jefa del anarquismo
español en la guerra civil y ministra de la II república, Federica Montseny, explica
algo (hubo muchísimo más) de la resistencia proletaria a las condiciones de
explotación a que los jefes del anarquismo español, devenidos en nueva
burguesía y nuevo aparato de Estado, sometieron a los trabajadores en
1936-1939. De esto no puede hacerse una
interpretación demagógica y exculpatoria pues quien se adscribe a una
organización, sea la que sea, se hace nueva burguesía. Y quien tiene una
ideología definida que le separa del resto de las clases populares, quien
diferencie entre los que piensan (más exactamente: creen) como yo y los que no
piensan como yo es asimismo candidato a ser nueva burguesía y nuevo aparato
estatal. Todos los seguidores de doctrinas y dogmatismos forman necesariamente y
con independencia de sus buenas intenciones (que no pongo en duda en absoluto) organizaciones,
grupos de afinidad, corrientes o sectas, y estas formaciones, en cuanto hay una
crisis social, se convierten en el embrión de un nuevo orden estatal-burgués.
La experiencia de 1936-1939 es esclarecedora. El pueblo, las clases
trabajadoras, son plurales en el pensamiento y la acción, siendo
experienciales, ateóricas y aideológicas en la reflexión. Únicamente las clases
altas son ideológicas y doctrinales. Todo “ismo” lleva a mantener la división
entre opresores y oprimidos, entre explotadores y explotados. Cuando el
movimiento obrero decimonónico se constituyó sobre “ismos”: marxismo,
anarquismo, sindicalismo, etc. se hizo una expresión entre otras de la
cosmovisión burguesa.
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